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Huellas N.03, Marzo 1998

SOCIEDAD

Pax americana

Maurizio Crippa

Estados Unidos quiere la paz hasta el punto de que corre el riesgo de ser juzgado como el perdedor de la batalla.Sin embargo, sin ellos sería más difícil encontrar otras realidades políticas seriamente comprometidas en todos los campos que favorezcan un proceso hacia la paz y no hacia la extrañeza de los pueblos


Algunas palabras de don Giussani me han sugerido recientemente un tema de reflexión sobre la pax americana (que es lo mismo que decir sobre el mundo en que vivimos). Decía don Giussani (cito de memoria tal como lo recuerdo): Roma era la capital del gran Imperio, el único que ha tenido en la historia el gran ideal de implantar la paz en el mundo: la pax romana. Estados Unidos espera poder suplir esta paz con su pax americana, por la que se tolera todo, salvo tener la última palabra, que se reserva a la autoridad del emperador. Estados Unidos posee la conciencia de lo que ellos significan para todo el mundo.
Este juicio explica por qué las condiciones del momento histórico actual no son indiferentes para el destino de cada hombre.
Las vicisitudes de la que ha sido definida «la segunda guerra del Golfo» pueden servir para comprender mejor el realismo de ese juicio; con la salvedad de que. mientras se escribe este artículo, nadie sabe todavía cómo terminará la cuestión. Pero las piezas del puzzle están a la vista de todos ya desde ahora. Intentemos enunciarlas a grandes rasgos.

El presidente, la chica y el dictador
Una película recién salida de la fábrica de los sueños de Hollywood relata una historia de “fantasía-política”. Se trata de un presidente de Estados Unidos que ha sido puesto en tela de juicio por un asunto de faldas. Para distraer los morbosos intereses de la opinión pública y apartarlos de sus asuntos no encuentra mejor forma que sacarse de la manga una guerra en un país pobre y lejano. Y el asunto le va bien. Quizá no es totalmente cierto que en la realidad haya sido así. Pero es un hecho que cuando Bill Clinton transformó su discurso sobre el Estado de la Unión a finales de enero casi en una declaración de guerra a Saddam Hussein («No puedes desafiar al mundo»), su popularidad volvió al máximo esplendor. Aplaudieron incluso sus adversarios políticos.

Ataque o no ataque
Oficialmente, el motivo de la nueva crisis diplomático-militar entre la ONU (de la que EEUU se cree, con alguna razón, su gendarme) e Irak, es la continuada violación por parte de esta nación de las resoluciones impuestas por las Naciones Unidas tras la guerra del Golfo, en 1991: la eliminación de los arsenales estratégicos y la aceptación de controles por parte de inspectores internacionales, encargados de verificar que Irak no posea ni vuelva a producir armas de destrucción masiva. Pero Bagdad no ha cumplido nunca estas obligaciones. Y esto es un hecho. Pero, ¿cuántas bombas tiene Irak? ¿Cómo juzgar su peligrosidad?
En Estados Unidos, meses de campaña informativa promovida por la CIA y el Pentágono han convencido a todos de que las armas químicas y biológicas de Saddam (cuya potencia, según los expertos, es similar a la de una bomba atómica de pequeña o mediana dimensión) están preparadas para atacar a cualquiera y donde quiera. Y para armar al terrorismo internacional. Por esto hay que parar a tiempo al dirigente iraquí.
Es un hecho que no todos los países árabes cercanos a Irak parecen estar preocupados por un ataque del sanguinario dictador de un Estado ahora reducido a causa del hambre (en 1991 sí lo estaban y ¡de qué forma!). De igual modo piensan países europeos, horrorizados, sobre todo, por las consecuencias de una nueva guerra. Donde existe alarma, y con razón, es en Israel, que fue víctima de los misiles iraquíes en 1991.

El ladrón de Bagdad...
Desde hace tiempo, los señores americanos de la política (y de la guerra) se preguntan cómo hacer para quitar de la escena a Saddam. Una vez caído su régimen amenazador, se podrán poner las bases de la pacificación, se podrá tratar de resolver algún problema ligado a Irak (sobre todo el del Kurdistán), y reconstruir el país devastado. Hace siete años, la triste mentira de la guerra fue la necesidad de liberar a Kuwait de la invasión y restablecer el derecho internacional (mentira, porque el elenco de las violaciones del derecho internacional jamás castigadas, a las que la ONU no ha hecho mucho caso, es largo; triste, porque en un caso y en otro la única que paga las consecuencias es siempre la población inerme). En aquella ocasión - quitando las posiciones de la Iglesia y del Papa, únicos en preocuparse por una paz verdadera y justa, además de por la “salud de las almas” de muchos cristianos que viven en Oriente Medio en contacto con otras religiones - el enfrentamiento político (oficialmente) se dio entre los que sostenían que la «guerra es la prosecución de la política con otros medios» y los que afirmaban que la única prosecución de la política debe ser la política. En realidad, el enfrentamiento se dio entre los que consideraban (legítimamente) conveniente alinearse junto a los más fuertes, EEUU, y quien esperaba (también legítimamente) sacar más partido jugando por su cuenta. Sin embargo, hoy es evidente en los ambientes políticos internacionales que lo que está en juego no es «dar una lección a Irak» para evitar peligros futuros, sino quitar de en medio al dictador. Y así poder empezar de cero otros asuntos.

... Y el ladrón de niños
Queda preguntarse, entonces, por qué a Saddam Hussein no se le ha quitado de en medio antes. La respuesta dada por los teóricos de la política es que, en los tiempos de la Tormenta del Desierto, era demasiado peligroso: caída la dictadura, Irak habría podido desembocar en una guerra civil, dividiéndose. Habrían prevalecido quizá los fundamentalistas, o habría terminado sometiéndose a Irán, gran enemigo de Bagdad, pero también de Occidente. En la práctica, la respuesta es un poco más prosaica: en estos años, Saddam ha sido una , póliza de seguro para los intereses americanos y de sus aliados. Su amenazante presencia ha ofrecido a Washington la excusa para permanecer en Oriente Medio como única fuerza capaz de garantizar la paz. Una póliza corroborada por el embargo económico. Un embargo, muchas veces condenado (por el Papa, pero no sólo), que dura ya siete años y que ha reducido a Irak a escombros y provocado la muerte a centenares de miles de personas, niños, sobre todo.
Hace dieciocho años, Saddam Hussein arrojó a su país a una loca guerra de conquista contra Irán, que costó millones de vidas. Desde entonces, al menos dos generaciones de iraquíes han sido engullidas por la muerte y la pobreza caídas sobre un país en otros tiempos próspero. Quien dice que Saddam ha hecho más daño a su pueblo que los americanos no miente, pero dice media verdad.
La otra media verdad es que siete años de embargo no han dañado el poder del dictador; que la crisis de Oriente Medio se ha gangrenado; que la ausencia de Irak de los mercados del petróleo ha beneficiado a otros países árabes “amigos”. Y que, como la mayoría de los analistas políticos admite ahora, mantener un embargo sin tener la mínima idea (o intención) de resolver el problema es miopía política y vileza moral.

Pedazos de tarta
Hoy, mientras no se puede ocultar que el problema no es únicamente cuestión de “justicia internacional”, sino un problema político - se trata de desbloquear una compleja situación geopolítica -, todos los convidados quieren estar presentes en el reparto de la tarta. Ninguno está dispuesto a atender a los intereses de uno solo, o de pocos. No lo está Rusia, vieja amiga de Bagdad, que espera volver al papel
de protagonista en el área. Ni los europeos (Italia a la cabeza), a la caza de buenos negocios y de petróleo a buen precio. No lo están los árabes, que en el 91 se alinearon con Occidente “traicionando” al hermano islámico, y que ahora se sienten desilusionados y traicionados (económicamente han recibido poco a cambio, y la esperada paz justa entre palestinos e Israel es ahora sólo un recuerdo). Tampoco Irán ni Turquía, que tienen viejos asuntos que regular con Saddam y que no han olvidado que son los herederos de dos imperios, el Persa y el Otomano, acostumbrados a un papel de mando.
Por esto Clinton ha encontrado muchas dificultades para reunir la misma unánime coalición de hace siete años: para los demás se trata de intereses ahora divergentes. Para Estados Unidos, el problema es (incluso) revisar las “cuotas de dividendos”. Así, el llamado “problema humanitario” - sería más justo llamarlo respeto a la vida y a la dignidad de las personas- se vuelve más grave: ¿merece la pena verdaderamente llegar a una masacre?
También por esto el ansia de ataque de Washington (y de Londres) ha suscitado menos entusiasmo. La guerra del Golfo debía ser "inteligente”, pero se sabe cómo fue. En Bagdad hay un búnker que se ha convertido en un museo: una bomba “inteligente” no se dio cuenta de que la puerta se había quedado abierta, mientras las mujeres habían ido a coger agua.
Entró. Las personas se quedaron allí, destrozadas contra las paredes.

The Great Game
Visto el valor (escaso, como siempre), que se da a las cuestiones de derecho formal, considerados los intereses políticos divergentes, visto que esta vez el mundo islámico no parece interesado en alinearse demasiado abiertamente en contra de un “hermano” (esto no agradaría a los integristas...), es necesario preguntarse: ¿por qué Estados Unidos ha insistido tanto en hacer una guerra que los demás piensan que no resolverá el problema? Examinar un mapa puede ser de gran ayuda. Con una gran riqueza petrolífera, Irak se encuentra asimismo en el centro de las vías del oro negro que proviene de otros países. Controlar, directa o indirectamente, sus yacimientos y oleoductos era y sigue siendo importante. Pero el asunto no termina aquí.
Más allá de Irak (y de Irán), más al este y más al norte, se abren las vías para el nuevo El Dorado del petróleo: hacia el Mar Caspio y el Mar Negro, hacia las ex repúblicas soviéticas (ahora islámicas) de Asia central. Con el fin de controlar este panorama, cuatro imperios (turco, persa, ruso y británico) se han enfrentado desde el siglo pasado en lo que el escritor Rudyard Kipling llamó “El Gran Juego". Hoy, como en un gigantesco Risk, ganar el Gran Juego para tener el control sobre esas áreas significa disponer de las mayores riquezas mundiales del próximo siglo (éste es también el motivo por el que Afganistán sufre una guerra desde hace veinte años, o por el que Chechenia no encuentra la paz). Pero para llegar hasta aquí, al corazón de El Dorado, hay que poner en orden previamente la “casilla enloquecida” de Irak Es un paso importante (no es el decisivo, pero sí importante).
Estados Unidos piensa que imponerse con una nueva prueba de fuerza es útil para esta estrategia. Otros han señalado (incluso dentro del país), que quizá la jugada puede resultar contraproducente: ¿y si se abrieran nuevos conflictos con los árabes y con otros países? En cualquier caso, y esto lo piensan todos, imponer la pax americana o la de cualquier otro poder será indispensable para los asuntos mundiales del futuro próximo. Y adiós a Irak (y a los llamamientos del Papa).
William Cohén, secretario de Defensa americano, es también un hábil latinista. Cita a Tácito para decir: «No queremos hacer un desierto para después llamarlo paz». Cuando este artículo se lea, quizá esté más claro qué ha querido decir el jefe del Pentágono. Pero ya ahora es posible intuir qué significa y cómo funciona la pax americana. Si es la única posible, o la que necesitamos, ese es ya otro discurso.


1991-1998: los llamamientos del Papa

Los llamamientos de Juan Pablo II y de la Santa Sede, única posición razonable. Hoy igual cjue entonces.

1998 «Con viva inquietud estoy siguiendo el desarrollo de la situación iraquí, y sigo haciendo votos para que los responsables de la vida de las naciones recurran a los instrumentos diplomáticos y al diálogo, para conjurar toda forma de empleo de las armas.
La misma situación existente en Irak y en todo el Oriente Medio nos enseña que los conflictos armados no resuelven los problemas, sino que crean mayores incomprensiones entre los pueblos».

1991 «Nos encontramos en unas condiciones en las que el orden internacional es inestable y que. desgraciadamente, no excluye del todo la inminencia de un enfrentamiento armado de consecuencias imprevisibles pero sin duda desastrosas. Ciertamente la comunidad internacional no trata de sustraerse al deber imperativo de preservar el derecho internacional y los valores que le confieren fuerza y autoridad pero, al mismo tiempo, está claro que él principio de equidad impone que medios pacíficos como el diálogo y la negociación prevalezcan sobre el recurso a devastadores y terroríficos instrumentos de muerte».

Ningún poder puede buscar la guerra en nombre de una actitud de firmeza que a los ojos del pueblo parece esconder únicamente intereses económicos y políticos.


El Nuncio y el Secretario
Entrevista a mons, RENATO MARTINO, nuncio apostolice y observador permanente de la Santa Sede en la ONU
por ALBERTO SAVORANA

Mientras escribimos, hemos sabido que la misión del Secretario Gen« ral de la ONU Kofí Annan en Bagdad ha tenido éxito. En la situaciói actual, ¿cuál es la actitud de la administración de Estados Unidos cuál la de la opinión pública?
He constatado que durante todo este período de crisistel gobierno de Estadc Unidos ha asumido una posición extremadamente dura frente a Irak. La opinió pública norteamericana ha sido sin embargo mucho más moderada, hasta llega a las manifestaciones en contra en la Universidad Estatal de Ohio, en Columbu y en la Universidad de Minnesota, en Minneapolis. Los estudiantes se ha opuesto con váyacidad en Columbus a la Secretaria de Estado, Madeleine A bright. al Secretario de Defensa, Cohaenn, y al consejero para la Seguridad R. cional, Berger. Y en Minneapolis casi impiden que Richardson, embajador ame ricano ante la ONU, haga su exposición a favor de la intervención militar.
El anuncio del resultado positivo de la visita de Kofi Annan a Bagdad h sido tomado con una cierta reserva por la administración americana, que dest verificar atentamente los términos del acuerdo. Esta verificación se llevará cabo en el Consejo de Seguridad, a lo largo de la semana7(23-28 de febrert ndr.), a la vuelta del Secretario General.

Muchos países que en 1991 secundaron la Guerra en el Golfo son ho contrarios a un ataque contra Saddam Hussein. ¿Cómo evalúa la pos ción de los representantes de la Comunidad Internacional en la ONU?
Ciertamente, en 1991 muchos países, incluidos los árabes, apoyaron la iniciati\ de Estados Unidos tras la invasión de Kuwait. En este oleajeKsin embargo, n todos ven la necesidad ni la urgencia de un ataque militar, sin haber explorad antes todas las vías de negociación diplomática. Una solución militar, según k estimaciones del Pentágono, comportaría una pérdida de 1.500 iraquíes, y : puede imaginar bien a costa de qué destrucción. Me parece digna de relieve vuelta a la escena diplomática internacional de la Federación Rusa que, en es. crisis, ha jugado un papel no poeoísign ificati vo junto con Francia y China.

En 1991 la voz de Juan Pablo II no fue escuchada. ¿Qué representa para aquellos de los que dependen los destinos del mundo las palabra del Santo Padre: «Los conflictos armados no resuelven los problemas?
En 1991 yo ya estaba en este puesto de representante de la Santa Sede ante la ONU y recuerdo bien los llamamientos afligidos de Juan Pablo II para evitar la guerra. Recuerdo todas las llamadas telefónicas y los encuentros con el Presidente del Consejo de Seguridad y los contactos con el entonces Secretario General,
Pérez de Cuéllar, para evitar la intervención armada. Pero entonces la guerra había sido ya decidida, todo estaba ya decidido.
Cuando, él domingo 15 de febrero, transmití un mensaje oral del Papa a Kofi Annan para hacerle partícipe de su preocupación por la región del Golfo y el estímulo a dirigirse a Bagdad, el Secretario General quedó muy impresionado, y me pidió que pusiera por escrito el mensaje para hacerlo llegar a los miembros de la ONU. En la víspera de su partida hacia Bagdad, Kofi Annan me llamó para pedir las oraciones del Santo Padre por su misión. Esta mañana (23 de febrero), en una entrevista, Kofi Annan ha atribuido a la oración un gran valor en el éxito de su misión.

¿Qué significa para usted representar a la Santa Sede ante los poderosos de la tierra en un momento de peligro tan grave para la paz?
Llevo ya once años ejerciendo esta misión en la ONU, y puedo decir que mi ta-rea no ha estado ni está entre las más fáciles, pues he tenido que afrontar en este largo periodo situaciones y eventos de gran importancia para la comunidad mundial: la guerra del Golfo en 1991, las Conferencias de Río de Janeiro sobre el Medio Ambiente, del Cairo sobre Población y Desarrollo, de Pekín sobre la Mujer, de Estambul sobre Asentamientos Humanos. Son sólo algunos de dichos eventos. En estas circunstancias puedo decir que alguien que defiende valores como los que defiende la Santa Sede, aunque seguro de su validez, se siente impotente e indefenso desde el momento en que las otras partes no siempre promueven estos valores y, en muchos casos, directamente los contradicen.
Sin embargo puedo decir que la presencia de la Santa Sede en la ONU ha dado frutos óptimos: muchos documentos, gracias a sus intervenciones, han sido mejorados de forma sustancial. Querría indicar un solo ejemplo de esta intervención, y es el “Principio número 1” de la Declaración de la Cumbre de Río de Janeiro (1992) sobre Medio Ambiente y Desarrollo. Fue la Santa Sede la que consiguió que dijera así: «Los seres humanos están en el centro de las preocupaciones con vistas al posible desarrollo». Esto significa reconocer que el hombre está en el centro de la creación.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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