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Huellas N.01, Enero 2020

RUTAS

Las cosas como son

Luca Fiore

Se expone en Milán el trabajo de dos fotógrafas que narraban la sociedad para hacerla mejor. Pero el destino de las imágenes de Dorothea Lange y Margaret Bourke-White ha superado sus intenciones, ylos confines de la historia

Dorothea Lange y Margaret Bourke-White. Ambas americanas, las dos salieron de la escuela de Clarence H. White, protagonizaron la campaña fotográfica de la Farm Security Administration (Administración de Seguridad Agrícola, ndt.) durante la Gran Depresión y colaboraron con la legendaria revista Life. Pero difícilmente podríamos imaginar dos personas más diferentes, por biografía y personalidad. Reflexiva y austera la primera, marcada en su alma y en su cuerpo por la poliomielitis; valiente y libre de prejuicios la segunda, recordada por una serie de récords: era suya la imagen de portada del primer número de Life, fue la primera fotógrafa occidental en entrar en la Unión Soviética, la primera mujer en captar imágenes desde un helicóptero, de las primeras en publicar fotografías del campo de exterminio de Buchenwald, la última que inmortalizó a Mahatma Gandhi horas antes de su muerte. A ellas se ha dedicado una exposición en el Centro Cultural de Milán, titulada “Recibir el acontecimiento. Dorothea Lange y Margaret Bourke-White: mujeres en los hitos de la historia", ideada por Camillo Fornasieri y a cargo de Angela Madesani.
Estas dos fotógrafas, por caminos distintos, se distanciaron de la lección del maestro común que, como muchos artistas a caballo entre los siglos XIX y XX, usaba las técnicas fotográficas para imitar los efectos de la pintura. Durante décadas, en Europa y América, se pensaba que el valor artístico de una fotografía residía en asemejarse a un cuadro. Desde el principio, Lange siguió el camino de la fotografía documental, optando por el método y los fines de la investigación sociológica; mientras que Bourke-White se confirmó como una de las voces más válidas del fotoperiodismo, reivindicando la vocación de testimoniar los hechos de la actualidad a la opinión pública. Ambas, siguiendo cada una su enfoque, nutrían, según un sentimiento ampliamente compartido en la época, una confianza total en la capacidad de la fotografía para representar las cosas en su verdad. En la puerta de su oscura habitación, Dorothea Lange colgó esta frase del filósofo Francis Bacon: «La contemplación de las cosas como son, sin error o confusión, sin sustitución o impostura, es en sí mismo algo más noble que una cosecha entera de invención». El objetivo de ambas era remover conciencias, en virtud de una mayor justicia social.

Hoy sabemos que la fotografía también puede mentir -hay muchos ejemplos de manipulación, no necesariamente realizada con Photoshop- y el optimismo de aquellos años heroicos nos parece envuelto en un aura de ingenuidad. Hoy sabemos que no basta con decir las cosas como son y estar del lado del bien para que la verdad de los hechos se pueda reconocer y acoger. Sin embargo, el fondo de sinceridad y confianza en el valor de la persona concreta -en los libros de historia se habla de “fotografía humanista"- ha permeado estas imágenes con una energía que trasciende las circunstancias y objetivos originales, convirtiéndolas a menudo en iconos atemporales, capaces de hablar aún hoy del hombre y de su destino.
«Vi y me acerqué a la madre hambrienta y desesperada como atraída por un imán», recuerda Lange, hablando de su imagen más famosa, que pasó a la historia como “Migrant Mother". «No recuerdo cómo expliqué mi presencia ni la de mi cámara. Ella no hizo preguntas. Saqué cinco fotos, acercándome cada vez más. No le pregunté por su nombre ni por su historia. Me dijo que tenía 32 años y que vivían comiendo verdura helada que recogían en los campos de alrededor y pájaros que cazaban los niños. Acababa de vender los neumáticos del coche para comprar comida. Luego se sentó bajo la tienda con los niños aferrados a ella. Parecía saber que mis imágenes podían ayudarla, así que me ayudó. Había en ello como una especie de paridad».
Se llamaba Florence Owen Thomson, era de origen cherokee, y la fotógrafa la conoció en Nipomo, California, en 1936, durante la campaña de documentación de la Farm Security Administration, la entidad estatal que se encargaba de la situación de los campesinos obligados a emigrar por la crisis económica de 1929. Hoy ya no interesa aquel fenómeno que Lange quería contar, pero el rostro de esta mujer sigue siendo capaz de conmovernos. Esa mirada intensa y las arrugas que cruzan la frente de esa madre llenan de dignidad una imagen que, de otro modo, solo sería de miseria. Mientras los niños se aferran a su cuerpo en busca de protección, ella mira lejos, como si la pobreza no le impidiera tener una certeza serena.

La fuerza de esta imagen resiste el paso del tiempo y el cambio de las circunstancias, convirtiéndose en la metáfora de la dignidad de cualquier madre con problemas. Aunque sabemos que esta fotografía, una de las más reproducidas del mundo, no contribuyó a la mejora de la situación familiar de Florence, la energía que libera la imagen permanece. ¿Por qué? Tal vez, basta con mirar las otras cuatro fotos que realizó en aquella ocasión, donde la mujer parece menos bella y la pobreza, más angustiosa. La voluntad de Lange de difundir justo esta imagen dice mucho de su actitud de compasión por el sujeto retratado que, inconscientemente, hace una excepción en el rigor documental para celebrar algo más amplio y humano.
De un modo acaso menos dramático, Margaret Bourke-White también se veía atraída por algo que iba más allá del mero “documento". Se intuye por el relato, casi cómico, de su encuentro con Iosif Stalin en 1941: «Se me metió en la cabeza no irme sin una foto de Stalin sonriendo. Cuando le encontré, su rostro parecía esculpido en piedra, como si ninguna emoción pudiera traicionarlo. Me volví loca, hice de todo para que aquella cara de mármol tomase vida». Continúa su relato: «Me tiré al suelo, de rodillas, buscando cualquier postura posible en busca de un ángulo de enfoque. Stalin miraba mis contorsiones y, en lo que dura un rayo, sonrió. Así conseguí mi foto». Incluso detrás de un dictador despiadado que ostentaba su ausencia de emociones, para Bourke-White tenía que haber un hombre capaz de sonreír.
No viene al caso hacer aquí un juicio histórico de aquella foto -si aquella sonrisa dice algo más o mejor del hombre y del político Stalin-, lo interesante es mirar ese “prejuicio positivo" hacia cualquier ser humano que, como un ruido de fondo, permea la fotografía humanística de aquellos años.
Ese “prejuicio" vuelve a sentirse vibrar en las fotos que Bourke-White hizo en Johannesburgo, donde inmortalizó la melancólica mirada de un minero negro. Era el año 1950 y aquel servicio, publicado en Life, dio a conocer a los americanos, por primera vez, el rostro del apartheid. Aquella melancolía perdura hoy como el significado más duradero de esa imagen. Más aún que el sudor que baña el torso desnudo de aquel hombre cansado. Bien pensado, es una mirada que podríamos encontrar en cualquier rincón del mundo. Hasta en un agente de bolsa de Wall Street.
Inmortal es también aquella fila de pobres, en su mayoría negros, esperando su ración de pan, retratada en 1937, en plena crisis. Con el trasfondo de un enorme cartel publicitario con una familia blanca y sonriente, y una leyenda despiadada: “El nivel de vida más alto del mundo". Y al lado: “No hay ningún estilo de vida como el americano". Tampoco aquí la circunstancia histórica particular es lo que confiere fuerza a la imagen, sino la eterna contradicción entre la propaganda y la vida real. No es tanto el hecho de que el sueño americano suela parecer una mentira cruel; es ante todo la violencia de la comunicación del poder, sea cual sea, que esconde la vida real de la gente. Aquí también hay algo que resiste el paso del tiempo. Pero, tal vez, aquí reside el poder mismo de la fotografía: una impronta mecánica de la superficie de las cosas que pasan, útil para ver lo que está debajo y que, en cambio, no pasa. Es significativo que una de las frases más famosas de Dorothea Lange sea: «La cámara fotográfica es un instrumento que enseña a la gente cómo ver sin una cámara fotográfica».


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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