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Huellas N.10, Noviembre 2007

PRIMER PLANO - Ejemplos para todos

Cada hombre, una historia

Roberto Perrone

Un año después, volvemos a la Escuela de formación profesional In-presa de Carate Brianza, para ver de qué manera crece una obra cuando sus responsables asumen en primera persona el reto educativo

Recorriendo los pasillos de In-Presa en este día de pálido sol otoñal, pensaba en la carta de Vicky que Julián Carrón leyó al final de la Apertura de curso en Milán. «¿Dónde está el poder de la muerte? Está en la pérdida de esperanza y en la falta de amor». Y también: «¡Vicky! Tu vida tiene un valor, un valor grande». Aquí, en este maravilloso edificio de Carate cobra vida la intuición de Emilia Vergani. Emilia ya no está, se fue en una carretera paraguaya, el 29 de octubre del 2000. Un año antes, el 18 de enero de 1999, había puesto en marcha esta obra, que va creciendo gracias a la impronta que ella le dio. Me conmovió un artículo de Giampaolo Cerri publicado en el semanal Vita (16 de noviembre del 2000) que incidía en esto: «Para Emilia la clave era educar: no le bastaba la asistencia, quería ayudar a cada uno a encontrar razones profundas para afrontar día a día la vida y los problemas que plantea». Shen, un estudiante de secundaria que acude a In-Presa dos veces por semana para que le ayuden con los deberes, puede dar testimonio de ello. Un día preguntó qué hora era y el profesor le señaló el reloj que estaba sobre su mesa. Shen confesó: «No sé leer la hora, pero me gustaría aprender». Se lo enseñaron y su primer comentario fue: «Ahora ya puedo quedar con mis amigos».
In-Presa ocupa una esquina de una plaza de Carate Brianza. Al lado hay un supermercado. Llego tranquilamente a última hora de la mañana de un día laboral. Antes había aquí una empresa textil, la Formenti, con 1.100 empleados. Cuando cerraron, un concejal con visión de futuro quiso que el solar se destinara a actividades sociales.

Una bomba de relojería
Desde la torre donde se ubican las oficinas el presidente de la obra, Jacopo Vignali, lo gobierna todo. Jacopo es licenciado en Derecho y continúa la obra que comenzó Emilia. Emilia Vergani, trabajadora social en Carate, se preguntaba: «¿Adónde irán los chicos que no quieren estudiar al terminar la Secundaria?». Ante la respuesta: podrían ir a trabajar si encontraran con quien, se le ocurrió pedirles a los empresarios que fueran sus maestros. Y, de acuerdo con esta idea fue dando vida a In-Presa, la escuela que acompaña a unos y a otros. Esta es una zona repleta de pequeñas y medianas empresas; los primeros con los que In-Presa entró en relación fueron un carrocero y un ebanista. Esa fue la primera inserción laboral. Y no fue fácil. Jacopo llegó en el 2000. Es amigo de Giovanni, el hijo mayor de Emilia. Una noche fue a cenar a su casa en Carate. Y se quedó. Uno de los principales problemas que tiene que afrontar es el de las reformas educativas. Cada ministro de educación hace una a su medida. Así, en In-Presa se encontraron con “un año de más” en Secundaria que instauró el ministro Berlinguer y decidieron actuar por su cuenta. Arrancaron con la primera clase. Eran 17; las trabajadoras sociales definían el grupo como “una bomba de relojería”. La profesora, que fue objeto de una gamberrada nada más empezar, estuvo a punto de salir corriendo. Gracias a Dios en In-Presa nadie se asustó.

Entre lo público y lo privado
Ahora la escuela cuenta con 250 chicos y 40 empleados. Junto a Jacopo Vignali trabaja Stefano Giorgi, el director. A Stefano le conozco desde hace treinta años, de cuando íbamos juntos a la discoteca (aunque, obviamente, no era lo único que hacíamos). Los dos se complementan muy bien. Jacopo es lo que Gianni Brera definiría como “un tipo gordo”, sólido, mientras que Stefano es más delgado y nervioso. Además el primero es de la Juve y el segundo del Inter, la mezcla perfecta. El edificio es realmente espléndido, moderno y espacioso; se inauguró a finales de 2002. Me hablaron de la subasta de vinos con la que empezó todo. Pensaban que si sacaban 50 millones de liras sería todo un éxito, llegaron a 181. La actividad se sostiene con fondos públicos, pero el edificio lo pagan particulares. Amigos, empresarios, gente que intuía lo mismo que iban a escribir los chicos a Emilia cuando se les propuso enviar una carta a la fundadora. Ricardo: «Querida Emilia: Quizá no me conozcas pero sé que desde allá arriba nos miras a todos. Recuerdo el día que llegué a esta escuela; no conocía a mis compañeros, ni al tutor, pero me recibieron contentos y me quisieron desde el primer momento. Entonces tuve una curiosidad, la de saber qué hiciste para que existiera esta escuela y cómo lo hiciste». Giovanna: «Elegí esta escuela por casualidad, pero he tenido suerte. Cuando hablo con mis amigas de otras escuelas, siempre me quedo sin palabras. Sus profesores no se interesan por ellas, no tienen un Círculo en el que estar juntos, no tienen un tutor que te ayuda en cualquier situación. Aquí todo es diferente».

Familias difíciles
Hasta la focaccia que preparan en la cocina compite con la de Liguria, de la que me considero un perito. Quizá eso se deba al profesor, Giuseppe Villa, casado con una chica de Sant’Oclese, un pueblecito al norte de Génova, famoso por su salami (el Varzi de Liguria). Me la da a probar Ricardo, que quería ser mecánico. «Pero esta escuela es mejor para mí. Por eso aprendo cocina». Ricardo es estudiante de uno de cursos de ayudante de cocina. Recapitulemos el archipiélago In-Presa: 1) Formación: dos grupos de tres años de ayudante de cocina. 2) Alternancia escuela-empleo: nueve clases de electricista – ayudante de cocina – mecánico. 3) Inserción laboral. 4) Proyecto secundaria–trabajo; de acuerdo con la escuela, se prepara para el examen de Graduado escolar a los chicos que han repetido 2 ó 3 veces. 5) Integración: un día de deportes y dos días de convivencia al mes.
Porque no estamos hablando de chicos fáciles. Franca Scanziani, coordinadora didáctica: «Con estos chicos no se puede improvisar. En segundo de electricidad había un chico problemático. En la hora anterior había visto una película y le había dicho al profesor: “No tiene nada que ver conmigo”. Había discutido con el profesor porque para él la indiferencia no era algo malo. No obstante, seguía dándole vueltas. Entonces le sugerí: «Cuando yo veo a alguien que se entusiasma por algo, la cosa me interpela: “¿Por qué no le preguntas al profesor por qué le interesaba tanto esa película?”». Poco después me lo encontré buscándole por el pasillo. Aquí hay chicos con un nivel cultural muy bajo, muchos tienen situaciones familiares difíciles, muchos son adoptados».

Seguidos uno por uno
Evelina Cattanero es la responsable de las entrevistas. Dos cada día, cuarenta al mes, con chicos, padres, servicios sociales, empresarios. Un ejemplo: un chico que no quiere ser carpintero. «Le he convencido de que probara. Él quería trabajar en un supermercado, pero le despidieron. No se presentaba todos los días». Hacemos una parada en el bar para tomar un café. El bar es una novedad. Con Lorena Gobbi hablamos de la figura del tutor. Antes me había explicado Vignali: «Emilia tenía la idea de que se siguiera a cada uno de los chavales. Para nosotros no se trata de un seguimiento burocrático, sino educativo». Lorena: «Cuidamos la relación y el acompañamiento de los chicos, sobre todo al inicio del recorrido. Trabajamos con los profesores. El control de la disciplina no constituye un fin en sí mismo; se hace para conferir un orden a sus días y a sus vidas. Les acompañamos en las prácticas, somos nosotros los que respondemos ante los empresarios. Por ejemplo: hay una chica de segundo de asistente de cocina que es muy frágil por su historia; la llevamos a una empresa y tratamos de ver si puede haber allí un hueco para ella; si lo hay la insertamos en ese contexto laboral». Entre tanto entramos en el comedor, donde los chicos muestran sus dotes culinarias y donde Guenda Cioni, que se ocupa de buscar fondos, es decir, del dinero, me cuenta que su hijo, Giacomo, no quería estudiar pero obtendrá el diploma de ayudante de cocina, porque se dio cuenta de que aquí le tomaban en serio. El próximo desafío afecta a la supervivencia. La nueva Ley Fioroni pretende retirar la acreditación regional de la escuela (que está reconocida en Europa) y someterla a otra en el ámbito nacional. Todos los programas de alternancia escuela-empleo corren el mismo riesgo: 120 chicos a la calle, por no hablar de los problemas de financiación. Por eso muchos chicos, como Michele y Alessio, a los que acabo de conocer mientras están trabajando en un cuadro eléctrico, se manifestaron delante del Pirellone, sede del gobierno regional de Lombardía. «Estamos en contra de esta ley que viene a abolir los cursos experimentales. Tienen que saber que nos preocupa». Aquí hay alguien que se preocupa por ellos. Aquí se les toma en serio, se les valora. No hay anonimato. Cada rostro tiene un nombre; cada nombre, una historia. «Estos chicos merecen algo más. Tenemos que mostrarles la belleza de la vida» escribía Emilia. Tal como lo he visto, lo cuento. Sólo tengo una queja: no haber podido repetir la deliciosa focaccia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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