Cincuenta años desde la muerte de Alexis Carrel, premio Nobel de medicina. La observación y el razonamiento. Para una indagación seria sobre cualquier acontecimiento o cosa, se necesita realismo. Aprender de la realidad es una simpatía última los hechos y del suceder de la realidad.
Alexis Carrel ha escrito: «Ningún argumento resiste la realidad de un hecho». Y toda la vida de este insigne buscador, cirujano y fisiólogo, premio Nobel de medicina en 1912, proclama el estupor ante este imprevisto descubrimiento: la irrupción de un Acontecimiento en la previsibilidad de lo cotidiano. Cuando nace Alexis Carrel, cerca de Lyon, en 1873, el clima cultural todavía está a merced de la hegemonía positivista, sin embargo, son ya visibles las primeras grietas en aquella densidad optimista. La serena confianza comtiana en la responsabilidad de esclarecer las "leyes" de los hechos particulares ha estimulado el avance de un paradójico dogmatismo que retorna. Parece ser que la ciencia, extraña al "porqué", sólo puede dedicar su atención al "cómo" de los hechos y del suceder de la realidad.
Después de la licenciatura en medicina, Alexis Carrel se especializa en cirujía y fisiología, unificando gran parte de sus experimentos mediante un método descubierto por él mismo: el cultivo de tejidos, basado en la autonomía de las células, capaces de vivir y reproducirse en ambientes adecuados. Este será el camino que lo llevará a la invención, junto a Lindbergh, de un corazón y de un sistema sanguíneo artificial que permiten mantener con vida, fuera del cuerpo, órganos vitales del hombre y de los animales. Obtiene el premio Nobel, pero su voz no se une al coro de los empiristas dogmáticos. «Quiero creer -escribe- porque si no creyese, no sé en qué me convertiría. La soledad es una prueba terrible. Y me pregunto qué haré de mi vida. Tengo treinta años y ya soy más viejo que uno de ochenta». Y también: «Buscarse a sí mismo es inútil. ¿Llenar de uno mismo la propia vida? Yo no me intereso para nada por mí mismo, tanto que os consagro la vida... ¿Convertirme en profesor de las grandes universidades de los Estados Unidos? Aquella atmósfera es sofocante y no estoy en absoluto de acuerdo con ella. He mirado mucho a mi alrededor y he sentido la vanidad de cada cosa. Ser conocido, tener dinero, para mí es indiferente; sé que todo esto no me podrá satisfacer» (citado en la revista Giorno dopo giorno).
Su inteligencia abierta a lo real, su corazón siempre en movimiento reivindican la libertad de creer en lo imposible, en aquello que escapa de la pretensión de previsibilidad de la ciencia, aquello que Pasternak llamaba «la estéril armonía de lo previsible». Se puede creer en lo imposible para que suceda visiblemente. Y así los extraordinarios hechos de Lourdes abren poco a poco una brecha. Este pequeño lugar grita al mundo, todavía bajo el dominio de la euforia científica, que el hombre es pecador y necesita una conversión, que la ciencia no puede extirpar el mal de la faz de la tierra, que el mal no puede ser aniquilado sino salvado. El doctor Carrel escucha esta voz con un interés apasionado y totalizador: parte hacia Lourdes. Es 1903, delante de la gruta de Massabielle, Carrel es testigo ocular de un milagro: la curación de una chica de 24 años, María Bailly, a la que él mismo había diagnosticado, dos horas antes, la fase terminal, preagónica, de una tuberculosis pulmonar a la que se había añadido una peritonitis. La chica se levanta, débil pero completamente restablecida y a él, confuso y tembloroso, no le queda más que constatar la curación acontecida. La noche siguiente Carrel la pasó en vela, luchando entre la evidencia de lo divino y el orgullo intelectual que no quiere rendirse ante un Misterio cuya «lectura» escapa a las angustias de la razón humana. El alba encuentra al doctor Carrel en la Basílica, sentado en un banco, inmóvil por mucho tiempo, con la cabeza entre las manos hasta que, como él mismo relata, consigue balbucear una oración: «Dulce Virgen, que socorréis a los infelices que os imploran, ¡protegedme! Yo creo en Vos. Habéis querido responder a mi duda con un milagro manifiesto. Yo no sé verlo, todavía dudo. Pero mi más vivo deseo, el fin más alto de mis aspiraciones es creer, perdidamente, creer ciegamente, sin más discusión, sin criticar. Vuestro nombre es más dulce que el sol de la mañana. Tomad Vos al pecador inquieto, de la tempestad del corazón, de la frente fruncida, que se consume en la búsqueda de las quimeras...»
Desde aquella noche las obras y los días del joven doctor son testimonio humilde y grato de la gracia de un encuentro, siempre buscado y esperado. Y sus libros El hombre, ese desconocido, La petición, Reflexiones sobre el comportamiento de la vida, relatan hasta el final la historia de un alma y de una existencia que, de entre los triunfos de la sabiduría y de la ciencia, alcanza mayor triunfo, el milagro de una Presencia que se ha hecho encontrar, de un Misterio bueno cuyo abrazo nos hace felices.
Alexis Carrel muere en París en 1944. Pocos días antes, había escrito: «Señor, ¿quizá es demasiado tarde, o ¿he esperado demasiado? Todavía quedan días para vivir. Le agradezco haberme conservado la vida durante tantos años. Y ahora, ¿qué debo hacer? Intentar alcanzar la unión de todo aquello que soy con lo inefable que nosotros llamamos Dios. Habla, Señor, que tu siervo te escucha».
GRAN PREMISA: EL REALISMO
Para afrontar el tema del sentido religioso evitando equívocos y, por tanto, más eficazmente, resumiré la metodología de este trabajo en tres premisas. Al abordar la primera de ellas, quisiera citar como punto de partida una página del libro Reflexiones sobre el comportamiento de la vida de Alexis Carrel: «... Poca observación y mucho razonamiento llevan al error. Mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad». De hecho - prosigue Carrel- nuestra época es una época de ideologías, en la que, en lugar de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, se intenta manipular la realidad según la coherencia de un esquema prefabricado por la inteligencia: «así, el triunfo de las ideologías consagra la ruina de la civilización».
Esta cita de Carrel nos ha servido para introducir el título de la primera premisa: para una investigación seria sobre cualquier acontecimiento o «cosa» se necesita realismo. Con esto pretendo referirme a la urgencia de no primar un esquema que se tenga previamente presente en la mente por encima de la observación completa, apasionada e insistente del hecho, del acontecimiento real.
(de: L. Giussani, El sentido religioso, Ediciones Encuentro, pág. 13*14)
Carrel: breve antología
«Pero, la vida, ¿vale la pena vivirla? ¿Para qué trabajar sí mi trabajo no me servirá más que para procurar alguna satisfacción de la vanidad o de la fortuna, de las que, dentro de unos años, el cansancio, la enfermedad o la vejez me impedirán gozar? ¿Por qué amar?».
«La única explicación posible de la vida es admitir a Dios... Sin Dios la vida sólo sería una lúgubre farsa».
«En la enervante comodidad de la vida moderna el cúmulo de las reglas que dan consistencia a la vida se reduce a polvo; la mayor parte de las fatigas que imponía el mundo cósmico han desaparecido y, con ellas, el esfuerzo creativo de la personalidad... La frontera del bien y del mal se ha desvanecido, la división reina por todas partes... Poca observación y mucho razonamiento llevan al error. Mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad... Nuestra época es una época de ideologías, en la que, en lugar de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, se intenta manipular la realidad según la coherencia de un esquema prefabricado por la inteligencia...».
«Mi vida ha sido un desierto, porque no os he conocido. Haz que el desierto florezca aunque sea otoño. Que cada minuto de los días que me quedan sea consagrado a vuestro servicio. En la oscuridad en la que me fluctuó os busco sin tregua. Aunque ciego, me esfuerzo por seguiros; Señor, indícame el camino».
«Si creemos en la existencia de Dios, somos igualmente seres absurdos e ilógicos, porque habitualmente nos comportamos como si no existiese. Dios existe, le debemos respeto y adoración en las formas por Él enseñadas en la Revelación».
«Para pedir es necesario hacer el esfuerzo de tender hacia Dios, un esfuerzo afectivo y no intelectual. Por ejemplo, una meditación sobre la grandeza de Dios no es una petición si, al mismo tiempo, no es una expresión de fe y de amor. La oración parte de una consideración intelectual para inmediatamente convertirse en afectiva. Sea breve o larga, oral o sólo mental, la petición debe ser similar a la conversación de un hijo con el padre. “Uno se presenta tal como es" decía una pequeña hermana de la caridad. En resumen, se pide como se ama: con todo nuestro ser».
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