“El sentido de nacer” «Los padres se han olvidado de haber sido queridos». Algunos pasajes de un diálogo de 1980 (si puede ser, más actual hoy todavía) entre Giovanni Testori y don Giussani
En 1980 el editor Rizzoli confiaba a Giovanni Testori la dirección de una nueva colección de libros, que se inauguraba con la transcripción de una larga conversación del intelectual de Nóvate con don Luigi Giussani. El nombre la colección “Los libros de la esperanza” fue sugerido por el sacerdote justo al comienzo del diálogo, que se publicará ese mismo año con el título El sentido de nacer. Publicamos algunos pasajes que expresan agudamente la urgencia de descubrirse hijos para poder educar.
Giovanni Testori. Me pasa muy a menudo -diría que siempre- de día, pero sobre todo por la noche, cuando camino por las calles, cuando paso entre las casas, entre estos caserones enormes; o también cuando atravieso un pueblo, pero sobre todo cuando deambulo por las grandes ciudades, en cualquier caso aquí, en Milán, y veo todas estas ventanas cerradas; y pienso en todos los hombres y en todas las mujeres que duermen en ellas, infelices, felices, sanos, enfermos. entonces pienso: en este momento hay alguien en estas casas que se ama, en este momento Dios está allí para continuar su creación, el sentido verdadero de la creación. Entonces oigo este zumbido, este rumor, este grito silencioso de dolor. De repente, todo esto se me echa encima. Una vez me costaba; en cuanto lo notaba, me decía: estamos todos condenados a este lago inmenso de dolor donde tan solo hay injusticia, sufrimiento, desigualdad y perversión. Me parecía que todo iba encauzado -diría casi a la fuerza- hacia el sinsentido y la muerte. Ahora, sin que el dolor haya remitido, sin que todo siga echándoseme encima, tengo la certeza de que todo está encaminado hacia la esperanza. Es una especie de gloria silenciosa y terrible que experimento. No sé si a ti te pasa. Oyes todos esos respiros; duermen. (...) Te estoy hablando del mismo soplo que sale de la respiración de quienes duermen, a lo mejor, de quienes sufren, de quienes están enfermos; una respiración que es, que sería insostenible e innombrable si no recibiera su nombre de esa realidad que es a la vez ser hijos de Dios y de unos padres, que comporta el reconocimiento de los demás hermanos, de los demás seres, todos igualados en esta realidad de ser doblemente hijos, para ir todos hacia una esperanza que es la sola, verdadera, posible, esperanza: es decir, la conciencia de este dolor llevada hasta su fin último, hasta la ceniza y la gloria. (...) Lo que me sorprende los jóvenes, especialmente en las últimas generaciones, lo que me sobrecoge, me humilla y me exalta, es el carácter indivisible que demuestran; hay en ellos una indivisibilidad que en nuestra generación no existía (nosotros estábamos divididos entre dolor y esperanza); me refiero a la inseparabilidad entre el dolor y la esperanza, ya vivan oprimidos por el dolor, ya vivan alentados por la esperanza. Lo que me sorprende es que en sus palabras y en sus vidas (porque son palabras que corren como la sangre y, por tanto, expresan vida; por otra parte, esta indivisibilidad existe también en sus gestos), tanto que se pierdan como que, en cambio, vivan para salvar al mundo gracias a la redención de la sangre de Cristo, el dolor y la esperanza, la esperanza y el dolor, en ellos son realmente dos realidades inseparables. (...)
Don Giussani. (...) De hecho, es como si en ellos hubiese un gemido; gimen como cuando a los niños les pasa algo. Su gemir proviene de una necesidad física de tranquilidad, de una voluntad corporal de alcanzar esa serenidad que nace del equilibrio entre todas las presencias. En este sentido entiendo todo lo que decías antes; entiendo el porqué de este gemido; banalmente, se diría que gimen porque les falta algo, se lamentan por una presencia que no tienen; precisamente la presencia que les ayude a nacer, a darse a luz; la presencia de eso que tú llamas el sentido del nacimiento. (...)
Giovanni Testori. La inseparabilidad entre la conciencia de ser hijo, entre el acto del nacer y la esperanza de llegar a ser padre, a dar la vida. Esta es la respuesta que nadie quiere reconocer, sin embargo, la vida verdadera está allí.
Don Giussani. Es cierto. Creo que el gemido que viene de la juventud -ese gemido que tus palabras me han permitido reconocer en todas las caras de los jóvenes de hoy- procede justamente de esta ausencia. Es como si la conciencia del haber nacido y del nacer no estuviese presente; es como si no hubieran asumido todavía esta dependencia. Es decir, que han sido queridos. Entonces se puede decir que en ellos la identidad entre el dolor y la esperanza depende de que haya emergido, aunque sea crepuscularmente, el presentimiento de su nacer, como lo llamas tú; esto es, el sentimiento de haber sido queridos. Porque el sentimiento supremo es el de ser querido. Por tanto, su manera de reaccionar depende de si este presentimiento se abre camino entre las nubes espesas o no.
Giovanni Testori. Pero, en tu opinión, ¿por qué no se abre camino? ¿Por qué antaño la ambigüedad nos permitía sobrevivir, pactar, mientras que hoy no es posible?
Don Giussani. Porque antaño no padecíamos esta ausencia. Quiero decir que este presentimiento estaba más carnalmente salvado, también en la relación paternofilial en el ámbito de la familia. Ahora, el triunfo de la esperanza como voluntad energúmena, como exasperado esfuerzo humano (y en mi opinión, el 68 ha sido una clave impresionante desde este punto de vista) ha arrojado lejos este sentimiento de haber sido queridos, este sentido del nacer en el que está implicado todo. En él está implicada la posibilidad de la humildad, la posibilidad del sentido del propio límite y, al mismo tiempo, la posibilidad de tener seguridad, certeza, y el sentido del tiempo como un proceder. En fin, esa seguridad, propia del niño que está con su padre, en los brazos de su padre o de su madre, está implicada allí. Hace un tiempo no se daba esta ausencia. Ahora, brilla por su ausencia este sentimiento del nacer como hijo. (...) Está claro que los padres de estas generaciones doloridas han querido a sus hijos. No obstante. Sobre esto quería intervenir antes, porque no se puede dar a un ser humano el sentimiento de ser querido, no se puede dar a un hijo la percepción de que es querido, no se puede comunicar el sentido que tiene su haber nacido, si no se comunica la alegría de un destino. Solo entonces el dolor cambia de aspecto, es decir, cambia de significado, cambia de signo y se convierte en una condición. Es la alegría de tener un destino bueno la que los padres no han comunicado a los hijos.
Giovanni Testori. No han comunicado a sus hijos la alegría de ser ellos mismos hijos.
Don Giussani. ¡Este es el punto al que quería llegar! Que los padres han pretendido ser ellos los padres; los padres y las madres han pretendido ser ellos padres y madres de sus hijos y han desatendido el signo más imponente: que ellos mismos eran hijos.
Giovanni Testori. Y así se han olvidado de haber sido queridos ellos mismos.
Don Giussani. Lo que viene a coincidir con la ausencia de la dimensión religiosa, la ausencia del Padre.
Giovanni Testori. Esto, a mi parecer, ha creado una fractura en el acto mismo de su amor; una separación entre el amor y el posible nacimiento de un hijo. Hubo un instante en que algo como una espada intervino; entonces los hijos han sufrido una laceración, un corte, una separación. Incluso si luego sus gestos han sido paternos y maternos, se había roto esa unidad, ese cordón que los unía.
Don Giussani. Es como decir que sus hijos han nacido como si no hubieran sido queridos.
Giovanni Testori. Efectivamente, han nacido “separados". Se ha abierto una brecha de vacío; más aún, un precipicio inmenso hacia el vacío.(...)
Don Giussani. Si la culpa la tiene la abstracción, entonces solo lo concreto puede amenazar el dominio de lo abstracto. Y lo concreto es una presencia distinta. Una presencia distinta se expresa en palabras que dejan entrever una continuidad; en palabras que no cierran, que no “definen"; quiero decir, que no hacen como este mundo que pretende definirlo todo y así lo encierra todo en un sepulcro, acaba con todo. Por lo tanto, deben ser palabras que expresan un contenido vivo, es decir, una presencia. Yo no logro encontrar otro motivo de esperanza que no sea el multiplicarse de estas personas que sean una presencia. El multiplicarse de estas personas, y una inevitable simpatía o, estaría a punto de decir una palabra fea, una “sindicalidad" nueva entre estas personas, tal como la expresa el término que utilizamos nosotros: un reconocimiento. Al margen de esto la trayectoria es tan pobre, lo humano tan apartado, que es como si los mendigos de una ciudad tuviesen que combatir contra el poder que reina a sus anchas sin que nadie le oponga resistencia. (...) “La vida" no existe si la vida “eres tú solo". Para mí, la clave es recobrar la evidencia de que la vida no nace de nosotros, que nuestro destino no acaba en nosotros, sino que pertenece a algo más grande que nos constituye. (...) Algo más grande que nos constituye. Lo cual significa descubrir la paradoja de que yo soy Otro. No puedo decir «yo» si no digo «tú», si no digo «Tú que me haces», como digo cuando trato de explicar qué es la oración. (...) Es verdad que la mentira domina el mundo tal como dijo Jesús: «El mundo entero yace bajo el dominio de la mentira»; y además, ahora, la mentira ha llegado al paroxismo porque se ha suprimido la dimensión concreta de la vida; pero la batalla contra la mentira se libra en cada persona. De hecho, uno se mata o vive como si fuera un muerto viviente cuando acepta que no hay nada que hacer; y este, en realidad, es el verdadero suicidio. Por lo tanto, también es en la persona donde se juega el rescate, el renacer, el resurgir. Pero, ¿cómo puede darse este rescate? Este es el punto que tenemos que abordar. Exteriormente la única respuesta es que uno se encuentre con una presencia distinta, que se tope con una presencia diferente. Entonces, esta presencia puede actuar como reactivo, como catalizador de las energías que se habían perdido.(...)
Giovanni Testori. La verdad es que el hombre actual no lo admite, quizás se avergüenza de decírselo a sí mismo, pero tiene una nostalgia terrible de volver a casa, a la casa del Padre. Entonces la Madre está allí, con Cristo, dando forma a la morada, a la casa, a la Iglesia. Desde allí -lo apuntaba antes- creo que el hombre puede empezar a redescubrirlo todo. Y para nosotros que somos «hijos» este volver a descubrirlo todo no puede dejar de pasar por María, por la Madre que los cristianos hemos olvidado o de la que incluso nos hemos avergonzado. Fíjate, nos hemos avergonzado de ella, nuestra Madre. Por otro lado nos hemos olvidado y avergonzado también de la Navidad. En cambio, este es precisamente el momento en que el hombre desesperado pide recuperar la Navidad, recuperar el sentido de su propio nacer, la memoria de su propio y verdadero nacimiento. Y las liturgias olvidadas o abandonadas se tornan culpas espantosas. Nosotros no calculamos, creo, qué es lo que la liturgia celebrada y participada determina, consciente o inconscientemente, la liturgia que vive plenamente en la comunidad. Lo digo más allá de lo que, cada vez y en conjunto, históricamente nosotros podemos ver y saber. Me estoy refiriendo a la efusión de la Gracia que se da en la liturgia de la Iglesia. Pues, yo creo que es una culpa grave haber olvidado y relegado en una esquina estos momentos efusivos de la Gracia. Volviendo a la Navidad que es el momento de la liturgia efusivo por excelencia, la celebración del nacimiento de Cristo, nuestro cobijo, la casa; pues, hoy, en lo hondo de su ser, el hombre no desea más que esto. Se va de su casa porque la casa ha dejado de ser «morada»; porque se ha desacralizado, se ha vaciado, reducido a nada. La casa tendrá unas habitaciones más decentes, pero le han arrancado la memoria de lo que es para el hombre: el lugar donde encuentra cobijo, el hogar. Y dentro de ella la vivencia de la “casa absoluta" de nuestra historia: la Iglesia. En este momento el hombre gime porque añora reapropiarse de su propia verdadera morada, el lugar donde recobrar su propio verdadero nacimiento: el nacimiento de Cristo. Pienso que estos momentos, justo porque son los más humildes, los que más caen en la retórica, los que corren más el peligro de desvirtuarse, son los que habría que recuperar radicalmente; recuperar y llevar dentro del gemido, del grito, de la desesperación, de la demencia del hombre moderno. ¿Cómo iluminar la demencia, cómo librarla si no le devuelves el significado de ese primer momento, de ese primer vagido y -luego, ligado muy estrechamente- el sentido que encierra el primer vagido de Cristo, es decir, de Dios que para devolvernos la memoria se hizo hombre? Ni siquiera la Pasión, creo, se puede leer plenamente si no se participa hasta el fondo de la Navidad, de la realidad que es la Encarnación de Dios, su nacimiento. Desde la cruz, Él dijo: «Madre, aquí tienes a tu hijo», es decir, restauró el círculo de la familia, de la morada, de la casa, de la Iglesia: el círculo de la Navidad. Allí está la clave de todo: la súplica de volver a casa, que es la reconquista de la memoria y también la posibilidad de alcanzar la meta. Entonces, todo el camino que tendremos que recorrer, todo el dolor que nos espera a lo largo del camino, porque a estas alturas será un camino arduo y doloroso, si tú tienes siempre presente el momento de la historia en que nació Cristo, el momento de la historia en que Dios te dio vida, el momento en que naciste, si los tienes siempre presentes, tienes en ti mismo la razón total, por tanto, la razón afectiva, el calor y la fuerza, para recorrer tu camino. No podemos hacernos ilusiones; será un camino muy fatigoso el que permitirá al hombre volver a Cristo, pero creo que el momento del origen es fundamental. Porque es el momento del origen de cada día, de cada hora, de cada instante. Es como cuando se reza una oración; si tú, cuando la pronuncias, no la repites mecánicamente, sino que retomas conscientemente su origen y la devuelves a su fuente, si rezas de verdad, todo se te vuelve nuevo, todo renace. En este sentido, el Nacimiento, el misterio de la Encarnación, hace que cada día, cada minuto, cada palabra que dices, cada gesto que haces, el esfuerzo que realizas, el trabajo que desarrollas, los hijos que crías, los hijos que no tienes y a los que procuras dar lo que darías a tus hijos si los tuvieras, hace que todo esto se renueve, se convierta cada vez en un nuevo nacimiento, en un anuncio, en una noticia, pero una noticia encarnada, asumida en la encarnación de Cristo, por tanto real, total.
Don Giussani. Tienes razón, se convierte en un verdadero nacer de nuevo, una verdadera Navidad.
(de Giovanni Testori - Luigi Giussani, El sentido de nacer, Encuentro, Madrid 2014)
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