Cristianos en Africa del Norte. Habla el único obispo de Libia, italiano. La misión, la convivencia con los musulmanes, el papel de Italia y la esperanza de la apertura de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Trípoli
Entrevista a Monseñor GIOVANNI MARTINELLI por ALBERTO SAVORANA
Monseñor Giovanni Martinelli es obispo de Trípoli. Nacido de padres italianos en la capital libia, se trasladó a Italia en 1956, después de acabar el bachillerato. Volvió a su país natal nada más ordenarse sacerdote, en 1976, después de la revolución. Desde 1985 es Vicario Apostólico de Trípoli y Administrador apostólico de Bengasi.
Lo hemos encontrado en Manila durante el viaje apostólico de Juan Pablo II.
¿Qué significa ser Obispo en Trípoli, dentro de un contexto islámico?
Significa ser testigos de la verdad. A menudo somos desafiados. Antes de nada es necesario comprender las intenciones que rigen estas nuevas sociedades, preguntarse qué es lo que buscan. El pueblo libio es gente que busca una identidad propia, política y religiosa. Por lo tanto yo me pregunto siempre: ¿cómo puedo responder, cuál es la propuesta que como Iglesia puedo dar y comunicarles a ellos? El pueblo libio es profundamente religioso y precisamente de la religión viene la fuente de las motivaciones y el orgullo por la propia tradición. Orgullosos también por su cultura beduina, fiera y hostil a cualquier burocracia formal. Para esta gente lo que cuenta es la relación humana y la amistad. Rechazan todo lo que sea imposición. El pueblo, en el que vivo, no es mendicante. Es fiero. Impresiona la dignidad de esta gente, su insumisión. Están animados por una intención positiva que infunde coraje. Cuando me los encuentro, me preguntan: “¿Tú quién eres?”. No puedo callar la verdad. Debo tomar una posición.
¿Cuál es la situación de los católicos en Libia?
A la Iglesia pertenecen más de cincuenta mil personas, de todas las razas. Celebramos la Misa en seis lenguas. En Libia hay libertad religiosa y el cristiano puede serlo sin ninguna dificultad. Tenemos la posibilidad de ir a todos los campos de trabajo donde hay cristianos, en las empresas, en los hospitales. Se nos respeta. Hay diversas confesiones cristianas: además de los católicos, naturalmente, están los coptos ortodoxos, griegos ortodoxos y algunos grupos protestantes como la Unión Church y la Angelican Church. Como católicos tenemos muchas religiosas que trabajan en los hospitales. Son expresiones de una caridad que sorprende a los libios que la encuentran. Hace un par de años llegaron las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta.
¿Cuál es el estado de convivencia con las otras confesiones religiosas?
La Iglesia es una presencia cuantitativamente insignificante en medio de tantos musulmanes. Cuando pienso en los católicos no puedo dejar de considerar a la gente que me hospeda. Cuando rezo, es bueno que rece también por ellos, cuando organizo alguna fiesta es bueno que los invite también a ellos. El cristianismo no tiene confines preestablecidos, sino que es una apertura al otro. No puedo celebrar Misa sin pensar que lo hago en un territorio que no conoce a Cristo. La propuesta de Cristo no es «directa», en el sentido de una propaganda ostentosa, sino que está sobre todo testimoniada como ofrecimiento de nuestra experiencia. Por eso muchos nos quieren.
¿Cómo se documenta este testimonio?
El testimonio de la caridad tiene una fuerte incidencia en Libia. Un cristiano que viene y que, además de la profesionalidad que puede ofrecer, compromete a la gente dando las razones de por qué hace lo que hace, deja en quien lo encuentra al menos un interrogante. Y también existe una enorme necesidad de una educación al trabajo, porque la sociedad libia está naciendo ahora y no tiene puntos de referencia. Por lo tanto, el respeto por el otro es una virtud importante.
¿Y cuándo se llega a la solicitud de una declaración explícita?
Respondo. Estoy obligado a hacerlo. Digo que yo creo en Jesucristo. Y muchos de ellos me replican: «También nosotros creemos en Cristo». Entonces yo les digo: «Reza también tú a Cristo, a ver qué pasa». Hay que ponerse en las manos del Espíritu Santo y no preocuparse tanto. Si quien me encuentro tiene una conciencia recta, dará sus pasos con libertad y encontrará su camino. Verdaderamente el Espíritu Santo ha pensado en un camino también para esta gente y no tiene necesidad de propagandistas de la verdad, sino de testimonios. Me fascino cada vez más con la encíclica Redemptoris missio. Parece que ha sido escrita para esta tierra. El capítulo tercero es estupendo: en él, el Papa afirma que el Espíritu Santo es «el» protagonista de la misión. Entonces, es necesario comprender si lo que hago es según el Espíritu. Nosotros somos instrumentos. Muchas veces se pierde de vista esta dimensión de la misión.
¿Existen grupos de laicos que colaboran con su actividad pastoral?
Todavía no. Esta Iglesia es muy pobre. La presencia está en último término ligada a grupos de trabajo, en el plano profesional, técnico y humanitario. Las únicas realidades estables son las comunidades religiosas.
En estos últimos tiempos el presidente Gheddafi ha abierto las puertas al mundo árabe y dentro del grupo árabe están también los cristianos que están en contacto directo, a través de la lengua y la cultura, con el mundo musulmán. El problema de los cristianos árabes es muy importante, pueden ser levadura de un testimonio muy apreciado.
En los años pasados Italia, en el plano político, parecía mucho más comprometida en favorecer una colaboración con los Países del Mediterráneo. Todos recordamos la atención del senador Andreotti cuando era presidente del Consejo y ministro de Asuntos Exteriores...
En el plano político Italia ha hecho mucho. También en el plano económico se están dando pasos. Lo importante es que también la Iglesia italiana se sensibilice frente a los Países de Africa del Norte. La relación con el mundo islámico es necesaria porque vivimos todos en el Mediterráneo. Debemos esforzarnos por comprender.
Usted es Vicario apostólico, por qué entre la Santa Sede y Libia no existen relaciones diplomáticas...
Bueno, pero estamos en ello. Estoy seguro de que un día existirán. Eso espero.
¿Este día está lejano?
Siendo realista, podría estar muy cercano. Confío mucho en la buena voluntad de todos.
Hace poco ha citado la Redemptoris missio de Juan Pablo II. Estamos en Manila con ocasión de la Jornada mundial de la juventud. ¿Qué puede decir de este Papa?
Es el Papa del momento. Siempre me he encontrado en sintonía con sus iniciativas pastorales y con su modo de relacionarse con las demás religiones. Me conmueve su deseo de unidad y de paz, que es el fruto más deseado del hombre actual. La unidad para un cristiano es el primer fruto del testimonio de Cristo. Y además me sorprende la apertura extraordinaria del Papa, signo de una sensibilidad increíble, y su capacidad de conmoverse: es la misma conmoción de Cristo frente a su amigo Lázaro.
¿Qué ve como más urgente hoy para la Iglesia?
Continuar el camino que el Papa ha trazado: la unidad. Por otra parte el Islam es un desafío para los cristianos, pero un desafío que no debe darnos miedo. Es más, debe ayudarnos a tener un comportamiento radical: el testimonio de una Iglesia auténtica. Este mundo está sediento de amistad. Estamos llamados a testimoniar la amistad de Dios con el hombre. Para ser amigos hace falta acoger al otro. El Papa es una presencia que se interesa por todo y recuerda todo con el humor que le es siempre habitual. Es el carisma del Espíritu, el ímpetu de la juventud vence en él el cansancio.
¿Y los jóvenes?
Los jóvenes tienen necesidad de la ternura del Padre y de una guía fuerte que les ayude en este mundo tan encerrado en sí mismo. Sufren el encanto y la alienación de promesas que no dan seguridad, sino frustración. El no, el Papa habla de Lino que mantiene sus promesas.
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