«Si se prefiere, son más bien dos encíclicas en una, que intenta conciliar lo que Sergio Quinzio, unos de los mayores analistas religiosos italianos, ha calificado de "inconciliable": el mundo moderno sin absolutos y el mundo teocrático que presupone que sólo Dios es el verdadero dueño de la Historia y posee el privilegio de discernir -como afirma la encíclica-, lo que en el mundo es el Mal y el Bien con autoridad absoluta e indiscutible. Al final han resultado dos textos paralelos: uno, el de los expertos en economía que han tratado de salvar el sistema capitalista aunque con profundas correcciones; y otro, el del mesiánico Papa Wojtila, que piensa que la Historia la pueda escribir sólo la fe en Jesucristo y que es alrededor de la catedral, y no de la fábrica, donde se puede reconstruir la dignidad del hombre». (Juan Arias, El País)
Es la misma negación. La más radical y la más habitual desde hace dos mil años: la negación del núcleo del acontecimiento cristiano. El corresponsal ha comprendido que la Centesimus annus no es un «documento doctrinal» sino la declaración de la cabeza de un pueblo que tiene la inadmisible pretensión de ser el destino definitivo del hombre, la fuente de toda ética. Pretensión especialmente inadmisible porque alcanza a lo que el mundo contemporáneo considera el corazón de la historia: la economía.
Sin embargo, este planteamiento tan nítido es una auténtica excepción en la catarata de comentarios que ha provocado en la prensa la publicación del texto. Una gran parte del esfuerzo intelectual de Europa, en los últimos cuatro siglos, ha estado encaminado a «repensar» el cristianismo para poder asumirlo sin negarlo. La reducción ética, una de las soluciones de este afán, es a la que más se recurre en estos años. Es la más útil para poner algún límite al puro juego de intereses, ahora que las utopías pierden su virtualidad. De este modo, la tercera encíclica social es positiva. «El Papa se sitúa, como es normal, por encima de ideologías y sistemas, para recordar la vigencia de los valores morales y el papel central del hombre, porque el olvido de estos valores esenciales está en la raíz de la crisis de nuestra época. "Una democracia sin valores -escribe Juan Pablo II- se transforma en totalitarismo declarado o encubierto". No se puede estar más de acuerdo». Las frases pertenecen a una columna de ABC, titulada Un Gran Documento, que firma Alejandro Muñoz Alonso. Muy práctica esta Iglesia identificada con la tarea de apuntalar. «La Iglesia propone una nueva sociedad inspirada en los valores del Evangelio en la que se han de limar las aristas más injustas del sistema capitalista», (Editorial El Sol). Baltasar Porcel en La Vanguardia: «Juan Pablo II si no ofrece ni quiere ofrecer más que remedios morales, en la práctica señala también caminos concretos: el capitalismo o el mercado no llegarán a ninguna plenitud si no «insiguen la liberación económica, la trasmisión de la posibilidad de dignidad del hombre al Tercer Mundo y a los países del Este. La concepción de la Tierra como un todo interdependiente es hoy la única válida. Estamos en la linea de Costeau».
No todos están enterados de la nueva forma de «simpatía» hacia la Iglesia. Algunos prodigan sus calificativos con el esquema de la tercera vía, aquella vieja idea de que la Doctrina social es el programa de un sistema alternativo. «La conclusión que puede sacarse es que Juan Pablo II ha descubierto la socialdemocracia» (Editorial, El Mundo). «Juan Pablo II es desde hace tiempo uno de los socialistas más eminentes», (John Wyles, Financial Times). «Entre el estado liberal y el comunismo, el Papa propone una especie de peronismo teocrático polaco. Este es un manifiesto político de exaltación del mesianismo polaco» (Javier Talón, El Independiente).
La encíclica es, para la prensa, de todo menos la conciencia de un pueblo aferrado por Cristo que trabaja, da significado a los acontecimientos históricos y transforma la realidad. Lo que sí queda «claro» es lo declarado a El Mundo por Migud Mazón, secretario general de la Consejería de Economía y Hacienda de la Generalitat de Valencia: «No es bueno mezclar la religión con la política si no queremos encontrarnos en la situación en que se encuentran países como Irán»
Compañía en Nueva York.
Marcello Signorelli, de San Secondo (provincia de Perugia), tuvo que trasladarse a Nueva York por estudios; ha conocido la pequeña comunidad de CL y comenta: «¡En la capital del individualismo una comunidad cristiana que, en nombre de Jesucristo, afronta en compañía la vida, las necesidades y las dificultades cotidianas! Y, por tanto, la gratuidad; una palabra que parece impronunciable en una ciudad en la que cada uno tiene su propio proyecto sobre las cosas, sobre las otras personas y sobre sí mismo. La acogida que he tenido en la comunidad de Nueva York ha estado verdaderamente llena de gratuidad».
Una justicia nueva
Rosaria, Giovanna y Giacomo de Ancona, cuentan su caritativa con una chica enferma de SIDA que escribía en su diario: «Quiero vivir, crecer, madurar. Quiero tener la vida en mis manos, porque ganar una partida que de antemano se sabe que se va a perder es la satisfacción más grande que se puede conseguir. Jugaré mis cartas y venceré». Y he aquí el comentario Una justicia nueva de nuestros amigos: «En el encuentro con Cristo ha vencido. Ella está viva en Cristo en medio de nosotros. Acompañándola en las horas de agonía donde nuestros ojos veían un cuerpo atormentado que se destrozaba, crecía sin embargo la certeza de que otra justicia, otra alegría se estaba afirmando».
Meeting Chino
El primer día del año chino ha sido la ocasión -como cuentan Roberto y Mónica, de Hong Kong- de un encuentro muy particular. En efecto, se han reunido con ellos, Franca, de Pekín y el padre Bernardo, de Taipei. «Hemos rezado juntos y hecho memoria de la Presencia de Cristo entre nosotros y allí donde vivimos nuestro día a día. Hemos puesto en común nuestras experiencias y, con estupor, hemos verificado cómo en nuestros ambientes está creciendo un entramado de relaciones y amistades cada vez más amplio.
También hemos sentido el deseo de estrechar el contacto entre nosotros lo más posible y de estar cada vez más atentos a la vida de todo el movimiento. Así, se propuso utilizar al máximo nuestra revista mensual: cada uno después comunicará a los otros las propias impresiones a la luz de las experiencias maduradas de mes en mes. Estas serán, a su vez, las "cartas de comunión” (Litterae communionis) entre nosotros».
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