La imagen del Cartel de Navidad que propone CL este año (con firma de Caravaggio) es una obra maestra de sencillez. En ella las miradas de los pastores, «cautivados por lo que tienen delante», van al corazón de ese acontecimiento que hace de Dios «una fuerza cercana» a los hombres
Una diagonal. Una simple diagonal. El sentido de la Adoración de los Pastores, obra maestra de la época final de Caravaggio, se resume en una línea que hace de arquitrabe compositivo y poético del cuadro. La línea parte de arriba, del pastor que se apoya en un bastón y baja, con absoluta claridad, pasando por la cabeza del pastor calvo, hasta llegar a la Virgen que estrecha en sus brazos al Niño envuelto en pañales. En el triángulo inferior marcado por la diagonal, Caravaggio concentra a todos los protagonistas; en el superior, en cambio, no tiene reparo en pintar algo complementario: un gran espacio hecho de nada, tal es la pobreza que lo caracteriza («el cobertizo roto y deshecho de tablas y vigas», lo describió Giovan Pietro Bellori en 1672).
La fuerza de la línea trazada por el artista reside principalmente en la evidencia con la que marca una dirección: apunta decididamente hacia abajo. Precisamente aquí está el dato decisivo de Caravaggio. Los pastores, llegados para ver al Niño, parecen arrojarse con su mirada hacia ese punto que está a sus pies. O, por decirlo con mayor ajuste a la realidad, hacia ese punto apoyado en la desnuda tierra. Generalmente, se adora algo que está arriba, puesto en alto, acariciado por la luz del cielo. Aquí, en cambio, se da la vuelta al parámetro habitual, porque el cuadro de Caravaggio apunta afectiva y compositivamente hacia la tierra, desabrida y desnuda.
Naturalmente la geometría imaginada por el gran artista se puebla de una extraordinaria densidad humana. Es la de los pastores, empujados como por un impulso apenas contenido a inclinarse hacia el Niño. A ellos se une el anciano José, a la izquierda, identificable por la aureola, pintada con trazo ligero. Sus miradas son sencillas; miradas conquistadas por lo que tienen delante: llena de asombro, el primero a la izquierda; conmovida, el segundo; pasmada y devota, la de José. En el suelo, está tumbada María, con el codo apoyado en el pesebre, el rostro en penumbra totalmente entregada al hijo que le tiende sus brazos. Es una Virgen de la humildad, puesto que la raíz latina de la palabra humildad viene de humus, tierra; lleva una capa de rojo bermellón encendido, que parece una metáfora o expansión de un corazón prendido por un amor infinito.
Se trata de una iconografía que podría haber sido sugerida al pintor por comitentes de área franciscana. El cuadro, hoy custodiado en el bellísimo Museo Regional de Messina recientemente reformado, estaba destinado al altar mayor de Santa María de la Concepción, una iglesia de los frailes capuchinos que quedó destruida por el terremoto de 1908. Además, como anota Antonio Spadaro -jesuita, originario de Messina, hoy director de La Civiltà Cattolica-, en esos años era arzobispo de la ciudad del estrecho italiano un personaje de gran prestigio, fray Buenaventura Secusio, de los menores observantes. En suma, el umbroso Caravaggio, «hombre de cerebro inquietísimo, contencioso y turbio», como lo describe Francesco Susinno, él también de Messina, aceptó disciplinadamente las indicaciones que le llegaban de los comitentes franciscanos, para superarlas decididamente con esa genial sencillez que le llevaba siempre a tocar el corazón de la realidad y a plasmarlo conforme a la espera de los hombres.
Como escribió un gran estudioso del artista lombardo, Ferdinando Bologna, en cuadros como este Caravaggio «obraba una adecuación de lo sacro a lo existente, para poner lo sacro al alcance de los hombres... Mostrarlo accesible por la vía de la “semejanza" significa para él librarlo de contemplaciones abstractas y discriminantes y revelarlo a los hombres en su aspecto profundamente constructivo de fuerza cercana a ellos». Justo eso: la Navidad según Caravaggio es realmente una “fuerza cercana".
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