Acaba una legislatura que comenzó con un gran anhelo de cambio. La política antiterrorista del Gobierno ha despertado un anhelo de justicia y de unidad que, en gran medida, se ha visto frustrado. Frente a la ideología del poder que quiere sofocar el deseo –reinterpretándolo en clave subjetiva–, aparece un nuevo protagonismo social que se resiste a la homologación. En España la sociedad se mueve... y se encuentra ante dos alternativas
Uno de los módulos del aparcamiento de la T4 de Barajas destrozado y bajo toneladas de hormigón, las dos primeras víctimas mortales de ETA después de mucho tiempo. Antes de la ruptura oficial de la tregua, la ruptura real con dos nombres propios: Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate, ecuatorianos, exponentes de una nueva España en busca de las oportunidades que no encuentra al otro lado del Atlántico y que se topa con la muerte. Los periódicos El Mundo y ABC publican, a la semana siguiente, dos encuestas. El 80 por ciento de los españoles quiere que los principales partidos políticos vuelvan al Pacto Antiterrorista. O lo que es lo mismo, quiere recuperar la unidad para construir una paz que no ceda frente al terror.
Una sabiduría que une
El Pacto Antiterrorista (lucha contra ETA con todos, pero sólo, con los mecanismos del Estado de Derecho y aislamiento político del entorno violento) propiciado por un Zapatero en la oposición expresa, en gran medida, toda la sabiduría que la clase política y la sociedad española han sabido acumular después de 30 años de sufrimiento y no pocas equivocaciones. Y eso es lo que la mayoría de los españoles reclama en ese momento. Expresa la exigencia de vivir con una justicia que el terror niega y la evidencia de que es más lo que nos une que lo que nos separa. No es nuevo en la reciente historia de España. El asesinato de Miguel Ángel Blanco, del que se han cumplido diez años, o el 11-M, han sido ocasiones en las que se ha avivado el deseo de un bien objetivo que se percibe, aunque sólo sea intuitivamente, como fundamento de la convivencia común. Es el deseo del que hablaba Luigi Giussani, en una intervención de 1987 (El deseo y la política), en la que aseguraba que «todos los movimientos humanos nacen de este fenómeno. El deseo enciende el motor del hombre. Y entonces se pone a buscar trabajo (...), se interesa en saber por qué algunos tienen mucho mientras otros no tienen nada, se interesa en saber por qué hay quienes son tratados de un modo correcto y él no (...). Sólo hay posibilidad de construir a partir del deseo presente. No hay alternativa entre secundar la ideología que está en el poder o perseguir el deseo». Las evidencias y exigencias, que no sólo se expresan en momentos excepcionales y que nos definen como personas, hacen posible el encuentro con el otro y la construcción conjunta. Cuando todo eso es negado aparece un malestar, una desconfianza.
Desinterés y distanciamiento
Probablemente la falta de respeto hacia el deseo así entendido sea la causa de que se haya producido un aumento de la fractura entre la clase política y la vida social. La legislatura que ahora concluye en España, iniciada con un profundo anhelo de cambio y con una altísima participación electoral, ha acabado con una gran desafección hacia la vida pública. En abril de 2004, después de unas tormentosas elecciones, el 51,1 por ciento de los españoles, según el Barómetro del Centros de Investigaciones Sociológicas (CIS), consideraba que la situación política era regular o mala y a 6 meses de las elecciones ha ascendido al 66,2 por ciento. Malestar y distanciamiento. La encuesta Los Ciudadanos y el Estado de enero de 2007 (también del CIS) refleja que al 52, 4 por ciento le interesa poco o nada la política. Datos certificados por los resultados de los referendos para la reforma de los estatutos de autonomía de Cataluña y Andalucía (convertidos en prioritarios por el Gobierno), en los que la participación fue del 49,42 por ciento y del 36,28 por ciento respectivamente. Abstención altísima, desinterés y muy poca confianza en que la gente normal influya en la vida pública. Según la mencionada encuesta del CIS, un 61,2 por ciento de los españoles piensa que «la gente no influye en el Gobierno».
Si hubiese buen señor...
Desmovilización con algo de aquello que reflejaba el Cantar del Mío Cid: «que buen vasallo si hubiese buen señor...». «Cabe argüir –decía Víctor Pérez Díaz en una de sus últimas conferencias– que las clases políticas del franquismo (...) a lo largo de cuarenta complicados años acostumbraron a la sociedad a la pasividad respecto a la cosa pública (...) pero cabe añadir, y aquí viene nuestro problema, que las clases políticas de la democracia lo que han hecho y están haciendo es acostumbrarse a vivir dando por descontado nuestra pasividad cívica». Pasividad inducida desde el poder, acompañada de una alta tensión que ya no es frecuente en las sociedades europeas de principios del siglo XXI. Hasta el punto de que produce cierta inquietud volver a darse un paseo por el Museo del Prado y contemplar algunas de las Pinturas Negras de Goya sin sentir un escalofrío por la actualidad de esos rostros desdibujados en los que lo que más destaca es el gesto de enemistad.
Un deseo instrumentalizado
El punto final de la legislatura se pone estas semanas con la entrada en vigor de la asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC) y con la promulgación de la Ley de Memoria Histórica que pretende imponer una reinterpretación del pasado. La reconciliación de la transición y la unidad otra vez seriamente amenazadas. La EpC es la estrella de la reforma educativa. España necesita, desde luego, un profundo cambio en este campo, es «uno de los países que más esfuerzos debe realizar para alcanzar los objetivos de Lisboa en materia de educación» (Memoria 2006 del Consejo Económico y Social). La tasa de fracaso escolar es del 30,8 por ciento, el doble de la media de la Unión Europea. Los niveles de conocimiento son muy bajos y, según el ranking del Times Higher Education Supplement, de las 200 mejores universidades del mundo sólo una es española. Frente a esta situación de “emergencia educativa”, el gran esfuerzo con el que nos hemos encontrado ha sido una asignatura que quiere imponer una nueva moral de Estado, atentado contra la auténtica laicidad definida en el artículo 16 de la Constitución (colaboración del Estado con las confesiones religiosas).
Economía y productividad
Y mientras, cuestiones decisivas como la economía, absolutamente ausentes de la agenda política. Los efectos beneficiosos de la entrada en el euro, con sus bajos tipos de interés, han propiciado incrementos del PIB superiores al 3 por ciento y una reducción de la tasa de paro (EPA) al 7,95 por ciento. Suficiente para disfrutar de una notable prosperidad. El dinamismo social se ha hecho notar especialmente en algunas regiones como Madrid, Valencia, Murcia, o Aragón. Pero el ciclo expansivo no se ha aprovechado para corregir un modelo de crecimiento que depende en exceso de la construcción y del consumo, y que genera un alto déficit exterior. Menos aún se ha encarado el gran problema de la baja productividad. «Reducir el paro era una prioridad, pero ahora el reto para España es mejorar la productividad, hacer que el trabajo rinda más», dice Andrea Bassini, economista especializado en empleo de la OCDE. Pero el propio Zapatero critica que la izquierda tradicional haya hablado mucho de economía y de cuestiones colectivas.
Una referencia subjetivista
Sus energías están puestas en lo que él mismo denomina, en una entrevista que le hace Flores d´Arcais (revista Micromega), «la ampliación de los derechos civiles». Ampliación basada en el presupuesto de que «no es la verdad la que nos hace libres sino la libertad la que nos hace verdaderos» (Escuela de Verano de las Juventudes Socialistas, 2005). Es el deseo, sí pero entendido sólo como una referencia subjetivista sin vocación de verdad y belleza, el que se convierte en fuente de la nueva generación de derechos entre los que están el matrimonio entre personas del mismo sexo, la clonación humana y el divorcio exprés. Las reformas jurídicas surten rápidamente efecto, minando algunas evidencias que perviven en la sociedad española. Quizás la reforma del divorcio sea la más significativa. Desde su aprobación en julio de 2005 hasta marzo de 2007 se producen 275.000 rupturas matrimoniales (datos del CGPJ). Es decir, se triplica el número de divorcios y alcanzamos uno de los índices más altos de toda Europa. Esto ocurre en una sociedad en la que –según el estudio Jóvenes Españoles 2005 (Fundación Santamaría)– la «familia sigue siendo (...) el locus básico y fundamental para la mayoría de las personas (...), va siendo casi uno de los escasos grupos donde te identifican como persona integral y concreta». Célula social básica, lugar de expresión del deseo de ser reconocido, pero sin una adecuada educación y valoración, indefensa ante el poder.
Estatalismo de nuevo cuño
El proceso de exaltación de un individuo sin referencias objetivas ha estado acompañado del aumento del peso del Estado. La reforma de los estatutos de autonomía de los últimos cuatro años ha adelgazado aún más las competencias de la Administración General del Estado. La mayor parte del presupuesto y de las políticas las ejecutan los gobiernos de las Comunidades Autónomas. Pero la subsidiariedad vertical no ha incrementado la subsidiariedad horizontal. Ha surgido un estatalismo de nuevo cuño. El Informe Anual 2007 sobre Libertad Económica en el Mundo (Instituto Cato de EEUU e Instituto Fraser de Canadá) refleja que España ha perdido 14 puestos del ranking (del 30 al 44, sobre un total de 141). También el Índice de Libertad Económica elaborado por The Heritage Foundation constataba un empeoramiento de la situación en nuestro país durante 2005. Invasión del Estado que ha pretendido definir, por vía práctica, una nueva antropología. El Gobierno de Zapatero ha sido especialmente incisivo en las políticas culturales, en el núcleo de las cuestiones educativas, en todo aquello que tiene que ver más directamente con la concepción del hombre. No le quedan, por ejemplo, competencias para organizar la sanidad pero sí para convertir a España en el país que está en la vanguardia de la clonación, en la definición del ser humano como un experimento de sí mismo. Los nuevos derechos creados en nombre de una concepción subjetivista del deseo son perfilados por los moldes ideológicos que ha diseñado el poder. Por eso son especialmente actuales para España otras afirmaciones que hacía Giussani, éstas en la Asamblea de la Democracia Cristiana en Assago (1987): «si el poder mira sólo a sus propios objetivos, necesita entonces gobernar los deseos del hombre. El deseo es, de hecho, el emblema de la libertad (...) mientras que el problema del poder (entendido como fuente de todo derecho) es asegurarse el máximo consenso posible de unas masas cada vez más determinadas en sus exigencias. Así los deseos del hombre, y por tanto sus valores, se ven esencialmente reducidos. Se persigue sistemáticamente una reducción de los deseos del hombre». En esta situación, han surgido algunas respuestas que pueden superar la “pasividad cívica”.
Política territorial
Dentro del propio socialismo ha resucitado una izquierda que el maestro Jon Juaristi (“El cortafuego” en ABC, 14.9.07) enlaza con la tradición republicana, la que fue leal con la II República, que no cuestiona ahora la figura del Rey. Es la izquierda que no quiere colaborar con la demolición del edificio de referencias de la Constitución del 78, con la destrucción del modelo territorial de las Autonomías para dejar a España sumida en una especie de confederalismo asimétrico y que denuncia las consecuencias negativas de la alianza con los nacionalismos radicales. Esos nacionalismos que, según Víctor Pérez Díaz, «con la lluvia permanente de la inmersión lingüística, la presión del sistema educativo local y la confusión mediática» van reduciendo «la resistencia a la separación de España». Buena parte de esa nueva izquierda republicana es anticlerical en el sentido más antiguo del término, tan subjetivista en derechos civiles como Zapatero, pero da valor al deseo de preservar lo que nos une. Las críticas más inteligentes a la política territorial del Gobierno las han formulado personas como Francisco Sosa Wagner (El Estado Fragmentado), miembro de los gobiernos de Felipe González y amigo personal de Zapatero. Parte de este republicanismo se ha embarcado en la creación de un partido nacional (UPD), con pocas posibilidades de éxito. Eso no significa que haya que minusvalorar su aportación. Es una tradición que se rebela frente al proyecto de homologación.
Un debate interesante
Ha generado ya un interesante debate sobre la necesidad de dar estabilidad al proyecto nacional del 78. Algo decisivo de cara a la integración de los inmigrantes que, según algunos cálculos, para la década 2030/2040 pueden llegar a ser 15 ó 20 millones y representar un tercio de la población.
La resistencia a la homologación ha provocado también una movilización social hasta ahora inédita en la España del “buen vasallo”. Las manifestaciones durante el mal llamado proceso de paz han marcado considerablemente la actuación del Gobierno en la negociación con ETA. Las protestas contra la reforma del Código Civil, que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, han provocado que el PP, poco inclinado a librar una batalla en este campo, la haya recurrido en el Tribunal Constitucional. Fue esa reforma la que generó la Iniciativa Legislativa Popular (proyecto de ley que tiene su origen en los ciudadanos y no en los partidos) más apoyada de la historia de la democracia (1,5 millones de firmas). La batalla contra la LOE que sacó a cientos de miles de padres a la calle ha servido para aumentar en cierta parte de la sociedad la estima por la enseñanza de iniciativa social (en algunas Comunidades Autónomas representa más del 40 por ciento) que empieza a ser más percibida como una expresión de libertad que como una alternativa sólo interesante por la calidad y la disciplina. Da sus primeros pasos una conciencia social que reconoce el carácter público de una enseñanza no estatal. Ciertas iniciativas han generado, pues, alguna permeabilidad entre la vida social y la vida política, hasta ahora inédita.
Dos caminos
Y el momento es decisivo. Ese deseo que se resiste a ser dominado se encuentra ante una disyuntiva. Puede tomar dos caminos. Uno de ellos conduciría a que toda la energía despertada adoptara una actitud reactiva, se dejara dominar por el ansia de crear una alternativa “eficaz”, que con una buena organización y movilización recuperase una hegemonía sociológica supuestamente perdida que mantiene vivos los “valores de siempre”. Es una senda empedrada de espejismos, amenazada por una ideologización sin presente, que puede conducir a la utopía. Aunque siguiéndola se consiguiera algún éxito, esta forma de hacer política estaría condenada al fracaso porque no se sustentaría en bases firmes. No basta el poder para propiciar un cambio y de ello tenemos experiencia en la reciente historia de España. El otro camino, al que parecen apuntar algunos de los mencionados movimientos sociales que dan sus primeros pasos, es el de trabajar –primero– a favor de una cultura de la responsabilidad. Para hacer –después– política en favor del espacio que haya generado esa nueva cultura. El esfuerzo y las energías volcadas en obras que educan a jóvenes, también adultos, y que hacen tangible cómo el deseo de bien y de belleza tiene capacidad de construir. Es la alternativa descrita por Giussani: «o construir para encontrar lo que permite la satisfacción del deseo o bien dedicarse a una construcción política futura partiendo de una concepción preestablecida, de un programa ideológico (...) La construcción depende de la intensidad realista del deseo». Es esta seriedad realista con el deseo la que permite que el anhelo de unidad despertado por un atentado de ETA se mantenga y sea constructivo. Así nos alejamos de las figuras desdibujadas de las Pinturas Negras de Goya y nos acercamos a Las Meninas, el cuadro en el que Velázquez pone a los españoles en el lugar de los reyes y en el que los rostros tienen una nitidez encantadora. Sin enemistad.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón