Durante el Consejo nacional del movimiento del pasado 21 de mayo don Ciccio de Catania intervino, ofreciendo una nota autobiográfica de una importancia fundamental: ésta explica de hecho, todo el hilo conductor del desarrollo de nuestra historia. Por eso le hemos propuesto que reproponga en Tracce esa intervención
Al participar estos dos últimos años en la Asamblea de Responsables y, sobre todo, en los Ejercicios espirituales de los universitarios y de la Fraternidad en Rimini, he cambiado de opinión respecto de la naturaleza del carisma del movimiento.
Me ha parecido más evidente que nunca que se trata, más que de un «criterio metodológico» que aprender para después aplicar, de una «mirada» que aprender: una mirada que no se acaba nunca de aprender.
En el fondo, lo que me ha conmovido, sobre todo en Rimini, ha sido la sorpresa de encontrarme frente a un hombre que mira la realidad, que nos lleva poco a poco a mirar las cosas, con una profundidad a la que no podríamos llegar nunca solos.
No basta, por lo tanto, haber afirmado un criterio otras veces, por ejemplo que hay que buscar el bien que encierra cada cosa, para después, con este criterio, a partir de mañana, ser capaces de encontrar todo lo que hay de bueno en las cosas. El «criterio» no basta. Se trata de una mirada, de una mirada que no se termina nunca de aprender.
Si no se entiende esto, la relación con la fuente del carisma se convierte en un determinado momento en la pretensión de tener ya, y por tanto de «poseer», aquello de lo que se tenía necesidad para poder empezar a vivir «por sí mismo».
La mirada es una inteligencia y un afecto «en acto», que te hace penetrar en la realidad más allá de donde llegarías por tí mismo. Esto te lleva a un «juicio», pero es un juicio que hay que superar continuamente «dentro» de esa mirada, porque, una vez formulado, no basta de una manera definitiva para tu vida. Si sigues dejándote ayudar por esa mirada, ese juicio se hace todavía más maduro.
Todo nuestro error (lo veo en mí que llevo treinta y cinco años en esta historia) consiste en que una vez que hemos sido ayudados por esa mirada a entrar en la realidad, y esta ayuda se ha convertido en «juicio» -porque en ningún sitio como aquí la mirada se convierte en juicio, pues hemos cuidado mucho el no ser sentimentales-, en un momento dado, hemos considerado «suficiente» el juicio del que habíamos partido, olvidando la fuente, olvidando que el hombre debe ser siempre corregido, pero corregido «en la presencia» de otro, porque por sí mismo no se corrige.
Sin embargo, en la medida en que se busca continuamente la relación con la fuente del carisma, te das cuenta que tu juicio, o es falso, o por lo menos «insuficiente», porque de allí nace una mirada que te conduce a una profundidad que no se alcanza con la totalidad de los juicios «formulados».
Quien de nosotros ha pretendido «reducir» el carisma a «criterios metodológicos», suficientemente completos, ha caído en la presunción de creer que puede hacer todo por sí mismo.
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