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Huellas N.11, Diciembre 2019

BREVES

La historia

«Mira que yo te espero»

Mariachiara entra puntual a su clase, antes de que suene el timbre, llevando un taco de hojas todavía calientes de la fotocopiadora. «Chicos, ¿estáis listos para el examen de latín? Ah, Stefan, ya te veo. Ayer seguías ausente. Por favor, vete entregando estas hojas». Stefan sonríe y reparte. «Tenéis 50 minutos. Tú, Stefan, ven a sentarte aquí a mi lado. Practicamos algo de análisis lógico». El chico se da cuenta de que no tiene otra salida. Pensaba pasarse la hora mirando el folio en blanco, en cambio tendrá que ir a la caza de verbos y complementos con la ayuda de la profesora. Esta no ceja. Para ella él no es el gitanillo del colegio.
Stefan vive con su familia en un campamento gitano a unos kilómetros del colegio. Su padre le apuntó a esa escuela, aunque es un liceo, porque quiere que su hijo aprenda algo. Los profesores han fijado para él unos objetivos esenciales: el primero es que acuda a clase con continuidad. Cosa que no pasa con frecuencia. En los primeros meses del curso ya ha acumulado muchas ausencias. Pero ningún retraso. Porque si pierde el autobús de las 7:30 h., el único que pasa cerca del campamento, normalmente se vuelve a la cama. Para ir al colegio, ya lo intentará el día siguiente. Mariachiara ha sido exigente con él desde el comienzo. Aunque no llevaba cuaderno ni libros, le pidió que al menos trajera un estuche y una agenda. Tardó unas semanas, al final se presentó con un boli mordisqueado y dos agendas de años anteriores pegadas en una, donde apuntaría las tareas corrigiendo la fecha antigua. Desde ese momento Mariachiara empezó a tenerle simpatía. «Al fin y al cabo, quiere hacerlo; a su manera, lo está intentando», pensaba. Era verdad. Stefan había empezado a poner empeño de su parte, aunque había demasiadas ausencias. Los profesores estaban viendo la posibilidad de avisar a los servicios sociales. «Muy bien, Stefan. ¿Lo ves? Has entendido la diferencia entre predicado verbal y nominal», le anima Mariachiara. Luego, al final de la clase, lo toma aparte: «Stefan, debes procurar venir a clase todos los días, lo ves, aprendes rápido». Él intenta excusarse, luego calla. «Venga, vente mañana. Mira que yo te espero», le dice Mariachiara fijando su mirada en esos ojos de felino. A la mañana siguiente, la ciudad está colapsada por un fuerte temporal. Las calles están anegadas e inundados los pasos subterráneos. Mariachiara consigue llegar a tiempo por los pelos. «Hoy me toca traducción con los de quinto, no puedo llegar tarde», piensa mientras acelera el paso. Son las nueve cuando el silencio de la clase queda interrumpido por la entrada de la directora. «Disculpa Mariachiara, ¿qué ha pasado con Stefan? Acaba de llegar hace unos minutos y ha pasado por mi despacho para que firmara el justificante de su retraso. Estaba calado hasta los huesos. Me dijo que perdió el autobús y se vino andando, medio corriendo.». Mariachaira trata de enfocar la escena, pero la directora no le deja tiempo: «Quería entender qué ha pasado porque, cuando le pregunté por qué había venido andando con este tiempo de perros, me contestó: “Porque la profe de latín me espera"».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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