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Huellas N.02, Febrero 1995

SOCIEDAD

Laicismo: escuela de intolerancia

Silvio Guerra

Martes, 20 de septiembre de 1994. Bayrou, ministro de Educación francés, decide “por sorpresa” enviar a todos los directores de los institutos superiores una circular con el fin de establecer «instrucciones claras respecto a algunas manifestaciones espectaculares de pertenencia religiosa o comunitaria».
Entre líneas se intuye que las “aclaraciones” de Bayrou se refieren, esencialmente, al “foulard islámico” llevado por algunos alumnos de religión musulmana dentro de los colegios públicos franceses. Ya en octubre de 1989, en Croil (en la periferia de París, hacia el norte) tres chicas musulmanas que llevaban el velo fueron expulsadas del colegio tras largas discusiones y sentencias contradictorias. Desde entonces, en otras regiones de Francia, se han sucedido casos similares, con veredictos contradictorios dictados por distintos tribunales y sistemáticamente puestos en contradicción por el Consejo de Estado.
Frente a este impasse, el ministro ha decidido tomar una decisión “clara”. De todos modos, a pocos meses de la publicación, las ambigüedades iniciales del texto ofuscan los mismos intentos de «defensa del proyecto nacional y republicano» de la enseñanza.
Efectivamente, se ha sabido que, en los meses precedentes al envío del texto, Bayrou había pedido el consenso de las distintas organizaciones sindicales (el gobierno, en previsión de las elecciones presidenciales, debía ganar el terreno perdido con ocasión de la frustrada financiación a la escuela pública y privada). Más allá de estas razones político-presidenciales, el Islam se ha convertido en la bestia negra para el laicismo y para el Estado francés.
En Francia viven, oficialmente, cuatro millones de musulmanes. Según las estadísticas, es la primera religión en cuanto a práctica religiosa. En el territorio francés se han descubierto numerosas bases terroristas de la G.I.A. (grupos armados islámicos) de las que se servían para los atentados en Argelia. De estos pocos datos podemos comprender que las relaciones entre la República francesa y el Islam merecerían un capítulo aparte. A nosotros nos interesa saber por qué sólo en Francia se ha planteado el problema del velo en la escuela.
¿Qué amenazas entrañan las «manifestaciones espectaculares de pertenencia religiosa» para el «proyecto republicano» y para la «comunidad de destino» que es la «República francesa»?
No es casual que Le Monde de l’Education, revista de confesión laica, haya afirmado que «más allá del velo, la cuestión planteada por la circular es la de la relación entre escuela y República». Y se preguntaba: «¿Cuál debe ser hoy el contenido de la laicidad en la escuela? ¿Qué función atribuir a la escuela pública en la constitución del sentimiento nacional?«
Las preguntas de Le Monde tienen, en el fondo, las aspiraciones de la circular Bayrou: constituir a través de la escuela un «sentimiento nacional» o una «comunidad de destino» en la que todas las diferencias son excluidas. O, mejor, permanecen «en la puerta de entrada de la escuela». Puesto que «el ideal laico y nacional, sustancia misma de la escuela y de la República» excluye toda «discriminación de sexo, de cultura, de religión».
Este nuevo montaje de la laicidad demuestra que el tiempo ha hecho obsoleta su funcionalidad (admitien­do que haya tenido una). Por tres razones.
Ante todo, impedir una confron­tación real entre culturas o experien­cias religiosas diversas para evitar discriminaciones significa, en reali­dad, tener ya un modelo cultural o religioso al que es necesario homo­logarse.
En segundo lugar, el sentido de palabras como "ideal laico" es ambi­güo. La etimología de "laico" apare­ce en la cultura medieval francesa como adjetivo, no como sustantivo: designa a «aquel que no tiene nin­gún grado clerical». Con la Revolu­ción francesa el adjetivo laico recibe nuevos significados. Se transforma en sustantivo y adquiere un papel social independiente de la esfera religiosa. Para definir la naturaleza del laico en la sociedad francesa, es necesario usar un contexto religioso; y a continuación atribuirle algunos valores (como la tolerancia, la neu­tralidad, etc.). En esto consiste la ambigüedad apenas señalada. Por­que en la historia francesa la laicidad o, como se dice en la circular, «el proyecto republicano», no ha tenido un papel de neutralidad o de garante super partes. Mas bien ha destruido buena parte de la presencia de la Iglesia.
Por último podemos contrastar cómo el problema del velo en la escuela y el problema del Islam no rehén, juzga la Revolución francesa y la instauración de la nueva cultura republicana. El protagonista dice: «el Crucificado de bronce ( ... ) / de nuevo los Republicanos lo han / desenraizado de un solo golpe / la Cruz y los cuatro viejos tilos ( ... ) / y han plantado en su lugar un mísero / árbol de la Libertad / que en una estación se ha secado / como un palo». El precio que pagan la laici­dad francesa y, como consecuencia, todas sus instituciones, es el de haber neutralizado la conciencia reli­giosa del pueblo, es decir, de haber cortado sus raíces cristianas. De ahí una debilidad que se expresa impo­niéndose con la fuerza o demoni­zando la pertenencia religiosa.


En enero del año 94 recibí el cargo de capellán de una escuela pública de Toulon, que se encuentra en la demarcación de mi parroquia. En Francia no existe la enseñanza de la religión en la escuela pública, pero la Academia de los Estudios puede autorizar a un sacerdote a ocuparse de los estudiantes que lo soliciten. Los tiempos y la modalidad de esta presencia son dispuestos por el director, previa autorización del Consejo de Administración del Instituto. El director de esta escuela estaba ausente por enfermedad, pero un coloquio cordialísimo con la vicedirectora me asegura su disponibilidad para secundarme en mis peticiones en la medida que sus facultades se lo permitan; de todos modos sería inoportuno, me dice, que yo me dejase ver por el patio y por los pasillos de la escuela, porque esto podría indisponer a algún profesor laicista... Al final me permite organizar un encuentro con los estudiantes que estuvieran interesados,:.;, disponiendo que la fecha se comunique a través del folleto en el que ||jje establece la correspondencia escuela/familia. Dos días después una delegación de profesores se presenta ante la vicedirectora: se niegan a pasar la comunicación porque se trataría de “propaganda” religiosa dentro de la escuela. Otros -,se muestran más maliciosos: comunican la noticia a los estudiantes, pero con una fecha equivocada... Al mismo tiempo, los más solícitos se molestan en explicar a lo¡? chavales que la presencia de un sacerdote en la escuela es un atentado a la libertad del individuo y que va, por tanto, contra los principios elementales] de la Constitución Francesa. L§-£ escuela tiene ochocientos estudian- íes: al encuentro vendrán cinco. Durante los meses que siguen todo lo que puedo hacer en la escuela son largos ratos de tertulia con la disponibilima vicedirectora, que incluso me permite pegar mani­fiestos con las actividades que se desarrollan en la parroquia.
Los chavales jamás han visto estos manifiestos: han sido inmediatamente arrancados por los celosísimos profesores... Por fin vuelve el director y establezco con él un programa para el año siguiente: me tranquiliza diciéndome que yo he sido enviado allí para ocuparme de los alumnos, no de los profesores, y que no me preocupe demasiado de ellos. Así, en el mes de septiembre, comienzan las actividades: panfletos a la salida de la escuela, recogida de inscripciones con autorización de los padres (sin la cual no puedo recibir a los chavales), disponibilidad ocasional de una sala dentro del edificio, presencia cotidiana durante el recreo (diez minutos al día). Consigo for­mar una clase de doce chavales de los más jóvenes y otra de ocho un poco más mayores. Nos encontra­mos una hora a la semana. A final de mes estalla en Francia el caso del "foulard musulmán": como ya ocurrió hace algunos años, son expulsadas de la escuela algunas chicas por llevar el "chador". El gran montaje periodístico que le sigue tiene como finalidad resolver un problema inexistente: los cha­vales, se dice, están perturbados por la presencia de este signo de pertenencia a la religión musulma­na. En realidad, los jóvenes se han vestido siempre como les parece y nadie ha encontrado nunca nada que decir si alguien se pone la minifalda, o las mallas, o un foulard del que no conocen ni siquiera su significado. De muchos lugares llega la petición de una normativa que establezca de una vez por todas el comportamiento a adoptar. La respuesta no se hace esperar: una Cir­cular ministerial prohibe llevar a la escuela cualquier "signo ostentoso" que manifieste la pertenencia a cualquier grupo, político o religioso; puesto que la enseñanza estatal es neutra por definición, cualquier iden­tidad que se presente de un modo evidente es rechazada como anticons­titucional en nombre de la "libertad de conciencia". Nadie tiene el dere­cho a "hacer proselitismo" dentro de la escuela. Desde ese momento, consciente del riesgo que corro de ser expulsado sin contemplaciones, intento ser lo más discreto posible. Me fuerzo a mi mismo a dirigir la palabra sólo a los chavales que ya conozco y respondo con benevolen­cia a las provocaciones de los maghrebíes. Pero son precauciones inúti­les, que tienen como único efecto retrasar las medidas y hacer más ásperos los ánimos de los que están esperando un paso en falso por mi parte. Pronto una delegación de representantes de los padres se presenta ante el director: ese cura que anda por el patio durante el recreo, y que incluso habla con los chavales, ¿aca­so no está haciendo "proselitismo"? Y ese alzacuello que lleva y la cruz, ¿no son "signos ostentosos"? El director me pone en guardia: esos padres quieren llevar la cuestión ante el Consejo de Administración. Decido quitarme los "signos osten­tosos", alzacuello y cruz. Los chava­les ya me conocen y ya no los nece­sito. Pero al cabo de un mes la dele­gación sindical de los profesores se dirige al director: «ese cura no debe volver a entrar en la escuela durante el recreo, porque turba la conciencia de los estudiantes. Que se ocupe sólo de sus chavales. Los demás no deben verle». El director trata de explicarles que no hago "proselitis­mo", que me limito a hablar con mis chavales, y que ya hace un mes que he hecho desaparecer todo "signo ostentoso". Respuesta de los profesores: «Ese cura es signo ostentoso, su misma presencia es signo ostentoso». Ese mismo día el director me llama y me comunica la decisión de prohibirme el acceso a la escuela fuera del tiempo estrictamente necesario para ir a la sala a encontrarme con mis chavales, y a condición de que salga rápidamente en cuanto ter­mine la hora. Pero la historia continúa ...



 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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