La reducción del cristianismo a ética en una perspectiva histórica, qué significa comprender en este momento el cristianismo como acontecimiento de gracia y qué puede aportar al hombre del siglo XXI. Entrevista a monseñor Luis Argüello
El secretario de la Conferencia Episcopal Española y obispo auxiliar de Valladolid ha concedido una entrevista al diario Páginas Digital que reproducimos casi íntegramente por su interés.
El Estudio Europeo de Valores de la Fundación BBVA sostiene que un 60% de los españoles dice que cree en Dios o en un ser superior, pero el porcentaje de los que rezan es muy bajo. Es como si Dios no fuera objeto de la experiencia de muchos, ¿por qué cree que se produce este fenómeno?
Creo que ha habido, en el seno de las grandes iglesias de larga tradición, un último tramo del camino en el que precisamente se ha acentuado la importancia de los valores y de las consecuencias sociales, obras culturales y de todo tipo que la fe pudiera tener. Pero se ha dejado un poco atrás el cultivo de la experiencia del encuentro vivo con quien es la fuente de valores y obras. Recuerdo haber escuchado al menos dos veces a Benedicto XVI diciendo que no bastan las consecuencias sociales de la fe si no se cultiva el encuentro vivo con una persona. Las guerras de religión en Europa, que marcaron el tiempo moderno, llevaron a -valga la expresión- meter a Jesucristo en el armario y vivir de las consecuencias. Eso también se hizo con reflexiones teóricas. Kant elabora una moral autónoma del acontecimiento cristiano. Y en la filosofía se hace una construcción no tanto desde los hechos, de la realidad, sino de las interpretaciones, de las aproximaciones, de las apariencias. Todo eso se conjuga y hace que ahora digamos que vivimos una crisis de valores. El manantial del que han podido brotar los valores, que no se han hecho virtudes, nos pilla más lejos.
En el magisterio de Francisco y de Benedicto hay una insistencia en el cristianismo como acontecimiento y encuentro. Sin embargo, pervive una concepción nocional y ética de la fe. ¿Qué falta para que la compresión del cristianismo como acontecimiento se convierta en una cuestión metodológica para la educación de la fe?
Falta en la conciencia de los propios cristianos vivir esta experiencia. Y no solo vivirla individualmente sino como pueblo, como una realidad comunitaria donde esto pueda ser cultivado. La inercia de la que vivimos hace que muchos de nuestros debates sean sobre cuestiones morales desgajadas de su fundamento y se conviertan en debates moralistas en la mayor parte de los casos. Son debates que vienen también provocados por cómo nos mira la sociedad. Porque la sociedad de alguna forma nos sigue mirando desde el punto de vista cultural como una referencia de valores y, desde el punto de vista político, en una clave de nacional-catolicismo. Nos cuesta salir de ahí, poner la confianza en la gracia y no en el poder, que eso es lo que creo que significa salir del nacional-catolicismo, y fundamentar nuestra propia propuesta de vida, de vida buena, en el encuentro con el Señor.
Es la reducción pelagiana de la que habla Francisco.
Sí, totalmente, gnóstica y pelagiana. Pero el mundo en que vivimos seguramente no es tanto un mundo ateo sino pagano.
¿El catolicismo español, a partir del siglo XVII, ha sobrevalorado la capacidad de la naturaleza sin el acontecimiento cristiano?
Seguramente el contexto histórico y una institución, la monarquía hispánica, la monarquía católica ha podido ayudar a eso. No cabe duda de que hay aspectos valiosos a la hora de traducir, de encarnar los propios valores cristianos en determinado tipo de categorías culturales, tanto en la educación como en la sanidad o en las obras de arte, en el patrimonio. Pero no cabe duda también de que si por una parte afirmas con mucha fuerza una comprensión de la naturaleza y por otra afirmas con mucha fuerza la importancia del poder, para dar forma a la naturaleza según un modelo evangélico, hete aquí que el papel de la gracia pasa a un segundo plano o se vuelve una expresión devocional. Ha habido un gran impulso de lo devocional, dentro de la complejidad de todo lo humano, que ha tenido mucha importancia entre nosotros, con mucho auge de
expresiones de la devoción popular. Esa devoción, para muchas personas, ha supuesto una manera de acoger la gracia. Siempre digo que a mí la fe me la transmitió mi madre, y mi madre habitualmente no leía la Escritura, pero sí cultivaba una devoción popular que además le hacía tener una relación habitual con los sacramentos, que son cauce de la gracia. Pero es evidente que entre nosotros el mundo barroco, la contrarreforma, ha tenido una comprensión de la naturaleza y del poder institucional que se acompañaba de miedo a la sola gracia luterana. Es como si se hubiera puesto en reserva la gracia. Bien es verdad que en el propio planteamiento de la devoción popular y de lo que han sido las grandes predicaciones de las órdenes religiosas, que han marcado la vida católica de estos siglos, la importancia de la vida sacramental ha sido también grande.
Y la vida sacramental tiene, de manera objetiva, una propuesta de gracia. Pero ahora vemos que esa objetivación de la gracia sacramental, incluso por nuestra propia situación de los sacramentos de iniciación cristiana, no basta. Hace falta una experiencia personal de encuentro con la gracia, porque el ex opere operato de la gracia sacramental ya no sirve a un hombre que se ha puesto de pie y se cree autónomo.
Decía hace un momento que no vivimos en un mundo ateo sino pagano, ¿cuál es la diferencia?
No hay una oposición radical a la existencia de Dios, se puede hablar de dioses, y se puede hablar sobre todo de sabidurías, de unas sabidurías que tienen un origen mistérico. La gran diferencia entre una perspectiva creyente en el Dios revelado, en un Dios personal, es la concepción del tiempo.
¿Por qué?
La entrada de Dios en la historia y el anuncio de una propuesta de salvación con una plenitud en el tiempo eterno nos hace ver la historia como un crecimiento y como una peregrinación.
Hace ya 50 años del documento Dignitatis Humanae en el que el Vaticano II insistía en que la verdad solo podía llegar a través de la libertad. Esta indicación metodológica, ¿qué nos dice hoy?, ¿la tenemos suficientemente asimilada?
Seguramente no, porque que la gracia entre en diálogo con la libertad supone un ejercicio paciente de escucha y de testimonio en la respuesta a aquello que se escucha. Y a veces tenemos prisa. La buenísima noticia de que el Concilio Vaticano II dijera que la propuesta cristiana es una propuesta hecha a la libertad del hombre tiene que ver precisamente con que el hombre moderno se ha podido poner de pie. El coloquio entre naturaleza y gracia es algo que pertenece a la entraña misma del cristianismo. Ahora la naturaleza se descifra como libertad y el coloquio es entre la libertad y la gracia. Venimos de un largo tiempo en que el coloquio se realizaba de otra manera, por la importancia del ambiente, y también del poder institucional. Esta novedad, también para las iglesias, de dialogar con la libertad hace que las iglesias y los miembros de la Iglesia, cada uno de nosotros personal y comunitariamente, hemos de hacer transparente con mayor fuerza la gracia para que busque el coloquio con la libertad.
El hombre del siglo XXI, ¿cómo puede creer no en las traducciones secularizadas, no en las interpretaciones pelagianas o gnósticas del cristianismo sino en este Dios encarnado?
Por el testimonio personal y comunitario de un pueblo cuyos miembros han tenido este encuentro. Esto es decisivo. Y el testimonio no tanto en el sentido de una coherencia moral sino de alguien que atestigua que se ha encontrado con Jesucristo vivo. La forma que ese testimonio adopta en las relaciones con los demás supone una mirada nueva sobre la realidad, una perspectiva nueva sobre el tiempo y una calidad nueva en la manera de encontrarse con los demás.
El testimonio, así entendido, no es sobre todo una provocación ética o moral sino de conocimiento.
Sí y, sobre todo, una provocación existencial. Porque en el corazón humano, que es un corazón que está bien hecho aunque esté herido, siguen existiendo latidos fuertes que hablan de una nostalgia, de un deseo. Creo que el deseo de libertad sigue vivo, el deseo de amor y de alegría siguen vivos, y de alguna forma la experiencia de agotamiento, de aburrimiento, de desilusión, también. Lo que ocurre es que muchas veces estos sentimientos están como censurados. Se censura la posibilidad de poder hablar de corazón a corazón. Acaban de canonizar a Newman que hablaba de un diálogo racional pero de corazón a corazón. Para que puedan ser escuchadas estas preguntas o inquietudes del corazón humano, y ante ellas, alguien da testimonio de que ha encontrado un compañero de camino que le ayuda a vivir en medio de esas preguntas.
Decía usted que el corazón está bien hecho...
...pero está herido.
Está herido, pero la herida no lo ciega del todo.
No, no lo ciega del todo. Nosotros somos católicos, no somos luteranos.
El documento de la Comisión Teológica Internacional "En busca de una ética universal” decía que es necesario «ser prudente cuando se invoca la evidencia de la ley natural». Esta afirmación, ¿qué significa? ¿Hemos estirado demasiado la ley natural sin tener en cuenta la circunstancia, la historia que vivimos?
El riesgo de determinadas comprensiones de la ley natural es que hacen una acogida ideológica, según cada momento, de lo que es percibido por natural. La comprensión de la naturaleza humana que la modernidad ha sido capaz de poner encima de la mesa nos hace caer en la cuenta de que, para comprender bien lo que la naturaleza significa, de lo que el propio documento hace un elogio, hace falta situarla en el conjunto de todo su significado. Hay que tener en cuenta la creación pero también la historia. Hay que tener en cuenta que la naturaleza es relacional, histórica. Este acoger la ley natural en su característica relacional e histórica hace que tengamos que vivir con prudencia lo que pudiera provocar un cortocircuito si la traducimos con una visión estática, y en cierto modo materialista. En la naturaleza hay huellas del autor, en la naturaleza hay unas constantes de permanencia. Pero lo humano también es siempre relacional e histórico. Por tanto, la acogida de la ley natural es una acogida relacional e histórica.
Decía Francisco en septiembre: "¡qué importante es sentirse interpelado por las preguntas de los hombres y mujeres de hoy!”. Lo decía en una reunión del Consejo de Promoción de la Nueva Evangelización. ¿Qué cree usted que significa en este momento ser interpelado por el corazón del hombre de hoy, por sus preguntas?
El hombre de hoy nos interpela fuertemente desde un deseo de libertad y de alegría, quiere ver cómo nuestra propia experiencia muestra que ser creyente y haber experimentado el encuentro con el Señor es un encuentro salvador, liberador, nos hace ser más libres. Y que esa libertad se pone de manifiesto en una capacidad de amor que se entrega, de amor que no lleva cuentas, de amor que perdona, como una propuesta de experiencias verdaderamente libres. Creo que la alegría tiene que entrar en diálogo con un escándalo de las mujeres y hombres de hoy.
¿Qué escándalo?
El escándalo del sufrimiento. Es una piedra de tropiezo ante la cual se viene a decir: es preferible no nacer a nacer para sufrir, y es preferible morir a seguir viviendo para sufrir y hacer sufrir a otros. Es necesario ofrecer un testimonio de alegría en el corazón aunque haya lágrimas en los ojos, alegría aunque haya sufrimiento, pues de alguna forma aquí la alegría va vinculada a la esperanza, y la esperanza va vinculada a la fe, a la conciencia de una presencia que además da la certeza de que el final del camino y el camino mismo tiene sentido, está sostenido y habitado. También hay una inquietud en los hombres y mujeres de hoy sobre las posibilidades de la razón. Libertad y razón, que han tenido tanto que ver en el desarrollo del tiempo moderno, hoy se encuentran bajo sospecha. Los creyentes, y dentro de los creyentes los católicos, tenemos la responsabilidad de hacer el elogio práctico de la razón y la libertad. Porque están puestas en duda. Este verano tuve un debate con Arcadi Espada en una Universidad de Verano y el diálogo, que fue tormentoso por la cuestión del nacionalismo, fue en cambio interesante por la cuestión de la libertad. Él me dijo: “usted es creyente y entiendo que crea en la libertad, pero yo ya no creo". ¡En la libertad, no en Dios!
Dice el Papa que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época, ¿en qué consiste el cambio de época?
Hay algo permanente en esta misma concepción del tiempo. Ya desde el principio de la filosofía Heráclito y Parménides pelean entre sí. La concepción cristiana presenta un tiempo abierto pero al mismo tiempo habitado por lo eterno. Es abierto pero hay como unas constantes, ahí entraríamos en diálogo con la visión cíclica del mundo. ¿Cuáles son esas constantes? El ser, el amar, el hacer y la fiesta o descanso. ¿Por qué vivimos en un cambio de época? Porque la comprensión misma de la vida, la comprensión de la persona, la comprensión del amor, de la familia, de la amistad, la comprensión del trabajo con la visita de las nuevas tecnologías y la comprensión de la fiesta y del descanso, y del descanso eterno, en las nuevas perspectivas de mayor esperanza de vida, de propuestas transhumanistas, se ponen en juego. Por eso no solo estamos cambiando aspectos de la habitación en que vivimos sino que se ha puesto en movimiento aquello que constituye el fundamento de cómo va a ser luego nuestra propia organización social. ¿Cómo no va a estar complicada la convivencia desde el punto de vista social y político cuando la comprensión de lo humano, la comprensión de la familia y la comprensión del trabajo están sin suelo?
En esta situación, hay una especie de búsqueda permanente de la identidad. La globalización provoca miedo y la identidad se busca en la afirmación de lo particular. También se busca la identidad criticando lo dado... ¿qué puede aportar el cristianismo a esa búsqueda?
La propia experiencia del encuentro con Dios, con el Dios revelado, con el Logos encarnado. Ese encuentro te hace experimentar que tu identidad es ser hijo y hermano en un tiempo abierto a lo eterno. Decir soy hijo es decir: soy un don. Esa experiencia es muy importante para identidades cerradas sobre sí mismas, identidades que solo buscan al otro como espejo. La categoría de don, recibida en la tradición judeo-cristiana, que tiene en la diferencia sexual una ayuda para comprender lo que somos, idénticos y recíprocos, con una capacidad esponsal de entrega y fecundidad, explica las relaciones y la constitución de un pueblo.
La cuestión de la identidad está relacionada con la concepción del tiempo, que en este momento es uno de los asuntos que más me preocupan o interesan. En este tiempo, a menudo, la existencia personal está en una búsqueda permanente de la identidad que nos recuerda a los adolescentes. Hay una categoría de psicología evolutiva dominante en los hombres y mujeres de hoy que es la adolescencia: estar constantemente lamentándose de lo que adolezco y lo que adolezco lo quiero aquí y ahora, ya, y para eso estamos dispuestos a veces a cualquier cosa. A cualquier cosa en la lucha por conseguirlo o a cualquier cosa cuando alguien me promete que me lo va a dar. Esta categoría de tiempo que supone crecimiento, proyecto, paciencia, caer en la cuenta de que muchos de los logros son germinales, que supone el coloquio entre generaciones, presenta una novedad.
Vamos a la situación histórica en que nos encontramos en España. En la Transición se produce un proceso de reconciliación entre los españoles después de un siglo y medio de enfrentamientos, quizás a partir de la Guerra de la Independencia. Parece que esa reconciliación no sé si intuitiva, no sé si suficientemente desarrollada desde el punto de vista crítico, no se transmite a las nuevas generaciones y hemos llegado otra vez a un estado de enemistad pública. ¿Por qué?
No lo sé. Creo que en el momento actual esa enemistad es bastante impostada, quizás ha sido provocada por intereses ideológicos. Se han despertado, a través de la llamada Ley de Memoria Histórica, unos determinados planteamientos de confrontación entre unos españoles y otros. También hemos tenidos los indignados. De un lado indignados ante las consecuencias de la crisis económica en el mundo global, que ponen en riesgo el Estado del Bienestar y hacen que las nuevas generaciones puedan estar en peores condiciones que la generación de sus padres. Por otro lado la indignación que provoca esta misma propuesta hace que hayan surgido, desde esa psicología predominantemente adolescente y con una manera de reaccionar más emotiva que racional, unos conflictos que se van exacerbando. La situación de crisis económica ha hecho que las llamadas clases medias también se encuentren en una situación de cierto riesgo. En una comprensión pagana del aquí y ahora, pagana del tiempo, se tiende a buscar cómo cada cual asegura de la mejor manera posible su espacio. Sin caer en la cuenta de la importancia, incluso para poder resolver estos conflictos, del diálogo, que supone razón y dia, una travesía, un camino racional. En este sentido, la propuesta que hoy hace la Iglesia a través del papa Francisco en principio es una propuesta intraeclesial, pero creo que puede ser paradigmática. Es la propuesta de un camino sinodal. Sabemos que hacemos juntos el camino de la vida, la convivencia es innegociable, además convivimos en la historia. Porque convivimos en la historia precisamos hacer un camino de escucha, de reconocimiento de los acuerdos y desacuerdos, de interpretación, en principio desde un marco de referencia que hay que aceptar.
En algunos de nuestros problemas actuales en España, el marco de referencia es nuestra Constitución. Aunque el diálogo incluye las posibilidades de modificar el marco.
¿No es una locura modificar el marco?
No, en absoluto. Es verdad que vivimos en un momento en que, ante infracciones graves de las leyes, hay que hacer una llamada al cumplimiento. Pero hacer una llamada al cumplimiento de las leyes en una época tan positivista como la que vivimos tiene un riesgo, que es entronizar a la ley consensuada como un verdadero ídolo, como algo intocable. Es verdad que en un diálogo de convivencia y desde perspectivas plurales, tenemos que aceptar un marco común, pero aceptando que desde el marco común es posible plantear incluso el cambio del propio marco.
A veces da la sensación de que hay una dificultad para comprender que la propia existencia de la comunidad cristiana es la primera aportación a la vida política. Parece que si no se formulan unos criterios de voto o si no se llega a hacer política de partido la comunidad cristiana no está haciendo política. ¿Esto es por una mala comprensión de la comunidad cristiana o por una mala comprensión de la política? ¿Por qué esta minusvaloración de la comunidad cristiana como factor de la polis?
Como casi siempre, habrá que mirar a las dos orillas. Desde el punto de vista del mundo político, y del mundo político institucional, se pierde de vista, en la propia historia de la vida democrática, lo decisiva que es la amistad civil, de la que ya hablaba Aristóteles. Se pierden de vista las comprensiones o certezas prepolíticas desde las cuales se organiza el marco democrático común. Creo que las democracias modernas se han vuelto excesivamente positivistas y procedimentales. Es decir, viven de acuerdo con una razón instrumental, por una parte, y por otra se han vuelto muy captadoras del poder a través de un sistema de opinión pública que teledirige las inquietudes, las emociones, los gustos, los intereses del propio pueblo de votantes potenciales hacia determinados fines. Por eso es tan importante, en el otro lado de la orilla, caer en la cuenta de que la Iglesia, el pueblo santo de Dios, es una Iglesia en el mundo, y que situada en el mundo está llamada a ofrecer la caridad en su forma política. Caridad social, como dicen los Papas, caridad política. ¿Qué significa caridad social o caridad política? Esto nace de la propia concepción de la persona. Nosotros no nos vemos a nosotros mismos como individuos aislados, individuos de una especie que más o menos conviven como erizos, que tratan de buscar la distancia adecuada. Nos consideramos personas y por tanto ontológicamente relacionales. Lo ambiental y lo institucional forman parte de la propia comprensión personal. Las relaciones generan ambiente y unas relaciones y ambientes situados en el tiempo generan instituciones, son instituciones. Esta comprensión de lo que somos, enriquecido por el amor que recibimos, ha de ser ofrecido al mundo en forma de presencia institucional y de presencia en el ambiente, de un pueblo que ofrece un ambiente a la hora del cultivo de relaciones, una amistad cívica. Hace unos años había una polémica entre el catolicismo europeo, especialmente del sur de Europa, en Italia y España, sobre si era mejor ser católicos de la mediación o católicos de la presencia. Unos decían que era mejor que, como personas, cada cual se debía apuntar a una institución de la vida civil. Y otros decían que no, que es preferible poner en marcha, como pueblo, instituciones propias.
¿Es un debate falso?
Yo creo que es un debate falso. Una vez más, la dialéctica de los contrarios del tiempo moderno, que nos ha hecho decir tantas veces «o... o...» hay que sustituirla por una propuesta de superación de los contrarios, que no solo es decir «y. y.» de los dos que están opuestos, sino decir «y. y.» en la perspectiva de un tercero. Es el tercero el que tiene que hacer que el debate entre contrarios pueda superarse e incluso fecundarse y sumar aspectos de uno y otro.
Es lo que decía Bergoglio, primero como arzobispo y luego como Papa. La superación de los contrarios por elevación.
Eso es.
En este momento de fractura, ¿qué puede ofrecer la Iglesia en una sociedad catalana que evidentemente, por encima de las cuestiones políticas, necesita reconstruirse?
En el seno de la propia comunidad católica, en la que sin duda también hay católicos catalanes de diversas sensibilidades, el ejercicio de escucha mutua, de diálogo, de reconciliación, de ver realmente qué es lo esencial. Es necesario ayudarnos todos a situarnos en el camino histórico común recorrido, teniendo en cuenta que es muy grande, teniendo en cuenta los grandes desafíos del mundo global y de la UE. Lo fundamental es que como propio pueblo cristiano demos testimonio de pueblo reconciliado.
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