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Huellas N.02, Febrero 1995

PORTADA

El albor de una humanidad distinta

Michele Camisasca

Recuerdo que cuando era joven uno de los aspectos que más me convenció fue oir: “Yo estoy con vosotros”». Con estas palabras pronunciadas espontáneamente, Juan Pablo II explicó un pasaje de su homilía en la Santa Misa celebrada con los delegados del V Forum Internacional de la Juventud, organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos y celebrado en Manila del 5 al 10 del pasado enero. A nosotros se nos encomendó la tarea de representar al Movimiento durante el Forum para preparar la Jornada Mundial de la Juventud. En Manila se nos dio la posibilidad de saludar y de hablar con el Santo Padre y de seguirlo de cerca durante el desarrollo de toda la Jornada. Todas las tardes, recitando el Memorare, pedíamos a la Virgen, el ser dignos de representar al Movimiento entre los 250 delegados de las conferencias episcopales de todo el mundo y de los Movimientos internacionales.
Esos días vivimos la universalidad de la Iglesia y, como enseña la Escuela de comunidad, la acción de la Gracia santificante que, actuando en las distintas situaciones, en los diferentes temperamentos, crea «una comunidad cristiana en el ambiente, un hombre cristiano en su contingencia cotidiana: el albor de una humanidad diferente». Y precisamente, topándonos con esta diferencia, hemos dado gracias por haber encontrado el carisma del Movimiento, por el método de educación en la fe y, por tanto, en la vida que éste nos ofrece y que puede convertirse en una experiencia para todos. Por ejemplo.
Después de una conversación, un joven de Liberia, sin conocer ni haber oído nunca hablar del Movimiento, nos dijo: «Entonces yo también puedo empezar el Movimiento en mi país». Cómo no recordar el afecto nacido inmediatamente con un joven libanés que, movido por una curiosidad convertida después en estupor y estima, nos pidió con insistencia poder leer los textos de don Giussani invitándonos a ir al Líbano lo antes posible, «a hacer el Movimiento».
En Manila la imagen que más nos ha llamado la atención y que llevamos en el corazón es propiamente la persona del Santo Padre. Poder saludarlo y simplemente mirarlo nos ha reclamado a lo que Don Giussani dijo hace poco: reconocer a Cristo es fácil si nos ensimismamos con su acontecimiento, ya que es la sinceridad de nuestro ensimismamiento la que hace verdadero y correspondiente el reconocerle. El Papa en cada instante de su jomada vive este ensimismamiento con Cristo.
Nos conmovimos cuando, al saludarlo personalmente, nos dijo: «Ah, el Movimiento, vosotros sois del Movimiento, yo estoy en el Movimiento, todos somos del Movimiento. Continuad caminando. Enhorabuena y saludad a Don Giussani».
El lema de la Jomada Mundial era: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros»; entre todos los jóvenes del mundo, el primero en vivirlo hasta físicamente es este hombre de 74 años que es el testimonio continuo hasta los confines de la tierra, de la presencia de Cristo que ha dicho: «Estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Aventurando una analogía, nos hemos sentido un poco como Juan y Andrés que, estupefactos, miraban aquella presencia excepcional. Excepcional precisamente porque corresponde totalmente a lo humano, como lo es para nosotros la compañía en la que hemos sido llamados a mirar, a vivir y a pertenecer a esta Presencia.
«Como el Padre me ha enviado así os envío yo a vosotros»; hemos vuelto agradecidos y con el deseo de ser cada vez más conscientes del significado de esta frase; como nuestros amigos de Hong Kong y Taiwan que, habiéndoles encontrado una tarde en Manila, nos han ofrecido el testimonio conmovedor de lo que significa la fidelidad y el seguimiento total al Movimiento.


«Jesucristo, el Hombre de Dios, crucificado y resucitado, es la esperanza de la humanidad. Es el fundamento de nuestra fe, la razón de nuestra esperanza y la fuente de nuestro amor. Sólo Cristo puede desvelar plenamente la grandeza y la dignidad última de la persona humana y de su destino. Proclamar a los demás "la vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor" (Rm 6, 23) exige de cada miembro de la Iglesia la santidad y la integridad de aquel para el cual “el vivir es Cristo" (Fil 1, 21). El futuro de la Iglesia no será únicamente el resultado del empeño humano sino, de for-ma todavía más fundamental, el operado por el Espíritu Divino, al que no debemos poner obstáculos sino con el que debemos cooperar.
Aunque algunos tienden a minimizar este deber sagrado, la Iglesia no puede renunciar a su vocación de "hacer discípulos en todas las naciones” (Mt 28,19). No podrá jamas contentarse con ser una pequeña minoría o una comunidad que mira sólo dentro de sí. La Iglesia, de hecho, cree firmemente que toda persona tiene "el derecho de conocer la riqueza del misterio de Cristo, en la cual nosotros creemos que toda la humanidad puede encontrar, con una plenitud insospechada, todo lo que busca a tientas sobre Dios, sobre el hombre y su destino, sobre la vida y la muer¬te, sobre la verdad" (Evangelii nuntiandi, n.53)».


«La Iglesia es un cuerpo vivo... Esta vocación tiene su inicio y su fuente en Cristo mismo... Es muy importante no confundir a la Iglesia con algunas organizaciones puramente humanas o humanitarias. La Iglesia vive y crece en Cristo y a través de Cristo. Todos sus miembros están llamados a testimoniar, con sus pensamientos y obras, la presencia viva del Redentor»

«La Resurrección de Jesucristo es clave para comprender la historia del mundo, la historia de todo lo creado, y es la clave para comprender especialmente la historia del hombre. El hombre, al igual que toda la creación, está sometido a la ley de la muerte. Leemos en la carta a los Hebreos: "Está establecido que los hombres mueran" (cfr. Hebr 9, 27). Pero gracias a lo que Cristo ha realizado, esta ley ha sido sometida a otra ley, la ley de la vida. Gracias a la resurrección de Cristo, el hombre ya no existe sólo para la muerte, sino para la vida. La vida que Cristo ha traído al mundo, (cfr. Jn 1,4). De aquí la importancia del nacimiento de Jesús en Belén, que acabamos de celebrar en Navidad. La vida humana, que en Belén fue revelada a los pastores y a los Magos de Oriente en una noche estrellada, el día de la resurrección dio prueba de su indestructibilidad.
Todo ser humano desea la victoria de la vida sobre la muerte. Todas las religiones, sobre todo las grandes tradiciones seguidas por la mayor parte de los pueblos de Asia, dan testimonio de lo pro-fundamente que está inscrita en la conciencia religiosa del hombre la verdad de nuestra inmortalidad. La búsqueda humana de la vida después de la muerte, encuentra su cumplimiento definitivo en la Resurrección de Cristo. Porque Cristo resucitado es la demostración de la respuesta de Dios a este profundo deseo del espíritu humano. La resurrección del cuerpo es más que la sola inmortalidad del alma. Toda la persona, cuerpo y alma, está destinada a la vida eterna»



 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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