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Huellas N.11, Diciembre 2019

RUTAS

Crónicas de Belén

Luca Fiore

Navidad en Belén

En la ciudad que sufre las tensiones entre pueblos y religiones, un grupito de palestinos de varias confesiones queda quincenalmente para hacer la Escuela de comunidad. Están Lina, Wafa, Hiba... Una historia de amistad que empezó en un hospital, con unos peregrinos italianos «distintos de todos los demás»

Belén es una ciudad difícil. Las contradicciones se entrecruzan creando un nudo difícil de desatar. La Basílica de la Natividad está ahí, con la puerta de entrada tan baja que te obliga a inclinarte para cruzar el umbral, con la estrella de plata en el lugar donde la tradición dice que nació Jesús, con las lámparas que cuelgan del techo, las velas y el olor a incienso. Allí los pensamientos van al asombro de María, de José y de los pastores. La página más entrañable del Evangelio. Y, contemporáneamente, a unos cientos de metros, se levanta el muro que separa los territorios palestinos de Jerusalén Este, con sus placas de cemento y sus puestos de control. Los cristianos de Belén tienen muchas ganas de irse. Minoría entre las minorías, sufren presiones tanto por parte de los palestinos como de los israelíes. Los murales que Bansky, el artista callejero más famoso del mundo, ha pintado por toda la ciudad (por citar uno, la paloma de la paz con un chaleco antibalas) reflejan bien el intricado nudo de paradojas.
Pues bien, justo aquí, en uno de los lugares más queridos para la cristiandad y más marcado por las incomprensiones entre pueblos y religiones, desde hace unos años existe un curioso grupo de amigos palestinos (una decena, en su mayoría mujeres) que quedan para hacer la Escuela de comunidad sobre el recorrido educativo de don Giussani. Pertenecen a confesiones y ritos diferentes: católicos, ortodoxos, protestantes, sirios, armenios.
Y tienen la costumbre de referirse a su grupo como The Touched, “los que han sido tocados". El mote se entiende escuchando su historia, que empieza un día cualquiera de 2010, en el Caritas Hospital for Children, donde algunos de ellos trabajan desde hace años.
Se trata de un hospital pediátrico nacido en 1978 por iniciativa de un sacerdote suizo, el padre Ernest Schnydring, con el apoyo de Cáritas de Suiza y Alemania. Hoy atiende a miles de niños de los territorios palestinos y lo visitan los peregrinos que, tras acudir a la Basílica de la Natividad, quieren conocer una de las obras cristianas dentro de la sociedad palestina. Lina Raheel se ocupa de las relaciones con las familias de los pequeños pacientes, y explica: «A diario recibimos 250 peregrinos. Para nosotros, se ha convertido en una rutina. Luego, un día, llegó un grupo de italianos que era distinto de todos los demás. Más que lo que hacemos en el hospital, les interesábamos nosotros, como personas. Nos invitaron a cenar y nos hicimos amigos».
Enrico Tiozzo Bon, presidente de la Federación de Centros de Solidaridad, era uno de esos italianos. Llegó desde Ferrara en compañía de unos quince amigos, entre ellos Michelangelo Rubino, de Foggia, y Stefano Bondi, de Forlí. Les había invitado Vincenzo Bellomo, misionero laico de Mazara del Vallo, que trabaja en la Custodia franciscana de Tierra Santa, que habían conocido meses antes con ocasión de la campaña de Navidad “Manos a la Obra" de AVSI. Pertenecen a la Hermandad de Santa Catalina de Siena, un grupo de personas que trabaja en obras sociales y caritativas que comparte la experiencia de su trabajo cotidiano.
Algunos son de CL, otros no. Para definirse, utilizan una expresión típicamente cielina: una amistad operativa. Vincenzo siente la necesidad de una ayuda así y quiere que Enrico, Michelangelo y Stefano tengan un encuentro con el personal que trabaja en obras caritativas en Belén. Recuerda Lina: «Al comienzo, no teníamos claro quiénes eran y qué querían, pero había algo en ellos que nos llamaba la atención». Enrico cuenta que se trajo una maleta con embutidos y quesos y que, por la noche, tras visitar las instalaciones, invitaban a cenar a los que quisieran. George Abdo, un asistente social del hospital, añade: «¿Lo primero que me gustó? El jamón. Era óptimo». La sorpresa y la atención crecen cuando Lina y sus colegas ven que los italianos vuelven a visitarles. Y siguen volviendo. En 2012, Enrico les invita a Italia para visitar las obras en las que trabajan. Algunos aceptan, otros no. Lina y Wafa Musleh, otra administrativa del hospital de Belén, vuelven del viaje cambiadas. Enrico recuerda: «Creo que lo que les llamó la atención es que los que llevamos estas obras caritativas somos laicos, no sacerdotes, y que el impulso ideal viene simple¬mente de nuestra experiencia cris¬tiana». En la memoria de Lina se graba un aspecto más inmediato: «Fue maravilloso ver a gente que parecía hablar el mismo idioma; en todos los lugares que visitamos nos acogieron como amigos aunque era la primera vez que nos veíamos».
A la vuelta, las preguntas van más al fondo y cambian también las relaciones con los compañeros de trabajo palestinos. Habían visto algo que ahora los unía. Comenta Hiba Sady: «Lina y Wafa hablaban siempre de ellos y me dieron ganas de cono¬cerlos. Eran distintos. Pensaban de manera distinta. Con el tiempo, han entrado a formar parte de mi vida. Siempre puedes hablar con ellos cuando te surge un problema». Lina nació y creció en una casa que se asoma a la plaza de la Basílica de la Natividad y había visto innumerables peregrinos en su vida. Pero nunca que volvieran fielmente. «¡Tendrán un montón de dinero! ¿Es posible que no tengas destinos más hermosos adonde ir de vacaciones?». Un día un grupo de italianos va a visitar Cafarnaúm, pero Lina no puede acompañarlos. Llama a Wafa para saber qué están haciendo. Se pasa toda la tarde pensando en los amigos que están de excursión. Y se olvida de prepararle la cena a su marido, que vuelve de un viaje de trabajo. «Esa vez me resultó evidente que había cambiado, esos amigos me atraían de una manera que ya no podía ignorar, debía prestarle atención».

Una noche, durante una de esas visitas a Belén, plantea la pregunta explícitamente: «¿Pero vosotros quiénes sois?». Al comienzo Enrico se siente incómodo: «Nunca habíamos hablado de nuestra pertenencia al movimiento. Teníamos cierto pudor, pero un amigo me animó a hacerlo. Para explicar mi experiencia con don Giussani les conté lo que dijo en los Ejercicios del CLU titulados Reconocer a Cristo, cuando habló del apóstol Andrés que vuelve a su casa después de haber conocido a Jesús y abraza a su mujer como nunca lo había hecho antes. Ella se dio cuenta de que había pasado algo novedoso». Y Lina: «Pero, ¡si es lo que nos ha pasado a nosotros!». Y añade: «Entonces, ¿lo que nos ha sucedido es el encuentro con Cristo?». Esa noche Lina, de vuelta a casa, no consigue conciliar el sueño. Ella, que desde hace años ha dejado de creer que la fe pueda responder a las grandes preguntas de la vida como el sufrimiento inocente de los niños que tiene delante todos los días, toma el Evangelio en sus manos y busca el episodio del encuentro de Juan y Andrés con Jesús. Lo lee y lo relee, y al día siguiente dirá: «Pero no encontré la parte donde habla de la mujer de Andrés.».
Tras ese episodio le piden a Ettore Soranzo, memor Domini que lleva veinte años trabajando para la Custodia de Tierra Santa, que las ayude a hacer la Escuela de comunidad. Lina recuerda: «Nos habían hablado de esos encuentros diciendo que les ayudaba a mirar las cosas de una manera distinta.
Empezamos a vernos cada quince días y vimos que en las páginas de don Giussani se describía lo que estábamos viviendo. Antes nos pasó lo que conté, algo especial; luego vimos que don Giussani lo entendía y nos lo explicaba. Cristo se nos mostraba mediante esas personas. La vida sigue como antes, pero nosotros somos distintos».
La amistad con los italianos seguía adelante. Les invitan al Meeting de Rimini y a otros encuentros para conocer el movimiento. Cuando Enrico y sus amigos se enteran de que la Custodia está recogiendo fondos para comprar las casas de los cristianos que han abandonado Belén, edificios que acaban normalmente en manos musulmanas dificultando el regreso de dichos cristianos a Tierra Santa, le parece un óptima idea para ayudar a los amigos palestinos. Llama a Lina para pedirle consejo. Sin embargo, ella le responde con cierta tristeza: «Enrico, no necesitamos vuestro dinero. Necesitamos vuestra amistad. Utilizad el dinero para seguir visitándonos». La ayuda material es de agradecer, pero hay algo más vital. «Nosotros trabajamos en obras de caridad. Pues bien, hemos entendido que para ayudar a los demás hay que tomarse en serio y cuidar primero de uno mismo, para poder dar a otros lo que recibimos».

De todas formas, la huida de los cristianos sigue siendo una herida abierta.
Y lo es también para algunos de “los que han sido tocados". Lo explica Wafa: «Me había convencido de que ser una cristiana en Belén era un castigo. Ya había decidido irme. Quería ser libre, no sentirme en una cárcel bajo el cielo abierto. Luego empecé a mirarme con los ojos de los amigos italianos. Los que vienen aquí no lo hacen solo para ver las piedras por donde anduvo Jesús, sino para conocer “las piedras vivas" que somos nosotros. Si nos fuéramos todos, no podrían ver a Cristo vivo en su Iglesia aquí en Belén. Hoy sé que mi tarea es quedarme para vivir aquí mi fe».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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