En el Congreso intervino, entre otros, monseñor Piero Coda, profesor de Teología Fundamental en la Universidad Pontificia Lateranense, que profundizó en una definición dada por Juan Pablo II: «Los movimientos eclesiales, don del Espíritu a nuestro tiempo».
He aquí algunos párrafos de su intervención.
«En este tiempo que marca el final de la modernidad con la disolución de las grandes ideologías, se abre un gran espacio abierto que espera algo nuevo». «La humanidad está llamada a franquear el umbral de una novedad comprometedora y arriesgada, debido a la creciente adquisición de una conciencia planetaria de la familia humana. Y todo esto dentro de un contexto de diferencias culturales, de tradición, y de religiones que exige una apertura al otro, relaciones recíprocas a todos los niveles, políticos, económicos, culturales y espirituales. En este contexto se sitúan la identidad y la misión de los movimientos eclesiales. Ellos demuestran, de hecho. la capacidad de ser instrumentos para la conversión a la fe en Jesucristo, porque tienen la posibilidad de testimoniar la frase evangélica “venid y ved”».
«Dios y el hombre, el yo y el otro no se hacen una competencia dialéctica según la lógica dualista del siervo-patrón, sino que son acogidos, revelados y redimidos en Cristo en el mismo espacio de la reciprocidad trinitaria: la que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Una reciprocidad que se realiza a través del don sincero de sí mismo que Jesucristo ha revelado y realizado plenamente en la kenosis del abandono y de la muerte en cruz».
Es significativo un paralelo histórico: «El Concilio de Trento no habría dado sus frutos en la Iglesia católica sin que, junto a figuras excepcionales de pastores como san Carlos Borromeo, existiesen también los carismas -como, por ejemplo, el ignaciano-, en grado de asumir de forma ejemplar y promover los impulsos reformadores nacidos del eje conciliar. Hoy, el Espíritu aporta su contribución también a través de los carismas especiales».
De "Carisma y derechos” habló el profesor P. Gianfranco Ghirlanda, S.J., profesor de Derecho canónico de la Universidad Pontificia Gregoriana.
«Aquí nos planteamos la cuestión de la forma jurídica que asumen con su aprobación. Estos movimientos presentan tal originalidad en la vida de la Iglesia, que sería actuar contra el espíritu el intentar coartarlos, en el momento de la aprobación, bajo formas jurídicas ya existentes. Actualmente los movimientos eclesiales son aprobados como asociaciones de fieles, en cuanto que son la realización del derecho de asociación».
El profesor Ghirlanda ve la necesidad, por tanto, a la luz de la complejidad de los movimientos, respecto a su vida interna y a su inserción eclesial, de que exista «una ley marco dentro de la cual los movimientos puedan elaborar sus estatutos, en los que expresen el carisma según un estilo de vida especifico y unas actividades apostólicas propias».
Ha hecho el elenco de algunas cuestiones abiertas: «Los consejos evangélicos que se asumen en los movimientos eclesiales; los movimientos ecuménicos; la facultad de formar candidatos a las órdenes sagradas y de integrar a los sacerdotes en la asociación».
La última conferencia sobre “los movimientos como lugar de una humanidad
transfigurada” ha sido pronunciada por S.E. monseñor Albert Marie de Monleon, O.P., Obispo de Pamiers.
«El carácter de novedad de la vida cristiana es una vitalidad interior que se expresa en una humanidad transfigurada. El origen de esta transfiguración y de toda novedad es un reencuentro con Cristo, una relación personal con el Hijo del Dios viviente. San Ireneo dice: “Cristo trajo toda novedad al venir Él mismo”. El corazón de esta transfiguración es la experiencia de la misericordia». Y añadió: «La novedad que manifiesta el espíritu que viene de Dios, es el hombre transfigurado a imagen de Cristo (cfr. 2Cor 3,18) y, a través de El y en Él, las primicias de la Transfiguración de la humanidad y, algún día, del mismo cosmos».
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