¿Qué tienen en común un joven, un hombre maduro y una mujer de casi cincuenta años? La belleza. Entendida no como un mero esteticismo, sino como el esplendor palpable de la verdad.
Con esta propuesta se abría en el colegio Cardenal Espínola de Madrid el curso 98-99. Dani, estudiante, Diego y Carmina, empresarios, testimoniaban el recorrido de sus vidas
Comenzó la jornada Dani Gerez, de veintipocos años, con el recuerdo de un noviazgo de seis años interrumpido súbitamente por la chica. Una experiencia relativamente frecuente, que podría parecer trivial fuera de esta historia que busca atentamente el significado de lo que es la experiencia humana. Más de uno ha saldado el plantón de una novia con un paso adelante en el cinismo o en la resignación. Para Dani, sin embargo, fue el comienzo del descubrimiento de sí mismo y de lo que es querer: «Me aferré a unos amigos. A un par de personas en las que reconocía una humanidad mayor que la mía y, a través de una relación, aprendí que mi corazón estaba hecho para algo más grande. Para algo tan real como el deseo de infinito que nos constituye».
Una apertura a la vida
«Hasta entonces - seguía Dani - había vivido mis estudios o la relación con los otros con cierta indiferencia, y de repente me descubrí entusiasmado con la Universidad, con la oportunidad que me ofrecía de asomarme al mundo, a las cosas. Empecé a interesarme por los ancianos con los que hacíamos caritativa y que, a veces, apenas podían hablar ni moverse. Me fascinó mi nueva sobrina, la hija de Isa y Gabriel. La primera vez que la tomé en brazos, caí en la cuenta de lo que es mi vida, y me conmoví pensando en qué belleza la esperaba».
El de Dani es el recorrido del sufrimiento al asombro. Lo que pudo convertirlo en un ser escéptico y deprimido fue el punto de arranque de una fidelidad que le ha cambiado. El joven indiferente se convierte en un hombre capaz de conmoverse ante un anciano o un niño, que testimonian el misterio de la existencia. Capaz de estudiar y trabajar en profundidad. Capaz, en definitiva, de construir.
Una fraternidad que genera
Y construir es lo que han hecho, en los últimos veinte, treinta años de fidelidad a una historia, Diego y Carmina. Diego Giordani, italiano, llevó la fidelidad a sus amigos hasta el extremo de responder con sencillez a la petición de viajar a España para acompañar allí la naciente experiencia de CL. Una oferta de trabajo lo desplazó después a Barcelona. «Mi mujer y yo supimos desde entonces que la fidelidad entre nosotros dependería exclusivamente de la fidelidad de cada uno de nosotros a Cristo y a la compañía que nos lo había hecho presente». Se separaron a menudo, debido a los viajes de Diego. Vivieron, uno tras otro, el nacimiento de sus cuatro hijos. Y de la fuerza de su compromiso nació un grupo en Barcelona. Diego lo expresó de otra forma, más sencilla y más verdadera: «Y Dios nos dio a los amigos de Cataluña».
El cada vez mayor grupo de Barcelona no está solo en el día a día. «El Señor - explica Diego - me ha dado la gracia de vivir en primera persona el camino de amigos concretos en todo el mundo. De saber que, lo que experimentan en Italia o en Madrid, es nuestro. Que el nacimiento de la hija de Techus y Javier - afectada por el síndrome de Down -es, también para mí, una gracia».
La obra de la vida
Carmina Salgado fue, según ella, «una niña feíta, pero siempre inquieta, siempre apasionadamente asomada a la realidad». Creció en el seno de de la Juventud Católica Estudiantil y, después, de la HOAC, el movimiento católico obrero que tanto la entusiasmó y que, después, tanto la defraudaría «porque, en el ritmo de las propuestas y los acontecimientos, Cristo desempeñaba, cada vez más, un papel marginal y, a la postre, prescindible».
En la HOAC conocería a José Miguel Oriol, el chico guapo e inteligente «al que todas perseguían» pero que la eligió a ella: «Entonces aprendí para siempre que la vida, la vida entera, depende de la elección de Otro, no de los propios méritos». Con él, andando el tiempo, se casaría y tendría a Manu y Pablo, dos hijos integrados hoy en la experiencia de CL. «¿Cómo puede una madre - se preguntaba Carmina delante de todos - imaginar siquiera que puede colmar el deseo de felicidad de sus hijos?». Para ella, Manuel y Pablo fueron la oportunidad de acompañar una libertad en marcha, de testimoniar el camino encontrado con José Miguel en la Iglesia, dando cumplimiento a su propio destino, a la vez que esperaba en silencio el paso de sus hijos.
...y las obras
Carmina nunca dejó de trabajar. Maestra de profesión, cambió la escuela por la editorial Encuentro cuando las circunstancias se lo exigieron. «Nunca he perdido de vista que el trabajo de Encuentro está al servicio de la difusión en el mundo hispano de los textos de don Giussani». La unidad, la profunda unidad que advertimos entre el amor a su marido, a sus hijos y a sus amigos y el resto de las actividades de su vida es el fruto maduro de una intuición juvenil nunca defraudada. La verdad rotunda de una existencia fecunda en el amor a Cristo y a su Iglesia.
Dani, Diego y Carmina nos abrieron de nuevo al amplio horizonte de la fe. Nos consolaron con la memoria de una amistad que provoca un cambio en la mirada sobre uno mismo y sobre lo que le rodea. Con la certeza de que la Fraternidad sostiene este cambio en el tiempo y en la distancia. Y que genera, en fin, una obra humanísima, huella de esa Humanidad divina que acompaña la historia de los hombres.
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