En el presente (también doloroso) de la Iglesia, la continuidad entre Bergoglio y Ratzinger. El «reclamo constante al atractivo de la gracia» en el centro de los dos pontificados. Y su fuerza profética
«La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción». El papa Francisco quiso repetirlo, una vez más, el pasado 22 de noviembre hablando con los sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas tailandeses, durante su último viaje apostólico en Asia. En esa circunstancia, el obispo de Roma quiso añadir que esta fórmula, creada por el papa Ratzinger, le parece «paradigmática e incluso profética para estos tiempos». Un comentario cargado de significado, en las circunstancias que marcan el camino eclesial en el tiempo presente.
El reclamo constante al atractivo de la gracia retorna en el magisterio del papa Francisco como una nota de fondo. Es una suerte de hilo rojo intenso y palpitante que atraviesa su predicación día a día, desde los primeros pasos de su pontificado. Y lo vincula de manera cada vez más estrecha a su predecesor, haciendo emerger una continuidad con Benedicto XVI que va mucho más allá de algunas diferencias obvias de acento. Si se le pregunta la razón de su insistencia, el Papa remite a las palabras de Jesús en el evangelio de San Juan: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí»; «nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado». Con sus gestos y palabras, Francisco sugiere a cada paso que Jesucristo puede atraer a sí el corazón de cada persona, haciéndoles pregustar un gozo incomparable (Evagelii Gaudium).
Experimentar con asombro y secundar con esperanza el atractivo de Jesucristo es la única confesión de fe que certifica la verdad del cristianismo. Porque el atractivo amoroso, que Jesucristo puede ejercer sobre los corazones de los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, atestigua que Él está vivo y obra en el presente. Francisco lo ha sugerido en el título mismo de su última Exhortación apostólica dirigida a los jóvenes, Cristus vivit. Solo quien está vivo puede atraer. El atractivo es una prerrogativa que pertenece exclusivamente a los vivos. Por las personas que ya no están se puede sentir nostalgia, apego, memoria agradecida y conmovida, pero no atracción.
Para Francisco, la fórmula tomada del papa Ratzinger revela con mayor evidencia en estos tiempos su naturaleza paradigmática, ahora que también las crónicas ponen de manifiesto, a veces de modo doloroso y lacerante, que no son suficientes las dinámicas y los aparatos eclesiásticos.
Con su estilo propio, Francisco ha repetido lo mismo desde el comienzo de su pontificado: la Iglesia no se crea autónomamente, no vive por fuerza propia, no se pone en la historia del mundo por una capacidad propia, como una autoridad autofundante, preconstituida. En cada momento la Iglesia depende del misterio de la gracia, se reconoce necesitada en todo momento del milagro del espíritu de Cristo. Mientras que todos los proselitismos, incluso los de hechura eclesiástica, han confiado siempre en instrumentos humanos, dinero, obras sociales, argumentos culturales y teológicos persuasivos, teniendo la pretensión de atraer “a la causa" a nuevos adeptos. Totalmente distinto y de otra naturaleza es el placer que suscita la gracia de Jesucristo, el deleite que nos atrae, la delectatio victrix de la que habla san Agustín. Solo gozando de ese deleite que nace del atractivo de Jesucristo, se puede llegar a ser cristiano. Y seguir siéndolo. Su atractivo es lo que hace atrayente a la Iglesia, instante tras instante, y sigue haciéndola así.
Bajo este prisma, también se hace luminosa la intimidad con el misterio cristiano que comparten Benedicto XVI y Francisco. A lo largo de toda su vida, desde que era un joven teólogo hasta su elección al pontificado, también Joseph Ratzinger repitió insistentemente que la Iglesia es el cuerpo vivo de Cristo. También él, al igual que el papa Bergoglio, ha recurrido muchas veces a la imagen del misterium lunae, el misterio de la luna, ya utilizada por los padres de la Iglesia en los primeros siglos cristianos para sugerir que la Iglesia no puede resplandecer por luz propia, sino solo reflejar la luz de Cristo, al igual que la luna refleja la luz del sol. A la luz de esta realidad, también en su homilía de comienzo de pontificado, Benedicto XVI quiso poner de manifiesto ante todos que su “línea de gobierno" pontificio sería la de «no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino dejarme conducir por el Señor, que sea Él quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia».
El papa Francisco, junto con el Papa emérito, repite lo mismo: la Iglesia vive y crece por el atractivo de Jesucristo. Y reconocer este dato de la realidad también ayuda a captar, con el olfato de la profecía, a qué apuntan y quiénes alimentan tantos reveses que afligen hoy a la Iglesia. «Los hombre son llevados a su destino de felicidad mediante la humanidad de Cristo», escribe santo Tomás. Por la humanidad del Hijo, el atractivo de la gracia puede trabajar en el corazón de cada hombre y del mundo. Por eso, los peligros más perniciosos en el camino de la Iglesia en el tiempo presente no son los pecados y escándalos en sí, sino todo lo que intenta ocultar o apartar del horizonte perceptible la humanidad de Cristo, su atractivo de ternura que corrige y sana con el perdón.
El papa Francisco ha llamado muchas veces por su nombre al Enemigo que trata siempre de ocultar de la vista y negar a Cristo, venido en carne mortal para la felicidad de los hombres. Hace más de un año, en octubre de 2018, pidió a todos los católicos del mundo que rezaran cada día el Santo Rosario durante un mes, para «unirse así en comunión y penitencia, como pueblo de Dios, para pedir a la santa Madre de Dios y a San Miguel Arcángel que protejan a la Iglesia del diablo, que siempre pretende separarnos de Dios y entre nosotros». Aquí también hay un hilo que une a Bergoglio y Ratzinger. Benedicto XVI, en los apuntes difundidos en abril de 2019 acerca de la Iglesia y del escándalo de la pedofilia entre los clérigos, aludió al ensañamiento del diablo para inducir a creer que «Dios mismo no es bueno». En esa intervención, el Papa emérito hizo notar que «la crisis, causada por los muchos casos de abusos de clérigos, nos hace mirar a la Iglesia como algo casi inaceptable que tenemos que tomar en nuestras manos y rediseñar» y añadió que «la idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente...».
El pasado 12 de noviembre, en la homilía celebrada en Santa Marta, Francisco apuntó a la razón más íntima y esencial que desencadena la envidia rabiosa del diablo. El «Gran Mentiroso», acusador de los hombres -advirtió el Papa- «tiene envidia precisamente de nuestra naturaleza humana. ¿Y sabéis por qué? Porque el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. Esto no lo puede tolerar, no logra tolerarlo», ya que Él mismo asumió nuestra naturaleza humana precisamente «para luchar con nuestra carne y vencer en nuestra carne».
El atractivo que nos conduce hacia nuestra felicidad pasa por la humanidad de Jesucristo. Y nuestra felicidad es Su victoria. Si el ataque del «Gran Envidioso» se esfuerza por ocultarla, el magisterio de la Iglesia, mediante la palabra y los gestos del Obispo de Roma, no pierde ocasión de señalar a todos ese río de misericordia que brota incesantemente de la humanidad de Cristo a lo largo de la historia. Ante las insidias de los tiempos que, incluso con “discursos persuasivos de sabiduría" quisieran reprochar a Dios el haberse hecho hombre, el mismo magisterio en el tiempo presente sugiere también que la prioridad no es la de organizar estrategias de autodefensa, frentes de batallas culturales, porque como dijo Francisco, «es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta, con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza» (Homilía del Domingo de Ramos, 14 de abril de 2019).
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