En Filipinas a Juan Pablo II le han visto y tocado millones de personas aparecidas como termitas, fruto de innumerables riadas de amistad. La jornada mundial de la juventud y las palabras del sucesor de Pedro, establecido como cauce para sostener nuestra vida de fe. El ardor y la sensibilidad de los jóvenes por la verdad, el anuncio de Cristo, la vocación y la misión. «Mientras Dios me lo permita, continuaré cumpliendo el ministerio de Pedro: proclamar que Jesucristo es el Señor y confirmar a mis hermanos en la verdadera fe»
Manila, 12 de enero. Juan Pablo II desembarca en el aeropuerto Ninoy Aquino, primera etapa del largo viaje por Extremo Oriente. Ya desde los primeros pasos en una tierra donde la edad media es de 19-20 años rompe el protocolo: ignora las medidas de seguridad preparadas para él y se para a saludar, abraza y bendice a los niños sumergiéndose en una marea humana incalculable. Este Papa parece saltarse continuamente las reglas, como subrayando que su mensaje toma «forma» en la relación con el aquí y ahora de las circunstancias en las que tiene que cumplir su misión. Su persona es el centro de un acontecimiento que sucede a través de encuentros, palabras y gestos que comunican el cristianismo como vida. Y precisamente el Papa recuerda que Dios «ha asumido un cuerpo como el nuestro, ha nacido de la Virgen María» y que «la Iglesia es un cuerpo vivo». Relata episodios del Evangelio, habla del joven rico y explica el discurso de la montaña. Y como hace dos mil años, entre los que se agolpan en las inmensas extensiones de Manila, muchos sólo oyen el eco de sus palabras; y la mayoría de los filipinos que atestaban la gran explanada del Luneta Park de la capital filipina a los pies de la pequeña colina donde se encontraba el Papa -eran por lo menos cinco millones- tal vez oían solamente de lejos, esa frase recurrente: «Como el Padre me ha enviado, así os envío también yo» o el nombre de aquel hombre, repetido con voz apremiante: «Jesucristo. Jesucristo. ¡Jesucristo!». Oían a uno que hablaba de la realidad como promesa. ¿Quién continuará anunciando este mensaje? ¿Quién acompañará a esos cinco millones de rostros, agolpados como termitas y llevados a Manila por innumerables riadas de amistad? ¿Quién será su amigo a lo largo del camino? «Seguid a Jesús», ha dicho el Papa, «que se ha hecho camino para nosotros». El método a través del cual el acontecimiento cristiano continua en la historia, «tiene su inicio y su fuente en Cristo mismo», ha sido la respuesta de Juan Pablo II. «La Iglesia debe ser un signo convincente de mi Señor». «La nueva vida que existe en vosotros por el Bautismo es la fuente de vuestra esperanza y de vuestro optimismo cristianos. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Cuando os dice: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” podéis estar seguros de que no os dejará caer; ¡estará siempre con vosotros!». Cristo, la compañía de Dios para el hombre. En su último encuentro, Juan Pablo II recuerda las palabras pronunciadas por Pablo VI durante su viaje a Manila en 1970: «Jesucristo es lo que enseñamos constantemente; proclamamos su nombre hasta los confines de la tierra y durante siglos. Recordadlo y reflexionad sobre esto: el Papa ha estado entre vosotros y ha proclamado a Jesucristo». Esta es la única novedad que se le puede decir al mundo que está sediento de la verdad.
Don Giussani ha escrito en la carta enviada a todo el Movimiento después de su encuentro con el Santo Padre: «Amar este gran signo y prolongación de Sí que Jesús nos ha donado, amarlo afectiva y efectivamente, ha sido siempre nuestra pasión, la primera experiencia de lo que San Pablo dice en el texto para nosotros más significativo de nuestro carisma, “aun viviendo en la carne nosotros vivimos en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí"».
En estas páginas proponemos imágenes y palabras del viaje a Manila del sucesor de Pedro, esta-blecido como un cauce seguro para sostener nuestra vida de fe.
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