Cuando la Escuela de Comunidad se convierte en parte de la experiencia. Semea nos lo cuenta. Los frutos milagrosos tras el martirio de Edimar y Alex
Las historias de Edimar y de Alex, los dos chicos de GS asesinados en Brasilia, han sucedido dentro de la vida de la Escuela de Comunidad propuesta por Semea y Gloria en la ciudad satélite de Samambaia. Tras estas muertes, que hacen usar la palabra martirio a quien evoque las circunstancias en que sucedieron, la Escuela de Comunidad de Samambaia en la que florecieron estos testimonios, continúa. ¡Y vaya si continúa!: apacible y normalmente cargada de milagros. Semea nos cuenta los inicios y los últimos acontecimientos.
Ante todo debemos hablar de Edimar y de Alex. El primero tenía dieciséis años y había comenzado a participar en la vida de GS hacía pocos meses. Semea recuerda cuando entró por primera vez en su clase: «Se puso a pegar a un pequeño. Lo agarré por el cuello. Le mostré que no le tenía miedo. Después de algún tiempo me lo asignaron como alumno. Y Gloria, la otra profesora, lo quería mucho. Me senté en su banco. Nos hicimos amigos». Edimar llevaba la vida de robo y violencia común a tantos chicos de aquel barrio. Y comenzó a frecuentar la Escuela de Comunidad. Durante una excursión, Semea leyó un poema que decía: «De tanto mirar al cielo mis ojos se han vuelto azules». Edimar preguntó a Semea cómo podrían sus ojos negros tornarse azules. Y ella le dijo: «Si permaneces en nuestra compañía, sucederá». Y ese día llegó pronto. Edimar se apartó de su vida de robo y droga. Cuando renunció a matar, entregó la pistola al amigo que se la había puesto en las manos, y éste le disparó seis tiros. Sucedió en 1994.
Alex era un chico pobre y educado. Tenía dieciocho años, trabajaba y quería casarse. Había defendido de una agresión a algunas niñas en la calle. Era un grupo de niños de papá que descargaban violencia y desprecio sobre las niñas. Y Alex, naturalmente, no podía permitirlo. Era fuerte y los paró. Le prometieron venganza. Estaba aprendiendo a perdonarlos, como enseña la Escuela de Comunidad. Le decía Semea: «Si aquellos chicos hubieran hecho el encuentro que tú has hecho, se darían cuenta». Lo mataron. Y ante esta muerte su familia, en lugar de encerrarse en el odio y de lanzarse a la venganza, se ha acercado a la comunidad, ha pedido recibir el Bautismo y la Comunión, como Alex, de quien Semea fue la madrina.
Muchos quizá ya conocen estos hechos. Pero he aquí el inicio de la Escuela de Comunidad de Samambaia como lo cuenta Semea. «Daba clase de historia en la Escuela de Samambaia, donde vivo desde hace unos seis años. Deseaba comunicarles la experiencia que había encontrado». No empieza sola, Semea. Pide a los profesores del Movimiento que alguno se traslade a su escuela. Gloria acepta. Entonces, juntas, comienzan la caritativa por la tarde y el trabajo de Escuela de Comunidad. Algún chico se apunta. No saben ni leer, o casi, y por eso comienzan con cantos: Mattone su mattone, Freedom. La indicación del Movimiento, sin embargo, es clara: «Se debe aprender del libro». No tienen dinero para comprarlo. Gloria y Semea lo ciclostilan página por página. Llegamos al pasado julio. «Salimos para las vacaciones de GS. Pedí a los chicos que no llevaran cerveza ni droga. De la cerveza nos cuidaríamos nosotros. Llevaríamos la mejor. Pero que ellos estuvieran lejos de las drogas». Y sin embargo. ¡sucedió! «Los otros responsables se dieron cuenta. Me pidieron que tomara cartas en el asunto con los de mi grupo». Las famosas ovejas negras de Samambaia. No nos cuesta imaginarnos los rostros de ciertos jefes. Los comentarios. La objeción de porqué Dios privilegia a gente de tal ralea. Tienen ante sí ejemplos de mártires y vienen a la vacación para drogarse. Semea nos dice: «No vale de nada intervenir ahora. No entenderían nada, están drogados. Finjo que no me he enterado de nada y al día siguiente llamo, uno a uno, a todos los que sé que se han drogado. Pregunto, “¿te gustan estas vacaciones?”. Todos responden, “pues claro, son estupendas”. Replico, “entonces, ¿por qué te drogas, no te basta nuestra compañía?”». Falta por saber quién ha llevado la droga. Semea quiere que quien haya sido lo diga. Naturalmente tiene sus sospechas. El miércoles, en la Escuela de Comunidad, lo pregunta a quienes la usaron. No hablan y entonces se acerca uno de quien nunca hubiera sospechado. Lleva la cabeza gacha. Semea piensa: «¿Precisamente tú?». Habla apenas con un hilo de voz, mientras piensa para sí: «Era el preferido, había puesto su confianza en mí y yo la he traicionado». Dice: «Si quieres, me voy del Movimiento. ¡Soy tan indigno!». Semea recuerda bien aquel momento: «Tenía la cara hundida en el pecho. Yo se la alcé. Le dije, “te quiero más que antes. Has asumido tu responsabilidad”».
Estos son los hechos de misericordia que acompañan a la vida de la Escuela de Comunidad que ha tenido entre sus hijos a Edimar y a Alex. «Estos son los grandes hechos que manifiestan la gloria de Cristo», dice Semea mirándonos tras sus grandes gafas de profesora paciente. Y anuncia: «En otoño dos chicas del Grupo Adulto vendrán a Samambaia con nosotros. Se abrirá una casa de Memores Domini».
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