El escritor ruso ha planteado más allá de las reducciones ilustradas, románticas y positivistas, la cuestión fundamental de la libertad: la opción frente al Destino. Seguimos el itinerario de la libertad en Dostoevskij a través de siete figuras extrapoladas de sus páginas
La consciencia de que, más allá del muro de nuestras contradicciones y "bajezas", está la salvación, el destino, Cristo. Pero también la rabia y el furor de quien no consigue afirmar esta totalidad y se agita en vano entre los enigmas y las falsedades de la existencia. Los personajes creados por la genialidad del escritor ruso se debaten dentro de este contraste dramático, en una ausencia dolorosa llena de signos y símbolos que sin embargo remiten de algún modo a otra cosa, inalcanzable pero existente. Y este ansia de plenitud, que a menudo acaba en la locura, en la desolación, en el delirio, constituye la gran herencia que las figuras inventadas por el novelista nos dejan.
Al tiempo que analiza al hombre y muestra abiertamente sus límites y deformidades, Dostoevskiy nos desvela todo su amor por las criaturas humanas. Dejadas huérfanas por la cultura del siglo diecinueve: ilustración, romanticismo, determinismo, no tienen en cuenta todos los factores en juego y dejan irresueltos los interrogantes últimos. Contra la jaula de la cultura decimonónica, optimista, racionalizante y sentimental, se delinea la épica desesperada de los personajes dostoievskianos. Hombres equivocados, si se quiere, pero verdaderos. Inmorales, pero nunca amorales. Ateos pero no indiferentes. Todos lejanos de los esquematismos fáciles del positivismo o del socialismo.
Una libertad dinámica
Su deseo de afirmarse, el intento de ir al encuentro de la propia verdad, de relacionarse con el extremo fundamento, topa como contra una roca contra la cuestión de la libertad. El uso de la libertad indica la dirección hacia la que se quiere ir.
Y de hecho todos los grandes personajes toman un camino solitario, erizado de obstáculos y trampas. Una vía por lo demás "oscura", decidida en la penumbra de la conciencia y desvelada después en la materialidad de las acciones de las que cada uno es responsable. Instante tras instante. Elección tras elección. El autor se ensimisma, como todo gran escritor, con cada uno de ellos. Les confía su alma y les deja partir hacia metas inexploradas. Sin tesis preconcebidas o ideologías que defender. En plena libertad.
Las figuras de la libertad
Se puede seguir este itinerario a través de la experiencia de siete figuras extrapoladas de las páginas de novelas y narraciones. Celebérrimas algunas, poco conocidas otras.
1. El primer motivo nos llega de una novela breve, El jugador.
El protagonista, un jugador empedernido como el escritor lo era en la realidad, afirma: "he sentido dentro de mi una extraña sensación, el deseo de desafiar a la suerte, de Los personajes creados por la genialidad del escritor ruso se debaten en una ausencia dolorosa llena de signos y símbolos que remiten a otra cosa.
Y esta ansia de plenitud constituye la gran herencia que las figuras inventadas por el novelista nos dejan darle un bofetón o de sacarle la lengua". La vida como juego. Es el gusto por el riesgo, la apuesta decisiva, las ganas de jugar hasta el fondo la propia partida. Sin saber como acabará.
2. Otra posición está expresada por El adolescente, que da título a una novela tan importánte como poco leída. Las etapas de su formación son múltiples, pero el asunto final es claro: la libertad es la conciencia solitaria y segura de la propia fuerza. En oposición o, mejor, despreciando el consenso de los otros, usando la fuerza para desenredar la madeja de nuestros embrollos. Lejano del dinero y hasta del poder.
3. La libertad como transgresión de la ley moral, del límite que obstaculiza la plena afirmación de sí. El problema, por tanto, es el de llevar a cabo un gesto "heróico", quizás violento y sanguinario, contrario a todas las normas sociales. Para mostrar a sí mismo y a los otros la propia superioridad. De este modo nace el homicidio, absolutamente carente de móvil, perpetrado por Raskolnikov en Crimen y castigo. Pero la iniciativa, técnicamente cumplida, se resuelve como un fracaso. El crimen desvela a Raskolnikov la propia miseria y el asesino se siente como un piojo o una araña. Un parásito.
4. La libertad como afirmación del propio yo, entendido como capacidad de repulsa, de contestación. De rechazo de las circunstancias ofensivas que la vida nos pone delante. Esta posición es propia de Hipólito en el Idiota. Es un joven tísico, ya acabado. Ha aceptado todo lo que el ingrato destino le ha preparado: enfermedad, muerte, dolor. Incluso reconoce a Dios y a la vida eterna. No se rebela, pero tampoco se resigna. De acuerdo, ha perdido desde todos los puntos de vista, reconoce la derrota, pero no participa del triunfo del destino. Se reserva, lejano del destino, enfatizando la nausea y el sentimiento de asco que le animan. De este modo resiste, transformando la libertad en el lugar de la reserva del propio asentimiento.
5. La libertad como rebelión, abierta insurrección. Así la entiende Ivan Karamazov. Ivan, a diferencia de Hipólito, no acepta el mundo aunque sepa que existe. "No es que yo no acepte a Dios -deja escapar-, es mas bien este mundo por Él creado el que no acepto, el que no puedo resignarme a aceptar". Más aún: "no he sufrido con mis errores y mis padecimientos para abonar una armonía futura en favor de qué se yo quién". Un ataque frontal a las verdades universalmente aceptadas, al mito del progreso y a las certezas de los ilustrados. Un desafío a todo y a todos, a Dios y a los Hombres. Las consecuencias, trágicas. Ivan ve en su padre Fiodor la personificación del mal, de la abyección que no tiene derecho a existir. Por ello instiga a Smerdiakov, su hermanastro, al asesinato. Durante el proceso de su hermano Dimitri, injustamente acusado de parricidio, Ivan se levanta y pronuncia la frase que define toda la cultura contemporánea: "¿Quién no desea la muerte del propio padre?"
Estas palabras son de capital importancia: si nosotros ya no aceptamos la creación, estamos constreñidos a matar al padre, Dios, para reivindicar nuestra libertad.
La muerte de Dios lleva a la abolición de las reglas, al "todo está permitido". Y el hombre, aparentemente libre, se mete en un callejón sin salida. Delimitado por los confines de la tragedia humana y colectiva.
6. La libertad como arbitrio. Kirilov la representa en Los demonios. Kirilov es un personaje extraordinario que vive bajo el signo de la totalidad. Niega a Dios y en consecuencia afirma la propia divinidad, cumpliendo de este modo la profecía de Feuerbach: homo homini deus. Y para demostrar hasta el fondo la propia potencia Kirilov no vacila en llevar a cabo el gesto supremo, el suicidio, que desbarata todo límite y temor.
7. La libertad como negación. Es el caso de Stavroghin, otra figura clave de Los demonios. En él ya no se da el problema del bien o del mal; no, todo se reduce a una cuestión: vivir o destruirse. Y Stavrogin toma el segundo camino, descendiendo lentamente hacia el abismo. Una inmersión en la nada que se concreta con el suicidio final, estéticamente perfecto. Se ahorca con una cuerda cuidadosamente enjabonada para que corra como es debido.
Del infierno al paraíso
Ninguno como Dostoievsky ha sido capaz de describir cómo la libertad, reducida a arbitrio, se anula a sí misma, conduce a la esclavitud, disuelve al hombre. Pero el escritor ruso no es un pensador nihilista o pesimista; se cuenta todo el infierno del espíritu para que se abra la vía del purgatorio y del paraíso. Y el hombre reencuentre la libertad, la justa tensión hacia el destino, es decir, Dios. No obstante Dostoevskiy no nos lleva al cielo: se para antes. Como mucho nos conduce, en alguna rara ocasión, hasta el purgatorio. Los mitos femeninos, Sonia y Sofía, o los starets, desde Sozima y Tikon hasta Macario, simbolizan la posibilidad de la libertad. Que encuentra fundamento en Cristo. Pero la historia de la regeneración del hombre se queda frenada en el nacimiento. Como un brillo luminoso en el mar de las tinieblas.
Traducido por Jose Claveria
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