A la vuelta de Roma, monseñor Antonio Rouco Varela comenta para Huellas el histórico acontecimiento que ha tenido lugar la semana de Pentecostés. Sus palabras son una ayuda para tomar conciencia de nuestra responsabilidad y tarea al servicio de la Iglesia española
En palabras de Juan Pablo II, el encuentro celebrado en Roma representa “un evento realmente inédito: por primera vez los movimientos se han encontrado juntos con el Papa”. ¿Qué novedad constituye este evento?
El encuentro convocado por el Papa subraya, en primer lugar, el hecho de la existencia y la vitalidad de los movimientos en la vida de la Iglesia contemporánea. Estas realidades hoy han dejado de ser grupos particulares, han trascendido sus fronteras geográficas. En sí mismos han alcanzado una relevancia universal. Y en segundo lugar, se pone de manifiesto el interés del Santo Padre -y con Él de los obispos y de todo la Iglesia- por esta realidad, que evidentemente es fruto de la acción del Espíritu en este momento de la historia, y que le proporciona las formas para responder al reto de la misión con mayor dinamismo, frescura y capacidad de actuar de manera adecuada ante los problemas y desafíos de nuestro tiempo.
¿Y para su autoconciencia?
Los movimientos que han surgido después del Concilio Vaticano II representan, por un lado, una novedad evidente; por otro, se inscriben en la historia permanentemente viva de la iglesia como cuerpo viviente de Cristo, animada por el Espíritu. Lo que ocurre con las formas y modos contemporáneos de vivir el dinamismo propio de la misma Iglesia misma es que tienen que ver con su historia en el mundo actual. Con ellos el Espíritu la impulsa para que sea fiel a su misión en este tiempo y, a la vez, le descubre la infinita novedad de Su acción.
El hecho de que los movimientos se hayan difundido con tanta fuerza y tantos frutos supone una llamada especial, un signo de los tiempos, para que no nos olvidemos de que la Iglesia está animada por el Espíritu, y de que todos y cada uno de sus miembros -tanto los pastores como el fiel que más invisible e imperceptiblemente viva su vocación cristiana- son destinatarios de la acción de la gracia, no sólo de modo ordinario sino también extraordinario. Por tanto, los movimientos constituyen un reclamo significativo de que la Iglesia es una realidad histórica visible, un cuerpo animado por la presencia del Señor.
En el mensaje de apertura del Congreso mundial, el Papa escribe: “Los movimientos se caracterizan por la conciencia común de la «novedad» que la gracia bautismal trae a la vida, por la singular tensión en profundizar el misterio de la comunión con Cristo y con los hermanos, por la firme fidelidad al patrimonio de la fe transmitido por el flujo vivo de la Tradición. Esto da origen a un renovado impulso misionero”.
Es bueno subrayar la relación entre la vocación cristiana y el carisma que se recibe para vivirla. El texto del Papa ilumina esta relación muy bellamente. En primer lugar, porque pone el acento en lo que significa la gracia del Bautismo, la vocación para ser cristiano. Algo que hemos perdido a veces en la conciencia común cristiana en las sociedades europeas.
Ser cristiano es una novedad. Una novedad frente a la realidad de la historia, frente a la naturaleza e incluso respecto a la historia de la religiones. Uno de los rasgos comunes de los movimientos, sobre todos en los países europeos donde existe una confusión entre lo cristiano y lo cultural, lo social, es precisamente el recordar que ser cristiano es una novedad. Ser cristiano no es fruto ni consecuencia de un esfuerzo personal o colectivo, de un proyecto humano, sino del encuentro con el Señor mismo, con Su rostro visible.
Otro rasgo de la vocación cristiana de mucha actualidad para poder vivir la fe en el segundo milenio es la singular tensión en profundizar el misterio de la comunión con Cristo y con los hermanos. La fe funda unas relaciones mutuas desconocidas en otro tipo de experiencias humanas. Es un don que da la capacidad de captar la existencia del hombre de modo verdadero. Parece imposible que al mismo tiempo Cristo sea mío completa y totalmente, y yo de El, y a la vez que esto sea total y completamente de los demás. La experiencia natural del amor suele ser acaparadora del amado. La experiencia del amor de Cristo es todo lo contrario, en invitación tensa pero abierta a compartir con todos la experiencia de la comunión con Él.
Hoy triunfa de nuevo el individualismo más feroz. El camino seguido por la historia anterior para superarlo escondía en el fondo una afirmación radical de lo mismo, ya que el individualismo no se cura con colectivismos, sino con la comunión con Cristo y entre los hombres.
Finalmente, el Papa subraya que un movimiento re¬presenta una novedad en cuanto vive una firme fidelidad a la Tradición. En estos años en que tanto se habló de futuro, de nueva sociedad y de esperanza, pero en clave de ruptura con el pasado -conforme a una concepción de la historia como un proceso construido casi mecánicamente e incluso manipulado-, hablar de cristianismo como del encuentro con una tradición viva, por lo tanto, con la persona del Señor, la misma de hace 2000 años pero viva en el presente, es una real novedad, una novedad sin precedentes.
Es natural que esto se comunique y se convierta en un nuevo impulso misionero.
También se afirma que «la Iglesia puede llamarse ella misma, en un determinado sentido, “movimiento”, en cuanto acontecimiento en el tiempo y en el espacio de la misión del Hijo por obra del Padre en la potencia del Espíritu Santo».
La gracia del Espíritu en la historia realiza la vocación trinitaria de la Iglesia. El misterio de la Trinidad siempre abscondito, recónditamente escondido, se hace visible en el mundo por la Encarnación del Hijo. Cristo es enviado por el Padre para ser hombre y para que siendo hombre pueda salvar. Mediante su Espíritu, Cristo nos asimila a su misión en el mundo. Que "Su Misión” encuentre en nuestro envío y en la forma de recibirlo un eco permanente de esa “Misión” redentora para el mundo.
La Iglesia española ha subrayado la responsabilidad de los laicos en distintos documentos. ¿Cuál es su tarea?
La Iglesia española se ha hecho eco del Sínodo sobre los laicos del 87, y ha subrayado lo específico de su vocación cristiana: la edificación de la sociedad y la santificación de las realidades temporales. La Iglesia es misionera en relación con el mundo básicamente a través de la vocación del laico, mediante la cual ella cumple uno de los aspectos fundamentales y que integran la totalidad de su misión: un aspecto, por cierto, fundamental. No podría ofrecer al mundo plenamente el testimonio de Cristo sin esta vocación. Esto se ha olvidado mucho en los últimos años, porque se ha clericalizado frecuentemente la vocación cristiana - de una forma curiosamente paradójica al pretender revalorizar su específica misión en la Iglesia atribuyéndole funciones “clericales” y no las irrenunciables de su propia vocación.
Es necesario que toda la Iglesia se considere en movimiento. El catolicismo en España necesita de una especie de proceso de personalización, de asunción responsable de la fe y de sus exigencias existenciales. Ello requiere un gran proceso de conversión.
¿Cuál es hoy el papel de la Iglesia en la sociedad española?
Evangelizar, anunciar “con obras y palabras” a Jesucristo. Hay una forma un tanto patológica de déficit de testimonio en el mundo de la comunicación. Parece como si la Iglesia española se hubiese quedado muda o no hablara con la convicción y el entusiasmo que nacen de la fe.
En una sociedad cada vez más secularizada estamos llamados a dar una nueva forma cristiana a la vida empezando por la familia, las relaciones personales, la educación, la investigación, la ciencia, la economía y la política.
Estamos frente a dos grandes retos: que la Iglesia tome la palabra, mejor, que la pronuncie, y luego, que viva de tal modo que el cristianismo se haga visible dentro de la sociedad.
Comunión y Liberación en nuestro país tiene una deuda de gratitud hacia usted por la magnánima acogida que nos tributó en 1982, en Santiago de Compostela, cuando contábamos tan sólo con un puñado de chicos de bachillerato y cuatro o cinco audaces adultos.
Recuerdo aquella peregrinación con agradecimiento. Fue una promesa ver aquel grupo de jóvenes peregrinos llegar a Santiago en 1982, el año de la primera visita de Juan Pablo II a España. Lo hacían en sintonía plena con la Iglesia. Esa semilla, que ha crecido tanto, sobre todo en Madrid, es un don para toda la comunidad eclesial.
¿Qué le pide a CL?
Que quien entre en relación con vosotros también reciba la sorpresa de que se puede vivir la vocación de hombre plenamente por el encuentro con Cristo. Y esto sobre todo en los ambientes juveniles como la Universidad, la escuela, los ámbitos formativos y educativos. Os pido que viváis la novedad de Cristo y la comuniquéis a través del cambio que se produce en vuestras vidas.
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