«Cualquier tipo de humanidad, en cualquier momento de la vida, puede ser aferrada por Cristo». El testimonio de la Fraternidad de San José, que acoge a hombres y mujeres llamados a seguir a Cristo en virginidad dentro de las circunstancias particulares de su vida familiar y laboral. Una forma vocacional que nace de la experiencia del carisma de don Giussani
Giovanni se pone los guantes, agarra la escoba y como todas las mañanas debe hacer frente a cierta rebeldía. Después de graduarse, sin duda este no era el trabajo que querría hacer: operario ecológico. Barrendero, en la práctica. Como todas las mañanas, reza un Avemaría y dice: «Todo para ti, Señor, te lo ofrezco todo». Solo entonces la jornada empieza de verdad. Las oraciones continúan mientras recoge papeles y vacía papeleras. Al acabar el turno, feliz, piensa: «He limpiado una parcela de tu Reino, así que he cumplido con mi deber. Contemplar la ciudad limpia me hace pensar en ti, oh Dios, que la pensaste así».
¿De dónde nace una conciencia así? Con una vida llena de fatigas y fracasos a sus espaldas, Giovanni lo contó en el retiro de Adviento de la Fraternidad San José. «La vocación a la virginidad es una llamada a vivir la relación con Cristo, ¡es lo esencial! Permite que la realidad te atraiga y te hace ver más allá de las apariencias». Se puede experimentar la plenitud de la vida incluso en medio de la basura. En el fondo, eso es la "San José": una Fraternidad que acoge y sostiene a hombres y mujeres a los que, en un momento dado de su existencia, reconocen la llamada del Señor a seguirle en virginidad. Una llamada a seguir radicalmente a Cristo dentro de las circunstancias de la propia vida.
Esa fue la intuición original del propio don Giussani. De hecho, a mediados de los años ochenta algunas personas le expresaron su deseo de entregarse por entero a Cristo, pero debido a sus situaciones familiares, laborales u otras razones no habían entrado a formar parte de los Memores Domini. Don Giussani indica como fundamentos para la identidad de la San José «una tendencia y gusto por la oración; un compromiso de ayuda recíproca. Una fidelidad al reconocimiento de la presencia del Señor. Esta elección hace que se perciba la vida propia con sus fatigas, sus dolores, como testimonio de Cristo en el mundo, es decir, como exaltación misionera del sentido de la vida. Es el contenido del bautismo llevado hasta sus últimas consecuencias», como se lee en un texto citado en Luigi Giussani. Su vida, de Alberto Savorana.
En estos treinta años, aquel pequeño grupo fue creciendo poco a poco. Hoy hay en todo el mundo casi 600 personas que, permaneciendo en sus propias circunstancias personales y laborales, consagran su vida a Cristo según los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. «La fuente viva de la que se bebe es el movimiento de CL», explica Michele Berchi, sacerdote que sigue a la San José desde 2009. «Por eso, la autoridad última, reconocida como esencial para la propia vocación, es hoy Julián Carrón, igual que antes fue don Giussani. Por lo demás... no hay una “forma"».
Cada historia es el testimonio de cómo cualquier tipo de humanidad, en cualquier momento de la vida, puede «ser aferrada por Cristo, aferrada hasta las entrañas. Por eso es precioso verlo en el Evangelio y verlo también en vosotros», como decía Carrón en el último retiro (el texto está disponible en clonline.org). De hecho, muchas veces es justamente cuando se toca fondo, cuando solo queda el fracaso, la desesperación o la resignación, cuando el Señor llama de un modo sencillo y claro, inequívoco. Exactamente eso es lo que le pasó a la Samaritana, a Zaqueo. Igual que san José, que silenciosamente custodiaba y amaba a la Virgen, cada uno permanece dentro de su propia condición de viudo, separado o divorciado, o sencillamente sigue viviendo solo.
A los 19 años, tras la muerte de su padre, Laura rompió con la Iglesia y empezó a encadenar una serie de relaciones incluso con hombres casados. Una vida disoluta, en busca de algo que pudiera llenar su afecto. A los 26 años se casó, trabajaba como enfermera en un hospital. Un día su sobrino, memor Domini, le dijo: «He visto cómo tratas a los enfermos. Para ti no es solo un trabajo. ¿Por qué no pruebas a ir a algún encuentro de la comunidad en tu ciudad?». Al final cedió, fue a un encuentro y volvió a empezar a ir a misa. Entonces pidió al Señor: «Hazme vivir feliz. Quiero volver a la Iglesia, vuelve a ponerme en pie». Cuando Benedicto XVI renunció al pontificado, tuvo una intuición: «Quiero ser tan libre como él».
Poco después, la vida tomó un rumbo distinto. Laura se separó de su marido y pensó que el camino más adecuado sería la clausura porque «con un muro alrededor ya no me metería en más problemas». Antes de irse se vio con Carrón, que le preguntó: «¿Qué te hace feliz?». «Estar con los enfermos». «Está bien. Verifica si en el monasterio tu corazón vibra igual que cuando estás en el hospital». Dos meses después se da cuenta de que los muros del convento no son su camino. Vuelve a ver a Carrón. Comienza un camino de verificación en la San José. En esos meses, una compañera atea del hospital, que siempre la había juzgado con cierto cinismo, enferma gravemente. Durante tres meses, Laura la cuida día y noche. Poco antes de morir, la mujer le susurra: «Tú eres mi esperanza. Llama a un sacerdote, quiero confesarme».
Durante aquel lapso de tiempo, Laura se “olvidó" de la San José. «Se ve que no lo necesito», pensaba. Habló con el padre Michele, que le propuso: «Quédate hasta el retiro de Cuaresma». Fue una sacudida inesperada. La San José se convirtió en su camino. «Como Nicodemo, volví a nacer siendo vieja. El Señor me aferró venciendo la percepción que tenía de mi propio mal, que aún me mantenía atada. Apostó por mí, respetando mi deseo de vivir sola». Laura trabaja ahora en un hospital para enfermos terminales. En la medida de lo posible, les prepara para su encuentro con Jesús. «Mi relación con ellos es virginal. Son míos, sin poseerlos». Al nacer su quinta hija, a Roberta la abandonó su marido. Fue a ver al padre Michele. «Aunque esté separada, mi vocación sigue siendo el matrimonio, pero vivo como si el Señor me ofreciera algo más dentro de esta condición, ¿tiene algo que ver con la San José?». Tiene que ver, porque la Fraternidad no viene a llenar un vacío. «Es algo más. El Señor te llama a consagrar la vida para Él como modalidad de vivir el matrimonio estando separada».
El Señor te sorprende cuando la vida parece estar en orden, incluso afectivamente. Walter se quedó viudo a los cuarenta años. Tiene un hijo, dirige una comunidad de rehabilitación de drogodependientes y es responsable del movimiento en su ciudad. «Pensaba que no necesitaba nada más». Gracias a su trabajo, conoció a un grupo de personas con las que experimentaba una cierta sintonía. Con ellos se sentía en casa. Después se enteró de que pertenecían a la San José. Todas sus ideas sobre “estar en orden" se desmoronaron ante esa posibilidad que el Señor le proponía. «El día que fui a pedir a don Michele empezar la verifica, experimenté lo mismo que cuando me declaré a Maria, mi esposa». Las preocupaciones laborales, que antes no le dejaban conciliar el sueño, ya no le impidieron dormir. «Verse imantado por Él da una paz que no es fruto de tus propias capacidades. Es una Gracia que te aferra».
La misa diaria, la hora de silencio, la oración, las reuniones anuales y el encuentro por grupos son los sencillos gestos que les ayudan a reconocer la presencia de Jesús, a hacer memoria. Nada más. «La carne de Cristo a la que uno se entrega es la circunstancia concreta», explica don Michele. «Primero viene la vocación a la virginidad, luego la San José. La verifica consiste sobre todo en eso. Lo entendimos perfectamente con
Solange». Solange es una actriz brasileña que siempre está de gira por todo el mundo, casi nunca llega a participar en las reuniones ni en los encuentros por grupos. «Ante esta situación, fuimos a preguntar a Carrón cuál era el “mínimo" para pertenecer a la San José». Él, dando un vuelco a la cuestión, respondió: «¿La San José puede sostener la vocación de una mujer que vive esas circunstancias laborales?». «Esta humanidad nuestra -que muchas veces vivimos casi con malestar, porque no nos salen las cuentas, porque no nos gusta, por los muchos límites que encontramos en nosotros- es la única capaz de ser aferrada por Cristo», decía Carrón en el retiro de Adviento. Chiara, médico nutricionista, llegó casi a odiarse porque aún no había logrado tener una relación afectiva definitiva. Pero sentía, punzante, la pregunta de Pedro: «Si me alejo de Ti, ¿adónde iré?». Sin embargo, el movimiento, los amigos, la escuela de comunidad... nada respondía totalmente. «Era una lucha, me daba cuenta de que no podía descuidar mi relación con Cristo. Me quería. Digamos que me cortejó intensamente». Una mañana de 2013 llamó a la secretaría de la San José. «Al oír hablar a don Michele, pensaba: esta es mi historia. Me corresponde, salva todas mis características, soy yo». Ahora los pacientes del centro nutricional que dirige le dicen: «Usted es diferente». La psiquiatra, cuando se cruza con ella por los pasillos, le comenta: «Su planta es otro universo».
Al principio, don Giussani imaginaba: «Si estos grupos se multiplicaran (...) se podría invadir Italia, aunque no con el objetivo de invadir Italia». Se equivocaba. No Italia sino el mundo ha sido “invadido". En África, sacerdotes, monjas e incluso memores son aceptados porque digamos que están bien identificados, pero una experiencia como la San José resulta inconcebible.
En 2002, Marta fue por primera vez a las vacaciones de la comunidad de Yaoundé, en Camerún. Una persona llamó su atención especialmente: Alice. Le preguntó a la amiga que la había invitado: «¿Cómo puede ser así? Tan atenta, calmada, maternal, gentil.». «Ha tomado una opción de vida: no está casada, no tiene hijos. Forma parte de la Fraternidad de San José». «Pues me encantaría ser como ella», exclamó. Dos años después, en la Asamblea Internacional de Responsables en Italia le presentaron a varias personas de la San José, entre ellas Adele, que le preguntó: «Me han hablado de ti, de tu deseo, ¿quieres venir con nosotros?». Marta no lo dudo: «¡Inmediatamente!». Al día siguiente empezó la verifica. Al volver a casa contó a su familia la decisión que había tomado. Se quedaron de piedra. Era una opción incomprensible. «Con lo que has estudiado, ¡reducirte de esa manera!». Desde entonces, ya no existe para los suyos. Ahora Marta es educadora en un centro social para jóvenes con problemas. «En la relación con estos jóvenes, me pregunto: “¿Qué quieres Tú de mí en este momento?"».
«Dentro de los pliegues de la vida diaria» implica incluso un cambio de mentalidad. En Kenia, después del retiro, le pidieron a don Michele celebrar una fiesta por entrar en la San José. «Siempre se había dicho que no. Por discreción», explica. Pero la persona en cuestión insistía. Poco antes de la misa, en la sacristía habló con el padre Pietro Tiboni, gran conocedor de la mentalidad africana. Para el misionero comboniano no cabía duda. «En África la virginidad vivida de una manera tan laica es un desafío. Por eso propongo no celebrarlo. No por la fiesta en sí, sino porque no hay necesidad de “formalizar" ese gesto. Eres tú, con tu fe y tu vocación a la virginidad». «Cada vez vuelvo a sorprenderme por cómo Cristo llena afectivamente la vida de estas personas», afirma don Michele. «Las alcanza justo en su acento particular. Y dentro de la San José descubren una familiaridad inesperada, una amistad impensable. ¿Qué hizo la Virgen después del anuncio del Ángel? Fue a ver a Isabel para compartir lo que le había pasado». Resuenan las palabras de Romano Guardini: «En la experiencia de un gran amor todo lo que sucede se convierte en un acontecimiento dentro de su ámbito».
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