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Huellas N.09, Octubre 1998

COLABORACIONES

Música e iconografía española. Manuel de Falla

Estoy absolutamente entregado a la música y la mú­sica es necesario vivirla, llevarla en sí, porque la formación de la obra musical es un poco como la creación del ser. Pero es necesario tiempo. ¡Es algo tan misterioso, la música!

Por vocación, Falla (1876-1946) persigue hermanar la tradición folklórica española con la tradición de la música culta europea en una fusión creativa y bella que proponer al público de toda Europa. Por eso mismo, siempre huirá del «nacionalismo estrecho» que reconoce como uno de sus «polos de repulsión». El suyo es un nacionalismo abierto al mundo.
Para llevar a cabo esta misión, Falla parte de los pos­tulados de su gran maestro - tal vez el único - Felipe Pe­drell. Teórico, compositor, folklorista, Pedrell supo atraer a la generación más interesante de compositores jóvenes de la España de comienzos de siglo, y su influencia en el estilo de Falla es decisiva. En su magisterio se inspira Falla cuando escribe sus obras en clave de un nacionalismo digno, alejado de toda sonori­dad populachera y facilona.

Un nacionalismo digno
Animado por Pedrell, el compositor bucea en las melodías y los ritmos de toda España como base de su idioma musical. Siguiendo a su maestro, compone con una economía de medios, y con una austeridad expresiva sin concesiones que, a veces, se hace dolorosa, ya que quien escucha querría oír más arabescos simplemente bonitos.
Falla se agarra a la belleza de la forma clásica, recha­zando de plano las tendencias experimentales de la van­guardia europea que veían en la abstracción musical la única vía de originalidad. Su estilo tiene como horizonte, sencillamente, la expresión de la verdad a través de la be­lleza.
Estas características se plasman en tres obras de Falla que proponemos para acercarse al autor: las Noches en los jardines de España, para piano y orquesta; El amor brujo; y las dos suites de El sombrero de tres picos.

Lucidez genial
La obra de Falla está llena de una tensión fascinante por llegar a todo aquel que escuche su música. Siente la necesidad de encontrar a alguien al otro lado, a un tú, para que su trabajo dé fruto. En un artículo de 1925 escribe: «Yo creo en una bella utilidad de la música desde un punto de vista social. Es necesario no hacerla de manera egoísta, para sí, sino para los demás... Esto es para mí una preocupación constante. Es necesario ser digno del ideal que se lleva dentro y expresarlo, estrujándose: es una sustancia a extraer y algunas veces con un trabajo enorme, con sufrimiento».
Esta apertura, de una lucidez genial, extraordinaria procede de su fe. Esto le permite ir mucho más allá de la típica declaración de intenciones característica de tantos artistas de nuestro siglo.

Ante el mundo
En mayo de 1931, cuando la llegada de la República es "celebrada" en Granada con los incendios de las igle­sias del Albaicín a las que Falla suele acudir a Misa, es­cribe en una carta a un amigo: «Estos días, desde los re­cientes sucesos que conocerá por la prensa, cuentan entre los más amargos de mi vida». Falla toma partido y posi­ción públicamente ante la situación política del país, en un momento en que tal compromiso implica un riesgo real para su carrera y aun para su vida. En febrero de 1932, cuando el Ministerio de Instrucción Pública decreta la retirada del crucifijo de las es­cuelas y la secularización de los cementerios, deja escrita su primera anotación testamentaria en una humilde cuartilla: «Declaro mi vo­luntad que sea mi cadáver conducido a lu­gar sagrado y en él sea sepultado, todo ello según el rito Católico Romano, a cuya Iglesia tengo la gloria de pertenecer. Es también mi voluntad que la Cruz redentora presida mi sepultura».
Al romper la guerra, que pasa en Granada, declara que su enemigo "no es partido alguno, sino la guerra misma". Y antes de que termine, Falla parte para el exilio voluntario en Argentina.

Lo que alegan los hechos
Al componer, Falla desea «que todos puedan participar en los beneficios (¡inmensos!) que a la religión debo en la vida y en el arte». El autor es explícito: «¿Cómo sin ella podría conservar no sólo el buen ánimo, sino hasta el en­tusiasmo en el trabajo, a pesar de hallarme enfermo desde hace más de dos años? (...) A ella debo, sobre todo, la vi­sión infinita de la vida que en nada humano podemos ha­llar. Pues no basta con sentir, pensar y expresar la belleza en la vida y en la muerte, sino que necesitamos vivir eter­namente en belleza. Sin este ardiente anhelo y sin la cris­tiana esperanza que los sostiene, ¿cómo sobreponernos a tanta fealdad y a tanta miseria con que frecuentemente tropezamos?».
A menudo la intelectualidad moderna ha reducido su personalidad a la de un místico enfermizo. Sin embargo, su obra, testifica en favor de un hombre de un poderoso y sencillo realismo. En sus propias palabras: «hay que de­jarse de fantasías: sólo en Dios podemos vencer el egoísmo, el dolor y la muerte».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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