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Huellas N.11, Diciembre 2007

CARTAS

Caracas, Milán, Tortosa...

a cargo de María Rosa de Cárdenas

Nunca había caído en la cuenta
Querido Julián: El domingo pasado viajé a Milán con ocasión del Matching de la Compañía de las Obras y asistí a la asamblea nacional de la CDO “De la gratuidad el bien común” y realmente fue algo que me sorprendió muchísimo porque en Venezuela estamos haciendo un hermoso trabajo con la CDO, poniendo las necesidades de nuestras empresas juntos, acompañándonos en el difícil camino que supone hacer empresa en Venezuela ¡y con todos los obstáculos que se puedan imaginar! Tengo muy claro la necesidad que tiene el mundo y mi país de que construyamos juntos oportunidades para todos. Comprendo que el trabajo debe suponer una felicidad para el hombre y que la caritativa es una posibilidad de educación en la gratuidad. Pero nunca antes había caído en la cuenta que al final lo que nos mueve a hacer una empresa es una inmensa gratitud por todo lo que Cristo nos ha dado; una forma de agradecer y de contribuir con lo que Cristo nos pone en la vida para amarle. Yo hace 5 meses que comencé en un nuevo trabajo, que ha supuesto un gran reto para mí y mucho más en las condiciones de mi país; algo fascinante y apasionante. Pero sólo la idea de que el trabajo sea una forma de gratuidad me transformó. Porque antes lo intuía, pero tras tus palabras y las de Vignali, en la asamblea, se me hizo evidente. Esto se reafirmó mucho más en los siguientes días que viví el Matching, donde experimenté la familiaridad de un pueblo que construye, y donde tuve la posibilidad de verificar que el trabajo que hago me apasiona enormemente y me da la posibilidad de abrazar a muchos empresarios que llegan con su proyecto y con un enorme deseo de dar a conocer en otras tierras su obra. Algo que me ayudó a terminar de entender el tema de la gratuidad fue la relación con los empresarios colombianos que nos acompañaron al Matching. Yo hice un trabajo de meses para apoyarlos en la inscripción y en todos los detalles del viaje; un trabajo que claramente no está pagado por nadie, y aunque me lo pagaran, porque ha sido el más gratificante de mi vida. Y cuento esto porque tras el primer día de Matching, uno de ellos se acercó y me preguntó que a quién podía agradecer por todo lo que había encontrado en el Matching y por la gran oportunidad que suponía un encuentro así. La pregunta me colocó nuevamente en la posición justa frente a la realidad, e hizo que me cuestionara, una vez más, quién es Aquel que en cada momento de mi vida me hace consciente de todo lo grande que me ha dado ¡y me da oportunidades para agradecerle!
Andrea, Caracas (Venezuela)

Escuela de Comunidad
Querido Julián: Te escribo ante todo por un profundo agradecimiento. Ayer fui a tu escuela de comunidad con la esperanza de que sucediera algo nuevo. Tengo 43 años, una profesión, me atrevo a decir que con éxito, soy esposo y padre feliz de dos maravillosos hijos, pero últimamente estaba como si me faltara el aire, incapaz de experimentar un reconocimiento consciente de su Presencia, echándole la culpa al hecho de que la preocupación principal es muchas veces la comunidad como organización y esto se me queda pequeño; es como no poder respirar. Ayer por la tarde, por fin reconocí al Señor y regresé a mi casa lleno de su Presencia. Por primera vez desde hace mucho tiempo no volví con un vacío que llegaba a percibir como soledad. Esto me sucedía incluso tras haber pasado veladas maravillosas con mis amigos, pero sin la novedad de reconocer su Presencia real. La Escuela de comunidad introdujo en mí una novedad rompedora cuando dijiste que el centro de la cuestión es el que subraya don Gius en la primera página del capítulo sobre la comunión. Yo, más o menos como todos, lo había considerado una mera introducción al tema, que era lo más importante: lo que dice sobre nuestra compañía y cómo nos relacionamos con ella. Me he dado cuenta de que tenía una idea de la comunión como un problema “social”, acerca de cómo nos relacionamos entre nosotros, incluso con algo de moralismo (la preocupación por que la relación entre nosotros sea constructiva, buena, adecuada) sin darme cuenta de que así dejamos fuera la novedad del acontecimiento de Cristo. Por lo general, aunque no teoricemos sobre ello, nuestra preocupación consiste principalmente en medirnos con cuestiones como hasta qué punto nos adherimos a las iniciativas de la comunidad, o hasta qué punto estamos dispuestos a estar (¡como si bastara estar pasivamente para ser una Presencia!), o por las maravillosas iniciativas que somos capaces de llevar adelante o por cómo nos hacemos compañía. Todo cosas buenas, pero que no son capaces por sí solas de darnos verdadera alegría y, con el tiempo, dejan de interesarnos. Cuando ayer por la noche hablabas de la comunión como relación con Cristo, como algo que no hacemos nosotros, sino que estamos llamados a reconocer, a ser testigos de lo que Él hace que suceda entre nosotros, fue como si se me abrieran los ojos. Yo estaba ciego y de repente vi. Aquella muchedumbre que había venido a la Escuela de comunidad, –muchos estaban de pie, algunos con prisa, otros cansados– no habían ido sólo porque estabas tú, sino porque, aún sin saberlo, buscaban a Cristo y Él repetía de nuevo el milagro de la comunión ¡de manera tan imponente! Yo al principio estaba triste, luego con curiosidad tras las primeras intervenciones y al final renacido por el reconocimiento de una Presencia que tú nos mostrabas a través de tus palabras. Nos pediste que volviéramos al origen, que tomáramos conciencia de que es Él el que nos reúne «para hacernos entrar en Su vida, que es el fondo de todas las cosas», que «la comunión es esta vida Suya que quiere comunicarnos» y que, cuando uno la descubre, Su vida llena todas las cosas y se comienza a experimentar una vida plenamente satisfecha. Comencé a comprender que Otro me quería. Quería que fuera consciente de que desde siempre ha querido darme la sobreabundancia de vida que nace de la relación con Él ¡y que sólo me pide que yo Le reconozca! Dijiste que siempre damos todo por supuesto y por eso no nos damos cuenta de Quién se hace presente cuando estamos juntos. Es como si se me hubieran abierto los ojos de repente. Me di cuenta de que era Otro el que hacía que tuviera lugar ese gesto. Todos habíamos sido convocados por Él, por el deseo de Él que nos urge en el corazón, ¡era su Presencia la que alegraba mi corazón mientras te escuchaba hablar de Él! Volví a casa lleno de gozo por este reconocimiento, pensando en la novedad que se acababa de introducir en mi vida: el Misterio que hace todas las cosas, Aquél que ha querido acompañarme y que yo fuera consciente de ello ¡que le reconociera! Uno se convierte en testigo de esta novedad y que se le nota en los ojos: a la mañana siguiente esperé con impaciencia a que mi mujer se despertara para contarle lo que habías dicho No llevaba a mi casa un discurso que se pudiera repetir o un manual de instrucciones, sino el tesoro de haberle reconocido. Desde ese momento todos los días podían traer una novedad, cada circunstancia podía ser ocasión para reconocerle, en todo lo que hacemos.
Percibí en el rostro de mi mujer el estupor y la alegría serena por la novedad que se estaba introduciendo en nuestra relación al dirigirme a ella de ese modo. Con esta luz nueva en los ojos, todo el día se convirtió en un acontecimiento; estuve hablando de la Escuela de comunidad del miércoles con varios amigos, por teléfono o en el trabajo. También quiero decirte, y con esto termino, que me he dado cuenta de cuán verdadero es lo que dijiste en los Ejercicios de que no basta con estar pasivamente para experimentar la novedad de su Presencia. Con la ayuda de un grupo de amigos he intentado ser fiel al trabajo de la Escuela de comunidad, en la lectura de todo lo que dice el movimiento en las grandes ocasiones, en la lectura de Huellas y en la oración. ¡Qué lejos estaba de la dimensión de la oración! Intenté tomarme en serio todo lo que dijiste sobre esto en los ejercicios. Decías que «en Jesús la familiaridad y el diálogo con quien nos crea en cada instante se convierte no sólo en transparencia iluminadora, sino también en compañía histórica» y que «necesitamos no sólo la oración como dimensión, sino el acto de la oración como entrenamiento necesario a esta conciencia». Por eso pedí a algunos amigos que me ayudaran a ser fiel en un gesto de oración y empezamos, los sábados por la mañana, a participar a las 8.30 en el rezo del Rosario y en la misa en nuestra parroquia, después de dejar a nuestros hijos en el colegio y antes de comenzar las obligaciones de ese día. Estoy seguro de que esto está contribuyendo decisivamente a que tome conciencia de la dependencia del Misterio y a que pueda reconocerlo. Te agradezco todo lo que nos estás ayudando a ver y la ayuda insustituible que tú eres en el camino de la vida. Te saludo con todo cariño junto a mi familia.
Antonio, Milán (Italia)

Como los apóstoles
Julián: ¡Gracias por no bajar la guardia, por no dar un paso atrás y seguir hacia delante, empujándonos a todos a hacer cuentas con lo que tú miras! ¡Verdaderamente eso es algo de otro mundo! No es la misma medida de antes sino todavía más grande. ¡Se trata de otra cosa! En estos tiempos pienso muchas veces en los apóstoles. En la experiencia que ellos tuvieron. Quizá resulte presuntuoso, pero nosotros estamos teniendo la misma experiencia. Probablemente ellos también eran frágiles, eran unos pobres hombres como nosotros, pero siempre se mantuvieron unidos a Él, pegados a Él. Para ellos Él era más verdadero que todo lo que pudieran pensar. Él era una medida diferente de lo que pudieran tener en la cabeza. Correspondía infinitamente con su corazón. El estar unidos a Él, con los ojos bien abiertos, fue lo que, en el tiempo, les permitió tener experiencia plena de Él. Increíblemente esto es lo que nos está empezando a suceder a muchos de nosotros. Su mismísima experiencia. Queremos agradecerte sobre todo que nos estés mostrando el camino, porque nos estás dando el método con el que recorrerlo. Ahora comprendo lo que dices muchas veces de don Gius «siempre le agradeceré haberme dado un método con el que recorrer el camino».
Ugo

Por la mañana
Querido Julián: Te agradezco lo que ha sucedido, lo que hemos vivido juntos y lo bien que nos quieres. Para mí esta es una vida nueva ¡inesperada! Esta mañana temprano, cuando me he despertado, he mirado a mi mujer y a mis hijos que estaban durmiendo y me ha surgido espontáneamente: «¡Él también está aquí!». Con esta alegría me he ido a trabajar pensando en todos vosotros (uno a uno por su nombre), agradecido a Jesús por esta gracia, por lo que sucede, y deseando vivir la realidad de hoy tal y como Él quiera, ¡con la certeza de que para mí esto no tiene vuelta atrás! Al llegar a la oficina me he dicho: «¡Jesús, también hoy quiero notar que me faltas!».
Dario

Un designo de amor y belleza
El paso del tiempo no hace más que acrecentar el relieve para nuestras vidas de dos experiencias, la del Meeting de Rimini y la del Master del Instituto Juan Pablo II en Ciencias del Matrimonio y la Familia en su especialidad de Pastoral Familiar.
Por mediación de Inma, desde Cáceres, nos llegó la noticia de que en Tortosa tenía lugar un curso sobre matrimonio y familia del Instituto. Fue como si el propio Papa Juan Pablo nos hubiera llamado a la puerta misma de casa para hacernos partícipes de su herencia: “Amar el Amor Humano” como ocasión de unidad entre conocimiento y amor. Juan Pablo fundó en 1981, el Pontificio Instituto “Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia”. La misma tarde del 13 de Mayo de ese año, los disparos que recibió el Papa, tan sólo impidieron que pudiera pronunciar la alocución que tenía preparada, pero no evitaron la fundación del Instituto. Éste tiene en España su sede en Valencia, con una extensión en Madrid. Ha formado ya a numerosas personas en temas relacionados directamente con el matrimonio y la familia; pero si un fruto llama la atención por su intensidad, y la modalidad peculiar de su propuesta, es el “Master de Pastoral Familiar”, que se lleva a cabo aquí en España de manera única en el mundo. Se trata de unas jornadas en que la formación académica está admirablemente inserta en una vida de convivencia entre los matrimonios con sus hijos, sacerdotes y profesores pertenecientes a distintas realidades de la Iglesia, carismas y movimientos. De ese modo, las propias familias tienen una ocasión excepcional para descubrir por sí mismas las riquezas que el plan de Dios tiene para cada una de ellas, en un designio de santidad, que tiene como centro la persona. La continuidad de ese designio, lo pudimos experimentar, con una intensidad excepcional en el Meeting de Rimini, por la experiencia de eclesialidad y gratuidad que se nos concedió vivir. Acercarte al Meeting es verte llevado por una explosión de vida. Se abre inmediatamente todo un espléndido horizonte de encuentros y de conocimiento, de nupcialidad, con la dinámica de gratuidad propia de la Belleza que te cautiva el corazón, y llena el ánimo de afecto agradecido. Lo reconocimos de modo particular en esta edición, como palabra especialmente dicha para nosotros, en la exposición de “Cometa”(cf. Huellas Año XI Nº 8 Pag.34). En ella se nos mostraba el origen y el fin al que hemos sido llamados, y que necesitamos pedir que sea el fin de todas nuestras acciones. A eso responde que en el transcurso de una cena con el Obispo de Tortosa y ahora, administrador apostólico de Lleida, le participáramos nuestra intención de asistir al evento, sumándose al mismo con inmediatez, porque necesitaba, dijo, encontrarse en un lugar de Vida. A partir de aquí todo vino dado, incluso el que le acompañara Mossèn Jordi, vicario judicial de la diócesis.
Cinta y Robert, Tortosa (España)

Llevo en Tierra Santa un mes...
«¿Pero no tienes miedo?». ¡Cuántas veces me han hecho esta pregunta antes de irme a Jerusalén! Era casi un ritual. Todo lo que estoy viendo y viviendo durante estos días me fascina hasta tal punto que tengo que responder que no. Llevo en Tierra Santa un mes, buscando esas cosas a las que me gusta llamar “ventanas en el muro”, es decir, experiencias educativas que permiten a israelíes y palestinos mirar más allá del muro que les divide. «Más allá del muro: experiencias de educación a la paz y resistencia creativa en Palestina e Israel»: este es el título provisional de mi tesis de licenciatura en Teatro social. Hasta el momento he escrito pocas páginas pero me he encontrado con personas que están cambiando mi vida. Viajo al interior de lo que hasta 1948 era territorio palestino, en busca de escuelas, institutos o asociaciones que intenten, en esta tierra aparentemente herida y sin esperanza, construir la paz educando y abrazando al otro. Hace unos días comí con un ex soldado israelí que forma parte de los Combattants for Peace, un grupo de excombatientes judíos y palestinos que han decido cambiar de rumbo, comprendiendo que asesinarse unos a otros no puede llevar a la convivencia. Se encuentran e intentan comunicarlo a todos. Hablar duele, pero todavía hace más daño darse cuenta de que si no se habla, nada cambia y sólo queda llorar. No sólo llora quien ha visto morir a alguien querido, también quien ha matado. Visité el campo de refugiados de Jenin, donde desde hace un año se hace un teatro con chicos pequeños. También fui a ver a los niños de una escuela de circo de Ramallah que, con la nariz roja de payaso, cuentan qué quiere decir vivir bajo la ocupación. En otro momento, pude asistir a las clases de música de un fraile franciscano que enseña en Jerusalén a musulmanes, judíos y cristianos. Un amigo, antes de irme de Italia, me dijo: «Vas al lugar en el que hoy se encuentran las llagas de Cristo. Haz como santo Tomás: mete tus dedos en el costado del Resucitado». Esto es lo que para mí significa vivir aquí. Antes de partir tenía muchas expectativas: descubrir en qué medida el arte y el teatro pueden ayudar a construir una convivencia humana; qué puede sostener a un hombre en el dolor y hacerle capaz de perdonar y comenzar de nuevo; cuál es la importancia de la tarea de la educación; qué caminos se han tomado y cuáles quedan por “inventar”. Sin embargo, he tenido el privilegio de encontrarme con personas que, en todas las circunstancias que viven, no cesan de construir, esperar y ser fieles al deseo de sentido, justicia y amor que llevan dentro.
Cecilia, Jerusalén (Israel)

Ejercer la libertad
Me he tomado en primera persona la propuesta de ofrecer el panfleto sobre la emergencia a mis compañeros y profesores. Llevaba tres semanas con los panfletos en la mochila, imaginándome cómo me responderían. Tenía muchas ganas de entregárselo a una profesora que me llama la atención por su forma de dar clase, pero no me decidí hasta que supe de la presentación del libro ¿Qué pasa con Educación para la ciudadanía? organizada por la Asociación Cultural Charles Péguy. Cuál fue mi sorpresa cuando al entregarle el panfleto y el libro, se fijó en quién organizaba el acto y me dijo: «¡Huy! mira quién lo firma: la Charles Péguy, estos saben de qué hablan. Vamos a hacer así: te dejo 30 minutos y explicas a todos tus compañeros este panfleto y de paso les invitas a la presentación del libro». Comienzo a hablar del panfleto y uno que estaba al fondo levanta la mano y me pregunta: «Perdona, pero ¿qué es eso de Educación para la Ciudadanía?». La cosa se agrava si os digo que estudio Magisterio de Educación Primaria. Les dije que nosotros, que seremos maestros, teníamos que decir algo ante esto y que me interesaba discutir con ellos sobre los puntos con los que estaban de acuerdo y con los que en cambio discrepaban. Ahora entiendo que “La mejor manera de defender la libertad es ejercerla”. Sólo después de haberla ejercido, puedo mirar con un interés mayor a mis compañeros de clase.
Jesús Ángel, Parla (España)

EL MANIFIESTO DE NAVIDAD
El grupo escultórico de Gregorio Fernández

Giuseppe Frangi

La obra que hemos elegido este año es una de las más conocidas de Gregorio Fernández, escultor español, de origen gallego, que vivió a caballo entre el siglo XVI y el XVII. La Natividad forma parte de un gran retablo, esculpido para la iglesia de San Miguel Arcángel de Vitoria, en el País Vasco. Gregorio Fernández realizó esta obra en plena madurez, entre 1624 y 1632 (murió en 1636). El artista perteneció a la gran escuela española seguidora de Alonso Berruguete, escultor que, tras una estancia en Italia en la que tuvo ocasión de entrar en contacto con Miguel Ángel, llevó a España un nuevo estilo, marcado por un realismo capaz de asimilar la exuberancia del Barroco. La escultura de Fernández, que realiza obras maestras de la imaginería, nace estrechamente relacionada con el impulso de la Iglesia católica para dar respuesta a la propaganda protestante. En ella se conjuga, pues, una intención devocional y otra catequética. Relata fielmente la historia evangélica y, al mismo tiempo, propone el ensimismamiento del observador. La fuerza emotiva de la imaginería barroca acompaña al deseo ferviente de adherirse todo lo posible al acontecimiento cristiano. Gregorio Fernández recurre en ocasiones a la utilización de otros materiales, precisamente para reforzar esta dimensión de verosimilitud; así en otras esculturas utiliza marfil en los dientes o piedras en los ojos. El resultado es una ternura sencilla que conmueve a quienes la contemplan. El artista quiere anular la distancia entre el acontecimiento cristiano y la vida cotidiana; un lirismo sencillo que brota del corazón, ante el que resulta imposible sentirse ajeno y que emerge incluso en la veracidad de los personajes secundarios, como el magnífico pastor que se acerca a la cuna para mostrar el cordero que le lleva al Niño como presente.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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