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Huellas N.09, Octubre 1998

CULTURA

Por la obra de Otro

Rodolfo Balzarotti

En mi nombre y el de mis hermanos monjes de la Cas­cinazza, quiero agradecer a la Providencia de Dios el haber ligado de alguna manera la vida y la historia de Bill a nuestro monasterio, prácticamente desde sus inicios. Na­cido precisamente en Providence, en Rhode Island, esta "providencia" nos ha tocado por el designio de Dios, y nosotros, reconociendo nuestra indignidad, estamos to­davía infinitamente agradecidos por innumerables aspec­tos de la vida de Bill, pero particularmente por el conta­gioso ejemplo y la determinación en el ir hasta el fondo de su vocación y de su misión.
Cada uno de nosotros ha podido averiguarlo al in­tentar arrancarle una mirada, la vista de alguno de sus bocetos, alguna palabra que brotaba como fuego. Yo recuerdo aún la respuesta que me dio hace ya veinte años, cuando un día cándidamente le pregunté: "¿Has hecho nuevos cuadros Bill?". "No, Sergio - me respon­dió con lágrimas en los ojos - soy yo el cuadro nuevo por hacer". Desde entonces comprendí que para él el arte no era un "hacer", sino un "ser", no era un hobby, sino una feroz responsabilidad, era el drama de su vida.
Escribió a propósito de esto: "Creo que el mayor cua­dro de mi vida será aquel que nunca alcanzaré, y esto es lo que me impulsa a pintar". La razón de toda su búsqueda era esta fuerza, y la voluntad de morir a sí mismo, era esta pasión por ir al fondo de sí mismo, para que a través de esta muerte se manifestase, en el cuadro que estaba naciendo, la vida de Otro, y por lo tanto su yo verdadero. Y, al mismo tiempo, de aquí brotaba toda la fascinación y la vitalidad de su persona.
"Pintar es una muerte y una resurrección - decía -, el momento en el que cojo la espátula y los colores, esto se convierte en mí en un juicio. Sólo pintando hago caer sobre mí el juicio, todo se hace evidente, y me descubro a mí mismo".
Este continuo desafío a abrirse a la realidad como un dato positivo, a dejarse conducir por ella, le ha he­cho llegar al encuentro decisivo de su vida: entre los brazos de Cristo en la Iglesia católica. El propio yo re­nace verdaderamente del descubrimiento de ser espe­rado y amado por Cristo, más allá de la imaginación, renace de la belleza de participar de la Resurección de Cristo, reconocido presente en una experiencia viva de la Iglesia, que en su caso ha sido la de los Memores Domini.
"El ser - escibió una vez - no consiste en ser visto la primera vez, o en ser definido conceptualmente, sino que el ser es una compañía que continúa". Sólo te­niendo los pies en este centro, solo una afectividad cen­trada en Cristo y vivida en la Casa, le ha permitido aceptarse a sí mismo y llegar hasta el fondo de su ca­mino. De hecho nunca he visto a Bill tan sereno como en los últimos tiempos de su vida, paradójicamente cuando más se ponía de manifiesto su impotencia. "El cuadro no es nada en sí mismo - decía -, donde el cua­dro es importante es en el dilatarse de la Iglesia en el mundo. Este es el verdadero don que el artista da".
Pintar para Otro, por la obra de Otro, por la Gloria de Cristo, para que todos puedan ver y encontrar la mi­sericordia y el perdón de Dios. Por esto los cuadros de Bill son en sí mismos una gran introducción a la reali­dad, son el fruto de un trabajo que reclama a otro tra­bajo. Y cuantos entre nosotros, por gracia, le han fre­cuentado un poco de cerca, con facilidad pueden reconocer dentro de sus pinturas las huellas de nuestra historia, pueden reconocer su afecto, su humildad, su mendigar un signo de la comunión.
Ahora, querido Bill, sólo tienes que dejarte iluminar por el esplendor de la plenitud del Señor. Ahora puedes conocer finalmente al Autor, a Aquel que ha guiado tu mano y tu vida. ¡Aquel que siempre has buscado ahora está delante de ti y es todo!
Pero para nosotros, Bill, no eres sólo un gran ar­tista, sino también un gran amigo, con una humanidad grandísima. Y si ahora tu alma pertenece a Dios, la luz de tus ojos y de tu sonrisa, sencilla e ingenua como la de un niño, se quedarán siempre con nosotros, estarán siempre vivas en nuestros corazones como compañeros de un viaje que acababa de comenzar. Una vez, antes de irte de viaje me dijiste: "Os llevo siempre conmigo y me confío a vosotros. Vosotros, junto con la Casa, me servís de memoria y de vigilancia, para que Su rostro en mi y nuestra pintura, sea luz para el mundo". Gra­cias, Bill.
Fray Sergio y los monjes del monasterio de la Cascinazza

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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