Un viaje para la prensa organizado por la Oficina de Turismo de Israel a comienzos de mes permite acercarnos a la realidad de los cristianos en Tierra Santa. Una situación difícil no exenta de signos de esperanza
La ciudad vieja de Jerusalén está dividida en cuatro barrios: cristiano; armenio; judío y musulmán. Desde el hotel Mount Zion, al sur de la ciudad, muy cerca de la Iglesia de la Dormición, un agradable paseo de quince minutos nos permite llegar a la Puerta Nueva bordeando la muralla. Dolores, la encargada de la Oficina de Turismo de Israel en España, ha organizado un encuentro entre los periodistas que participamos en el viaje y el vicecustodio de Tierra Santa, el español Artemio Vítores. Acaba de anochecer –son las cinco de la tarde en Israel– y la Casa Nova, hospedería franciscana para peregrinos, nos abre sus puertas.
Setenta frailes de treinta y cuatro nacionalidades
El Padre Artemio, atareado como siempre, baja a recibirnos. Lleva treinta y siete años en la ciudad y siempre que puede saca un rato para atender a los peregrinos interesados en conocer la labor de los franciscanos y la situación de los cristianos en aquella zona. En la actualidad hay allí setenta frailes de treinta y cuatro nacionalidades. «Es un privilegio poder vivir frailes de todas las naciones», nos destaca. Pasamos primero al refectorio. Es el lugar en el que comen los religiosos. Está presidido por un gran cuadro de la cena de Emaús. Entramos después a otra estancia, aún más amplia. Desde hace pocos días un cuadro en el que están representadas las puertas del Santo Sepulcro cuelga de la sala. El padre Artemio no se resiste a explicarnos los detalles y la historia de la pintura. Tampoco la significación de otros dos cuadros también de la estancia, El servicio a los pobres y San Francisco encuentra al sultán.
Una situación difícil
En torno a una mesa, ya conocidos los detalles de las obras de arte franciscanas, Artemio comienza a pormenorizarnos la realidad cristiana en Tierra Santa. En 1948, fecha de la creación del estado de Israel, la presencia de los cristianos en Jerusalén alcanzaba el veinte por ciento de la población total de la ciudad. Hoy día no se llega al 1,1 por ciento. La cifra es similar si hablamos de cristianos en toda Tierra Santa. «Siendo muy benévolos podemos decir que actualmente hay en Jerusalén once mil cristianos, de los que seis mil con católicos», puntualiza el vicecustodio. Desde 1948 se han marchado de esta tierra más de trescientos mil cristianos.
El 28 de septiembre del año 2000 se convierte, según el padre Artemio, en una fecha nefasta para la presencia cristiana en la zona. Ese día el entonces líder del Likud Ariel Sharon visita la explanada de las Mezquitas en Jerusalén oriental y lo hace acompañado por tres mil soldados. Es el comienzo de la segunda Intifada, «una catástrofe para el país». La situación se agrava. «Entre 2000 y 2005 no hubo posibilidad de desarrollo económico en ciudades como Belén». Hay una disminución progresiva de trabajadores cualificados. Los permisos de trabajo pueden cortarse en cualquier momento.
Colegios y subsidio mensual de 80 $
La segunda Intifada asestó un duro golpe al turismo. En esa ciudad se van cerrando de forma progresiva los comercios y las tiendas de souvenir, uno de los pulmones económicos de los habitantes de Belén. «Hubo padres de familia que estuvieron cinco años sin recibir salario». Muchos habitantes salieron de la localidad hacia Jerusalén para poder conseguir la ciudadanía israelí. Quedarse no les aseguraba, por ejemplo el tener seguridad social para el acceso médico.
Las dificultades económicas también llegaron a las obras de los franciscanos. Dos de sus colegios en la ciudad, con más de dos mil niños –de los que el sesenta y cinco por ciento eran cristianos y el treinta y cinco por ciento musulmanes– han sufrido pérdidas de más de un millón de dólares. «Hay otro colegio cristiano en Belén que está a punto de cerrar», cuenta Artemio. Ante las dificultades familiares de los habitantes de la ciudad, los franciscanos llevan tres años ayudando a ochocientas familias con ochenta dólares mensuales para que puedan comprar pan, leche, medicinas y otros alimentos básicos «porque con la Autoridad Nacional Palestina no funciona nada». El problema ha crecido, los habitantes «no tienen escuela, trabajo ni hospitales».
Tres medidas: trabajo, casa, educación
Los franciscanos en Tierra Santa han tratado de recuperar el cristianismo con tres medidas. En primer lugar, «hemos ayudado a buscar un trabajo porque, como dice el Evangelio, no basta con dar un pescado». Gracias a su labor, se potenciaron los trabajos con madera de olivo y nácar. En vez de exportarlos, se empezaron a comerciar en el territorio.
La educación ha sido otro de los campos en los que se han volcado. La primera escuela que inauguraron en Belén data de 1530. También han ayudado a financiar casas gracias a colaboraciones económicas desinteresadas. Tienen en la ciudad vieja trescientas noventa y dos. En muchas de ellas viven cristianos con dificultades económicas sin necesidad de pagar nada. Algunas de las viviendas son casas de tres habitaciones en las que están conviviendo doce personas.
«Viniendo a Tierra Santa, los cristianos pueden darse cuenta de lo que significa el cristianismo. El cristiano es Jerusalén». Artemio recuerda al Papa Pablo VI, quien afirmaba que si algún día desaparecieran presencias como la de los franciscanos, los santos lugares se convertirían en museos. La peregrinación es fundamental, añade, «es la esencia de la Iglesia Madre de Jerusalén».
A pocos metros de Casa Nova se encuentra el Arab Catholic Scouts. Lo dirige el franciscano español Aquilino Castillo. Lo saludan muchos de los muchachos a los que nos encontramos mientras nos dirigimos a ese centro. Se ha convertido en un lugar de encuentro para los jóvenes católicos de la ciudad «y para los no tan jóvenes».
Visita a Belén
La seguridad de la ciudad de Belén está controlada desde julio de 2003 por la Autoridad Nacional Palestina. Los guías turísticos israelíes que acompañan a los visitantes no pasan a la ciudad. Suelen ir con ellos hasta la frontera de acceso a la localidad. Tiene una población de 35 mil personas, el setenta y cinco por ciento musulmanes y el veinticinco por ciento cristianos. Allí sale a recibirlos otro guía árabe habitante de la localidad. Cuando nuestra furgoneta de periodistas españoles llega al paso fronterizo, Nicolás, un muchacho católico de 24 años, sale a recibirnos a la entrada de la puerta principal para los turistas. Habla español a la perfección. Pasó quince años en Honduras. Lleva dieciocho meses en Belén. Reconoce que hay malestar entre la población, «pero nadie se atreve a levantar la voz por miedo a las represalias». Él es quien nos conduce a la Basílica de la Natividad. Los monjes franciscanos celebran misa. Cuando acaban nos acercamos a conocer más detalles de la comunidad. George Lewett, originario de Washington DC, es uno de ellos. No accede con facilidad a hablar con nosotros. Nos recibe cinco minutos en una de las salas de la basílica. Nos cuenta que la situación se ha complicado en los últimos años.
Una cuestión vital
Detalla los acontecimientos que se vivieron en la iglesia en septiembre de 2002, durante el asedio en la basílica. Veintiséis frailes y cuatro monjas permanecieron en el interior de la Natividad durante treinta y ocho días bajo el fuego cruzado entre el ejército israelí y militantes palestinos. De los sucesos también nos habló el vicecustodio. «Los monjes resistieron porque necesitaban Belén». Allí llevan instalados desde 1347. Seis de esos frailes hicieron de intermediarios durante los combates. Hubo milagros. A un religioso brasileño una bala le derribó la botella de agua de la que bebía mientras se lavaba los dientes. Salió ileso. El propio Juan Pablo II llamó personalmente a los religiosos que estaban encerrados «me imagino que para darles aliento durante los días que duró el calvario». En un gesto hacia los cristianos de la ciudad, el Vaticano ofreció sesenta y cinco mil euros para la construcción de una casa para recién casados.
Abandonamos la ciudad a las siete de la tarde. Es la hora de la vuelta a Belén de los trabajadores que realizan sus actividades fuera. La vuelta de las peregrinaciones puede servir para dar trabajo a quienes se ven obligados a abandonar la localidad. «No son cuestiones teóricas, sino vitales», nos dice el padre Artemio. Me alejo consciente de nuestra responsabilidad para con los cristianos conciudadanos de Jesús.
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