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Huellas N.04, Abril 1995

VIDA DE LA IGLESIA

Una lengua para la misión

Fidel Gonzalez

El encuentro de lenguas en el «Nuevo Mundo», de Lídice Gómez Mango de Carriquiry, un ensayo sobre el papel del español en la primera evangelización de la América Latina

Al hablar de la formación de América Latina los historiadores se hacen una pregunta obligada: «¿se produce o no una síntesis cultural hispano-lusitana-amerindia? En caso afirmativo esta síntesis tendría que configurar las personas y los pueblos en una identidad particular.
Precisamente el tema de la lengua como vehículo de encuentro entre estos dos mundos es objeto de una obra reciente de la escritora uruguaya Lidice Gómez Mango de Carriquiry, residente en Roma. El título de su trabajo El encuentro de lenguas en el «Nuevo Mundo», editado por Cajasur, Córdoba (España). 1995, es una notable aportación que hace ver cómo se ha dado efectivamente una experiencia de encuentro cultural entre aquellos dos mundos que comienza a principios del siglo XVI y va creciendo hasta el siglo XVIII.
Escribe Lídice de Carriquiry: «La lengua española es el instrumento de identificación mayor y más valioso entre los pueblos que viven a orillas del Río Grande (frontera sur de los Estados Unidos y Méjico) hasta la Tierra de Fuego. Gracias a esta unidad lingüística.... estos pueblos que «aún rezan a Jesucristo y hablan en español», desde sus más variadas latitudes se reconocen con orgullo «latinoamericanos, es decir, hermanos en una solidaridad que supera las fronteras locales y rompe las barreras étnicas...».
Hay otro hecho documentado: la lengua española que llega a este Nuevo Mundo es una lengua unida profundamente al Hecho cristiano. Nace en «tierra cristiana», en las montañas del norte de la Península Ibérica; acompaña la epopeya que configura los pueblos de España, la «reconquista» contra los invasores islámicos; desciende hacia el sur con ella, y atraviesa el Océano con el descubrimiento del Nuevo Mundo. Sin el Evangelio, sin la Liturgia, sin los Hechos cristianos celebrados en la devoción popular y en la liturgia, en una palabra, sin la experiencia cristiana y sin la Misión, no se comprende la lengua española. Ella se forma en esta historia y vive de esta historia. Es significativo que los trabajos más importantes de la historia literaria desde sus orígenes hasta su época dorada sean obras (épica y teatro, por ejemplo, o la mística) que cuentan hechos históricos cristianos o explican experiencias cristianas.
Al cruzar el Atlántico se convierte en lengua misionera e instrumento para un encuentro de pueblos, incluso para los pueblos «amerindios», tan diferentes entre ellos. Y esto sucedió, hay que decirlo con fuerza, sin imposiciones violentas. Durante el primer siglo de evangelización los misioneros usaran fundamentalmente las lenguas indígenas como instrumentos de comunicación. El español se usará gradualmente y sólo después del 1634 será utilizado universalmente siguiendo las disposiciones de Felipe II; pero sólo al final del siglo XVIII, el Estado iluminista borbónico impone el español como lengua dominante. Antes la Corona había protegido los indios y sus lenguas con disposiciones precisas.
De importancia histórica extraordinaria es la conservación de numerosas lenguas indígenas, que numerosos estudiosos laicos y religiosos organizaron gramaticalmente por primera vez y llevaron a dignidad literaria.
La enseñanza de la lengua española tuvo como finalidad precisa la difusión de la lengua común en la que entenderse, sin renunciar por esto a expresarse en el idioma de la propia tribu o nación (en el reino de los Incas, por ejemplo había por lo menos setecientos). «El español -escribe Lídice Carriquiry citando al gran literato latinoamericano Andrés Bello- se ha convertido en un instrumento de comunicación providencial y en un vínculo de fraternidad entre las naciones de origen español dispersas en los dos continentes»

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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