Los que han recibido el premio este año han sido tres. Con un punto en común: se dedican a la lucha contra la pobreza manchándose las manos. Es decir, acompañando a los pobres de cerca, «paso a paso», en vez de estudiar solo modelos y teorías. ¿Resultado? Un método subsidiario que funciona muy bien. Porque partiendo desde abajo se entiende mejor la realidad...
Con la asignación de este año, la cultura subsidiaria entra con entidad propia en el plantel de los Nobel de Economía. Remarcando un dato fundamental: no puede haber desarrollo económico y social que no parta desde abajo. Los Premios Nobel de Economía 2019 no han propuesto alquimias financieras o cálculos sobre los rendimientos especulativos. Esta vez ha ganado la economía real, que trata de mejorar la vida de la gente allí donde vive. Por eso es justo acoger como una buena señal esta noticia que ha llegado desde Estocolmo con los premios a Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer.
Banerjee tiene 58 años y es un economista indo-americano que trabaja en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), como su mujer, Esther Duflo, franco-americana de 47 años; Kremer, en cambio, tiene 54 años y es un economista americano de la Universidad de Harvard.
No es un Nobel que nazca de la nada. Este premio se inserta en un filón de investigación que lleva tiempo intentando fundamentar la reflexión teórica y la investigación empírica en el ámbito económico siguiendo enfoques alternativos respecto al paradigma de la escuela neoclásica. Esta última se basa en un principio que en términos tradicionales se puede resumir en el viejo adagio: el egoísmo de los individuos (encarnado por la empresa capitalista, orientada a la optimización de los dividendos del accionista), a través de una mano invisible (el mercado), lleva al bienestar colectivo. Además, el Estado tiene la tarea de definir las reglas, hacerlas respetar y repartir el beneficio. En el centro, el individuo, cuya racionalidad se reduce a invertir para enriquecerse, escalar en la jerarquía social con trabajos que le hagan ganar cada vez más y encontrar su satisfacción en el consumo.
Pero la realidad ha puesto en discusión este esquema que para muchos aún sigue siendo “sagrado" e “inmutable". Las desigualdades de renta, cada vez mayores, la destrucción del planeta, los rendimientos obtenidos por el sector financiero, están a la vista de todos.
Muchos premios Nobel han subrayado los errores de la teoría neoclásica: Amartya Sen (1998), Daniel Kahneman y Vernon Simth (2002), Elinor Ostrom (2009), Richard H. Thaler (20x7), Paul Romer y William Nordhaus (20x8), que de diversas formas toman en consideración en sus investigaciones una idea de persona constitutivamente relacional, según la cual el bienestar de los demás forma parte del propio bienestar, lo cual no solo tiene motivaciones de tipo monetario.
Entonces, ¿cuál es la aportación de los tres estudiosos recientemente premiados? La primera es de tipo metodológico, que se intuye en la motivación oficial del premio: «La introducción del enfoque experimental con el objetivo de aliviar la pobreza global». Los tres economistas han salido de la universidad y se han manchado las manos trabajando en estrecho contacto con los pobres y observando la pobreza sobre el terreno, desde Kenia hasta la India, utilizando las ya conocidas técnicas científicas de control aleatorio. En la práctica, se actúa sobre dos poblaciones similares con intervenciones distintas sobre la pobreza y se verifica cuál es más eficaz. Se trata de una reflexión teórica que nace de la observación rigurosa de la realidad, de la experiencia madurada al elegir ciertas hipótesis y de su confrontación con lo que sucede, dispuestos a dejarse corregir por esos datos.
De ahí nace una confirmación, lo que supone una segunda gran novedad en la ciencia económica actual: el desarrollo y la pobreza son fenómenos fuertemente ligados a los territorios, y no se pueden comprender ni “resolver" con grandes esquemas macroeconómicos generales y abstractos, válidos en todas partes. El análisis económico de la pobreza siempre debe comenzar con un análisis de las situaciones locales, para poder entender; y solo después puede definir medidas orientadas a reforzar ese tejido que crea las condiciones previas para una evolución que permita salir de la trampa de la pobreza.
Todo ello facilita comprender que los estudios de estos tres economistas ponen sobre la mesa una hipótesis concreta, y ese es el tercer ladrillo de esta construcción. No puede haber desarrollo y emancipación de la pobreza que no nazca de la persona y de sus vínculos, de tomar la iniciativa respecto de sí misma y de los demás. La pobreza no solo tiene razones económicas, implica sobre todo una falta de educación y formación, es una pobreza cultural. El enfoque del estudio sobre la pobreza, en palabras sencillas, consiste en descomponer el problema general en muchos pequeños subproblemas, ligados a las características específicas de las poblaciones y territorios.
Si esto se da, llegamos al cuarto paso: la lógica de arriba-abajo, es decir, el recurso exclusivo a políticas asistencialistas y centralistas, no funciona. Y no solo eso, sino que además está alimentado a los populismos extremistas de nuestros días. Como sostiene desde hace tiempo la gran economista Mariana Mazzucato, un modelo de crecimiento basado en la mera redistribución a alguien y no en su inclusión, es decir en la participación del mayor número posible de personas en la vida económica de un país, no hará más que exacerbar la insatisfacción.
Por mucho que las políticas asistenciales con los más necesitados sean una necesidad y un signo de civilización, pensar en afrontar la pobreza haciendo que lluevan sumas de dinero es inútil a la larga, porque para crear un desarrollo estable hay que aprender a usar los recursos. Lo que más falta hace, como decía el propio Kremer ya en 1993, es estimular una capacidad de cooperación consciente y voluntaria, ligada al crecimiento humano y educativo de la persona. Todos son útiles y deben cooperar: sujetos grandes y pequeños, lugares educativos y de producción, público y privado, trabajadores con diversas competencias y niveles de capacidad.
En definitiva, la atención a lo particular como fuente de conocimiento y acción, la atención a la persona como motor del desarrollo, la subsidiariedad y la valoración de los sujetos que se mueven desde abajo son los factores clave de estos Nobel.
Es impresionante, y este es el último paso, que estas teorías no hayan dado el paso a la abstracción académica. Como se lee en el comunicado de la Real Academia Sueca de las Ciencias, «la investigación realizada por estos nuevos premios Nobel ha mejorado considerablemente nuestra capacidad de lucha contra la pobreza global. En solo dos décadas, su nuevo enfoque ha transformado la economía del desarrollo». Basta pensar que «como resultado de uno de sus estudios, más de cinco millones de niños indios se han beneficiado de programas escolares de tutorías correctivas. Otro ejemplo son los subsidios de asistencia sanitaria preventiva que se han introducido en muchos países».
Banerjee y Duflo escriben, en la introducción de su libro La economía de los pobres. Entender la verdadera naturaleza de la pobreza para combatirla, que «la tendencia a reducir a los pobres a estereotipos tiene una historia tan larga como la pobreza misma. Los pobres aparecen, en la teoría social y en gran parte de la literatura, como emprendedores o vagos, nobles o ladrones, enfadados o pasivos, sin esperanza o autosuficientes. Por tanto, no sorprende que las sugerencias de política económica que manan de una u otra visión también acaben reducidas a fórmulas simplistas como “dar más dinero a los más pobres" o “la ayuda internacional acaba con el desarrollo". (...) Estas ideas también podrán tener importantes elementos de verdad, pero raramente dan espacio al perfil medio del pobre, hombres y mujeres con esperanzas, dudas, límites, aspiraciones, convicciones y confusiones. Si el pobre aparece (en estas teorías, ndr), normalmente es como el protagonista de una anécdota edificante o un episodio trágico, como alguien que debe ser admirado o compadecido pero nunca como una potencial fuente de conocimiento, nunca como personas que puedan ser interpeladas para preguntarles lo que piensan o lo que quieren hacer».
La dirección más prometedora es por tanto la de los pequeños pasos. Continúan Banerjee y Duflo: «Es posible hacer progresos significativos al afrontar el mayor problema del mundo mediante la acumulación de un conjunto de pequeños pasos, cada uno de ellos bien pensado, atentamente testado e implementado juiciosamente».
Bien visto, solo un enfoque atento al dato de la realidad puede contrastar los principales riesgos que, según Banerjee y Duflo, caracterizan a muchas de las iniciativas de arriba-abajo en la lucha contra la pobreza. «Las tres I -ignorancia, inercia e ideología- por parte del experto, el cooperante al desarrollo o los políticos, suelen explicar por qué una política no da el fruto esperado». Su conclusión es entusiasmante. «Es posible hacer del mundo un lugar mejor -probablemente no mañana, pero sí en un futuro a nuestro alcance- aunque no podremos llegar a esa meta con un pensamiento perezoso. Esperamos poder mostrar que nuestro enfoque paciente, paso a paso, no solo es un camino más eficaz para luchar contra la pobreza sino también una vía que hace del mundo un lugar más interesante».
Nuestro yo, su conciencia y responsabilidad, los sujetos sociales que nacen de personas que se juntan no son vagas sombras en medio del infinito panorama del mundo, sino factores fundamentales para un cambio posible.
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