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Huellas N.04, Junio 1991

EDITORIAL

El realismo de la Doctrina social

«La doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y a su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a a miaño» (C.A. n. 54)

Hay quien ha tachado a la Centesimus annus de falta de espíritu «profètico».
Las expectativas que alimentaban algunos periódicos en vísperas de la publicación del documento han mostrado estar equivocadas. No se ha producido ese juicio condenatorio de la economía de mercado y de Occidente que algunos comentaristas habían previsto. En lugar de ello la Centesimus annus reconoce -sin por ello legitimar ni bautizar nada- el status quo actual del poder. Es decir, acepta la realidad de un capitalismo que introduzca correctivos ético-jurídicos para que funcione mejor desde el punto de vista de los hombres concretos. Paradójicamente la primera encíclica del postcomunismo es también la más cauta al juzgar el liberalismo económico. El Papa da con ello prueba de gran realismo.
¿Hay que escandalizarse por ello? En absoluto. La minoría cristiana bajo el imperio romano no soñó jamás en condenar sin más el sistema político vigente, incluida la legislación sobre la esclavitud y la que confería a los padres un poder de vida y muerte sobre sus hijos. Y esto por dos válidos motivos. Primero: porque se daban cuenta de que no estaba a su alcance -siendo tan pocos y tan pobres- cambiar el establishment imperial. Segundo, y más importante: porque experimentaban que se podía vivir la novedad cristiana, y comenzar por consiguiente a ser verdaderamente libres y felices, aún dentro de las inhumanas contradicciones de la sociedad. Todo lo contrario a una resignación ante el presente; más bien la única «estrategia» válida de cambio de la sociedad. Tal como les había escrito, y no retóricamente, el apóstol Juan: «Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe».
Esta es la razón por la que también hoy se puede aceptar el status quo. Como ha dicho Juan Pablo II en una reciente entrevista de televisión, no hay situación en la que resulte imposible el milagro de la conversión. Por eso no es casual que el párrafo 54 de la Centesimus annus subraye que la doctrina social tiene valor en cuanto instrumento de evangelización y que «solamente en esta perspectiva se ocupa de lo demás».
La encíclica afirma en su número 57: «Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica internas».
Juan Pablo II, citando la Rerum Novarum de León XII, añade: «Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la "cuestión social" fuera del evangelio». Para nosotros es la afirmación que confiere su valor a toda la encíclica. Porque, como dice Charles Péguy: «También eran malos los tiempos bajo los romanos. Pero vino Jesús. Y no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época. Él zanjó la cuestión. De manera muy sencilla. Haciendo el cristianismo. No se puso a recriminar ni a acusar a nadie. El salvó. No incriminó al mundo. Lo salvó.»

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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