Charles Taylor, considerado uno de los filósofos vivos más importantes, tiene 88 años pero se mantiene alto y erguido como un arce canadiense. Huellas se encuentra con él en unos días felices en Roma, no solo porque el Papa le ha otorgado el prestigioso Premio Ratzinger por sus estudios sobre la secularización, sino porque ha tenido la ocasión de conocer gente y experiencias nuevas. Ejerce una extraordinaria curiosidad intelectual, notable para un hombre de su edad y con un currículum como el suyo.
Humilde, como todos los grandes, nos cuenta enseguida que ha conocido en una cena a Julián Carrón. «Conocí el movimiento de CL hace cuatro años con Alessandra Gerolin (investigadora de la Universidad Católica de Milán, ndr). La había leído y oído hablar. Diría que claramente teníamos muchas cosas en común».
Taylor dio clases en la Universidad McGill de Montreal, pero también en Princeton, Oxford, Berkeley y Frankfurt. También ha recibido los premios Templeton y Kyoto. Sus obras más importantes, publicadas por todo el mundo, se refieren a la secularización [La era secular), las contradicciones de la vida contemporánea (The malaise of modernity) y el problema de la identidad humana y personal (Fuentes del yo). Para él, la aristotélica definición «el hombre es un animal político», hoy, pasando de Hegel a Heidegger, debe actualizarse como «el hombre es un animal que se sabe interpretar», self interpreting animal. Ha protagonizado importantes estudios no solo sobre política y sociedad sino también sobre el lenguaje y la mente humana.
«Un punto de contacto con vuestros autores preferidos es sin duda Charles Péguy. En este poeta que tanto me gusta hay un potente elemento de descubrimiento personal de la fe, de encuentro». Además, parece que a Taylor le interesa el concepto de “sentido religioso" tal como lo formula Giussani. «Yo lo llamo “deseo de eternidad", pero es difícil usar una sola palabra. Tal vez la expresión más adecuada es “deseo de plenitud de vida". Todos los hombres buscan esta plenitud».
Llama la atención que el final de su reflexión sobre la secularización, sobre la modernidad, recuerda mucho a los juicios que don Luigi Giussani formuló sobre la Italia de los años cincuenta, cuando todavía era oficialmente católica. Hasta esa distinción radical que en 1968 él enunciaba así: «El cristianismo es un acontecimiento. La cristiandad es un cauce socio-histórico, pero el cristianismo es un acontecimiento».
Realmente hemos tenido experiencias muy parecidas. Yo vengo de Quebec, que también era totalmente católica. De hecho, la identidad misma de la nación canadiense de lengua francesa era exquisitamente católica. Había una presión enorme. Mi abuelo era volteriano, pero iba a misa todos los domingos por la mañana. Era político y habría destruido su carrera de no ser así. Luego, inesperadamente, estalló el fenómeno opuesto, hubo un momento en que la gente dijo «basta» y empezó a abandonar la Iglesia. En torno a 1968 fue evidente. Personalmente, todavía me educaron en esta atmósfera que ahora, en mi opinión, está totalmente muerta. La frase de Giussani sobre el cristianismo y la cristiandad es crucial. Expresa exactamente lo que yo pienso. A veces la traducción es un problema, porque al pasar de una lengua a otra nos confundimos. El francés me ayuda a comprender el significado italiano de palabras como “acontecimiento" y “cristiandad". Pero una vez superado el problema de la traducción, yo diría que esa diferencia entre cristiandad y cristianismo es exactamente la misma idea que yo tengo: la fe es mucho más que sus expresiones culturales.
Al conferirle el premio Ratzinger, el papa Francisco ha dicho de usted que «pocos estudiosos se han planteado la cuestión de la secularización tan ampliamente como el profesor Taylor. (...) Nos ayuda a leer de una forma no reductiva las razones de los cambios que se han producido en la práctica religiosa; nos invita a intuir y a buscar nuevas formas de vivir y expresar las dimensiones trascendentes del alma humana, las dimensiones espirituales en las que el Espíritu Santo sigue actuando aun cuando a primera vista no nos damos cuenta de ello». ¿Cuáles son estas «nuevas formas»?
Lo que me interesa ahora es profundizar en lo que yo llamo itinerarios. Veamos una característica del mundo contemporáneo: la cultura actual está dominada por el enfoque cientificista del universo, nuestro lugar en el universo y cómo hemos evolucionado los seres humanos. Este modelo es constante y potente, y forma parte de lo que yo llamo el imaginario colectivo. Todos tenemos que hacer cuentas con este clima. Incluso quien no acepta el cientificismo y sabe que hay algo más, debe ser consciente de que este es el trasfondo en el que tiene lugar cualquier debate. Vivir inmersos en el paradigma cientificista implica siempre una gravosa y constante tasa de duda a nuestro alrededor. Pero para los creyentes esta situación de convivir con la duda, de tener que afrontar siempre un considerable poder de objeción, puede ser una ocasión. Por ejemplo, para recuperar la experiencia de algunos de los grandes místicos de nuestra tradición.
¿Por qué los místicos?
Los místicos siempre son muy conscientes de que, en primer lugar, la duda y la incertidumbre son una dimensión importante en la vida de la fe. Viviendo desde dentro, conviviendo, purificamos y desarrollamos nuestra propia fe. No evitando sino viviendo desde dentro y plenamente esas dudas, pasando a través de ellas, damos testimonio. El ejemplo de los místicos nos puede ayudar hoy. Nuestro presente, obviamente, es muy distinto al de santa Teresa de Ávila, pero nos ofrece igualmente un punto de contacto. La sociedad de Quebec, de la que procedo, se fundó gracias al impulso de la espiritualidad francesa del siglo XVII, constituida por personalidades como María de la Encarnación (hermana ursulina de Quebec, ndr) y Francisco de Sales. Por un lado tenemos esta sociedad en que asistimos a una huida de la Iglesia, por otro tenemos la increíble riqueza del pasado, que se ha olvidado totalmente. Pero debe darse un itinerario hacia el futuro que beba de la riqueza del pasado, y en cierto sentido ya se da. En este mundo cientificista, vivimos una batalla continua para recuperar esa conciencia.
La propia Madre Teresa, tal vez la más popular de los santos contemporáneos, vivió la experiencia del silencio de Dios... ¿Qué puntos de cristianismo encarnado ve en el mundo secularizado de hoy?
La búsqueda espiritual es hoy mucho más plural, no solo es cristiana. Pienso en los jóvenes musulmanes o budistas, o incluso en aquellos que han puesto en marcha una suerte de “religión del hazlo-tú-mismo". Otra característica extraordinaria de este nuevo mundo es la simpatía entre personas que recorren itinerarios distintos. Se da el reconocimiento de la existencia de algo común: podemos aprender los unos de los otros. Es una oportunidad para todos. Ya no nos sentimos rodeados de enemigos. Yo tengo amigos budistas, musulmanes, ateos que son personas con una profunda ética. Y ellos tienen la misma actitud positiva conmigo. Saben que hay algo que tenemos en común. El aspecto más importante es que, paradójicamente, la fe de cada uno se ve reforzada por el hecho de que existan estos movimientos espirituales análogos. Los cristianos no se ven tentados de hacerse budistas, en todo caso se ven empujados a profundizar más en su propio itinerario. No es cuestión de diluir la fe, ni de combinar un mix religioso. Por ejemplo, nuestro camino de oración y meditación es muy diferente del budista. No puedes juntarlos, no es cuestión de encontrar un sendero sincretista. Para mí, el sentido del amor de Dios -que nos transforma y nos hace capaces de amar de un modo que de otra manera sería impensable- es algo central, que distingue mi fe de las demás. Sin embargo, aunque me resulta difícil explicar por qué, constato que mi fe se refuerza cuando veo gente que recorre estos caminos paralelos.
Quiere decir que la amenaza viene de lo que usted llama «la visión cientificista» y no de la pluralidad de credos...
Exacto. Vivimos en una época en que lo que amenaza nuestra fe es esta visión del mundo cientificista, mientras que la pluralidad de personas que recorren senderos distintos no supone ningún tipo de peligro. En una situación nueva, podemos volver a conectarnos con ciertas grandes expresiones de fe que se dieron en el pasado. En mi caso, diría que fue muy potente la fascinación de la ortodoxia oriental. Por ejemplo, leer a Dostoyevski fue una experiencia muy importante para mí cuando tenía unos veinte años. Es la posibilidad de conectarse con esa pluralidad de formas que hoy veo en acto como un desafío interesante.
¿Por qué la secularización es una oportunidad para los creyentes? Parece una paradoja.
La secularización es una oportunidad porque cuando la cristiandad se debilita, también se debilitan ciertos rasgos negativos de la cristiandad que se han desarrollado con el tiempo, como el conformismo y la hipocresía. Así la gente está llamada a abrirse mucho más a la posibilidad de la fe como un acontecimiento. Para muchas personas en la Iglesia hay un gran sentido de pérdida, una cierta añoranza del pasado y deberíamos prestar atención a esa sensación de angustia, acompañar a esa gente. Pero también ha habido personalidades como Yves Congar y Henri de Lubac, que tenían una visión completamente distinta del futuro de la fe. Se abren muchos nuevos caminos.
¿Cuál sería la tarea de la Iglesia hoy?
Sin duda, no el triunfo mundano de la fe. Nunca lo ha sido. En todo caso, se trata de vivir la vida real de la fe, como Jean Vanier de la comunidad del Arca. Generar personas así. Mi imagen preferida es la imagen evangélica del grano de mostaza que cae en este contexto humano y que el Señor hace crecer y florecer. En este sentido, necesitamos una nueva visión de la fe en el curso de la historia, que salga de la obsesión por crecer cada vez más numéricamente.
El papa Francisco parece el pastor más apropiado para este contexto...
Ciertamente. La Providencia y los cardenales tomaron una decisión maravillosa. Todo lo que hace el Papa parece realmente como plantar granos de mostaza, especialmente pequeños pero que luego florecen de manera exuberante. De cerca, Francisco me impresiona muchísimo. Tiene el coraje y la estabilidad necesarios para llevar una responsabilidad muy complicada y soportar ataques sin precedentes, incluso desde el interior de la Iglesia.
Usted recuerda a menudo al jesuita Matteo Ricci, evangelizador de China. ¿Por qué le parece un modelo para la presencia en el mundo de hoy?
Para él, la fe no era solo una cultura. No tenía ese problema. Matteo Ricci actuó en un tiempo en que Europa estaba desarrollando su complejo de superioridad frente al mundo no occidental. Él entendió muy claramente que no quería “vender" Europa, la civilización occidental. Él estaba anunciando la fe, y quería entender cómo podía arraigar allí. Y empezó escuchando. Aquello fue extraordinario y le permitió comunicar el cristianismo.
¿La secularización no es un destino ineluctable de Occidente?
Siempre se lo explico a mis alumnos de Ciencias Políticas. Me llegan con la idea, universalmente aceptada pero equivocada, de una historia que progresa ineluctablemente hacia una ampliación de derechos y libertades, y piensan que la secularización forma parte de ese progreso. Pero esa es una desviación enorme de la verdad de los hechos. Entonces les presento ejemplos que desenmascaran esa narración engañosa. Por ejemplo, les cito a Edmund Burke (diputado conservador inglés de finales del XVIII, ndr) y a John Stuart Mill, presentado como un gran pensador liberal. Pero Mill trabajaba para la East India Company, la Compañía de las Indias. Mientras Burke, aun siendo conservador, lanzó una gran acusación contra Warren Hastings, que era gobernador de Bengala, intentando frenar la depredación sistemática de aquellos territorios a manos de los ingleses. Desafortunadamente, aquella acusación cayó ante el Parlamento pero en esa historia el progresista defendía los intereses más colonialistas de la Compañía de las Indias. ¡Terrible!
En 199! usted publicó El malestar de la modernidad, un libro que muchos hemos leído y admirado. Si ahora pudiera actualizarlo añadiendo un último capítulo, ¿cómo lo titularía?
El último capítulo lo dedicaría a lo que más falta hoy: vínculos de solidaridad entre las personas. La soledad es un malestar evidente de estos tiempos y, junto a la emotividad continuamente solicitada por los nuevos medios digitales, determina el panorama. El hombre contemporáneo sufre mucho. Solo llegaremos a ser eficaces en la acción si creamos estos vínculos de solidaridad. Solo así podremos crear algo que responda a las necesidades de hoy.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón