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Huellas N.11, Diciembre 2019

PRIMER PALNO

Una mirada según el destino

Pigi Banna

Una llamada que te devuelve al origen. Y una relación que pide ser alimentada constantemente, en el presente, para «seguir generando»... El padre Pigi Banna, que sigue a los jóvenes de Gioventù Studentesca (GS), cuenta qué significa ser-padre. Y a la vez hijo

Por mucho que los estantes de nuestra mente se puedan llenar de consejos, libros y cursos sobre la paternidad, según distintas orientaciones ideales y escuelas de pensamiento, nada consigue producir en un laboratorio el irrumpir de una llamada que es como un escalofrío. Hablo de ese escalofrío que te estremece cuando con la mirada, la palabra o simplemente con su primer gemido, otro ser humano se dirige a ti pidiéndote que le seas padre. Puede ser un chaval que te pide ayuda en algo que no ha confiado a nadie, o un amigo que te busca para aclararse acerca de una cierta relación, en cualquier caso, ¡ese persona se está dirigiendo a ti! Es una experiencia de vocación inolvidable, gratuita y para nada previsible, incluso cuando la esperabas.
A esta primera apelación, que antes o después irrumpe en la vida de cualquier hombre maduro, hay que volver siempre cuando se habla de paternidad, aun antes de buscar cursos o manuales de instrucciones que remiten siempre a un ideal que nos delata como insolublemente inadecuados. No nos avergoncemos de admitirlo. Por el contrario, esa experiencia de total gratuidad que es la apelación de un hijo que se dirige a ti, llena la vida de promesa. La tuya y la de aquel que, observándote, atisba en ti esa promesa de vida y la quiere para sí.

UNA OCASIÓN DE MEMORIA. Mirando en la experiencia esta llamada a la paternidad, nos descubrimos invadidos por un deseo de bondad, por el temor de quebrar esa frágil petición de vida que aparece ante nosotros todavía incierta y traqueteante. ¿Qué hombre no desea querer con todo el corazón a aquel que, indefenso, le llama «padre» y confía en él «¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?», pregunta Jesús en el evangelio de Lucas. Este impulso bueno se revela como la ocasión de una memoria renovada y agradecida por la paternidad recibida. Continúa el pasaje evangélico: «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre celestial.». Cuando esa bondad se enciende dentro de nosotros, toda nuestra mezquindad pasa a segundo plano y nos vemos empujados a volver con la memoria al que fue nuestro padre.
A menudo en nuestra vida, experimentamos ese impulso consciente hacia nuestros hijos que, acto seguido, nos lleva a reconocer y apreciar la paternidad gratuita y silenciosa de nuestros padres, que no hemos tenido tiempo de agradecerles lo suficiente o ni siquiera la capacidad de darnos cuenta.
La paternidad, por tanto, vista en su momento de apelación, llamada y vocación, no es tanto el reclamo a un rol que asumir, sino una ocasión de memoria agradecida hacia los que nos han generado y nos han mirado con ese impulso de ternura que ahora surge en nosotros inesperadamente cuando miramos a los que son más pequeños que nosotros.

LA EXIGENCIA DE UNA REGENERACIÓN. La llamada a la paternidad en su momento inicial tan gratuito, emocionante y grávido de memoria, siempre es fruto de algo que nos precede y nos arrolla afectivamente. Esto no vale solo a nivel biológico, de algún modo se hace aún más evidente en quienes por oficio (por su trabajo profesional) o por circunstancias de la vida están llamados a ejercer una paternidad. Por ejemplo, un profesor no está delante de unos chavales por casualidad, sin que ninguna disposición afectiva le haya llevado a dar clase.
Pues bien, para ser padres hay que volver continuamente a lo que se da “antes". Ahí hay que volver con la memoria para sacar las fuerzas necesarias para seguir generando sin cansarse.
Un episodio paradigmático para mí de esta continua generación es cuando por primera vez se me pidió que predicara los Ejercicios espirituales a los chavales de GS, delante de cinco mil chicos. Tenía solo treinta y dos años y llevaba solo dos de sacerdote. No podía empezar esa jornada sin pedir a Julián Carrón, guía de CL, que se acordara de nosotros. Me contestó de una manera que no olvidaré en mi vida: «Basta con que te dejes abrazar por Cristo para llevar a todos contigo hacia Él». Después de aquellas palabras, desapareció toda preocupación por ser “alguien" delante de los chavales, prevaleció el deseo de responder yo a la presencia ante la que me había puesto Julián. Así las palabras que decía a los chavales formaban parte de un diálogo más grande donde el que era generado en primer lugar era yo, porque estaba ante un Padre. Cuanto más deseas responder a las pregunta de los hijos, tanto más la memoria agradecida busca en el presente al padre del que quieres ser hijo, esa mirada que te permite volver a empezar siempre. Y uno comprueba quién es padre en el presente en la medida en que se ve continuamente liberado. Cuando más te descubres hijo de un padre en el presente, tanto más se abre la posibilidad de no tener miedo a arriesgarte a ser a tu vez padre, sin clericalismo autoritario ni libertarismo sin compromiso.

LA APERTURA DE LA LIBERTAD. Ante esta propuesta, puede surgir una objeción: «¿Existe un momento en la vida en que dejamos de ser hijos y solamente somos padres?». Casi un eco de la pregunta de Nicodemo a Jesús: «¿Cómo puede nacer un hombre cuando es viejo?». Si hay un padre en el presente, siempre es posible renacer. Todo depende de la gran alternativa con la que concebimos nuestra vida. Una concepción auténticamente religiosa u otra reduccionista (de distinto tipo, sociológico, psicológico, intelectual o materialista). Cualquiera que cree que se hace a sí mismo debe resignarse a la idea de que avanza hacia el final de sus días, como una rama que ha dado frutos, pero ahora está seca y solo sirve para leña. Si en cambio reconoce que cualquier instante de vida se le concede, hasta el último día puede descubrirse generado por Otro, por un Tú que es paternidad misteriosa e inagotable, reflejada en tantos y tantos padres que le han generado en la vida. «Tam pater nemo», nadie es tan padre, escribía Tertuliano.
El que vive en esta actitud religiosa no deja nunca de ser hijo, hasta el final de sus días. Y acompaña a sus hijos hacia una paternidad mayor que la suya, una paternidad que da libertad y se expresa dirigiéndose al Padre «que sabe mejor que nosotros lo que necesitamos» con la oración. La libertad es la señal que distingue a aquel que se sabe perennemente generado, gozando de una concepción religiosa de la existencia. Dicha libertad se reconoce por dos indicios tangibles. Primero porque no tendremos miedo de lanzar a nuestros hijos en la relación con este Padre más grande, dejándoles libres, porque están en manos de Aquel que nos genera a ambos. Y, en un nivel aún más personal, aun cuando el paso del tiempo nos privara de figuras mayores a las que seguir, podremos gozar de esa experiencia milagrosa que consiste en dejarte generar por el que es más pequeño que tú, a lo mejor por tu hijo, porque se deja generar por lo que el Padre eterno obra en él.
Me ha impresionado leer lo que dijo Giussani al final de sus últimos Ejercicios de la Fraternidad, en 2004, un año antes de su muerte: «Esta lección de Carrón es lo mejor que el Señor me ha dado a entender en todos nuestros
Ejercicios espirituales [...] Es lo más bonito que escuché en mi vida».

UNA EXPERIENCIA DE VIRGINIDAD. Volvamos entonces al comienzo, al momento gratuito e insustituible de la llamada a la paternidad. Un padre que haga el recorrido que hemos descrito, ¿cómo responderá a la llamada del hijo? Su mirada traspasará los ojos de su hijo, logrando reconocer en aquel pequeño mendigo de vida el fruto de una historia de la que él todavía no es consciente. El padre le ensanchará el horizonte, recordándole siempre el destino bueno al que está destinado. Pongo un ejemplo. Ante una etapa fundamental para la vida de un hijo (graduarse, casarse, ser padre), solo un verdadero padre mirándole ve también a ese pequeño de hace veinte o treinta años, y se conmueve por él. Y a la vez, es consciente de que nunca sabrá qué será de ese hijo cuando él ya no esté.
Esta experiencia acrecienta la conmoción y la transforma en entrega confiada de ese hijo al Padre que lo genera instante tras instante y nos mira como Jesús miró a Pedro, Juan y Santiago, la Samaritana y todos los demás, reconociendo en ese hombre al niño que fue y al hombre que será. Así participamos de la mirada de Dios, como nos decía don Giussani, le miramos según su destino bueno.
La mirada de un padre hacia un hijo será entonces virginal, sabiendo que no le pertenece, pero que se le ha confiado y de eso tiene que responder. Cuanto más nos dejamos generar, tanto más experimentamos una mirada virginal, que participa del Ser que genera todas las cosas.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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