El referéndum sobre la fecundación asistida en Italia ha alimentado una nueva oleada anticlerical. Cuestiones como los impuestos sobre el patrimonio eclesiástico, las dudas respecto al Concordato, libros y libros de “ateología”, etc. ¿Por qué esta obsesión con la Iglesia?
O mejor, ¿quién quiere dar al hombre poder absoluto, rompiendo con la noción de bien? De todo ello hablamos con el profesor Carlo Cardia, quién percibe ciertas señales de un replanteamiento ideológico
Carlo Cardia es uno de los principales expertos europeos en Derecho eclesiástico y en relaciones Iglesia-Estado; como tal, ha formado parte de numerosas comisiones y comités institucionales. Recientemente coordinó la elaboración de la “Carta de valores de la ciudadanía y de la integración” promovida por el Ministerio del Interior italiano y actualmente preside el Consejo científico que se ocupa de su difusión e implantación. Es decir, se dedica con autoridad y pasión a esa cuestión incandescente: Dios–Iglesia–Espacio público. Su reciente libro Le sfide della laicità (Los desafíos de la laicidad) ha constituido un éxito incluso fuera del círculo de expertos en la materia.
Inicio la conversación por las cuestiones que más trascendencia tienen en la prensa y en la política italiana: concordato, relación financiera entre Estado e Iglesia o las tan cacareadas “ingerencias”. Es decir, ¿A qué esta obsesión con la Iglesia? Pero el profesor cambia rápidamente de tema: «Mire, este verano he tenido una experiencia impresionante. Me he leído de golpe los libros que han dado fama a sus autores sólo por el hecho de haberse declarado antirreligiosos, desde el Por qué no podemos no decirnos cristianos de Benedetto Croce al Tratado de ateología o al Dios no es grande: La religión envenena todo, etc. Cinco adalides internacionales de la nueva ideología que arrasa en las librerías. Científicos, periodistas y filósofos, todos se convierten en teólogos, misterio del ingenio humano y de la cultura. Además de esto, hay otras dos cosas que me llaman la atención: en primer lugar, la virulencia del ataque contra la religión y la fe en Dios: la fe es retraso, debilidad psicológica, minusvalía. Un ataque que carece de las grandes miras que tenían, dentro de todo, los ilustrados y que ni siquiera tiene en consideración el papel que jugaban las religiones en la crítica historicista. Yo lo llamo “neoracionalismo”: La religión no es ya un bien individual, sino un peso, una cadena que impide que el hombre pueda razonar. Lo segundo que me ha impresionado es que estos autores se profesan evolucionistas pero sólo aplican la evolución al dato biológico. No muestran ningún interés por la evolución material, económica, histórica y espiritual de la humanidad. Nada sobre el hecho histórico de Jesús, o de Mahoma o de Buda, y de lo que este hecho histórico ha generado. Nada sobre lo que ha sido el cristianismo, ni siquiera sobre sus errores, ni sobre lo que es hoy. El instrumento cultural de la evolución sólo sirve a nivel biológico, pero se abandona cuando se trata de afrontar temas más elevados. Pero esta oleada neoracionalista invade todo Occidente y está muy relacionada con las instancias procedentes de determinado mundo científico y médico, que pretende superar ciertas barreras para afirmar la omnipotencia del hombre. Creo que toda esta corriente de pensamiento aspira a alcanzar una amplia hegemonía, que va desde la crítica anti-religiosa hasta el laboratorio científico».
El nexo entre fe y razón está precisamente en el centro del magisterio del papa Ratzinger…
En nuestra tradición occidental, la fe ha generado un sentido común depositado a lo largo de los siglos. El cristianismo eliminó la deshumanización difundida en el mundo antiguo e hizo que arraigaran valores profundísimos que han ido modelando la historia, una racionalidad que el neoracionalismo pretende destruir. Su objetivo es que el hombre alcance el poder absoluto, rompiendo con la noción de bien: bueno es aquello que un individuo considera bueno para sí, sin que ningún otro puedan juzgarlo. Esto no es racionalidad, pero eso es precisamente lo que los neoracionaliastas se niegan a escuchar. Por eso el pontificado insiste en la necesidad de usar la razón en sus términos fundamentales y sencillos, sabiendo que sencillo no significa banal.
Pero esta oleada se produce también en Italia. ¿Hay alguna característica específica, un matiz típicamente italiano?
Hay un dato histórico, que yo llamo memoria del conflicto, casi una necesidad de volver a enfrentarse haciendo que resurjan viejas y antiguas cuestiones. Las recientes polémicas recorren segmentos de un anticlericalismo que se había olvidado. Es el bagaje del Risorgimento que arrastramos y que también forma parte de nuestra identidad nacional. En los últimos acontecimientos la ocasión que ha desencadenado la memoria de ese conflicto tiene nombre y fecha: el referéndum sobre la fecundación asistida. Puedo asegurarle que hasta ese momento existían, claro está, dialécticas y disputas, pero también muchos puntos de encuentro. Pero ahí saltó la reacción. El clamoroso resultado del referéndum se interpretó erróneamente como una victoria de la Iglesia, mientras que lo que realmente venció es la racionalidad esencial, ese sentido común que la Iglesia ha sabido interpretar y defender. Las polémicas con las que usted quería comenzar esta entrevista, sobre el Concordato y la legislación eclesiástica, se han utilizado como instrumentos en este horizonte más amplio de controversia ideológica. Y ello porque se ha rechazado palpablemente la homologación italiana a situaciones como las de España, Inglaterra y Holanda. La ideología neoracionalista está convencida de que también entre nosotros la Iglesia es marginal, que ya no es capaz de interpretar la sociedad en su conjunto. Pero es todo lo contrario, sabemos bien lo que ha pasado.
¿Esta “excepción italiana” puede únicamente resistirse a los ataques o tiene espacio para poder construir?
Estamos sólo en el comienzo de la oleada, un fenómeno de globalización cultural del que todavía no somos plenamente conscientes. Pero no está escrito que todos vayamos en la dirección de España. En ocasiones las sociedades necesitan arrastrar determinados pesos para poder darse cuenta verdaderamente del rumbo que han tomado. En Holanda, en Bélgica, se empieza ya a hablar, mejor dicho a “razonar”, sobre el fenómeno de la eutanasia, algunos advierten el cinismo con el que se han ido tomando determinadas decisiones. Han ido demasiado deprisa y ahora comienzan a reflexionar. Por eso, todo está por construir, seguros de que el terreno de conflicto no es ya la relación entre la Iglesia y el Estado, sino la misma concepción de la vida.
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