Recuerdo de un gran poeta, escritor y maestro, de un alma inquieta que en la amistad con CL se encontró a sí mismo
Bruno Tolentino nace el 12 de noviembre de 1940. Es uno de los más destacados escritores brasileños del siglo XX. Crece en una acaudalada familia de Río de Janeiro donde se relaciona con los intelectuales y escritores más importantes de la época. Recibe una formación católica, pero a los 17 años abandona la religión.
En 1964, con el golpe de estado militar en Brasil, emigra a Europa. Desembarca en Cardiff, Gales. Elizabeth Bishop, poetisa norteamericana, lo presenta al poeta inglés Wystan Hugh Auden. Ese mismo año conoce a Giusepe Ungaretti. Trabaja como traductor intérprete y enseña en las universidades de Bristol, Essex y Oxford.
Intelectual de vida intensa y contradictoria, en 1987, acusado de tráfico de drogas, es arrestado y condenado a once años de cárcel. Durante veintidós meses cumple condena en Dartmoor. Después la pena se suspende. En este periodo Tolentino retoma su relación con la Iglesia. «Mi camino de vuelta comenzó hacia los cuarenta años –cuenta él mismo–. Nunca dejo el Espíritu Santo de colaborar conmigo, pero a partir de ese momento yo empecé a colaborar con Él. He vivido mi relación con el Misterio a través de María, con la que siempre mantuve una relación cercana, incluso cuando no creía en su Hijo. Con mi conversión no me he vuelto mejor poeta. Desde joven anhelé la realidad, porque la realidad es esta constante corrección de la actitud humana. [...] Como Cristo dice en el Evangelio, la sal reaviva el gusto de la comida. No cambia el gusto, hace que el pescado sepa más a pescado, la carne más a carne. El encuentro con Cristo no cambia lo que eres; te hace ser tú mismo en la dosis perfecta, aquello que estabas destinado a ser. Yo me encuentro en este proceso de volverme cada vez más yo mismo».
En 1993 Tolentino vuelve a Brasil, donde vive rodeado de jóvenes cautivados por su humanidad. Gana los premios de poesía más relevantes, pero también recibe ataques en el ámbito académico por su crítica a la ideología que desde hacía al menos dos décadas estaba destruyendo la cultura y la educación brasileñas. Como él mismo decía, «el mundo odia a Cristo y no quiere que Él sea conocido». Por eso se habla poco de él.
Tras la conversión, Tolentino busca su lugar en la Iglesia. Y en el año 2000 recibe en su casa de Saô Paolo una visita inesperada. La profesora Marli Pirozzelli había leído sobre él y conocía su trabajo como editor de la revista cultural Bravo!, una de las más importantes del país. Junto a algunos amigos de CL, Marli buscaba colaboración para abrir un nuevo centro cultural en la ciudad y, por esto, acude a ver a Tolentino. El poeta acepta enseguida, pero manifiesta su deseo de conocer la experiencia de Iglesia que impulsa la obra. Comienza así a conocer a don Giussani. Reconoce en su carisma la afinidad con los mismos maestros del pensamiento y del arte cristiano que le habían acompañado en su conversión: Newman, Guardini, Von Balthasar, Eliot, Claudel, Piero della Francesca, Beato Angelico. En 2001 se traslada a Belo Horizonte para vivir con el padre Virgilio Resi, al que le une una estrecha amistad. En 2004 el Meeting de Rímini le invita a Italia, donde conoce a don Giussani. En su intervención en Rímini manifiesta su gratitud: «El cristianismo no transmite “algo”, transmite la totalidad del ser, que no puede más que ser una persona viva: una mirada, dos ojos que se encuentran con otros dos ojos. [...] Por eso entiendo que el movimiento es un cierto método... Es una forma de entrar en relación, de encontrarse con Jesús». Después de la muerte del padre Virgilio en 2003, vive durante una temporada en El Salvador, y después vuelve a Saô Paolo. A comienzos de 2007, ya enfermo, Tolentino se hospeda en una casa femenina de Memores Domini, donde le asisten hasta su muerte, el pasado 27 de junio.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón