Veinte años de pontificado.
Las razones de un protagonismo nuevo en el mundo. La experiencia humana, el anuncio de la Encarnación, el ministerio de Pedro, para que Cristo sea conocido y el mundo se haga más humano
"Ejercicios “papales”
Naturalmente, la mayoría de las veces el tema de las conversaciones era la situación y la tarea de la Iglesia en Polonia, en Cracovia, en la Archidiócesis; el Santo Padre hablaba con gusto de sus propios recuerdos: recordaba personalmente al cardenal Sapieha, el encuentro con él en Polonia y en Roma. Sin embargo, lo primero de todo era afrontar los problemas. Era cordial; a menudo repartía gustosamente regalos: rosarios, imágenes. «Esto siempre puede alegrar a alguien», decía. Nunca se negaba a recibir a los sacerdotes que me acompañaban, aunque yo trataba de no abusar de su disponibilidad.
Naturalmente, el recuerdo más fuerte está ligado a aquel encuentro excepcional con Pablo VI al que me invitó él mismo en la Cuaresma de 1976. Se trataba de predicar los ejercicios espirituales de ese año para el Santo Padre, los Cardenales y otros colaboradores suyos en la capilla de Santa Matilde, en el Palacio Apostólico. Durante las charlas, el Papa, con su secretario, estaba siempre en una pequeña capilla lateral, visible para el que predicaba, pero no para los participantes en el retiro. Estaba con una actitud de gran recogimiento, bajo las reliquias de san Sebastián. El último día me dio las gracias, recibiéndome en audiencia privada apenas terminados los ejercicios. Recordé más tarde que había tomado apuntes de las charlas.
El hielo de Nowa Huta
Mucho se podría decir de los regalos que he recibido de él con ocasión de los distintos encuentros. Pero, de todos ellos, recordaré sólo uno, especialmente significativo: fue también durante el Concilio. El Santo Padre se interesó mucho por el problema de la iglesia de Nowa Huta. Recuerdo que, cuando le conté cómo participaban los parroquianos en la Santa Misa, a cielo abierto, a menudo bajo la lluvia o el hielo, mi interlocutor, escuchando lo que le estaba contando en italiano, me interrumpió hablando en polaco: «El hielo, sí, es una palabra que recuerdo de los tiempos en que conocía mejor vuestra lengua». La conclusión de estas conversaciones fue que el mismo Pablo VI bendijo la primera piedra de la iglesia de Nowa Huta -la piedra provenía de la antigua basílica constantiniana de San Pedro- e hizo llegar un generoso donativo para la construcción de aquella iglesia.
El último encuentro
La última vez que vi a Pablo VI fue el 19 de mayo de este año, en la audiencia del Consejo del secretariado general del Sínodo de los Obispos. Como es sabido, el secretario general era el obispo Rubin. Como yo ostentaba la presidencia de aquella sesión, tuve también el honor de pronunciar ante el Papa el discurso informativo sobre la problemática de nuestra reunión. No imaginaba que aquella sería la última vez que me encontrara con el Papa y le hablara. Sabía que estaba débil de salud, que las piernas no le sostenían y caminaba con mucha dificultad. Pero al mismo tiempo me asombraba siempre su lucidez y agilidad mentales, la precisión, la concisión de sus discursos y su inagotable fuerza de voluntad. Aquella vez tuve la impresión de que Pablo VI, a pesar de todas sus enfermedades, viviría todavía bastante y continuaría ejerciendo su misión pastoral. Aunque por todas partes se escuchaban rumores sobre su muerte, y él mismo hablaba de ello - tenía ochenta años la noticia, que me dieron la tarde del 7 de agosto, me llegó por sorpresa y fue un duro golpe.
Y este fue el último encuentro. Directamente desde el aeropuerto, el 11 de agosto, el obispo Andrzej Deskur me condujo a la Basílica. Arrodillado, recé y contemplé aquel rostro con el que tantas veces había dialogado. Los ojos, siempre tan vivos, estaban cerrados. Reposaba en medio de la Basílica, frente a la Confessio de San Pedro, sponsus in sponsae gremio. Ahora ya no conversaré más con él, no comentaré más con él ninguno de los problemas de los que a menudo habíamos hablado. Él contempla ahora otro Rostro. La muerte fue el lugar del último recogimiento en el cual le he visto sobre esta tierra.
(Conferencia pronunciada en la Radio Vaticana el 21 de agosto de 1978, publicada en: Karol Wojtyla, Przemówienia i wywlady w Radio Watykanskim, Roma 1987).
Traducción del polaco de Daría Rescaldani
Juan Pablo II: desde hace veinte años su patria es el corazón de millones de hombres que se han encontrado con él o, por lo menos, le han visto en persona. ¿Podemos intentar entender las razones de por qué pasará a la historia? Después del tiempo transcurrido desde su elección, se pueden recoger muchos motivos que, poco a poco, han ido madurando.
Un hombre verdadero
Al principio lo que sorprendió fue que viniera de lejos: hacía siglos que
no se elegía un Papa extranjero y era la primera vez que se elegía uno eslavo. Enseguida se vio que este origen supondría una misión especial; una misión entre Oriente y Occidente, tarea que Polonia realiza desde siempre, al elegir ser una nación eslava ligada a Occidente. Cuando, tras sus primeros días de pontificado, se conoció la historia de este hombre, su pasado como deportista, actor y filósofo, se comprendió también otro aspecto por el que Juan Pablo II tendría un lugar especial en la historia. En él, el dato biográfico determinaba de una manera especial la tarea que se le había confiado. Se había elegido como Papa “un hombre”, un hombre verdadero, un hombre con una gran capacidad de escuchar y hablar, de reflexionar y conmover, con una gran capacidad comunicativa, como demostró después. Un hombre que se iba a convertir en el centro de atención mundial, en una época en la cual la televisión ofrece todo y, a la vez, devasta todo desde el primer instante. Un hombre verdadero, incluso en las ceremonias más fastuosas. En la basílica de San Pedro, cuando todo está calculado por el maestro de ceremonias, Juan Pablo II no interpreta un papel, como podría tener la tentación de hacer por el cansancio o la rutina. Revive. Sus labios rezan, como a escondidas, una oración.
Trajo al catolicismo de Occidente algo absolutamente nuevo e imprevisto. Un cantante romano comparó un día, en una conversación conmigo, a este Papá con un extraterrestre que aterriza en la plaza de San Pedro con su nave espacial desde un planeta lejano. En un principio el ejemplo, aplicado inmediatamente después de la Navidad, me pareció, además de irrespetuoso, un poco superficial. Pensándolo bien, esto no es del todo verdad.
Juan Pablo II representa verdaderamente en nuestro catolicismo un hecho nuevo e inimaginable. Para él la fe es, ante todo, una experiencia positiva. «Cristo es el hombre más realista» gritó en una homilía durante una de las primeras celebraciones con universitarios en la basílica de San Pedro. Para Pío XII, la fe era un baluarte contra quien quería destruir al hombre y al mundo, para Juan XXIII, la sapientia coráis con la que mirar al hombre, para Pablo VI, la fe era el conocimiento del hombre y del cosmos y para Juan Pablo II, la fe es la experiencia de la realización de sí.
Antes de Karol Wojtyla era difícil imaginar al Papa sin la túnica blanca, aunque sabemos que Pío XII vestía a veces en casa un guardapolvo gris y hemos visto la foto de monseñor Roncalli con una elegante chaqueta en la laica Turquía, donde era delegado apostólico. Pero Montini llevaba siempre la sotana, incluso cuando brome-aba con los de la FUCI. De Karol Wojtyla hemos visto fotos en canoa, de excursión, entre mujeres y niños, incluso disfrazado. Las fotos de obrero y de militar. Pero ya entonces, incluso vestido con trajes viejos, aparece con una dignidad que lo diferencia de los demás. Aun cuando lleva el alzacuellos, se pone un “borsalino” (sombrero de marca ndt) inusual. Y, cuando viste la sotana, el hábito no “se impone” a su impresionante figura.
Un gran comunicador
La otra razón por la que este hombre iba entrar en la historia -se entendió poco a poco- fue la cantidad de audiencias realizadas, de encuentros con personas y de textos pronunciados y publicados. Todo esto sitúa a Juan Pablo II en un lugar seguramente especial en la historia de la Iglesia tanto por su modo de su escribir, como por la cantidad de los temas afrontados y el estilo absolutamente original de algunos de sus textos que vinculan su magisterio a los escritos de su juventud y madurez, incluidos los poéticos y literarios. No olvidemos que Juan Pablo II es el único Papa de los tiempos modernos que durante su pontificado ha escrito textos autobiográficos y ha autorizado la publicación de sus entrevistas.
Entre los miles de páginas escritas por él o por iniciativa suya, me quedaría con las tres encíclicas trinitarias (en particular, la Redemptor Hominis), la encíclica sobre la misión, el documento surgido del sínodo sobre la formación sacerdotal y sobre los laicos (Pastores Dabo Vobis y Christifideles Laici) y el Catecismo de la Iglesia Católica.
También es especialísima su forma de relacionarse con sus interlocutores, ya sean las multitudes o un periodista, o una persona que tiene al lado en la mesa. Un sentido muy agudo de las multitudes le hace capaz de ser el centro de atención de cada una de las personas, de responder a frases lanzadas al aire y de impresionar con sus bromas, su jovialidad y su sentido del humor. Verdaderamente Juan Pablo II es un caso excepcional en la historia de la comunicación, sorprendentemente hábil para hacerse eco de lo que el otro quiere saber y para responderle manteniéndose siempre en los límites de la prudencia y de la verdad a la vez.
La palabra tiene para él un significado muy diferente según los casos. En la liturgia está en primer plano. Casi siempre sus homilías reflejan su pluma y, más aún, su inconfundible estilo fenomenológico. Una frase central de la lectura vuelve una y otra vez como en una espiral que se acerca poco a poco a la realidad. Parece estar leyendo a san Agustín. También en los Ángelus, sobre todo durante sus viajes y en los santuarios, se entrevé, es más, se siente su presencia.
Otras veces, sin embargo, por ejemplo en muchas audiencias, la palabra es sobre todo una ocasión, la ocasión para un encuentro, mientras que en el primer plano se sitúan nuestro estar junto a él y él junto a nosotros, el canto, la multitud y el aplauso.
También está la palabra improvisada, cuando acaba de leer el texto preparado o lo deja de lado o improvisa una respuesta, siempre en la lengua del interlocutor, por ejemplo, un periodista. Entonces se ve la gran autoridad de Karol Wojtyla, el juego de palabras, hablar sin decir todo, para que el otro piense, para que el otro no se ofenda, para que la palabra no deje de ser una permanente referencia a otro, al Otro.
El misionero
Ciertamente este Papa pasará a la historia por el proyecto mundial de evangelización que ha realizado a través de una gran cantidad de viajes que hacen de él, indudablemente, el hombre que más ha viajado en toda la historia de la humanidad y a quien han seguido en sus viajes de forma directa o indirecta, a través de la televisión y los periódicos, millones de personas. Nadie ha congregado a su alrededor a tanta gente como Juan Pablo II. El proyecto de evangelización, además de por esta comunicación directa, ha estado atravesado por un proyecto “político” de encuentro entre el este y el oeste de Europa, con el mundo de la ortodoxia, con el Extremo Oriente, pasando por Jerusalén y por la tierra de Abraham. Después de estos veinte años, el rostro de Europa, una vez caído el imperio soviético, se ha dibujado de nuevo completamente.
La grandeza del programa y de los sacrificios requeridos por sus viajes hacen de Juan Pablo II uno de los papas misioneros más grandes de la historia.
En perfecta conexión con este anhelo. durante estos años se ha insistido en el valor de los movimientos y las nuevas comunidades, en la importancia esencial del elemento carismático en la Iglesia, en la situación dentro del derecho canónico de estas comunidades para favorecer su desarrollo misionero. En Wojtyla, la valiente defensa de los derechos del hombre y de la mujer (derecho al trabajo, derecho a la vida, derecho a la familia y derecho a la educación) se ha conjugado con la denuncia de los mitos del capitalismo salvaje. Ha sido y es un defensor de los pobres y los desheredados y, a la vez, un valeroso combatiente contra el aborto y las otras plagas de nuestra época, como la eutanasia y la manipulación genética. Ha gritado fuerte, sobre todo, para defender los “derechos de la verdad”, de la verdad que ha aparecido definitivamente en el mundo con la Encarnación.
Cristo y Pedro
Juan Pablo II ciertamente pasará a la historia por su original interpretación del ministerio petrino que, ejercido mediante el traslado del centro a la periferia, ha planteado la urgencia de una reflexión profunda sobre su ejercicio en los siglos venideros.
Pero no se puede responder a la pregunta planteada al principio -«¿Por qué pasará a la historia?»-, si no se llega al corazón de su personalidad, que está encerrada en su mística, en su relación con Cristo, forjada durante las dramáticas vicisitudes de su infancia y su juventud, sobre todo durante la guerra. Pensemos en su progresiva experiencia de María como su propia madre, vinculada con la figura materna que le faltó muy pronto. Y después, el encuentro con la espiritualidad de Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Grignon de Monfort quienes llevaron a Karol Wojtyla y a Juan Pablo II a madurar la concepción de su propia existencia como una vida que se entrega, hasta el sacrificio extremo de las propias energías y posibilidades.
Sólo la oración puede permitir a un hombre ser Papa y serlo con valentía, pasión y alegría, porque la oración del cristiano es, sobre todo, memoria de Aquel al que pertenecemos. «Pedro, ¿me amas más que estos?», «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo».
En esta confidencia de hijo y de amante, Juan Pablo II ha conocido el designio secreto que le ha llevado a él, un hombre entre los hombres, a ser pastor universal de la Iglesia y del mundo. Su oración entonces se ha convertido en ofrecimiento: el Papa sabe que entrega su vida hasta el final por el hombre que le eligió en el mar de Galilea, para que Cristo sea conocido y amado, y el mundo de los hombres sea más humano. Aunque esto suponga llegar a los lugares más recónditos de la tierra.
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