Un veinteañero de buena familia que pierde el trabajo y se siente fracasado. El saludo de un desconocido, justo en el momento de acabar con todo. Relato de la amistad entre Enrico y Luca, dos vidas que “vuelven a despertar” gracias a un encuentro
El panorama allá arriba es una maravilla. La Madonna del Sasso es un antiguo santuario que se refleja en el lago de Orta, enclavado entre las montañas frente a la isla de San Julio: una gran iglesia blanca, la plaza y, más allá, un precipicio donde se pierde la vista. Luca, 23 años, está allí, apoyado en la barandilla, una tarde a finales de marzo. «¿Qué es lo que estoy haciendo?». No sería el primero en lanzarse al acantilado. Su Audi blanco está un poco más allá, el único coche del aparcamiento.
«Miraba el lago. Había conducido hasta allí como un autómata. No era capaz de parar, ni siquiera cuando iba andando hacia la barandilla con la idea de saltar», recuerda ahora. Está sentado a la mesa, cerca de Enrico, “Costina", como le llama él desde que se rompió una costilla con una moto de trial en los valles de Cusió. «No estaría aquí si no fuera por él», dice Luca, que le visita acompañado de su novia, Elisa, en el día de su “aniversario".
Enrico, obrero en una fábrica de fontanería, casado con Michela, tiene 57 años, dos hijos ya mayores y una gran pasión por su tierra y su Alzo, localidad de unos cientos de habitantes a los pies del “Sasso". «Salí antes del trabajo y decidí subir, al menos una parte del camino, antes de volver a casa. Vi un Canadair volando hacia el lago para cargar agua porque había un incendio en la zona». Enrico, curioso, agarró su bastón y empezó a subir. Primero vio el coche, nuevo y muy bonito. «Luego vi a Luca. Pensé que era un mendigo, o algo peor. Di la vuelta al lago, hacia la iglesia, para hacer algunas fotos antes de regresar».
«Yo no me di cuenta de que hubiera alguien», continúa Luca. «De pronto, su voz: “Buenas tardes"». Enrico, al retomar el camino hacia casa, pasaba cerca de él. «Me giré y vi a este hombretón con barba. “¡Luca! ¿Qué estás haciendo?", pensé. Volví en mí. Y fui hacia él. Él alzó su bastón, preparado para golpear, pero yo quería darle las gracias, abrazarlo, me había salvado la vida. Era como si Alguien lo hubiera mandado adrede...».
Aquí están ahora, cenando en la misma mesa. Enrico alarga la mano sobre la espalda de Luca. «Yo no tenía que estar allí aquella tarde. A esa hora no va nadie. Nos intercambiamos los números de teléfono y le dije que me llamara cuando quisiera. Me escribió cuando llegó a casa. Tiene la edad de mi hijo», observa Enrico.
Aquel día en el santuario parece lejano. Aunque resulta «difícil repasar aquellos momentos en que estaba tan mal», dice Luca, es tan grande lo que allí sucedió «que no logro dejar de pensar en ello. Aquel día me habían dicho que no me renovaban el contrato. Trabajaba en una fábrica de válvulas, en la parte comercial y de marketing. Me gustaba, me había esforzado, pero la empresa estaba en crisis y ya habían despedido a varios». Una “estupidez", tal vez, de un veinteañero acomodado, como se describe él mismo, y que «a las dos semanas ya había encontrado trabajo». Una buena familia, novia, muchos amigos, un coche estupendo, voluntario incluso... «Nada, ya no había nada. Se había derrumbado todo», pensaba mientras tomaba las curvas con su Audi hacia el santuario. ¿Pero por qué? No le faltaba nada, pero “todo" parecía nada ante ese pequeño fracaso. En la cena se discute sobre ello. Sobre el hecho de medir la vida, el valor de lo que somos y hacemos, reduciéndola a una idea, una imagen «de cómo debería ser». Y cuando algo no funciona...
«Uno siempre intenta mantener las cosas en orden, estar siempre satisfecho. Yo lo estaba por todo lo que tenía, pero aquel día ni siquiera tuve el coraje de responder a mi padre por teléfono y volver a casa».
Para Enrico, la vida no ha sido muy distinta. Él también habla de un “despertar", «eso que necesito todos los días» desde que en 2008, después de años alejado de la Iglesia («un clásico: después de la Confirmación, por diversos motivos, basta»), mientras sus hijos empiezan a frecuentar un pequeño oratorio con un cura nuevo él pasa casualmente delante de la parroquia y ve un cartel. «Anunciaba una peregrinación a pie para jóvenes, desde Cracovia hasta la Virgen de Czestochowa. No sé qué me pasó, pero volví a casa y le dije a Michela: “Tú que vas por allí... pregunta al sacerdote si yo también puedo ir". No sé por qué, no lo sé...». Hacía poco que había muerto su padre y acaso tenía alguna dificultad en el trabajo, pero las cosas no iban mal. «Una vida normal, sin embargo... En Polonia me encontré con una experiencia increíble. Hasta dejé de fumar, aunque los primeros días, como nos pidieron que no lo hiciéramos, me escondía por el bosque para encender algún cigarro. Al volver, la vida empezó a rebosar siguiendo a aquel sacerdote». De aquel encuentro nacieron amistades nuevas. En los alrededores: Arona, Omegna. Pero no solo: «Milán, Cuneo, Transacqua...».
Un trago de vino y vuelve a aquella tarde. «Mientras subía al Sasso, leí en el teléfono el chat de algunos grupos de amigos. Cada uno escribía algo que había hecho, algo que le había pasado». Contaban algo bello que les había sucedido durante la jornada o durante la semana. «Caramba, ¿y yo? ¿A mí nunca me pasa nada? “Jesús, ¿es que nunca te voy a ver?". Iba caminando con ese pensamiento». Luego vio el avión y a ese chaval tan extraño en el barranco, primero lo evitó y después... «Al salir de la iglesia volví a verlo. Todavía llevaba en la cabeza esa pregunta del chat. Y esta vez le saludé».
«Un minuto más y...», dice Luca. «Pero unos días después estábamos juntos cenando una pizza. Empezó a presentarme a sus amigos y a invitarme a varios momentos, encuentros, cenas. Donde siempre se hablaba de la vida». Una belleza fascinante, añade, aunque a veces le asusta. «No sé decir por qué». Tal vez porque abre una perspectiva nueva, que lo pide todo. «Sí, tal vez sea eso». Pero la alternativa es la desesperación. «Llevo en la mente y en el corazón a un amigo muy querido. Uno que hacía voluntariado conmigo. La primavera pasada tuvo un accidente en el que murió su primo. Él conducía y todavía está muy mal. “¿Pero por qué?", pregunta continuamente. Yo no sé responderle, también yo me lo pregunto. Pero para mí ahora es diferente». Todo por un «buenas tardes».
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