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Huellas N.04, Abril 1995

SOCIEDAD

Lo eterno en el presente

Adrianus Simonis

«En el acontecimiento de aquella Presencia se iniciaba una historia nueva, la historia, el tiempo en la presencia de su significado: en el presente». Fragmentos de la intervención del cardenal Simonis, primado de Holanda

1. Un tiempo sin significado
«Miramos el antes y el después y nos consumimos por lo que no hay» (Shelley). Nos consumimos porque el presente no tiene densidad. El presente en la vida cotidiana se convierte en el urgir de las cosas, que absorben y no dejan paz, el pasado nos paraliza en la situación concreta en la que nos encontramos, el futuro nos angustia con sus incertidumbres. La única alternativa a la angustia del instante parece consistir en la distracción, o en el intento de fuga desde una apariencia sofocante, o en la imaginación utópica de un nuevo tiempo, de una nueva condición, de una nueva era.

2. El Eterno entra en el tiempo
[...] Frente a este enigma el hombre ha buscado y busca imaginar, definir el Misterio en relación a si mismo, concebir un modo de relación con él, individuar un nexo entre el momento contingente y su significado eterno. A estos intentos innumerables, concebidos por los esfuerzos humanos, el Misterio, el Eterno ha dado una respuesta imprevisible «en un momento en el tiempo y del tiempo», como dice Eliot. El escribe: «Entonces vino, en un momento predeterminado, un momento en el tiempo y del tiempo. Un momento no fuera del tiempo, sino en el tiempo, en lo que nosotros llamamos historia [...] Un momento en el tiempo pero el tiempo fue creado por aquel momento: porque sin significado no hay tiempo, y aquel momento del tiempo dio el significado» (T. S. Eliot, Coros de La Roca, Bur, Milán 1995, p. 99).
«Aquel momento del tiempo dio el significado». Como recuerda Juan Pablo II en su Carta apostólica Tertio millennio adveniente, «el tiempo en realidad se ha cumplido por el hecho mismo de que Dios, con la Encarnación, se ha introducido dentro de la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo» (n.9). Y, sin embargo, escribe el Santo Padre (en el n.10): «En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión es creado el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación que tiene su culmen en la «plenitud del tiempo» de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno».

3. En la plenitud del tiempo
[...] Pienso aquí en las bellas palabras del cardenal Ratzinger:
«Sin María la entrada de Dios en la historia no hubiera alcanzado su fin, por tanto no se habría conseguido lo que realmente tiene importancia... que Dios es un Dios con nosotros y no sólo un Dios en sí mismo y para sí mismo. Él no puede pensarse sin María. Ella pertenece irrenunciablemente a nuestra fe en el Dios viviente, en el Dios que actúa. La Palabra se hace carne -El Eterno que es el significado del mundo entra en él. Él no lo mira sólo desde fuera, sino que el mismo se convierte en sujeto agente dentro de él».
Así contempla San León Magno el misterio de la irrupción del Eterno en el tiempo: «Amadísimos, en cuanto se cumplieron los tiempos preestablecidos para la redención de los hombres, Jesucristo, Hijo de Dios, hace su entrada en la ínfima condición de este mundo: desciende de la sede celestial sin alejarse, por ello, de la gloria del Padre: es generado a un nuevo estado mediante un nacimiento nuevo. Es nuevo su estado porque, permaneciendo invisible en su naturaleza, se ha hecho visible por nuestra naturaleza. El que es el Inmenso ha querido comenzar a existir en el tiempo» (San León Magno, Semón 22,2: PL LIV, 195).
[...] «Esta Escritura, que acabaís de oír, hoy se ha cumplido» (Le 4,14-21). Hoy. En Cristo comienza el tiempo tan esperado, el día de la salvación, la plenitud del tiempo. El tiempo ya no es la estrecha y enigmática medida del devenir, sino que es el acaecer de aquella Presencia.
En el acontecimiento de aquella Presencia se inicia una historia nueva, la historia, el tiempo en la plenitud de su significado: en el presente. El Eterno, el divino se comunica a lo humano en el tiempo, a través, por tanto, de un elemento de la experiencia humana. Precisamente porque la experiencia humana implica un conjunto de factores medibles, determinado por el tiempo y el espacio, que es percibido por los sentidos, Dios, Aquel que es, se hace Presencia en el tiempo. Dios se hace factor de la experiencia presente. Es el acontecimiento de una Presencia que penetra todo el tiempo, como el significado penetra cada instante y cada pedacito de realidad.

4. La contemporaneidad de Cristo
[...] Como decía Kierkegaard, el ideal no puede ser sino contemporáneo: «llegar a ser cristianos significa llegar a ser contemporáneos de Cristo. En relación al absoluto no hay, de hecho, más que un sólo tiempo: el presente; para el que no es contemporáneo con el absoluto, el absoluto no existe. Y porque Cristo es el absoluto, es fácil ver que respecto a El sólo es posible una situación: la contemporaneidad» («Esercizio del cristianesimo», en: Opere, Firenze 1974, p. 724).
El cristianismo es, por tanto, un acontecimiento -algo que ha acontecido, que acontece. Se llama acontecimiento a la introducción dentro de la experiencia de un factor nuevo: Cristo es el factor nuevo que ha entrado en la historia hace dos mil años, Cristo es el factor nuevo que entra en la jornada de hoy, haciendo al hombre capaz de caminar hacia el destino, permitiendole llegar a ser hombre hoy. Esta es la promesa que nos hace Cristo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Sólo si es una presencia actual, Él puede influir sobre mí y cambiar mi instante— puede cambiarme y hacer de mí lo que Él quiere.

5. El tiempo de la Iglesia
[...] Cristo está presente. Pero ¿dónde? ¿Cómo? ¿Cómo permanece el acontecimietno de su Presencia en la historia?
Con su muerte y resurrección Cristo vence a la muerte y al pecado. En su Ascensión al Cielo, participa en su humanidad de la potencia y de la autoridad de Dios mismo. Sube al Cielo, es decir desciende a la raíz de cada cosa, donde todo es creado, instante tras instante, todo.
[...] El cristianismo es, por tanto, remarcar lo que Peguy ha definido «el encaje de lo temporal en lo eterno y de la eternidad en el tiempo» (Clio, Milella, Lecce 1994).
El decrecer de este nexo representa una de las tentaciones y de los peligros más graves para la experiencia cristiana. Si la salvación no acontece en el hic et nunc del espacio y del tiempo, en la emergencia visible del acontecimiento cristiano, se buscará sustituir, el vacío existencial con el multiplicarse de proyectos o de actividades, pero se terminará por sucumbir ante la homologación de la mentalidad dominante. O se buscará evitar la insatisfacción con una proyección en el futuro, de un fuga escatológica, o en un nuevo milenarismo utópico, como el de Joaquín de Fiore: la esperanza en un tiempo nuevo de salvación, distinto al tiempo actual de la Iglesia.
Esta negación del aquí y ahora se representa en la vida de la Iglesia, a través de varias formas y formulaciones teológicas que Peguy sutilmente ha identificado, denunciando tanto a los que «niegan la eternidad de lo temporal, desde dentro de lo temporal», como a los que «niegan la temporalidad de lo eterno, queriendo deshacer, descomponer la temporalidad de lo eterno, desde dentro de lo eterno».

6. Hic et nunc. El encuentro con una Presencia
[...] Hoy, como hace dos mil años para Andrés y Juan en la orilla del Jordán, el acontecimiento cristiano tiene la forma de un encuentro: un encuentro humano en la realidad banal de todos los días.
Un encuentro humano por el que Aquel que se llama Jesús, aquel Hombre nacido en Belén en un preciso momento del tiempo, se revela significativo para el corazón de nuestra vida.
[...] Sin la permanencia entre nosotros de la presencia de Dios hecho hombre, sin la presencia de Cristo, nuestra vida sería progresiva e innoblemente destruida, instante tras instante, vergonzosamente corrompida en su ineptitud, en su egoísmo, en su mezquindad y falsedad.
La vergüenza y la mezquindad de nuestros errores no tendrían remedio alguno: «Que triste es la vida; lo que está hecho, está hecho» dice el Miguel Mañara de Milosz. Pero el abad del Convento de la Caridad, frente a Miguel que se atormenta por todos los pecados cometidos, dice: «Piensas en cosas que ya no existen (y que nunca han existido, hijo mío). Sólo El es.
Sólo El es. Todo es esta Presencia. Por ella un hombre nace y muere, come y bebe, trabaja y descansa, forma una familia o decide no casarse consagrándose a Dios.Por esta Presencia —en definitiva— se es.

7.Para la gloria de Cristo, hoy, en este mundo
Queridos amigos y amigas, termino finalmente con una conclusión.
En la pertenencia a Cristo, en su Cuerpo, que es la Iglesia, somos llamados a participar en la historia en la misión de Cristo, el «enviado» del Padre. Quiero que recordemos en estos momentos otra palabra de Jesús:
«Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado»» (Jn 17,1-2). Ha llegado la hora, quiere decir que este tiempo es para siempre. Esta hora que vivimos es parte de la hora que ha llegado; mañana, pasado mañana, dentro de un año, dentro de miles de años, todo día que el hombre viva es parte de la hora que ha llegado.
El significado del tiempo es glorificar a este Hombre, el Hijo encarnado, para que este Hombre glorifique al Padre, haga penetrar, cada vez más, la conciencia de la humanidad en el Misterio que hace todas las cosas y revele el Misterio del Padre. Para esto, este Hombre nacido de María ha recibido poder sobre todo hombre, sin excepción, para que todos puedan tener la vida eterna.
La gloria de Cristo como fin del misterio del Padre, como fin del designio del Padre, como fin de todo lo que es, pertenece al tiempo y al espacio, pertenece a la historia.
[...] No es la lucha por un poder, por una hegemonía cultural o política o por la afirmación de determinados valores, sino que es el apremio por la Presencia de Cristo: «Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2Cor 5,14s.).
Es este amor por Cristo, este apremio por Cristo el origen de un protagonista nuevo en la realidad, en la sociedad, hasta en la política y en la historia, hasta la creación de una civilización, de la «civilización de la verdad y del amor», como subrayó el Santo Padre aquí en el Meeting hace trece años. [...]

El mensaje del Papa. La densidad del instante
Con ocasión de la XVI edición del Meeting para la Amistad entre los Pueblos, programado para el próximo mes de Agosto, me complazco en hacer llegar a los promotores y a cuantos participan en tan significativa manifestación el cordial saludo del Santo Padre.
El tema que este año el Meeting ha propuesto está tomado del Salmo 89: «mil años son como una vigilia en la noche». Los participantes intentan reflexionar sobre el valor y sobre el significado de la historia: la de los pueblos y la de cada hombre.

En el momento actual de profundos cambios y de crisis de valores, son cada vez más numerosos los que se hacen las preguntas fundamentales y tienen una búsqueda de los valores y de la verdad inmutables, capaces de dar sentido a las vicisitudes de las personas y de la humanidad.
La Iglesia que está en Italia, fiel a la gran lección del Concilio Ecuménico Vaticano II, se siente comprometida en volver a proponer con impulso renovado, a través de iniciativas que responden mejor a los cambios culturales, el mensaje antiguo y siempre nuevo del Evangelio, fuerza que impulsa a «atravesar el umbral de la esperanza» para redescubrir, en el encuentro con Dios, el verdadero rostro del hombre.
Como alternativa al concepto de memoria, propio del paganismo antiguo —una carga de la cual era indespensable liberarse para ser eternamente feliz- el Meeting reafirma el valor de cada instante de la existencia, en el cual la persona se entrega a si misma con la conciencia de las elecciones anteriormente realizadas y proyectándose en la esperanza hacia un futuro de felicidad. Nada cae en el olvido, porque todo vale para la eternidad: es en el tiempo donde se construye lo eterno.
Tal concepción hace pasar la relación entre presente y futuro de la «negatividad polémica», recordada por Kierkegaard, a una armonía constructiva que resulta fiable, porque la fe asegura que el cosmos y la historia tienen un Centro en el que toda realidad es recapitulada y redimida: Jesucristo, redentor del hombre y Señor del universo.
Sin esta perspectiva de fe, se haría inevitable el desprecio pagano de la memoria, representado por el mito de Lete. En este río del olvido, que, según la creencia antigua, introducía a los difuntos en la felicidad, se puede ver muy bien el símbolo de tantas expresiones culturales de nuestro tiempo, que impulsan sin rodeos al rechazo de las cosas que están más acá de la muerte, solicitando a las personas encerrarse en el instante caduco, en una oscilación continua de fantasiosas esperanzas y de profundas desilusiones.
La fe cristiana funda en el amor de Dios la pasión por lo humano. Por esto, frente a tales situaciones, el creyente debe sentirse empeñado en reafirmar con fuerza el valor para la eternidad de cada gesto del hombre, criatura hecha a imagen de Dios, y a leer en la historia los signos que anuncian el acontecimiento del Reino de Cristo.
Confiando estas consideraciones a los participantes en el Meeting para la Amistad entre los Pueblos, el Santo Padre exhorta a cada uno a introducirse en la escuela de María, la Virgen del Magníficat, «que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Le 2,19), para que el trabajo de este congreso resulte fecundo y sereno y conduzca a un renovado empeño en la Iglesia y en la sociedad.
Su Santidad acompaña tales votos asegurando un particular recuerdo en la oración, a la vez que envía de corazón una especial Bendición Apostólica a Vuestra Excelencia, a los organizadores y a los que intervendrán en las diversas manifestaciones del Meeting.
También yo uno de buena gana mis votos personales de feliz acontecimiento para el encuentro.
Vaticano, 3 agosto 1995
Angelo Card. Sodano Secretario de Estado



Comunicado de apertura
«Mil años son como una vigilia en la noche». El Salmo 89 de la Biblia propone esta imagen no sólo para indicar que el tiempo corre veloz, sino sobre todo para estimular la tensión a vivir el presente. De hecho todo el sentido del tiempo -la historia de cada uno y de todos- se condensa en cómo el yo personal valora el presente.
Vivimos unos momentos en los que parece que está terminando una civilización. La evolución de la civilización, en efecto, es tal en la medida que favorece la manifestación y la clarificación del valor de cada persona. De modo que ante cualquier acontecimiento surga llena de pasión y de seriedad la pregunta con la que cada hombre mira la propia vida: «¿De qué se trata?».
Los encuentros, las manifestaciones, la propuesta del Meeting tienen en el fondo como fin provocar esta pregunta en quien viene desde siempre, y en quien viene por primera vez.
Rímini, 20 de agosto 1995

Comunicado final
También la edición del Meeting 1995 ha concluido, como una vigilia en la noche, a la que seguirá otra, animada por el mismo impulso coral y unitario que lo distingue desde siempre.
Esta cita, realizada por el deseo de expresar una experiencia y una cultura insólitas, ha recalcado que lo que la mueve es una incansable curiosidad, una profunda disposición para encontrar personas y afrontar problemas que reflejen el rostro más humano de la vida.
«Nuestra posición frente al mundo en todas sus expresiones» es recorrer «un camino que anhela en la totalidad de las cosas, atravesando paso a paso las situaciones concretas, los particulares en los que la existencia se desarrolla», con el espíritu de una compasión apasionada que es ingrediente irrenunciable de toda apertura auténtica a la realidad.
El título del Meeting ‘96 es «se levantó un viento impetuoso del este y, seguros de su guía, navegaron hasta los confines de la tierra».
Rimini, 26 Agosto 1995


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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