Alessandro Ventura es mánager de una multinacional con sede en Nueva York. Ama su trabajo, y se nota. En un contexto en que muchos jóvenes se sienten huérfanos, le buscan para pedir consejo. ¿Su autoridad? Consiste en situar el desafío profesional a la altura de los deseos del corazón
Hace dos años, el día que aterrizó en Nueva York tras aceptar el puesto de responsable de redes informáticas de Unilever para Norteamérica, Alessandro Ventura recibió una llamada a las nueve de la noche. Le dicen que se ha caído la red que administra las entregas. Unilever es una multinacional que posee decenas de marcas ligadas a la alimentación, bebidas e higiene personal. Tiene una facturación anual de nueve mil millones de dólares. Cada hora que pasa equivale a millones de dólares en pérdidas. La emergencia acaba tres días después, a las siete de la mañana. Cualquiera habría esperado un aterrizaje un poco más suave. Pero la vida de un mánager de su nivel también está hecha de momentos así. Alessandro tiene 42 años, es de Milán y desde 2005 pertenece a los Memores Domini. Después de una experiencia en Deutsche Bank en Italia, casi por casualidad, pasó a Unilever, en la sede de Londres. Hoy, 17 años después, además de ser mánager en un sector estratégico, forma parte del Consejo de administración de la empresa.
«Siempre me ha gustado trabajar y me encanta lo que hago. También me gusta hablar. Siempre he tenido gente que venía a preguntarme en situaciones de crisis. Pero, desde que estoy en Nueva York, este fenómeno ha crecido. No sé muy bien por qué, pero cuando digo que mi trabajo tiene que ver con la fe, la gente se sorprende. Digo que también trabajo para incrementar la facturación de mi multinacional porque, si Cristo me quiere allí donde estoy, lo que hago me lo está pidiendo Él». Y añade: «Hablar así ha tenido el mismo efecto que cuando se destapa una botella de champán después de agitarla bien, una explosión de vida».
La experiencia de muchos es la de encontrarse solos, aplastados por el peso de los desafíos. En los ambientes laborales, nadie parece estar lo suficientemente autorizado para hacer una propuesta a la altura del deseo del corazón. Alguien de quien, aunque solo sea en el ámbito profesional, puedas sentirte hijo. Hay muchas preguntas. Los recién graduados que no saben cómo escribir su primer currículum, los mánager jóvenes que se ven abrumados por la opresión de las responsabilidades, los que ansían encontrar un equilibrio entre la familia y el trabajo... «Han empezado a contactar conmigo personas que no conocía. De América y de Europa». El boca a boca en la época del WhatsApp puede ser un fenómeno global.
«La primera autoridad en materia laboral fueron mi padre, trabajador de la Pirelli, y mi madre, empleada en una residencia de ancianos», cuenta Alessandro. «De ellos aprendí que cualquier oficio tiene dignidad y se debe hacer de la mejor manera posible». La otra lección se remonta a sus años de noviciado en los Memores. «Fui a ver a don Ambrogio Pisoni para decirle que yo era ambicioso, que quería hacer carrera, pero no quería perder la vocación convirtiendo el trabajo en un ídolo. Le pregunté si debía dar un paso atrás. Y él me respondió que no, que solo yendo al fondo de mi pasión por el trabajo podría entender quién es Cristo. Es algo que, con los años, poco a poco, estoy empezando a aprender». El tercer punto se lo sugirió un amigo que conoció en Londres y le contó un diálogo que tuvo con don Giussani. Este le dijo, más o menos, que «para testimoniar a Cristo en el trabajo no tienes que ir por ahí con el crucifijo en la mano, pero la gente debería preguntarse por el origen de la diferencia con que tú haces las cosas. Recuerda: decir sí al jefe puede ser la ocasión para decir sí a Cristo». En esos tres “momentos" Alessandro se sintió generado en su manera de vivir el trabajo.
Una de las personas que quiso hablar con él fue una joven que hacía un máster en el MIT de Boston. Le habían propuesto un trabajo de responsabilidad en una gran empresa y no lo tenía claro. «Le conté estas tres cosas y vi que se entusiasmaba. Cuando le hablé de don Ambrogio, me dijo con la cara radiante: “Esto es lo que necesitaba oír"». Entonces Alessandro empezó a pensar que valía la pena ofrecer esta posibilidad a todos.
Fue el inicio de un trabajo que primero le llevó a promover un job corner en el New York Encounter de 2019, luego un encuentro en el centro cultural Crossroads y una cita fija con un grupo de amigos que también son mánager y que se ven cada tres semanas en el Upper West Side de Manhattan para ayudarse a afrontar los desafíos de su carrera. Los temas más candentes, en América pero no solo allí, son el work life balance, es decir, el equilibrio entre la vida y el trabajo, y la relación con el jefe.
Para Alessandro, «el trabajo es un ámbito donde se ejercita el deseo infinito de cumplimiento. Si alguien te convence de que, en cambio, se trata de un aspecto secundario de la vida, tu corazón se rebela y, normalmente, acabas bloqueado. También en el ámbito católico se suele decir que no estamos definidos por el trabajo porque no es lo que nos da la felicidad. Cierto, hay un aspecto de verdad en eso. Pero si pensar así significa que no debemos implicarnos mucho, entonces lo que se hace durante la mayor parte de la jornada no tiene nada que ver con la felicidad». ¿Y entonces? ¿Cómo salir de ahí? «La gente busca un equilibro: la familia por un lado y el trabajo por otro. En cambio, la cuestión es la unidad entre la vida privada y el trabajo. La vida es una. El corazón es uno. Esta unidad es lo que nos libera. Lo que hay que seguir es la realidad, también cuando te indica que ese lugar es incompatible con el matrimonio. Pero a veces las circunstancias laborales que te llevan lejos del afecto pueden ser ocasión para una memoria y un amor más profundos».
Las relaciones con los jefes en los despachos, en cambio, están dominadas por el miedo, señala Ventura. «En este ámbito se entiende muy bien lo que dice Giussani sobre la autoridad en el fragmento citado en la Jornada de apertura de curso: es justo lo contrario del poder. El poder se corresponde con el miedo, pero la autoridad -la de verdad, la que nos genera humanamente- nos libera del miedo. Yo me relaciono con alguien que me genera ahora y me permite dormir por las noches. En esto, mi pertenencia a los Memores resulta decisiva». Y añade: «No creo que la gente venga a hablar conmigo por el puesto que tengo, por mi carrera. Tampoco por mis capacidades. Creo que ven la unidad de mi vida. Porque eso es lo que desean, aun sin saberlo. Me doy cuenta porque casi nunca vienen a preguntarme qué deben hacer. Necesitan entender, dentro de una crisis, cuál es el verdadero problema o los criterios para tomar una decisión. La mayoría desea saber si, dentro del sacrificio, existe una promesa o no».
Ventura cuenta el episodio de una joven colega turca que conoció durante su etapa en Londres. Él buscaba una figura senior para un trabajo muy importante, pero apostó por ella. «La llamé y le ofrecí el puesto. Primero pensó que me había vuelto loco y luego me pidió tiempo para pensar. Cuando vino, me dijo que aceptaba, no tanto por la propuesta sino porque era yo quien se la hacía». Ella demostró ser la persona adecuada para el cargo, pero a los seis meses acudió a él bañada en lágrimas y le confesó: «Estoy embarazada». Alessandro sonrió y le dio un abrazo: «¿Por qué lloras? Es maravilloso». Ella respondió: «Pensé que te había traicionado». Cuando terminan de hablar, Alessandro anuncia a sus compañeros que al día siguiente irá a trabajar desde otra de las oficinas que la empresa tiene en la City de Londres. «Yo también voy», dice ella. «Ella nunca había ido a esa oficina, decía que odiaba ese lugar. Tal vez, cuando uno se siente mirado de una manera distinta, lo desea todos los días».
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