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Huellas N.04, Junio 1991

IGLESIA

Centesimus annus

Luigi Negri

La Encíclica social de Juan Pablo II repropone la prioridad de la misión en una sociedad que cambia con rapidez. La misión nace, como recuerda el Papa, de la conversión al Evangelio de Jesucristo.
Aquí y solamente aquí se puede situar el punto de partida de la Doctrina social. El análisis de los acontecimientos y la tarea de construir la justicia son expresión de esta caridad suprema que es la nueva evangelización.


Introducción (n.1-3)
El Papa relee la Encíclica de León XIII Renán novarum dentro de la tradición del compromiso del pueblo cristiano, que ha determinado en la historia «un gran movimiento en defensa de la persona humana». Es preciso retomar la actualidad de esa tradición para estar preparados ante la responsabilidad del momento presente.
Por tanto, toda la encíclica está dentro de la perspectiva de la gran misión de la Iglesia. Una forma de «aplicación» del principio misionero recordada con autoridad en la Redemptoris missio. Sin esta referencia, la Doctrina social no se puede comprender en todo su valor.
Por lo demás, el análisis de los acontecimientos en el que se adentra la Encíclica obedece -como se indica explícitamente- a una «dedicación pastoral». En efecto: «es superfluo subrayar que la consideración atenta del curso de los acontecimientos, para discernir las nuevas exigencias de la evangelización, forma parte del deba de los pastores. Tal examen, sin embargo, no pretende dar juicios definitivos, ya que de por sí no atañe al ámbito específico del magisterio» (n.3).

Capítulo I
Rasgos característicos de la Rerum novarum (n.4-11)

En el momento en el que estallaban dramáticamente las contradicciones y las injusticias del proceso de descristianización de la sociedad y de su industrialización forzada, la Rerum novarum proclamaba las condiciones fundamentales de la justicia en la coyuntura económica y social de aquella época. Ahora, como entonces, la cuestión social no puede encontrar soluciones fuera del Evangelio.
Así pues, la dignidad del trabajador y la dignidad del trabajo, el derecho a la propiedad privada y el destino universal de los bienes, el derecho a la creación de asociaciones profesionales, el derecho a un salario justo, en sentido personal y social, el derecho a cumplir libremente con las obligaciones religiosas, la crítica al socialismo y al liberalismo, son los puntos esenciales de la relectura que Juan Pablo II ha hecho de la Rerum novarum.
Pero la referencia fundamental, que es el hilo conductor de la Encíclica y de toda la Doctrina social de la Iglesia, es la concepción correcta de la persona humana y de su valor único, ya que «el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma» (Gaudium et spes, 24).

Capítulo II
Hacia las «cosas nuevas» de hoy (n. 12-21)

El error fundamental del socialismo es su carácter antropológico: en efecto, considera al hombre como una simple molécula del organismo social. Esta concepción antropológica nace del ateísmo. La negación de Dios priva a la persona de su fundamento y, por tanto, induce a reorganizar el orden social prescindiendo de la dignidad y de la responsabilidad de la persona.
Del ateísmo nace la lucha de clases. Hay una identidad sustancial entre la lucha de clases marxista y el militarismo. Contra la estatalización de los instrumentos de producción que reduce al ciudadano a una «pieza» del engranaje de la maquinaria del estado, la Iglesia ha pedido y pide la actuación del principio de subsidiariedad y de solidaridad. También bajo esta perspectiva adquiere valor la historia del movimiento obrero.
El Papa relee la tragedia de las dos guerras mundiales, la posguerra, sus sombras y los equívocos permanentes de formalismo y de totalitarismo.
El consumismo materialista no es para la dignidad del hombre menos grave que el marxismo.

Capítulo DI El año 1989 (n.22-29)
La violación de los derechos de los trabajadores provoca la crisis de los sistemas y de los estados socialistas y marxistas. «No se puede olvidar que la crisis fundamental de los sistemas que pretenden ser expresión del gobierno y, lo que es más, de la dictadura del proletariado, da comienzo con las grandes revueltas habidas en Polonia en nombre de la solidaridad» (n.23).
«La verdadera causa de las "novedades", sin embargo, es el vacío espiritual provocado por el ateísmo, el cual ha dejado sin orientación a las jóvenes generaciones y en no pocos casos las ha inducido, en la insoslayable búsqueda de la propia identidad y del sentido de la vida, a descubrir las raíces religiosas de la cultura de sus naciones y la persona misma de Cristo, como respuesta existencialmente adecuada al deseo de bien, de verdad y de vida que hay en el corazón de todo hombre» (n.24). Por lo tanto, el hombre en la irreductible profundidad de su «sentido religioso», es el gran protagonista de la novedad de 1989.
Este hombre encuentra su auténtica revelación y «fundamento» solamente en el acontecimiento de Cristo y de la fe en Él y sólo encuentra en la pertenencia al misterio de la Iglesia el lugar de una verdadera y efectiva educación.

Capítulo IV
La propiedad privada y el destino universal de los bienes (n.30-43)

El capítulo IV plantea con claridad las enseñanzas de la Doctrina social de la Iglesia respecto a un problema que continúa hoy siendo de dramática actualidad.
El derecho a la propiedad, que pertenece al contexto de los derechos fundamentales de la persona humana, está llamado a conjugarse con el destino universal de los bienes para la creación de comunidades en las que la persona pueda experimentar y comunicar la riqueza de la propia identidad.
En el ámbito de este proceso de humanización de la vida y de la sociedad se encuentra el problema de la economía de la empresa.
Para la eficacia de la empresa es importante el beneficio, porque indica que «...los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente. Sin embargo, los beneficios no son el único índice de las condiciones de la empresa (...) En efecto, finalidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera.» (n. 35).

Capítulo V
Estado y cultura (n.44-52)

La creación de una sociedad en la que la persona humana pueda expresarse con libertad exige que el estado ejerza una función efectiva de promoción del bien común.
Juan Pablo II rechaza definitivamente el estado como sujeto de una cultura totalitaria, lo cual ha sido una triste y dramática connotación de la sociedad moderno-contemporánea.
La democracia es un sistema que la Iglesia aprecia «en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica» (n.46).
La democracia «requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad» (n.46). Para que d estado esté al servicio efectivo de la libertad de la sociedad es necesario el testimonio de las diferentes culturas presentes en la propia sociedad y es determinante la responsabilidad de la presencia de los cristianos como testigos de la verdad (cfr. 46).
También es determinante el testimonio de las obras (cfr. 49).

Capítulo VI
El hombre es el camino de la Iglesia (n.53-62)

El capítulo retorna de manera pertinente y consecuente las grandes indicaciones misioneras de la Redemptoris missio.
La Doctrina social de la Iglesia es expresión de la presencia misionera de la Iglesia, de su preocupación cotidiana para que el hombre de hoy, como el hombre de todos los tiempos, pueda encontrar a Cristo y en este encuentro pueda actuar plena y libremente la propia identidad de hombre.
«La doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo» (n.54).

La buena simiente y la cizaña
Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla. La política se convierte entonces en una «religión secular», que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo. De ahí que cualquier sociedad política, que tiene su propia autonomía y sus propias leyes, nunca podrá confundirse con el reino de Dios. La parábola evangélica de la buena semilla y la cizaña (cfr. Mt 13,24-30.36- 43) nos enseña que corresponde solamente a Dios separar a los seguidores del reino y a los seguidores del maligno, y que este juicio tendrá lugar al final de los tiempos. Pretendiendo anticipar el juicio ya desde ahora, el hombre trata de suplantar a Dios y se opone a su paciencia.
Gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, la victoria del reino de Dios ha sido conquistada de una vez para siempre; sin embargo, la condición cristiana exige la lucha contra las tentaciones y las fuerzas del mal. Solamente al final de los tiempos volverá el Señor en su gloria para el juicio final (cfr. Mt 25,31), instaurando los cielos nuevos y la tierra nueva (cfr. 2Pe 3,13;Ap 21,1); pero, mientras tanto, la lucha entre el bien y el mal continúa incluso en el corazón del hombre (n.25).

El don de sí mismo
Es necesario iluminar, desde la concepción cristiana, el concepto de alienación, descubriendo en él la inversión entre los medios y los fines: el hombre, cuando no reconoce el valor y la grandeza de la persona en sí mismo y en el otro, se priva de hecho de la posibilidad de gozar de la propia humanidad y de establecer una relación de solidaridad y comunión con los demás hombres, para lo cual fue creado por Dios. En efecto, es mediante la propia donación libre como el hombre se realiza auténticamente a sí mismo, y esta donación es posible gracias a la esencial «capacidad de transcendencia» de la persona humana. El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras persona y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación. Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que en sus formas de organización social, de producción y consumo hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana (n.41).

Instrumento de anuncio
La Encíclica Rerum novarum puede ser leída como una importante aportación al análisis socioeconómico de finales del siglo XIX, pero su valor particular le viene de ser un documento del magisterio, que se inserta en la misión evangelizadora de la Iglesia, junto con otros muchos documentos de la misma índole. De esto se deduce que la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás: de los derechos humanos de cada uno y, en particular, del «proletariado», la familia y la educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de la sociedad nacional e internacional, la vida económica, la cultura, la guerra y la paz, así como del respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte (n.54).

Las obras
Para la Iglesia el mensaje social del evangelio no debe considerarse como una teoría, sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción. Impulsados por este mensaje, algunos de los primeros cristianos distribuyan sus bienes a los pobres, dando testimonio de que, no obstante las diversas proveniencias sociales, era posible una convivencia pacífica y solidaria. Con la fuerza del evangelio, en el curso de los siglos, los monjes cultivaron las tierras, los religiosos y las religiosas fundaron hospitales y asilos para los pobres, las cofradías, así como hombres y mujeres de todas las clases sociales, se comprometieron en favor de los necesitados y marginados, convencidos de que las palabras de Cristo: «Cuantas veces hagáis estas cosas a uno de mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho a mí» (Mt 25,40), no deben quedarse en un piadoso deseo, sino convertirse en compromiso concreto de vida. Hoy más que nunca la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna (n.57).

Las citas están sacadas de Centesimus annus. La problemática social de hoy. Novena carta encíclica de S.S. Juan Pablo II. Ediciones Paulinas. Madrid 1991.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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