El camino a la verdad
Ayer, en la peregrinación a Luján, cuando todos cantamos en una parada: «Él está aquí, como el día primero, como aquello más nuevo», miré a mi alrededor y vi a amigos de años con los que camino y a “nuestros hijos" cantando lo mismo. Pensé en la esperanza que representa para el mundo que exista un lugar como el nuestro donde se renueva la libertad y la autoconciencia de cada uno. Hay otro hecho que me impresionó. Por mi trabajo, estoy haciendo un curso virtual. Uno de los módulos fue de ética y responsabilidad. Así que tocó analizar la normativa sobre ética, anticorrupción y todos los mecanismos administrativos y judiciales que se han diseñado e implementado para que la administración pública funcione bien. El último día en que se podían hacer intervenciones en el foro, escribí que había estudiado el tema pero que me seguía rondando en la cabeza lo que afirma una catedrática española, y la cité cuando dice: «Voy a decir algo contrarrevolucionario. En realidad, lo más importante es la “vocación", la “convicción interna" del funcionario», utiliza esas dos expresiones. Y añade que eso es más importante incluso que los incentivos económicos, ya que estos vienen de fuera. Dije que coincidía con esta afirmación. Sin embargo, la pregunta que me surge es: ¿y de dónde nace una convicción interna? Y ahí cité a Eliot cuando habla de soñar sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno. La tutora del curso puso a continuación: «Buenos días, Sergio. Debo confesar que, luego de leer el avance del foro (muchos aportes que mueven a reflexionar, que es un ejercicio muy valioso), y encontrarme con tu aporte, ello me obligó a repensar mi aportación. Es decir, Sergio, ¡me desarmaste el esquema antes de empezar el día!». A partir de ahí se armó todo un revuelo en el foro y cambió el eje de la discusión simplemente porque seguí el método en que nos educamos: buscar en la experiencia cuál es la verdadera dinámica de la realidad.
Sergio, Buenos Aires
Aquel hombre por la calle
Querido Julián: Mi mujer, mis hijos y yo acabábamos de salir en coche con destino a Oropa para encontrarnos con unos amigos, cuando me di cuenta de que había un anciano que caminaba jadeante. No tenía ninguna gana de “complicarme" la jornada con actos heroicos pero al final, sin pensar en quién sabe qué movimiento caritativo o página de la Escuela de comunidad, aparqué el coche. Le pedí a mi mujer que se quedara esperando con los niños, agarré una botella de agua y me acerqué a aquel hombre que avanzaba cada vez con más fatiga. Le pregunté si le acompañaba a casa. Nada más cruzar el umbral de su apartamento, me encontré con la degradación: comida caducada, colillas tiradas, ropa por todas partes y un intenso olor a cerrado. Extrañamente, aquello no me escandalizó y decidí llamar al número de emergencias. Al llegar la ambulancia, ya no era necesaria mi presencia, así que me despedí de él y de los trabajadores de emergencias, volví con mi familia y nos fuimos a Oropa. He seguido pensando en lo que me pasó porque lo que me empujó a socorrerlo no fue un instinto primordial de ayudar ni un buen sentimiento cristiano, sino algo distinto a lo que nunca había puesto nombre para evitar quién sabe qué. Pero después de la Jornada de apertura de curso, cuando dijiste, citando a Giussani, que «para crecer verdaderamente, el hombre tiene necesidad de ser provocado o ayudado por algo distinto a él, por algo objetivo, algo que “encuentra"», no puedo dejar de decir que Cristo está actuando dentro de mí y a mi alrededor, abriéndome los ojos con estos pequeños acontecimientos.
Alberto
«Estoy segura de que puedes hacerlo»
Querido Julián: Desde septiembre ayudo a estudiar a un niño con problemas. Está resultando ser mucho más de lo que pensaba. A este niño le cuesta leer. Al principio, cuando teníamos que leer vivíamos un auténtico drama: se ponía a llorar y patalear, asustado frente a algo de lo que no se sentía para nada capaz. Entonces, lo único que se me ocurría era valorar lo poco que conseguía hacer bien. Con el tiempo, he notado un cambio. Normalmente, como tarea, tiene que leer tres veces el mismo párrafo, pero hasta hace poco nunca lograba hacerlo solo, así que normalmente la primera lectura la hacía él, la segunda yo, y la tercera juntos. Poco a poco ha empezado a hacerlo solo, mejorando la entonación de las frases y siguiendo la puntuación. Pero hubo un episodio que me impactó especialmente. Leyendo la primera vez, y haciéndolo todo bien, se vuelve hacia mí y me dice: «¿Lo estoy haciendo bien?». «Sí, mucho, pero estoy segura de que lo puedes hacer mucho mejor». «Esto era solo el calentamiento», me dijo, y leyó bien la segunda vez, equivocándose solo en una consonante doble. Me miró feliz, me chocó los cinco y añadió: «Quiero leer yo solo también la tercera vez». Nunca había pasado. Empezó la frase, pero a la mitad se paró asustado: «No, no, léelo tú». Le miré: «Es lo mismo que acabas de leer. Estoy segura de que puedes hacerlo». Entonces se convenció y lo leyó. Me conmovió ese paso de confianza. En mi vida sucede exactamente lo mismo: frente a mis miedos e incapacidades, lo único que puede sacarme de mi medida es ese paso de confianza, es decir, tener a alguien delante que me dice: «Yo estoy contigo, estoy seguro de que puedes hacerlo». Pero lo que más me asombró fue su madre. Un día me paró para decirme: «Quería darte las gracias porque desde que empezó contigo es otro niño. Vuelve a casa y tiene ganas de estar conmigo, me pide que hagamos juntos alguna tarea, mientras que antes tenía que obligarle». Yo me conozco, sé perfectamente que lo que ha provocado ese cambio no he sido solo yo. Se me hacía más evidente aún porque, en el modo de describir la madre al niño, yo reconocía ciertos rasgos de Cristo en acción: «Vuelve a casa y tiene ganas de estar conmigo, vuelve a casa y me pide que hagamos juntos alguna tarea». Esto dice de uno que empieza a quererse, a tomarse en serio, a creer que tiene un valor. Pero yo nunca le he dicho que debe tener más ganas de estar con su madre, ni que se quiera más, yo solo le he ayudado con los deberes.
Gioia, Bolonia (Italia)
Curso de cuidadores
En Venezuela conozco a mucha gente que afronta los problemas con una estatura humana más fuerte aún que la crisis. Hay un chico que se graduó en el curso de mecánica automovilística con Trabajo y Persona, en colaboración con la empresa Ford Moto, donde hacen las prácticas los jóvenes que se están formando y que trabajan bien. Hay una mujer emprendedora en el sector chocolatero cuyos productos se venden en varias zonas del país, que ella recorre a lo largo y a lo ancho en busca de cacao. Hay peluqueras que trabajan por cuenta propia y viven gracias a ello. Y lo mismo sucede en otros sectores. Hemos terminado el primer curso del diploma oficial para cuidadores. El curso se llama “Cuidadores 360", porque es un concepto integral del cuidado de ancianos y los que se han diplomado ya están ofreciendo sus servicios. Entre uno y otro apagón, durante los días que había electricidad logramos formar a estas personas, que se dedican a una población tan indefensa como los ancianos. De hecho, en América Latina, Venezuela es el país con la mayor tasa de ancianidad. Dado que muchos, familias enteras, se están marchando, hay muchas personas ancianas solas que necesitan asistencia. Hay historias conmovedoras. Una chica, que vive en una pequeña ciudad lejos de Caracas y salía de casa a las cuatro y media de la mañana para llegar a clase a las nueve, solo faltó un día, y fue porque un temporal había bloqueado las carreteras. Hoy está trabajando en un lugar más cerca de su casa. Otra, que vendía café en las paradas de autobús para pagarse el billete de ida y vuelta, hacía tres horas de viaje en transporte público para asistir a clase. Como estas, hay muchísimas historias de personas cuya vida ha cambiado gracias al hecho de haber recibido una oportunidad.
Alejandro, Caracas (Venezuela)
África en casa
El mes misionero que el Papa convocó en octubre me pilló a contrapié. Desde niño, la misión siempre me ha parecido algo precioso pero sustancialmente lejano, inalcanzable. Luego, viviendo, uno se da cuenta de que dentro de la Iglesia, dentro del movimiento, la misión es un hecho cotidiano. Hace dos años, gracias a una exposición en el Meeting de Rimini sobre los hijos de inmigrantes, entré en contacto con nuevos amigos de religión musulmana. Con ellos nació una amistad, y una nueva capacidad para acoger a otros. Y acoger también su fe, confirmando la mía con certeza. Un día me propusieron acoger en casa a un inmigrante africano musulmán, Harouna, de Mali. No fue fácil decir sí. Harouna lleva quince meses viviendo en mi casa. Este chico es profundamente musulmán y tiene un gran sentido religioso. Con él he podido abordar muchas cuestiones relativas a Dios. Viviendo juntos, hemos podido entender qué es el Ramadán y qué es la Cuaresma; me ha obligado a explicarle la “locura" de la Resurrección. Inmediatamente he visto que la intensidad con que él vive el islam no me invitaba a intentar convertirlo sino a profundizar en las razones que tengo para seguir a Jesús. La misión no es allá lejos, en África. Jesús me la ha traído a casa. Pero el fruto más increíble de esta misión “doméstica" ha sido otro. La madre de Harouna vive en un pueblo perdido y solo consiguen hablar por teléfono cada tres o cuatro meses. Cuando él le contó que vivía con una familia cristiana, no se lo podía creer, le parecía imposible que unos europeos pudieran acoger así a su hijo. Pero con el paso del tiempo, por lo que él cuenta, su madre ha acabado cediendo a esta nueva realidad. En la última llamada ni siquiera le ha preguntado a su hijo cómo estaba, sino que le ha dicho: «¡Bendice a la familia con la que vives!». Es increíble, yo siempre he pensado que la misión en África no estaba hecha para mí, pero Jesús ha buscado la manera de que África viniera a mí. Y así, Jesús ha llegado hasta aquella mujer de Mali.
Ignacio, Rimini (Italia)
Guerreros masáis vendiendo Traces
Queridos amigos, quería compartir con vosotros los frutos de la experiencia que supone la venta mensual de Traces, la edición inglesa de la revista Huellas, en Kenia. Los de nuestra Escuela de comunidad, los “Morans", como los guerreros masáis, nos reunimos todos los miércoles por la noche en una sala de la parroquia de St. Francis Xavier en Parklands, una zona central de Nairobi. Cada primer domingo de mes vendemos Traces a la salida de misa y siempre supone un gran desafío. En una ocasión, un poco desalentado, me preguntaba qué sentido tenía ese gesto mientras observaba a la gente que salía de la iglesia intentando evitarme y no conseguía vender ni un ejemplar. También estaba un poco cansado, pues acababa de volver de un viaje en el extranjero. Pensaba y volvía a pensar... Luego me dije: «Si Carrón estuviera aquí, me diría: “haz lo que quieras, pero si te vas no verás la victoria de Cristo"». A los pocos segundos se me acerca un hombre y me dice: «¿Pero qué hace usted aquí? Venga al otro lado de la plaza. Mis amigos y yo queremos comprar su revista». De repente vendí seis ejemplares. Otro episodio relacionado con la revista fue cuando en un centro de espiritualidad me encontré con un obispo de Kenia que sacó el cuaderno de los Ejercicios de la Fraternidad que iba adjunto a uno de los últimos números y me dijo: «Mire, tengo que predicar unos ejercicios espirituales y voy a utilizar las meditaciones de Carrón». La última vez, antes de la venta, llamé por teléfono a Giampaolo, un joven amigo nuestro que vino a hacer la prestación social en Kenia. Le pregunté si contábamos con él y me respondió que se le había olvidado por completo y ya tenía otros compromisos. Fui con otros a St. Francis pero sin él. Empezó a llover. En un momento dado, vi a Giampaolo aparecer bajo el pórtico de la iglesia y, sorprendido, le pregunté: «¿Pero qué haces aquí?». «Me he acordado de cuando me contaste que nuestras amigas Priscilla y Jude conocieron el movimiento gracias a Traces. Por eso decidí venir».
Masu, Nairobi
En estos años he aprendido a amar
El 21 de julio de 2010 a las 14:30 horas, recibí un email de Julián de la Morena que decía: «Isa, necesito hacerte una propuesta. ¿Cuándo puedes hablar?». Al segundo pensé: ¡me voy a Brasil! Y cuando Julián me llamó se confirmó mi intuición. La respuesta fue inmediata: ¡Sí! Sentí una correspondencia total. Fue un momento de gracia. En el fondo siempre había querido ir “de misión" pero fue con la compañía de mi amiga Belén Camacho, memor Domini que falleció en 2011, donde empecé a vivir una mayor pasión por Cristo. Belén pasó ocho años luchando contra el cáncer y la pude acompañar bastante tiempo. Vivió con calma, cierta de que todo era para un bien. Siempre que podía iba a su trabajo de aparejadora en el Ayuntamiento de Madrid. Quería vivir la vocación, la relación con Cristo, a través de todo. Nunca se “escaqueaba" de nada. ¿Cómo vivir una enfermedad así? ¿Cómo vivir todo sin perder nada? ¿Cómo mirar a la muerte? ¿Qué es un memor Domini? Muchas fueron mis preguntas en esos años y mi sí a la misión nació de ver su sí. Cuántos frutos nacen por la forma en que nuestros amigos viven la enfermedad.
En estos años en Brasil, ya van para diez, he aprendido sobre todo a amar: amar al pueblo latinoamericano, amar Brasil, amar una ciudad como Sao Paulo de doce millones de habitantes, amar el silencio, amar la casa, amar el trabajo.
Y sobre todo he aprendido a mirar este corazón que siempre grita plus ultra, amar mi propia humanidad. La falta que siento es como una lanza que me hace mendigar y estar siempre atenta. A la carrera, cayendo cien veces y levantando otras cien. Como el Coyote del Correcaminos. Creo que esta es la mejor manera de vivir la misión, mirar el propio deseo y preguntarse: ¿Quid animo satis? Una vez me preguntó un amigo: ¿quién es tu compañía más cercana en Brasil?, ¿quién es tu mejor amigo? Yo respondí inmediatamente: Cristo. En estos años de misión ha crecido la relación con Él, la familiaridad con Él. ¿Qué podemos comunicar si no? Hace tiempo que soy muy amiga de una mendiga que vive dentro de un cementerio que hay al lado de mi casa. Se llama Lucía y cuando la encuentro hablamos sobre la vida, le llevo comida, ropa, a veces algún dinero para ir a casa de su hija... Es mi pequeño Bocatas de Sao Paulo. Bocatas, esos amigos que tanto me acompañan y me enseñan a vivir esa pasión por los hombres. Me acuerdo siempre de ellos cuando, algún sábado, voy a cocinar a una parroquia que prepara la cena para los mendigos de la ciudad, igual que hacen ellos en Madrid. La caritativa es el mejor instrumento para aprender a amar. Entre las tareas que me toca hacer aquí está la organización del ARAL (Asamblea de responsables de CL en América Latina). Es siempre un espectáculo ver cómo viven el movimiento las personas de las comunidades más pequeñas como Cuba, Haití, Guatemala, República Dominicana. O ver a los amigos de Venezuela. Un episodio inolvidable fue cuando un año, al llegar los amigos de Cuba, en el aeropuerto reconocieron a los voluntarios que estaban esperándolos por la forma de mirar. Alejandro le dijo a su compañero: «esos chicos han venido a buscarnos». «¿Cómo lo sabes?». «¿No los reconoces? Tienen la misma cara que las personas que salen en la revista Huellas, es la misma mirada». Por eso estoy en Brasil, por esa mirada. Isabel, Sao Paulo
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