Huellas N.10, Noviembre 2007

CL - Caritativa

Crece la deuda de gratitud

a cargo de Carmen Giussani

Al final del curso pasado, se celebró la primera asamblea sobre la caritativa de la comunidad de Madrid que recogía la experiencia de dos grupos: uno que acude una vez al mes a la Casa de las Misioneras de la Caridad para compartir con las hermanas sus tareas y otro que acude al Instituto Cottolengo una vez al mes con el mismo fin. Proponemos el juicio de Javier Prades y algunos breves testimonios sobre la bondad de esta propuesta educativa para todos los adultos

La primera evidencia clamorosa es que don Giussani acierta al proponernos un gesto que no permita que confundamos lo que es la caridad. Me siento profundamente acompañado por el método que don Gius propone. Sin él, no me habría mantenido fiel en el tiempo. Me maravilla la agudeza con la que don Giussani propone algo radicalmente distinto de todas las buenas acciones que desde siempre los cristianos tratamos de llevar a cabo, y me asombra descubrir la eficacia elemental del gesto de la caritativa. Quien se adhiere a la propuesta tal y como se hace –un gesto común, guiado y juzgado– casi inevitablemente crece: la realidad le devuelve sus preguntas, su infinitud, su Presencia. Así crece la deuda de gratitud por este gesto que educa nuestro afecto y nuestra razón.
Javier Prades

Para mí la caritativa ha supuesto descubrir una alegría inmensa estando allí haciendo lo que tocaba hacer. Descubrir que es literal que la vida se cumple dándola, eran de los momentos más felices de toda la semana.
Sonsoles

Agradezco y necesito este espacio en el mes, ya que en la vorágine del día a día, uno se deja devorar por la dureza, cada vez más inhumana de este mundo que nos toca vivir. La caritativa se me da para retomar la humanidad con que se nos ha hecho, renovar constantemente mi corazón endurecido, humanizarlo rescatándolo de la “desmemoria”. Os pido, en mi tremenda pereza y fragilidad, que no me dejéis abandonar este y otros tantos espacios en los que se me permite seguir siendo humana, conmoverme por la Belleza del corazón con el que Dios nos ha hecho, que una y tantas veces se me olvida. Profundamente agradecida...
Inma G.

Doy gracias a Dios por la propuesta de hacer con vosotros la caritativa. Me doy cuenta que yo sola no puedo nada. Si no fuera por el reclamo constante de los amigos, ni siquiera sería capaz de hacer lo que más corresponde, como es darse al otro gratis y experimentar de donde viene la alegría con la que viven las hermanas y aprender de ellas. ¡Gracias!
María

Reconozco que salgo de la caritativa siempre conmovida y agradecida. Viendo a las hermanas y a Ángel se me hacía evidente que el mal no tiene la última palabra (como podría parecer viendo a los enfermos). Algunos días he limpiado y fregado el suelo, otro día estuve limpiando una imagen de la Virgen que hay en el jardín, otro día curando las heridas de algunos enfermos... Todo igual de grande. Mi vida es de Otro y la caritativa me lo enseña.
Puri

Estoy agradecida porque la caritativa me ayuda a vivir la unidad que deseo en todo. A no vivir en compartimentos estancos, sino que puedo vivir con la misma conciencia, sin solución de continuidad el trabajo, mi casa, las relaciones... y todo lo que se me da. Sobre todo me ayuda muy concretamente en el trabajo, porque el principio también en el trabajo es el mismo, aunque el mundo diga lo contrario, la gratuidad.
Carmen G. B.

En mi caso la caritativa por una parte abre siempre una herida, una pregunta ante una realidad que habitualmente, fuera de allí, no suelo tener presente ¿Por qué estos hombres están en esta situación? Y yo, no soy distinta de ellos. ¿Y mi vida? Y al mismo tiempo introduce una sencillez a la hora de mirar la vida, porque la forma de empezar juntos, tomando conciencia de lo que vamos a hacer y rezando, junto con el trabajo allí, hace que no prevalezcan los agobios, y el análisis, sino la imponencia de la realidad que tengo delante y que a su vez se me da gratis a mí. Mi percepción es que la caritativa me conviene.
Inma R.

Respecto a la Caritativa he aprendido que: No hay que dar por descontado el ir: supone una decisión por un bien y ya es bueno en sí. Yendo, me vence el bien o en los que van, o en el juicio de misericordia que supone una casa así para enfermos o sanos, o en lo que sucede, o como me levanta la mirada cuando me paro en mi ombligo. Ante lo cuidado de las convocatorias ha aumentado el deseo de ser seria, no “formalmente correcta”.
Carmen R.

Quizá sea el momento donde más consciente soy de que voy a aprender a vivir como Cristo. Proponer a otro ir conmigo a la caritativa es un gesto de amistad. Me asombra ver la seriedad con la que estos amigos y yo vamos a la caritativa. Ante los enfermos que ayudamos a levantar, vestir y desayunar se hace evidente que para afrontar esta realidad hace falta otra medida, una medida nueva que puede renovar nuestra manera de trabajar, o de vivir la relación con mi mujer y con los amigos. Así aprendo una medida nueva que es un sacrificio, es decir, «fidelidad a lo significativo de las cosas».
Ramón

La caritativa te saca de ti mismo y de tus pequeñeces, te muestra que el sufrimiento ajeno (y también el propio) tienen un significado, aunque hoy quizá no lo entiendas. Se ordenan las cosas, todo tiene un destino bueno. He aprendido que la vida no se reduce a las circunstancias buenas o adversas, porque en las mismas circunstancias puedes maldecir o agradecer; estos chicos enfermos de SIDA son la prueba evidente de que en la vida siempre eres libre y que en esa última decisión entre maldecir o agradecer se ve quién eres de verdad.
Marta

La caritativa es el único lugar donde aprendo la gratuidad pura que es la del Señor hacia nosotros: «se hizo indigente como nosotros, ha compartido nuestra nada». Lo que hacemos en la caritativa es un darse sin recibir nada a cambio: voy al Cottolengo a dar de comer a mujeres con parálisis cerebral profunda que ni oyen, ni reconocen a las personas que las ayudan. Me cuesta mucho ir porque estoy acostumbrada, como dice la Escuela de comunidad de este año, a buscar una utilidad inmediata o el provecho en lo que hago, en lugar de “servir a quien lo es Todo”.
Elena

Ir al Cottolengo me plantea una pregunta insistente: ¿cuál es el valor de estas personas que viven en esas condiciones?, ¿qué es el hombre, Señor, para que te acuerdes de él? Un día, al finalizar la tarea, me puse a hablar con una de las monjas que estaba cambiando los pañales a una chica y ella me dijo: «Mira, ¡esta chica sí que es un milagro! Con lo malita que ha estado y, en cambio, el Señor ha querido dejarla con nosotros todavía un tiempo más!». Lo decía con el mismo agradecimiento con que lo haría una madre a quien el Señor le concede tener a su hijo enfermo todavía un tiempo más. Ahí me di cuenta que esas chicas eran queridas con un amor infinito, el amor de Cristo a través del amor virginal de aquellas mujeres.
Esperanza

Cuando voy al Cottolengo me surge una pregunta por el Misterio de esas personas. ¿Cuál es el significado de su vida y, por tanto, de la mía? Intuyo que el significado es que Alguien nos ha creado porque nos ama y nos quiere para sí, pero necesito comprobarlo y por ello voy allí. Percibo mi impotencia pues no resuelvo nada, pero ante todo es un bien para mí, (sólo puedo compartir mi vida con ellos) y también para mis hijos que pueden ver por qué vale la pena dar la vida. Poco a poco crece la intuición de que la vida se nos da para entregar gratis lo que hemos recibido gratis.
Belén