El último trabajo del pintor, realizado el Viernes Santo, pocos días antes de morir. El mundo mirado en toda su profundidad, creado por el gesto de Dios
Un artista con muchas patrias
William Grosvenor Congdon nace en Providence (Rhode Island, EE.UU.) en 1912. En 1934 obtiene su licenciatura en la universidad de Yale. Entre 1934 y 1939 estudia pintura con Henry Hensche en Provincetown y posteriormente escultura, en Boston, con George Demetrios. Desde 1942 hasta 1945 está alistado como voluntario para conducir ambulancias en el American Field Service y participa en tres campañas militares, en África, Italia y Alemania, país donde participa en las tareas de socorro a los prisioneros del campo de Bergen Belsen. Después de la guerra se emplea en la reconstrucción de los pueblos destruidos de la región de Molise, en Italia. De vuelta a los Estados Unidos, se traslada en 1948 a Nueva York y comienza a exponer su pintura en la Betty Parsons Gallery, junto a los demás artistas del grupo de la naciente Action Painting. A partir de 1950 Venecia se convierte en su residencia habitual y principal fuente de inspiración. Sus obras, entre tanto, despiertan un notable interés de crítica y público. Durante los años cincuenta realiza frecuentes viajes al norte de África, a París, a Grecia, al Cercano Oriente y a América Latina, hasta que en 1959 se convierte, en Asís, al catolicismo. Establecido en esta significativa ciudad de Umbría, se dedica durante cierto tiempo a la pintura de tema religioso, mientras que sus relaciones con el mundo del arte van desapareciendo poco a poco hasta cesar completamente hacia finales de los años sesenta. Durante el decenio siguiente encuentra inspiración en una nueva serie de viajes que le llevan, en particular, a África y a la India. Su conversión culminará más tarde con el ingreso en la Asociación Laical Memores Domini. En 1979 se establece en una alquería de la Bassa milanesa, en las afueras de la capital lombarda, junto a un monasterio benedictino. Aquí residirá establemente, entregado a una nueva fase de pintura inspirada en la tierra y en los campos de los alrededores, hasta su muerte, ocurrida el 15 de abril de 1998, día en que cumplía 86 años de edad.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1979 Congdon viajó con continuidad, por lo tanto, visitando muchos lugares, sobre todo del Mediterráneo, África, América Latina y Oriente.
El pintor ha dejado un testimonio gráfico y literario de cada uno de sus viajes, y por ello su obra se compone en grandísima parte de numerosas "series" de cuadros, cada una de ellas dedicada a un lugar particular. Es el caso de las series dedicadas a Grecia, a la India, a Egipto, al desierto tunecino y argelino, a Nigeria, al Yemen o al Perú. Lugares a los que hay que añadir Nueva York, París, Venecia, Asís, Subiaco y, finalmente, la Bassa del entorno de Milán, todas ellas localidades donde el artista vivió durante períodos más o menos largos.
"Mi espíritu tenía la sensación de que (los tres árboles) ocultaban algo que no podía aprehender; ... ¿En donde los había visto antes? (...) O quizás no los había visto nunca y ocultaban tras de sí, como algunos árboles, tan sólo matojos de hierbas como los que había visto en el camino de Guermantes, una significación oscura y difícil de aferrar como un remoto pasado; y por ello, al verme reclamado por ellos para que profundizara en un pensamiento, se me figuraba que reconocía un recuerdo (...). En sus ademanes sencillos y fogosos percibía yo la impotente pena de un ser amado que perdió el uso de la palabra y se da cuenta de que no podrá decirnos lo que quiere y de que nosotros no sabremos adivinarlo. (...) Vi cómo se alejaban los árboles, agitando desesperadamente sus brazos... Y cuando el coche cambió de dirección ... y dejé de verlos... me sentía tan triste como si hubiera perdido a un amigo, como si hubiera muerto yo mismo, hubiera renegado de un muerto o desconocido a un dios" (Marcel Proust, A la sombra de las muchachas en flor).
Tres árboles
Impresionado por estas palabras, Bill ha pintado su último cuadro, el pasado 10 de abril, Viernes Santo, pocos días antes de morir. Cuando, después de los funerales, uno de sus amigos entró en su estudio de la Cascinazza, ahora tan silencioso, vacío y, a la vez, tan marcado, en cada centímetro cuadrado, por su huella, quedó de repente sobrecogido por esta singular imagen. Imagen que sólo se podía entender como un último adiós, o más aún, como una conmovedora y afectuosa señal de la permanencia de su compañía, también ahora, en medio de la tristeza por su pérdida; como un pequeño anticipo de resurrección que se le concedió al artista para ofrecernos a nosotros, pobres Santo Tomás, necesitados de ver y de tocar.
Tres árboles. Es curioso que la pintura de Bill, en este último período de su enfermedad marcada por impedimentos físicos que hacían su gesto tan precario, se caracterizase por ser figurativa, casi naif. Árboles, casas, campos, flores. Pero sobre todo, árboles. Hace ya un mes, después de leer un ensayo sobre la Trinidad de Rublev, hizo un cuadro con tres árboles, titulado, precisamente, Trinidad.
El árbol en la pintura clásica de Congdon era sobre todo el tronco, un tronco negro y macizo coronado por una cuantas ramas desnudas. Ahora, sin embargo, es un tronco delgado que realmente parece que no se apoya sobre la tierra; sus raíces están escondidas. Más bien da la impresión de que está enraizado en el cielo, gracias a la gloria del follaje que se hincha - verdaderamente "lleno de espíritu" - para formar una especie de balón o globo que la tierra a duras penas consigue retener.
Claridad y ternura
Pero los tres árboles del Viernes Santo parecen decirnos muchas otras cosas con su "proustiano" gesticular.
Ante todo, los tonos de la pintura expresan una claridad y una ternura impresionantes. Su "presente" está, en cierto sentido, fuera del tiempo: el disco del cielo podría ser un sol apagado como la luna de un alba purísima. Día y noche, claridad y silencio se funden. El árbol de la derecha se yergue derecho como rara vez sucede con los árboles de Congdon, que están siempre un poco torcidos. La copa es más redonda y está llena. Por el contrario, el de la izquierda parece que está a punto de caerse, movimiento acentuado por la forma oblonga de la copa. Su movimiento se produce no sólo hacia abajo, sino hacia el lado, como si se fuera a salir del cuadro. El hecho es aún más curioso si tenemos en cuenta que, en los esbozos que dibujó primero, este árbol está inclinado hacia la derecha. Por fin, el tercer árbol, más pequeño, está en el centro, también inclinado pero menos, hacia la izquierda: es el menos "árbol" porque se hunde profundamente en la tierra, no tiene tronco. Y sin embargo, su forma alargada y apuntada representa una especie de índice señalando hacia arriba, es decir hacia el disco blanco que está precisamente sobre la vertical. En esta posición, el disco parece una cabeza separada del cuerpo y suspendida en el cielo. En los pocos centímetros cuadrados del cuadro se desarrolla una especie de representación sagrada, un silencioso drama que pasa de uno a otro, por los tres "personajes" y de ellos a nosotros que lo observamos. Es, como en muchas otras obras de Bill, el drama del cielo y de la tierra que recuerda lo que escribió hace muchos años : "¿No existen tres niveles? El del espacio, el de las cosas que están delante o dentro del espacio y el de las cosas caídas en el suelo, que están en el suelo. Las cosas caídas... que el olvido está a punto de fijar o ha fijado ya, las cosas que la. muerte compone según la descomposición de su ser olvidado ... Las cosas entre ... que esperan caer, volver a la tierra, o que esperan volar... : el árbol, el ave, la luna. La no cosa o espacio que determina todo, fuente de todas las cosas que ... existen o están a punto de volver al suelo. Fuente de espacio nacida en la tierra, es decir, en la transfiguración de la tierra en espacio. ¡Espacio de Perdón!".
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