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Huellas N.11, Diciembre 2007

PÁGINA UNO

En los orígenes de la gratuidad

Julián Carrón

Apuntes de la intervención de Julián Carrón en la Asamblea General de la Compañía de las Obras. Milán, 18 de noviembre de 2007

Os agradezco la invitación a participar en vuestra asamblea anual. Me alegra estar con vosotros, porque un cristiano no puede dejar de mirar con simpatía vuestro trabajo. En el contexto histórico actual no os habéis ahorrado la fatiga de arriesgar vuestra libertad para crear una compañía entre los que quieren contribuir a generar riqueza y trabajo, y tratar de responder a las necesidades que encuentran mediante obras caritativas y culturales.

1. Contexto histórico
Vivimos en un contexto social cada vez más gris, que recuerda a la “gran homologación” profetizada por Pasolini. Los que resultan más afectados son los jóvenes, emblema de la dificultad que vivimos y provocación mayor a nuestra responsabilidad de adultos.
«En 1968, los jóvenes encarnaban la esperanza, el futuro, la liberación, la utopía. Los jóvenes de hoy encarnan la vanguardia del miedo, la angustia ante el futuro. Son víctimas, a mi modo de ver, de una especie de “síndrome de Peter Pan”», escribe el filósofo francés Luc Ferry, y continúa: «Son niños, adolescentes que se niegan a crecer [...]. El miedo y la angustia están ligados a una irresponsabilidad y a una suerte de victimismo [...]. Todo lo esperan del Estado y de la política [...]. Todo el mundo tiene miedo a vivir sin las muletas del Estado, para entrar en la vida adulta»1.
Umberto Galimberti se hace eco de estas reflexiones en un libro suyo: «Los jóvenes, aunque no siempre lo sepan, están mal. Y no por las acostumbradas crisis existenciales que constelan la juventud, sino porque un huésped inquietante, el nihilismo, circula entre ellos, penetra en sus sentimientos, confunde sus pensamientos, elimina perspectivas y horizontes, quebranta su alma y entristece sus pasiones, haciéndolas exangües»2.
Como decía hace algunos años el escritor Pietro Citati, los jóvenes «prefieren permanecer pasivos [...], viven a menudo en una misteriosa desidia»3.
Un ejemplo vale más que mil palabras. Me contaban que durante una comida en familia se hablaba de la situación del mercado laboral y de los problemas que tienen muchos para encontrar trabajo. Ante el comentario del padre de lo triste y humillante que era para un adulto depender de un subsidio de desempleo, el hijo, en primero de carrera, dijo desde el sofá en el que estaba tumbado: «yo recibiría gustoso el subsidio de desempleo».

2. La Compañía de las Obras: un dato que se impone
Debemos considerar la CdO dentro de este contexto antropológico y cultural en el que vemos disminuir el protagonismo propio del hombre. Mirando desde esta perspectiva, lo primero que sorprende es justamente el hecho de que exista una realidad así: personas que no se rinden ante esta misteriosa desidia y que encuentran la energía y el valor para juntarse con el fin de sostenerse mutuamente. Personas que llevan a cabo iniciativas económicas y sociales tratando de responder a las necesidades propias y de aquellos con los que viven.
Son dos las características de la CdO, según un slogan que ha marcado vuestra historia: una tensión ideal y una amistad operativa.
En este aspecto habéis sido pioneros: hace ya más de veinte años reconocisteis una exigencia a la que todos ahora consideran necesario responder para una reconstrucción social.
«Está emergiendo con fuerza, tanto en Europa como en EEUU –escribía recientemente Aldo Schiavone–, un deseo nuevo e imprevisto de vínculo social, la exigencia de un universo humano, si puedo utilizar estas palabras, con redes más firmes y apretadas […]. La búsqueda, en definitiva […] de una nueva sostenibilidad social para el crecimiento de cada individualidad […] [en la cual] la técnica consiga entrar en relación con la vida […] produciendo directamente libertad […] sin pasar a través del mercado, pero evitando debilitar demasiado a éste último». «La Iglesia lo ha comprendido muy bien y con rapidez: se está movilizando con prontitud dentro de este horizonte, para ella familiar»4.
La existencia de la CdO demuestra que no estamos condenados a mirar impotentes cómo todo –deseos, esperanzas, esfuerzos por actuar y construir– se nos deshace entre las manos, y que se puede verdaderamente volver a empezar siempre, también en una situación de destrucción de lo humano como la actual. Existe algo que resiste incluso frente a las circunstancias más adversas.
Pero para comprender hasta el fondo el significado de vuestra iniciativa hace falta volver la mirada hacia su origen.

3. Mirar el origen
¿Cómo nació vuestra iniciativa empresarial y asociativa? Don Giussani identifica claramente su origen en la intervención en la Asamblea Nacional de la CdO de 1989: «La Compañía de las Obras […] no nace como un proyecto social o como una construcción imaginada previamente, sino como un cambio milagroso. Un cambio del que los primeros en sorprenderse, como espectadores, somos nosotros mismos»5.
De hecho para muchos de vosotros –sin duda para los que la empezaron– empresa y asociación (CdO) han sido el fruto del cambio que el acontecimiento cristiano ha obrado en vosotros. El cristianismo vivido como experiencia ha mostrado su fuerza generativa volviendo a despertar vuestro “yo”. El atractivo humano que ejercía sobre vosotros era tan fuerte que impulsaba en vuestra persona una creatividad y una riqueza de iniciativas que constituyen un testimonio de Cristo y del valor histórico de la Iglesia, como reconocía de nuevo don Giussani en otra ocasión como ésta6. En otras palabras, el encuentro cristiano vuelve a despertar en nosotros el sentido religioso, es decir, ese haz de exigencias de verdad, belleza, justicia, bien y felicidad, que constituye la estructura original de cualquier hombre y que está en el origen de vuestras acciones.
Gracias a este renacimiento de vuestra persona y a las iniciativas para responder a las necesidades concretas de la vida, os habéis encontrado con muchas personas, incluso con personas que, sin ser cristianas, tenían la misma urgencia: al conoceros, han sentido que vuestra iniciativa estaba en consonancia con ellos. «Una cultura de la responsabilidad tiene que partir del sentido religioso. Este punto de partida lleva a los hombres a unirse»7, porque esta urgencia existencial es lo que «guía la expresión personal y social del hombre»8.
Mirar hacia este origen es fundamental, porque si no tomamos conciencia de él se perpetúa en nosotros una actitud infantil. Este origen “grita” que ninguno de nosotros se hace a sí mismo, que todos tenemos necesidad de ser generados continuamente para poder decir “yo”, para tener el valor de poner en pie una obra o de continuar haciéndola venciendo todos los obstáculos que se interponen en el camino. Al igual que no nos damos la vida biológica, del mismo modo no nos damos tampoco esa vida de la que brotan la capacidad, la energía y el deseo de construir. Basta mirar alrededor para apreciar cuántas personas, ya cansadas, abandonan cualquier intento de responder a la situación actual o ni siquiera experimentan el gusto de comenzar algo.
Por este motivo resulta decisivo mirar al origen, porque allí, junto al hecho que lo constituye, se nos comunica el método para continuar sin agotarnos.

4. El método: la fidelidad al origen
El mayor peligro de quienes se comprometen con una obra es cambiar el método separándose del origen. Para evitar esto es necesario ser verdaderamente conscientes de nuestra dependencia original, pues si no, terminamos dando todo por descontado. No lo negamos, sino que permanece simplemente como un trasfondo que damos por supuesto, y, antes o después, acabamos considerándonos los únicos artífices de nuestra fortuna.
Sucumbimos de esta forma a la misma ilusión de la Ilustración, que con la reducción del cristianismo a ética ha pretendido obtener los mismos frutos que éste había producido, generando sujetos y obras prescindiendo de Cristo, que constituía su verdadera fuente. Esto tiene consecuencias devastadoras tanto para el sujeto como para el cristianismo. Por lo que respecta al sujeto, lo vemos en el desinterés total que lleva a esa desidia de la que no puede surgir nada, por la falta de un lugar en el que suceda el renacimiento del yo. En cuanto al cristianismo, pierde su auténtica naturaleza de acontecimiento histórico, capaz de suscitar el yo, para reducirse a una premisa ética o a un discurso cultural abstracto que no tiene que ver con los intereses de la vida.
Que esto nos afecta también a nosotros lo vemos por lo que decía exactamente hace treinta años don Giussani a un grupo de profesores, y que sigue conservando toda su actualidad: «Para muchos de nosotros, que Jesucristo sea la salvación, y que la liberación de la vida y del hombre, aquí y en el más allá, esté unida continuamente al encuentro con Él, se ha convertido en un reclamo “espiritual”. Lo concreto es otra cosa: […] la organización, la unidad del trabajo y, por tanto, las reuniones, pero no para expresar una exigencia vital, sino como un peso que mortifica la vida, un peaje que pagamos a una pertenencia que inexplicablemente nos mantiene en “las filas” de una asociación»9.
Lo que debería ser un continuo encuentro con Él, por la necesidad que tenemos de ser constantemente generados, se convierte en un reclamo espiritual. Pero un reclamo espiritual abstracto no es capaz de suscitar el sujeto. Es más, como existe una premisa espiritual, esto puede hacernos, erróneamente, creer que esta premisa, junto a las buenas intenciones de actuar de un cierto modo, pueden sustituir al cristianismo como experiencia vivida. Pero una buena teoría sobre el amor, junto a la buena intención de enamorarse, nunca tiene como resultado el enamoramiento. La diferencia se ve en la acción, en cómo se mueve aquel que se ha enamorado. Si queréis saber qué tipo de experiencia tenéis, mirad cómo os movéis en la realidad, observaos en acción. Toda nuestra buena voluntad no nos libera de sucumbir, en muchas ocasiones, a la mentalidad común en el modo en que nos movemos realmente, juzgando y obrando como todos según un cálculo y un interés.
«Una exigencia evidente de la propuesta de la fe –escribe el cardenal Ruini– […] es la de mostrar cómo la fe misma no es un simple y, al final, ilusorio deseo del alma humana, ni tampoco una pura experiencia interior, sino que tiene, en cada uno de sus núcleos esenciales, una relación precisa y sólida con la realidad»10.
Las consecuencias de cambiar este método o de darlo por descontado las tenemos ante nosotros: ya no existe ninguna incidencia significativa sobre el yo. El reconocimiento por parte de todos de la emergencia educativa no es otra cosa que el signo manifiesto de la derrota histórica de la pretensión ilustrada de producir los frutos del cristianismo sin Cristo. ¿Qué puede ayudarnos a no cambiar el método? También en esto demuestra la Iglesia su realismo, pues nos ayuda a tomar conciencia de todos los factores implicados:
1) En primer lugar, el reconocimiento de que el hombre está siempre necesitado, porque su apertura y su ímpetu original se reducen constantemente. Es la conciencia de su necesidad lo que le espolea para buscar ese origen sin el cual un hombre no se mantiene en pie. Por eso, al recordarnos que somos pecadores, es decir, necesitados, la Iglesia nos ofrece una contribución más decisiva de lo que pensamos. El hecho de que su gesto más significativo, la misa, comience con el reconocimiento de ser pecadores, no es un acto piadoso; es la ayuda más realista porque, al hacer esto, nos sitúa en la actitud adecuada para comenzar cualquier cosa.
2) En segundo lugar, la naturaleza del cristianismo como el acontecimiento del asombro suscitado por la belleza de Cristo. Al pegarnos a Él, Su belleza facilita nuestro apego, impidiendo que desaparezca nuestro yo, cosa que ningún éxito sería capaz de evitar, justamente porque es incapaz de satisfacer la exigencia de totalidad de nuestro yo. Sólo si somos continuamente solicitados por el atractivo de la Verdad podemos esperar algo.
Una compañía como la vuestra se relaciona cotidianamente con el poder y con el dinero. ¿Es realista pensar que uno pueda manejarlos sin acabar usándolos de una manera que no construye ni a uno mismo ni a los demás? O, dicho con otras palabras, ¿es posible hacer una asociación de empresas y de obras que sea distinta de las demás? En mi opinión, sólo con una condición. Tenía dudas sobre si era adecuado y oportuno decirlo en un lugar como éste, en el que se reúnen personas procedentes de las más diversas trayectorias. Pero me tranquilicé cuando uno de vosotros me dijo que la Corporación de los tintoreros –es decir, gente con las manos en la masa, con vuestra misma exigencia de éxito– mandó esculpir en la catedral de Piacenza estas palabras: «Si queremos dar un sentido nuevo a la realidad, si queremos una vida nueva, debemos volver a la virginidad». Y don Giussani comenta: «Virginidad es la búsqueda del destino en cada cosa que se hace, por el que cada circunstancia es plasmada en su significado, realizada por tanto en la forma más verdadera, más leal, más útil. De este modo la vida humana se vuelve más verdadera, más leal, más útil. Se vuelve mejor. La vida humana surgida como pasión por Cristo […] se concreta en la voluntad apasionada de que la vida del hombre sea más verdadera, más leal, más útil»11.
Sólo esta pasión por Cristo, esta «mirada puesta en Algo más grande»12 hace posible la virginidad, que nos puede situar en la actitud justa para tratar con el poder y con el dinero sin terminar siendo dominados por ellos, es decir, es lo que permite un uso nuevo de las cosas, una verdadera posesión. No es el resultado de un esfuerzo ético, sino de ceder ante la fascinación de la belleza de la que hablaba Jacopone da Todi: «Cristo me atrae por entero, ¡tal es su hermosura!»13.
Él es el que hace posible la gratuidad que habéis puesto en el lema de vuestro encuentro. «Si Dios no se hubiera hecho hombre –nos recuerda don Giussani– nadie podría plantear su vida con esta gratuidad»14.

5. El reto de una compañía así
Es indudable que aceptar llevar a cabo una iniciativa como la vuestra no está exento de riesgos. Toda la novedad que Cristo es capaz de generar es confiada a vuestra libertad y responsabilidad. La capacidad que os ha dado de arriesgar, entrando en la realidad con este ideal (me arriesgo también yo en la obra que es el movimiento) forma parte de lo que os ha generado. Sabemos bien que este ideal no podrá ser vivido completamente en la historia. Pero con esto no disminuye la tensión hacia él.
Esta tensión la describe muy bien Eliot, cuyas palabras sentimos tan en consonancia con nosotros: «Bestiales como siempre, carnales, buscándose a sí mismos como siempre, egoístas y cegatos como siempre / pero siempre luchando, siempre reafirmándose, siempre reanudando la marcha por el camino iluminado por la luz; / a menudo deteniéndose, vagueando, perdiéndose, retardándose, volviendo, pero sin seguir otro camino»15. Bestiales como todos, pero siempre en lucha y nunca abandonando el camino.
Por eso no os asustéis de vuestros eventuales errores, inevitables en cualquier obra humana. Pero tampoco los justifiquéis. Nosotros podemos reconocerlos, porque no estamos definidos por ellos. Si no fuera así, para afirmarnos a nosotros mismos, nos veríamos obligados a negarlos presuntuosamente, como hace la mayoría.
Dentro de la experiencia que hemos encontrado se nos da el principio para corregirnos y para recomenzar siempre. Siempre en lucha; y la primera lucha está dentro de nosotros, para afirmar un bien mayor que nuestra medida y que nuestros proyectos.

6. Razones profundas de mi simpatía
Percibo vuestro trabajo muy en consonancia con mi modo de percibir el acontecimiento cristiano, como el acontecimiento de la criatura nueva de la que habla san Pablo, es decir, de un sujeto nuevo sobre la escena del mundo, de un protagonista nuevo en la sociedad. Tomar conciencia de esto me parece particularmente urgente. Porque sólo un cristianismo como acontecimiento puede responder a la situación actual en la que vemos reducirse al sujeto y crecer la desidia. Y sin un sujeto capaz de decir “yo”, no existe posibilidad de novedad y de crecimiento para un país. ¿Comprendéis por qué desde hace años hablamos de “emergencia educativa”?
Esta es la razón de que vuestro trabajo sea decisivo también para comprender la naturaleza del cristianismo. ¿A quién le puede interesar un cristianismo incapaz de generar un sujeto capaz de entrar en la realidad? ¡Sería una complicación inútil de la existencia, ya demasiado llena de problemas! Por eso lo que puede interesar a los que os conocen, sea cual sea su circunstancia, es el cristianismo como respuesta al problema de la vida, porque éste es el origen y el método de vuestra originalidad. Solo así se puede evitar el riesgo denunciado por el cardenal Ruini: «Tiene que ver con una concepción de nuestra fe que quiere ser “pura”, pero que corre el riesgo de resultar desencarnada, porque no se interesa o no se hace cargo de las condiciones socio-culturales e institucionales que se requieren para mantener y relanzar tanto el arraigamiento popular de la fe misma como su capacidad de ejercer un papel de guía en la historia […]. Debemos superar estas formas de espiritualismo, que pueden esconder una especie de alienación de nosotros mismos. Los factores socio-culturales no son ciertamente la fuerza motriz decisiva del cristianismo, que se sitúa en el misterio de nuestra relación con el Dios que nos salva, pero representan un elemento imprescindible en el tejido concreto de la historia, como han mostrado repetidamente las vicisitudes de estos dos milenios»16.
Las obras a las que habéis dado vida me parecen como un “intento irónico” –por usar palabras de don Giussani– de expresión de la novedad que ha entrado en muchos de vosotros por el Bautismo: una criatura nueva, un modo nuevo de decir “yo”. ¡Algo completamente distinto de la alienación de nosotros mismos! Un sujeto nuevo capaz de arriesgar, este es el fruto de una educación cristiana. ¡Sois muy valientes arriesgando así en estos tiempos! Sería más fácil desinteresaros de vosotros mismos y de los demás. Pero vosotros asumís este riesgo. Y yo os agradezco el testimonio que ofrecéis, porque estas iniciativas de vuestra creatividad son una contribución para el bien y el bienestar de la sociedad.
Ser protagonistas dentro de la realidad social impide ese vaciamiento del yo que sucede cuando uno espera todo del Estado. Ante este protagonismo nuevo, el Estado adquiere su puesto justo y es capaz de desempeñar su papel fundamental: favorecer la libertad expresiva y asociativa, asegurar el espacio en el que el hombre pueda recorrer su camino, afrontando los problemas y buscando respuestas que hagan más humana y digna la vida de cada uno. En el apoyo o no a estas iniciativas personales, cada Estado decide cómo quiere a sus ciudadanos: protagonistas o sometidos.
La encíclica de Benedicto XVI es, en este sentido, una “carta magna” de la relación justa entre la sociedad y el Estado: «Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio»17.
Esto conviene al Estado y a la sociedad. Aquí radican en mi opinión las razones del interés, también para un laico, de formar parte de una compañía así.

Notas
1 L. Ferry, «Tenemos miedo de todo, del tabaco, del sexo, del alcohol, de la mundialización...», en ABC, 1 de abril de 2006, p. 27.
2 U. Galimberti, «La generazione del nulla», en la Repubblica, 5 de octubre de 2007, p. 47.
3 P. Citati, «Gli eterni adolescenti», en la Repubblica, 2 de agosto de 1999, p. 1.
4 A. Schiavone, «La destra non sa più spiegare il mondo», en la Repubblica, 16 de octubre de 2007, p. 26.
5 L. Giussani, El yo, el poder, las obras, Encuentro, Madrid 2004, p. 145.
6 Cfr. ibidem, p. 85.
7 Ibidem, p. 154 .
8 Ibidem, p. 151.
9 L. Giussani, «Viterbo 1977», en Il rischio educativo, Sei, Turín 1995, p. 61.
10 C. Ruini, Chiesa del nostro tempo III, Piemme, Casale Monferrato 2007, p. 135.
11 L. Giussani, «Presentazione», en E. Manfredini, La conoscenza di Gesù, Marietti, Génova-Milán 2004, p. 24.
12 L. Giussani, Por qué la Iglesia, Encuentro, Madrid 2004, p. 198.
13 Jacopone da Todi, «Como l’anima se lamenta con Dio de la carità superardente in lei infusa», Lauda XC, en Le Laude, Librería Editrice Florentina, Florencia 1989, p. 313.
14 L. Giussani, El yo, el poder, las obras, o. c., p. 122.
15 T.S. Eliot, «Coros de la Piedra», en Poesías reunidas 1909-1962, Alianza, Madrid 1995, p. 182.
16 C. Ruini, Chiesa del nostro tempo III, o. c., pp. 56-57.
17 Benedicto XVI, Deus caritas est, II, 28.

 
 

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