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Huellas N.10, Noviembre 2019

RUTAS

Objetivo apuntado al corazón

Luca Fiore

Es uno de los fotógrafos más conocidos de EEUU, amado por los grandes magazines y las galerías que crean tendencia. Ha expuesto sus obras en los museos de medio mundo y publicado en 53 editoriales de renombre. Desde 2004 es miembro de la agencia Magnum Photos, que fundaron Henri Cartier-Bresson y Robert Capa. Sus imágenes de América unas veces son delicadas y líricas, otras duras y despiadadas. Siempre alejadas de lugares comunes.
Alec Soth cuenta que en 2016, durante un viaje de trabajo a Helsinki, se encontró a orillas de un lago y se puso a meditar, cosa que llevaba haciendo un tiempo sin demasiada convicción. Dice que, de repente, advirtió «que cada cosa en el universo está relacionada con el todo».


Lo refiere con cierto reparo: «Sé que suena algo raro, pero fue algo increíblemente intenso. Lloraba y, sin embargo, me sentía embargado por una irresistible sensación de alegría».
De vuelta a Minneapolis, su ciudad, repensó en todo su trabajo que, re-pentinamente, le pareció dominado por un instinto cínico, casi predatorio: «Usaba para mis fines a las personas que retrataba». Anunció a su galería neoyorquina que las cosas no seguirían como antes. «Lo comenté incluso con mis padres, diciéndoles: “Sentaos". Y confesé: “Soy feliz"». Durante un año dejó de viajar y fotografiar. Luego, no pudiendo vivir al margen del mundo (como le iba sugiriendo también su cuenta bancaria), volvió a empezar de manera distinta.
Su primer trabajo a raíz de este nuevo inicio es el libro I know how furiously your heart is beating (MACK, 2019), un título robado de una poesía de Wallace Stevens: “Yo sé cómo late furiosamente tu corazón". Un trabajo que pone de manifiesto la maestría por la que Soth es conocido y, sin embargo, tiene algo inédito. Hablando con él, hemos intentado comprender por qué y cómo ha cambiado su manera de fotografiar.

Dice que quiso volver a los elementos básicos de la fotografía. ¿En qué sentido?
Al comienzo de mi carrera, me gustaban autores como Diane Arbus y empecé a sentir la necesidad de retratar a desconocidos que, por distintas razones, me atraían. Mi proceso creativo se desarrolló en proyectos narrativos cada vez más complejos. Hoy me interesa volver al origen. Mayor inmediatez, mayor intimidad.

¿Qué descubrió en las personas que retrataba?
No es algo que se pueda expresar fácilmente con palabras. No pretendía recopilar información sobre ellos. Quería permitir un encuentro físico y visual y, a partir de eso, crear unas imágenes. Es algo que tiene mucho que ver con la experiencia. Quería percibir la extrañeza que siente alguien que se encuentra en una habitación con una cámara de fotos frente a otro ser humano. Yo espero que quien vea este libro piense en lo que le sucede estando delante de otra persona.

I know how furiously your heart is beating. ¿Por qué este título?
Hacer fotografías tiene un aspecto frustrante: estás todo el rato midiéndote con la superficie. Estamos tú y yo uno frente a otro: veo tu camisa, tu peinado. Pero sé que dentro de ti habitan tus recuerdos, lo que has aprendido en la vida, tu amor, tus pasiones. Eso es la fotografía: la imagen de la superficie que tú adviertes con la sensibilidad, con la imaginación de lo que puede haber debajo.

¿Por qué es importante alcanzar ese nivel tan profundo?
No sé si es tan profundo. Pienso que es muy sencillo. Durante mi carrera he desarrollado motivos recurrentes. Los he construido y los he destruido. En un momento dado, tuve la necesidad de abandonar mi estilo para poder recobrar el sentido que tiene hacer lo que hago y volver a empezar haciéndolo de manera nueva. He te-nido que despojarme de todo. Antes tenía una teoría de la que hablar. Ahora todo es más sencillo a la hora de hacer, pero paradójicamente más difícil de expresar con palabras.

¿No es arriesgado volver a partir de cero?
Al comienzo de tu carrera, tratas de crear un reclamo al que los periodistas puedan engancharse para escribir sobre tu trabajo. En el fondo, eso es lo que hice con Sleeping by the Mississippi, mi primer libro. Hoy tengo libertad para no tener que hacerlo de nuevo. He experimentado hasta qué punto la notoriedad puede ser banal o sin sentido. Ya no me interesa. Mejor dicho, me interesa mucho menos que antes.

Sin embargo, también esta vez existe un reclamo. Fue usted quien contó el episodio de Helsinki.
Hagas lo que hagas en tu carrera, la gente utilizará una sola frase para definirte: para algunos serás «ese tipo tan alto», o bien «el artista que se casó con esa otra artista». Todos necesitan una historia. Yo no quería que fuera así esta vez. No quería que mi itinerario personal acabara siendo una de esas maneras de hablar («¿Soth? El de la crisis mística»). Pero es lo que ha pasado. Ahora tengo que hablar de ello en todas las entrevistas. Funciona así.

¿Por qué empezaste a meditar?
Uno siente la necesidad de controlar el ansia y piensa: quizas eso pueda ayudarme. No empecé muy seriamente. No tenía una exigencia espiritual.

Usted relata esa experiencia como si se hubiera tratado de una explosión. ¿Es algo que mantiene esa intensidad?
Durante un año, con un trabajo bastante serio sobre mí mismo, he logrado recordar lo que aprendí en aquel instante. Pero luego. No podía separarme del mundo para retirarme a un monasterio. Así que algunos de mis demonios volvieron.

Usted dice que lo que le pasó en Finlandia ha cambiado su fotografía. ¿En qué sentido?
Mi manera de comprender el mundo era la de fijarme en la desconexión entre las cosas. Tú estás allí, yo estoy aquí. Existe una pantalla entre nosotros, que ciertamente nos conecta, pero estamos tan lejos el uno del otro... Yo tengo mi conciencia que corre de acá para allá, mientras tú guardas tus pensamientos. Lo cual hace que uno perciba una gran desconexión. Siempre pensé que la fotografía era una lámina de cristal que se interpone entre el sujeto capaz de describir esa separación y yo. Pero en aquel instante percibí, por el contrario, que todo está relacionado. En un primer momento pensé que no podría volver a fotografiar. Pero con el paso del tiempo entendí que se podía intentar trabajar sobre ambas dimensiones: la conexión y la desconexión. La cercanía y a la vez la lejanía. Es lo que he intentado hacer. No se trata de un trabajo espiritual, no he intentado revelar el corazón de las personas. He tratado de estar ante ellas, disfrutando de la belleza que las rodea, consciente de que ese corazón estaba ahí, delante de mí.

Ha hablado de "belleza”. No es muy común en el discurso actual sobre el arte.
¿No es de locos? (Se ríe)

¿Por qué se ríe?
¿De qué debería ocuparse si no de esto? El arte nos enseña a encontrar la belleza y a conservarla. Y la poesía de Wallace Stevens habla de esta belleza, que es un valor para la vida. No se trata solo de una conexión espiritual profunda, puede darse disfrutando de una buena comida juntos o respirando el aire fresco por la mañana.

¿Le resulta suficiente gozar de la belleza de esas pequeñas cosas?
Claro que no (se ríe). De lo contrario, no desearía hacer algo a partir de ellas. Esa es la gran cuestión. En las prácticas meditativas es distinto: meditar significa gozar del sonido del viento por la mañana y tener la experiencia de que en ese momento eso te basta. En el arte, en cambio, te urge el deseo de romper la barrera y arrancarle algo a aquella belleza. En mí se da como un combate de lucha libre entre estas dos maneras de vivir en el mundo.

Entre sus últimas imágenes, ¿hay una en particular que usted prefiera?
La de Anna Halprin, la anciana coreógrafa. Dice que es posible abrazar las contradicciones. Fue el comienzo de este proyecto: estar con aquella persona, sin estar materialmente con ella. Estar dentro de la habitación, estando en realidad fuera. Sin agobiarme intentando sacar algo más que eso. Fue un buen momento. A veces es preciso dejar que la belleza nos baste.

En algunas imágenes no hay personas. ¿También esas son retratos?
No utilizaría la palabra “retrato". El objetivo del libro era hacer que el lector se sintiera siempre dentro de la habitación. Era importante mostrar los espacios. El retrato es tan potente, de por sí, que tiende a atraer toda la atención sobre el ser humano. Mientras que yo quería recordar a quien mira que estamos en un interior. Lo cual supuso, a veces, mostrar tan solo las imáge¬nes de las casas. Tampoco quería transmitir una sensación de claustrofobia, así que me centré en imágenes de ventanas por la que entra la luz. Este libro es como una casa, con sus estancias y sus luces. Dentro de la que puedes encontrarte con algunas personas.

¿Y su corazón? ¿Late furiosamente?
¿Pero es una entrevista o un encuentro de boxeo? (Se ríe, luego se pone serio). Me he identificado siempre, al 90 por ciento, con mi corazón. Es así desde mi adolescencia. Es el modo en que pienso en mí mismo y con el que he aprendido a vivir en el mundo: con mi corazón. Cualquiera de mis proyectos es una suerte de expresión del intento de comprender cómo vivir. Este último trabajo representa un período en el que traté de buscar mi camino. Dicho de otra forma, sí, mi corazón está latiendo. Es el gran tema de mi vida. Durante un tiempo, prescindí de mi corazón. Hacía las cosas, pero sin esa furia de pasión de la que habla Wallace. Porque a veces te parece poco importante.

¿Qué es lo que le ayuda a nutrir ese corazón que late?
Antes hablábamos del intento de volver a partir desde el principio, destruyendo los modos en que nos habíamos acostumbrado a proceder. Pienso que en la vida, de vez en cuando, pasa alguna tragedia: alguien se muere, tienes un accidente de coche. Son circunstancias que pueden ayudar a volver a empezar y a reconstruir tu vida desde los cimientos. Quizás sea este el motivo por el que me gusta destruir mi manera de trabajar, para tener que reconstruirla de nuevo. De lo contrario, vives un poco como un jubilado: una feliz caminata hacia el ocaso. En cambio, la vida debe ser una lucha constante, hasta el final.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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