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Huellas N.05, Mayo 1995

SOCIEDAD

Educación: introducción a la totalidad de lo real

La razón fundamental de que haya una educación dirigida a los jóvenes es el hecho de que a través de ellos se reconstruye la sociedad; por esto, es un gran problema de la sociedad, ante todo, educar a los jóvenes (lo contrario de lo que en este momento ocurre).
El tema principal de todo nuestro planteamiento como movimiento es la educación: cómo educarnos, en qué consiste y cómo se desarrolla la educación, una educación que sea verdadera, es decir, que corresponda a lo humano. Una educación, por lo tanto, de lo humano, de lo que es original en nosotros, que en cada uno se declina de manera distinta, aunque sustancialmente el corazón sea siempre el mismo. De hecho, dentro de la diversidad de expresiones, culturales y costumbres el corazón del hombre es sólo uno: mi corazón es igual que tu corazón, y es el mismo corazón de quien vive lejos de nosotros, en otros países o continentes.
La primera preocupación de una educación auténtica y adecuada es educar el corazón del hombre tal como Dios lo ha hecho. La moral no es otra cosa que continuar con la actitud en la que Dios crea al hombre frente a todas las cosas, en la relación original con ellas.
De todo aquello que se debe decir sobre la educación, nos importa subrayar, sobre todo, estos puntos:
1. Para educar es necesario proponer adecuadamente el pasado. Sin esta propuesta del pasado, del conocimiento del pasado, de la tradición, el joven, al crecer, se vuelve abstracto y complicado, o escéptico. Si no hay nada que le proponga una hipótesis de trabajo prioritaria, el joven se la inventa arbitrariamente dándole vueltas, o, mucho más cómodamente, volviéndose escéptico, porque así no tiene ni siquiera que hacer el esfuerzo de ser coherente con la hipótesis que se ha trazado.
Luigi Giussani escribe: «Es la tradición, conscientemente abrazada, lo que ofrece una mirada global sobre la realidad, una hipótesis de lo que significa, una imagen del destino». Uno entra en el mundo con una imagen del destino, con una hipótesis del significado de todo que no ésta desarrollada todavía por la lectura de los libros: es el corazón originario, como decíamos antes. «La tradición, en efecto, -sigue el texto-, es como una hipótesis de trabajo con la que la naturaleza lanza al hombre a comparar todas las cosas.»

2. El pasado sólo puede proponerse a los jóvenes si se presenta dentro de la vivencia de un presente que subraye su correspondencia con las exigencias últimas del corazón. Es decir: dentro de una vivencia del presente que sepa dar razón de sí. Sólo esta vivencia puede proponer y tiene el derecho y el deber de proponer la tradición, el pasado. Pero si el pasado no aparece en el presente, si no se propone en una vivencia del presente que trate de ofrecer su propias razones, no se podrá obtener tampoco la tercer cosa necesaria para la educación: la crítica.

3. La verdadera educación tiene que ser una educación en la crítica. Hasta los diez años de edad (ahora quizás antes) el niño puede seguir repitiendo: «Lo ha dicho la profesora, lo ha dicho mamá». ¿Por qué? Porque, por naturaleza, el que ama al niño pone en su mochila, a sus espaldas, lo mejor de todo lo que ha vivido en su vida, lo mejor de lo que ha elegido en su vida. Pero, llegado un cierto momento, la naturaleza provoca en el niño, en quien fue niño, el instinto de coger la mochila y ponerla ante sus ojos (en griego se dice probállo, de donde deriva la palabra española «problema»). Es decir: ¡lo que se nos ha dicho tiene que convertirse en problema! Si no se vuelve un problema nunca adquirirá madurez y será abandonado irracionalmente o se mantendrá irracionalmente.
Una vez puesta la mochila delante de los ojos, se escudriña dentro. Siempre en griego, este «escudriñar dentro» se dice krinein, krísis, de donde deriva la palabra «crítica».
La crítica, por tanto, consiste en dar razones de las cosas, y no tiene necesariamente un sentido negativo.
Así pues, el joven escudriña dentro de su mochila, y mediante la crítica compara lo que ve dentro, es decir, aquello que le ha puesto en sus espaldas la tradición, con los deseos de su corazón: porque el criterio último para juzgar, en efecto, está dentro de nosotros; de otro modo estaríamos alienados. Y el criterio último que hay en cada uno de nosotros es idéntico: es la exigencia de verdad, de belleza, de bondad... A través de todas las diferencias posibles e imaginables bajo las que la fantasía puede jugar con esas exigencias, éstas permanecen fundamentalmente idénticas en sus motivos, aunque varíen por las diversas connotaciones de las circunstancias que rodean a la experiencia.
Nuestra insistencia se centra en una educación crítica: el joven se alimenta del pasado a través de una vivencia del presente con la que se encuentra y que le propone ese pasado dándole sus razones: pero él debe coger este pasado y estas razones, ponerlo todo delante de sus ojos, confortarlo con su propio corazón y decir: «es verdad», «no es verdad», o «lo dudo». Y así, con la ayuda de una compañía (pues sin esta compañía el hombre está demasiado a merced de las tempestades de su corazón, en el sentido instintivo, no bueno del término), puede decir «sí» o «no». Y, al hacer esto, adquiere su fisonomía de hombre.
Realmente hemos tenido demasiado miedo de esta crítica. O bien, quienes no han tenido miedo la han aplicado bien. La crítica se ha reducido a negatividad, por el simple hecho de que uno hace problema de lo que se le dice. Si yo te digo algo, plantearse un interrogante sobre ello, preguntarse si es verdad, se considera los mismo que dudar. La identificación entre problema y duda es un desastre para la conciencia de la juventud.
La duda es el resultado (provisional o no, no lo sé) de una investigación, pero el problema es una invitación a comprender lo que tengo delante, a descubrir en ello un bien nuevo, una verdad nueva, es decir, a obtener de ello una satisfacción más completa y madura.
Si falla alguno de estos tres factores: tradición, vivencia presente que propone y da sus razones, y crítica, el joven es una hoja frágil lejos de su propia rama («¿Adonde vas?» decía Leopardi), víctima de la opinión pública general que crea el poder real: ¡Cómo agradezco a mi padre el haberme acostumbrado a preguntar las razones de cada cosa, cuando todas las noches antes de dormir me repetía: «Debes preguntarte el porqué. Pregúntate el porqué» (¡y él lo decía por motivos bien distintos!).
Nosotros queremos -éste es nuestro objetivo- liberar a los jóvenes: liberar a los jóvenes de la esclavitud mental, de la homologación que nos vuelve esclavos mentalmente de los demás.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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