Juan Pablo II ha visitado Nueva York. Ante una inmensa multitud y ante quien quería encasillarlo políticamente ha repetido el corazón del mensaje cristiano. El amor a la realidad gracias a una Presencia viva. Una palabra clara entre los rascacielos de la Babel contemporánea
En la ciudad que nunca duerme, hasta el grito del Papa «¡No tengáis miedo!» puede ser reducido a un slogan publicitario por la gran industria de la comunicación. Así que Juan Pablo II se ha preguntado, en voz alta y no sin ironía, si las miles de personas reunidas en Central Park habían venido "sólo" para ver al Papa.
En cualquier caso, los periodistas tenían que decir algo ¡ y además había unos horarios televisivos que se debían respetar! Así, apenas el Papa puso un pie en la Gran Manzana, ya había detalles de ello: desmenuzaron sus homilías y sus discursos, banalizándolos como "canapés" morales acerca de la necesidad de ser amables con los inmigrantes y refugiados, con los pobres y los minusválidos.
Naturalmente no han faltado los argumentos políticos, desde los Republicanos a los Demócratas: el conservativ Juan Pablo II, ¿tiene un ánimo liberal? En el cuartel general de las Naciones Unidas el Papa, al finalizar su intervención, recibió la "standing ovation" (ovación en pie).
¿Cómo habrá interpretado aquellas palabras la burocrática ONU, tan atareada toda ella en sus propias ocupaciones?
En el Giants' Stadium, templo del equipo homónimo de fútbol americano, Juan Pablo II se encontró frente a una multitud oceánica de fieles, desde buscadores de milagros a simples curiosos. Cada uno tenía su idea personal de lo que significaba la visita del Papa. La multitud esperaba ávidamente detrás de las vallas, alargando el cuello para entrever, en la vastedad del estadio de fútbol, al Papa, rodeado como estaba de sus colaboradores y del masivo servicio de orden, por no hablar de las cámaras de televisión, los periodistas y los comentaristas que se amontonaban. Por todas partes, la gente que miraba, miraba ... ¿Qué miraba? Debía haber ocurrido lo mismo cuando Cristo fue a Jerusalén: cada uno especulaba, apostando sobre el siguiente movimiento de aquel hombre, aguardando con confusa ansiedad y expectación, mientras la tensión seguía aumentando. Se esperaba casi que el Papa se alzase de improviso de la silla para gritar: «¡Basta! El motivo por el cual estoy aquí es ... ». Aquel «¡basta!» llegó, como una palabra clara, durante la misa en Central Park. El Papa lo hizo a su personalísima manera, esto es, entonando un villancico que aprendió cuando era niño en Polonia. Apenas Juan Pablo II comenzó a cantar, la inmensa y distraída muchedumbre reunida en la gran explanada se volvió silenciosa y atenta, como niños sorprendidos. De un modo completamente inesperado y humano, todo se hizo sencillo de inmediato. Más claramente que cualquier análisis intelectual o interpretación moral, el pequeño himno polaco nos ayudó a entender que este evento, el nacimiento de este hombre, Jesús, en Belén era la verdadera razón por la cual el Papa había venido a Nueva York. «Si hablo de la Navidad», dijo el Papa, «es porque en menos de cinco años alcanzaremos el segundo milenio, dos mil años desde el nacimiento de Cristo y desde la primera noche de Navidad en Belén». El Papa propuso después a los millares de personas presentes y a aquellos que asistían al evento a través de la televisión -y especialmente a los miles de jóvenes- que fueran testimonios de esta Presencia, «conlleve el riesgo que conlleve para vosotros, porque conocerlo y amarlo a Él cambiará verdaderamente nuestra vida».
El Papa no ha venido para hacer una visita de cortesía, sino para plantar una semilla de fe en el aparente mente estéril
terreno de New York City. ¡En Nueva York, donde el sol está habitualmente oculto por los rascacielos! ¿ Un sueño de idealista? En realidad, aquí no se trata de idealismo, sino de una propuesta llena de racionalidad. «Vosotros, jóvenes, viviréis la mayor parte de vuestra vida en el próximo milenio -dijo el Papa a la multitud-; debéis ayudar al Espíritu Santo a formar el carácter social, moral y espiritual. Debéis transmitir vuestra alegría por haber sido hecho hijos e hijas adoptivas de Dios a través del poder creador del Espíritu Santo. Haced esto con la ayuda de María, madre de Jesús». Ahora el Papa se ha marchado. Los periódicos y las televisiones han vuelto a ocuparse de otras noticias y de otros problemas: la llegada de Yaser Arafat a la ONU, el proceso de O.J. Simpson...
El Papa sabía que la atención de Nueva York se volvería rápidamente hacia otras cuestiones, lejanas de aquella pequeña semilla plantada en Central Park. Para crecer y dar fruto, una semilla no tiene necesidad de la atención de los medios de comunicación, de análisis morales o de programas políticos. Bastan sólo unos pocos corazones pobres, conmovidos por el corazón del Papa que ama este enloquecido lugar gracias a una Presencia nacida en Belén y "trasladada" también a la ciudad que nunca duerme.
Visto de cerca
por Giorgio Vittadini
He participado, invitado por la Nunciatura en las Naciones Unidas, en la ceremonia del quincuagésimo aniversario de la ONU, y he podido ver de cerca al Papa en América.
La visita de Juan Pablo II a Nueva York y Baltimore ha tenido un éxito superior a toda previsión, tanto por parte de los medios de comunicación como por parte de la gente. En las celebraciones eucarísticas, en Central Park y en Brooklyn, han participado no sólo católicos, sino también ateos, protestantes, musulmanes. ¿De dónde procede todo este interés?
América está viviendo un momento dramático: están emergiendo contradicciones internas. Una unidad fundada sobre el legalismo, sobre el formalismo, sobre el mito del país donde todos son acogidos, pertenezcan a la raza y religión que sea, donde a todos se dan oportunidades, donde se ha levantado precisamente una estatua a la libertad ... Todo esto ya no es válido, ya no tiene consistencia. El proceso Simpson reducido a problema racial y la marcha de un millón de negros musulmanes son un síntoma. El olvido de una igualdad real, junto al mito de signo opuesto del politically correct, la discriminación, la ausencia de una verdadera atención al hombre, la destrucción de la educación, la disolución de la familia, el mito de la competencia a toda costa, la caída de las utopías juveniles a las que ha seguido la nada: todo esto sólo ha generado división. Ningún americano sabe qué mirar y qué esperar para sí, para sus propios hijos, y ya no cree en el mito fácil de la gran nación. Los únicos profetas son los que incitan a la violencia o a la pura evasión. En este panorama el Papa -su persona y sus palabras- ha representado un signo de unidad, de paz y de esperanza. Ahora la pregunta es: ¿cómo puede continuar la esperanza entrevista? ¿Qué educadores se encontrarán? ¿Quién sabrá hablar de Jesucristo y de su compañía sin recurrir al cómodo voluntarismo de organizaciones benéficas o a las discusiones tediosas sobre las mujeres sacerdotes o sobre los curas casados? Sólo el amor al hombre en su verdad puede generar una fe verdadera. De otro modo, la fe será reducida a puro folklore; como en aquella función pascual en la que, por tener a la gente en la iglesia, había un muñeco que salía del sepulcro entre humaredas.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón