El nexo con la libertad y la tarea de los padres, «la autoridad del niño» y la importancia del deseo... Luigi Ballerini, psicoanalista y escritor juvenil, cuenta por qué «educamos mientras vivimos». Y qué quiere decir que el mundo necesita padres y madres (también) adoptivos
«Si eliges nefrología, yo te la enseño». Era 1988 cuando Luigi Ballerini, recién graduado, recibe esta propuesta. Se la formula el padre de uno de sus mejores amigos, que además es adjunto al jefe de servicio en el hospital de Niguarda en Milán. Nefrología no era precisamente su pasión. Había elegido Medicina para ser psiquiatra, pero estudiando se había dado cuenta de que la atención psíquica en ese momento no era para él. Así que fue a ver cómo se movía en la planta aquel adjunto. «Mientras lo miraba, pensaba: yo quiero ser médico así. Tenía delante a un maestro. Fue mi primer encuentro con una verdadera autoridad, en el sentido etimológico del término; alguien que podía ayudarme a crecer, que se preocupaba por mi formación. Hoy diría: alguien de quien me podía fiar».
Hoy Ballerini es psicoanalista y escritor de novelas juveniles -algunas de ellas pluripremiadas- y ensayos para gente que se relaciona con los jóvenes. Partiendo de su experiencia personal, comienza nuestro diálogo sobre paternidad y autoridad, tema que Julián Carrón abordó durante la Jornada de apertura de curso de CL (ver Huellas de octubre, ndr), citando a don Giussani. Esa autoridad que es una ayuda fundamental para crecer, para llegar a ser uno mismo porque es «lo contrario del poder»; que es indispensable para vivir la fe porque es ante todo «una persona mirando a la cual uno ve que lo que dice Cristo corresponde al corazón». Alguien de quien nos hacemos hijos, en una relación que «exalta mi libertad, hace crecer mi conciencia y mi responsabilidad personal». Solo así se genera un pueblo.
Vamos a explorar la palabra "autoridad”. Giussani la vincula a "paternidad" como a un sinónimo. Luego da un paso más: el encuentro con una autoridad libera, alegra.
Mi experiencia da fe de ello. Yo también vinculo autoridad a libertad, como hace Giussani en ese paso fundamental citado por Carrón. Cuando no hay autoridad, se da el autoritarismo o la desautoridad. Pensemos en Jesús. Era un líder, en el sentido de caput, no de Führer; es decir, uno que da comienzo, nos pone a su lado y desea que el otro actúe con su misma libertad. En cambio, el líder-Führer quiere someter y teme la libertad del otro. Es paradigmática la relación entre padres e hijos. Nos da miedo que se vuelvan autónomos, lo cual no es sinónimo de independientes. Autonomía significa un sujeto competente que juzga, que tiene un criterio, pero que no se concibe independiente, de otro modo sería presuntuoso. El desafío consiste en adquirir esa autonomía siendo conscientes de que siempre dependemos de otro.
¿Cómo pasó en su caso? Desde aquel primer encuentro con un maestro, ¿cómo llegó al psicoanálisis y a la escritura?
Son caminos paralelos. Durante la especialidad acudí a unas sesiones de análisis con Giacomo Contri. Ese fue mi otro gran encuentro. Yo, que quería ser psiquiatra porque la enfermedad mental me fascinaba, descubrí con él que lo realmente fascinante es la normalidad. Prestar atención a ese residuo de normalidad que existe en toda patología es lo que permite la posibilidad de curar. Al final del análisis me dije: esto es lo que quiero hacer en la vida. Y empecé a formarme en la escuela de Contri. Mientras tanto había dejado el hospital por un empleo como director médico en una multinacional farmacéutica.
¿Y la escritura?
En el hospital me apasionaban las historias humanas de los enfermos. Eran historias dignas de contar. Escribí mi primer libro y lo envié a Mondadori. Aquí llegamos a otro encuentro. Ferruccio Parazzoli, escritor y por aquel entonces responsable de la narrativa italiana en la editorial, me dijo: «Nunca publicaremos su libro. Pero si insiste y aprende a escribir, estoy seguro de que llegará a ser escritor. Y quizá de los buenos». Tenía en sus manos mi manuscrito, con anotaciones en los márgenes de las páginas. Me había tomado en serio. Diez años después, en la cumbre de mi carrera en la multinacional, decidí dejarlo. Había terminado mi formación y empecé a hacer lo que quería: ser psicoanalista y escritor.
Como psicoanalista y escritor, se ocupa del mundo juvenil, ¿por qué?
Por mi historia, por interés personal, fui madurando una cierta experiencia con chavales, con familias y con adultos que se relacionan con los jóvenes. Aparte de mi actividad en la consulta, doy cursos de formación y conferencias. Respecto a la escritura, digamos que me viene bien escribir para ellos.
Para los jóvenes, muchas veces la autoridad se reduce a un rol, a algo negativo que solo pone límites...
Cuando se produce una abdicación del yo que juzga, se da paso al autoritarismo, a que alguien decida por nosotros. Se crea un vacío que hay que llenar. Pensemos en el concepto de fe. Es un acto del pensamiento consciente, no una renuncia a pensar. Es un juicio de fiabilidad: esa persona, Jesús, que llega de una cierta manera, es fiable ahora y, como tal, resulta convincente, por eso le sigo. No como dentro de una tropa, sino como un hombre libre que reconoce a alguien que le interesa. ¿Cuándo alguien se extravía? Cuando se desorienta y empieza a buscar sucedáneos. Fenómenos como la droga o el acoso suelen venir de ahí. Y son errores, equivocaciones de los chavales. En el sentido de que son intentos de solución equivocados, pero parten de un punto bueno.
¿Por ejemplo?
Un chaval me cuenta su sábado noche: con un amigo en el parque «fumándose un porro». La reacción del adulto puede ser de escándalo, o bien: este se ha “extraviado". Pero a la pregunta: «Cuéntame mejor qué es lo que pasó», me dijo: «estuvo muy bien porque durante un rato no pensaba y estaba tranquilo, luego mi amigo apoyó su cabeza en mi pecho y nos sentimos verdaderamente amigos». Me dio dos informaciones muy valiosas: es un chico al que pensar le resulta difícil y penoso, y desea una fraternidad que no logra alcanzar. El error es pensar que la puede conseguir con los porros. Lo que me interesa es buscar detrás de los errores qué es lo que genera ese comportamiento, siempre a la caza de algún residuo de normalidad. Frente a la equivocación de un chaval, es muy distinto tomar una posición de escándalo, que te cierra, o escuchar y comprender en qué se apoya ese error, y ese es el camino para una eventual corrección.
¿Ahí el adulto es autoridad?
Es paradójico, pero estoy convencido de que se educa cuando no se educa. Cuando entramos en la modalidad education on, nos volvemos aburridísimos, damos sermones, palabras vacías. Educamos mientras vivimos. Lo educativo es cómo tratamos el dinero, el trabajo, las pasiones, al esposo o esposa. Es autoridad aquel que vive bien, en el sentido de que se mueve en la realidad siguiendo su bien sin separarlo del bien de los demás. Pensemos en una corrección en clase. El alumno nota si el profesor quiere pillarlo en un error, como un detector de errores, o si cuando le corrige se está interesando por él, por lo que ha hecho.
Dice Giussani que la autoridad, si es fuente de libertad, se convierte en un lugar de consuelo donde la vida se hace más límpida y clara.
No está dicho que ese lugar sea necesariamente la madre o el padre, ni solo la madre y el padre. Invito a los padres a no ser celosos, es decir, a no temer que sus hijos encuentren otros padres y madres. Podemos acudir aquí a la palabra “virginidad". A los padres -aunque diría en general a cualquiera que eduque- se les pide esta virginidad: favorecer, o al menos no obstaculizar, la posibilidad de que los hijos experimenten la paternidad con otros sujetos, una paternidad fiable.
¿Y cuándo lo es?
Un sujeto es fiable cuando descubro en el tiempo -porque el juicio necesita tiempo- que no miente, que lo que propone me lleva a buen término. Es un juicio que nadie puede dar en mi lugar. Podré equivocarme, pero seguiré haciendo ese trabajo de comparación y confrontación con lo que yo deseo. Porque eso es lo que me permite no acabar fiándome de una desautoridad. Otro puede darme indicaciones pero siempre soy yo quien debe verificarlas.
Estamos hablando de un sujeto que ya es capaz de juzgar. Pero antes habrá habido autoridades que le hayan ayudado a crecer.
En realidad el sujeto ya viene así, bien equipado. La verdadera autoridad es el niño, en el sentido que indica el Evangelio: «Si no os hacéis como niños...». No es una vuelta al infantilismo, significa volver a pensar como niños, es decir, que el bien viene de otro. Por tanto, se trata de entender cómo volver a ese punto de partida bueno, donde no hay objeciones, en principio, ante el otro, a lo que aporta y ofrece.
Se trata entonces de volver al asombro y sencillez del niño.Pero para que esto suceda, harían falta encuentros que la susciten...
Claro, hace falta la propia historia. El tiempo verbal de la persona que es autoridad es el futuro perfecto: «habré sido un maestro si...». El médico adjunto del que hablábamos al principio no me dijo: soy tu maestro. Es más, si alguien se presenta a sí mismo como “autoridad", yo sospecharía. En mi experiencia ha sido autoridad aquel que yo veía que se movía bien en la realidad, es decir, teniendo en cuenta todos los factores. Se trata de un beneficio mutuo. ¿Cuándo funciona la relación con un profesor? Cuando este crece con el alumno, es decir, cuando la clase no es estándar sino siempre distinta, en función de quien tenga delante. Cuando cambia. ¿Cuándo funciona con un padre? Cuando este empieza a aprender de sus hijos.
A propósito de los padres, están muy de moda los manuales sobre cómo criar a los hijos. ¿Es síntoma de una falta de paternidad?
En el momento en que nosotros, al hacernos adultos, abdicamos de la soberanía individual del niño que hemos sido, de esa capacidad de juicio, empezamos a necesitar reglas. Cuando ya no somos capaces de movernos en la realidad según un principio de beneficio común, entramos en las relaciones de mando. Traté a un chaval que, hablando de su futuro, me dijo que quería ser militar «porque así me dicen lo que tengo que hacer». En el orden de sus ideas había entrado que otros pensaran por él, mientras que un sujeto que está bien siempre se concibe en compañía de otro. Los padres piden cada vez más a menudo, a los pediatras y al “mundo psico", no una orientación sino recetas que puedan seguir de manera automática. En este sentido hay que distinguir entre deseo y expectativa.
¿Qué quiere decir?
El deseo se compone siempre junto a otro. Para empezar, es otro quien lo suscita y luego no puede prescindir de la voluntad del otro. La expectativa, en cambio, se autogenera, nace, crece y se alimenta en la ambición del individuo, ambiciona proyectarse sobre el otro para hacerlo congruente con el propio sujeto. Podemos decir que el deseo se moldea sobre el hijo, la expectativa en cambio quiere moldearlo a él, o al menos lo intenta. Desde un cierto punto de vista, ese es el error que veo en los jóvenes sobre el concepto de “interés". Ellos dicen: «no estudio historia porque no me interesa». En realidad, si estudias podrás ver si te interesa. Solo si me comprometo con la realidad puedo descubrir si me corresponde, si es interesante. Además, si me encuentro con una profesora que ama la historia, eso podrá despertar mi interés, me moverá. Añadiría una pieza más: es padre aquel que me abre el horizonte e insinúa una hipótesis allí donde yo tiendo a cerrar la cuestión. En este sentido, me gusta vincular la palabra autoridad con “autor". Padre es aquel que es protagonista, es decir que se mueve en la realidad como solo él puede hacer en ese momento. Por mi parte, consiste en hacer “como" hace él. Que quede bien claro, no se trata de una superposición, o mejor dicho de una sustitución, que al final se acaba convirtiendo en un “o él o yo", comprometiendo así cualquier posible relación. Un padre nunca desea meterme en un molde, en una caja.
Vuelve el juego de la libertad.
La libertad de ambos. Es padre quien se concibe como hijo. Él mismo se descubre generado y favorecido por los encuentros que tiene, deja espacio a otros. Podemos dar un paso más. Debemos ser padres biológicos y al mismo tiempo, en cierto sentido, padres adoptivos, es decir, mirarlos como alguien distinto de nosotros, no caer en la trampa del «sangre de mi sangre».
¿Puede explicarlo mejor?
Concebirse como padres adoptivos significa generarlos, hacer que se conviertan en hijos, que quiere decir ofrecerles una relación satisfactoria y permitir que a su vez construyan otras. Lo lograremos cuando, fiándonos y apostando por su capacidad de juicio, aceptemos que pueden llegar a ser distintos de como los habíamos pensado. Recientemente, en un encuentro, me preguntaron: ¿cómo hacemos con estos chicos que parecen de otro planeta? La verdad es que en el fondo no logramos creernos de verdad que ellos tienen eso que yo llamo su «cuestión individual», que cuando se levantan por la mañana, piensan: a ver cómo acabo el día, qué construiré... ¿Pero acaso no es la misma cuestión a la que nos enfrentamos los adultos?
En busca de adultos de los que fiarse
La educación y la paternidad están entre los temas más recurrentes del cine actual. Será que el tema urge...
Es una de las películas más esperadas del año. El Pinocho de Matteo Garrone con Roberto Benigni en el papel de Geppetto llegará próximamente a los cines. Todavía no podemos juzgarla, pero sean como sean sus resultados en taquilla y crítica, lo que es seguro es que recuperará el auge de la novela de Collodi, un clásico de la literatura, con casi ciento cincuenta años de antigüedad pero siempre actualísimo por sus temas eternos: la paternidad y la filiación, precisamente. La educación y el fiarse. Siempre en juego el camino hacia la conquista de la propia humanidad. Cuestiones que emergen continuamente, en el cine y en la literatura. Pero en algunos momentos lo hacen con tal frecuencia e intensidad que se convierten en indicios de una urgencia, de un problema que se percibe en toda su dramaticidad. Como sucede justo ahora.
Aparte de Pinocho, también se habla de paternidad en La luz de mi vida, donde Casey Affleck acompaña y protege a su pequeña en un mundo devastado por una epidemia global. O Intemperie, que muestra el inesperado vínculo entre un rudo pastor y un niño que huye del mal. En la celebérrima Joker, de Todd Phillips, también es muy fuerte el hilo de la relación con un padre ausente (y una madre más que problemática). La lista podría alargarse. Lo dicho, es signo de que el tema urge.
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