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Huellas N.02, Febrero 1998

CULTURA

Una honda palpitación

Gonzalo Santamaría

Entre los múltiples aniversarios de este 1993, se encuentran acontecimientos de distinto orden tan relevantes para nuestro país como la independencia de Cuba y Filipinas; la mayoría de edad de la Generación del 98, tan discutida todavía hoy; el nacimiento de personalidades literarias como Lorca, Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, componentes de la Generación del 27.
Hemos querido desde Huellas acercarnos a la Generación del 98 y asomarnos a estos autores de un modo peculiar, sorprendiendo los destellos de lo que es verdaderamente humano. En este primer artículo, a través de la bellísima poesía de Antonio Machado


¿Qué revela la poesía de Antonio Machado sesenta años después de su muerte? Sin la pretensión de encontrar respuesta a todas las preguntas, su lírica encierra para nosotros una profundidad, una preocupación existencial por el destino , el tiempo, el amor y la muerte.
Con Manuel Alvar -en la edición de las Poesías Completas, Nueva Austral, Espasa-Calpe-, remedando a Walt Whitman, podemos decir que «en nuestros dedos no descansan unas hojas sino que tiembla un hombre». Un personaje machadiano, Juan de Mairena, dice que «por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre».

El alma de la poesía
Machado comenzó escibiendo una poesía que suponía una ruptura con respecto a la novela realista o al teatro de Echegaray. El modo de hacer poesía de Rubén era mucho más sugerente, con esa sonoridad, ese colorido, con las sinestesias y los símbolos; con los temas que contenía, tan repletos de neorromanticismo, mitología, erotismo y orientalismo. La nueva poesía era pura; puro arte por el arte.
Sin embargo, la inquietud artística de Machado iba mucho más allá y, años más tarde, refiriéndose a su primer libro Soledades (1903) y a la refundición y ampliación definitiva de la misma, Soledades, Galerías y otros poemas (1907).. decía que había pretendido «seguir camino bien distinto». Y decía también: «Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo».
En efecto, de ahí arranca la búsqueda de su propia voz, de lo que llamó «los universales del sentimiento», y la definición de la poesía: diálogo del hombre con el tiempo. Y en sus poemas - en un trabajo de auténtico artista como es la creación de símbolos, de imágenes que sirvieran para comunicar sus hondas inquietudes.
Así, en su libro Soledades encontramos ya la tarde, como símbolo de ocaso de la vida y proximidad a la muerte; el agua, en unos casos fuente de vida y en otros el transcurrir inútil del tiempo; la sombra, como oscuridad y tristeza que rodean al poeta; el camino, como trayecto hacia el destino, tan añorado como oculto; el sueño, que es imaginar lo que se desea y no se puede alcanzar.
Y a estos símbolos, enriquecidos ya con distintos adjetivos - tarde parda y fría: tarde cenicienta y mustia les suceden otros como las galerías -camino en sombra- y como la noria, que expresa la monotonía de una vida «sin. naufragio y sin estrella». Veamos un fragmento del poema titulado así precisamente: "La noria".

La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula,
¡pobre muía vieja!,
al compás de sombra
que en el agua suena.

Hay que decir, en honor a la verdad, que también en Rubén Dario se encuentran preocupaciones hondas en algunos de sus poemas, como en el poema "Lo fatal", perteneciente a su libro Cantos de vida y esperanza, Los Cisnes y otros poemas. Pero en Machado se aprecia una especial tensión por articular un lenguaje existencial, como en este poema donde expresa el anhelo de que sea el Infinito la respuesta a su vacío, a su amargura y a su oscuridad.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
(...)
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón.
Y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
(...)
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.

«A orillas del gran silencio»
Podríamos aportar múltiples explicaciones a esta trágica visión machadiana de la existencia: la influencia de filósofos como Unamuno, Bergson, Husserl y Sartre; la muerte de su esposa, aunque aparezcan ya temas y símbolos trágicos con anterioridad; el cante hondo... podríamos relacionar su débil optimismo ante el futuro de España -al que denominaba "mañana"- con su formación insititucionalista.
Pero no deja de haber destellos que son dramáticamente personales. ¿Por qué, a pesar de todo, en Machado el deseo, como se aprecia en el poema anterior permanece siempre aunque emerja sólo de vez en cuando? Es cierto que hay poemas donde afirma que no hay camino, como decía Kafka. Entonces, ¿por qué anhelamos un camino para la vida? La razón presiente lo verdadero: debe de haber un camino. En otros poemas de Soledades vibra una espera que dista mucho de una opción nihilista:

¿Mi corazón se ha dormido?
Colmenares de mis sueños,
¿ya no labráis? ¿Está seca
la noria del pensamiento,
los cangilones vacíos,
girando, de sombra llenos?
No, mi corazón no duerme.
Está despierto, despierto.
Ni duerme ni sueña, mira,
los claros ojos abiertos,
señas lejanas y escucha
a orillas del gran silencio.

Y también en el célebre "A un olmo seco" perteneciente a Campos de Castilla.

(...) Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la
vida,
otro milagro de la primavera.

Antonio Machado, que en múltiples poemas había aludido a que la melancolía era vieja conocida suya desde la infancia, nos dejó, en el umbral de la muerte, desde su exilio en Colliure, su último verso.

Estos días azules y este sol de la infancia.

Breve semblanza biográfica
Antonio Machado nació en Sevilla en 1875, un año después que su hermano Manuel. Por motivos económicos la familia se traslada a Madrid y su padre, a quien llaman Demófilo -amante del pueblo- por su labor de recopilación de folklore andaluz y poesía popular, decide enviar a sus hijos a la Institución Libre de Enseñanza, a lo cual le empuja su amistad con Giner de los Ríos. Sin ser buen estudiante, y sin concluir los estudios, Antonio participó de la bohemia modernista junto a su hermano y, ambos, seducidos por la renovadora tendencia poética y, en especial, por Rubén Darío, viajan a París a empaparse de literatura.
De vuelta a España, obtiene una cátedra de francés y es destinado a Soria, donde trabó relación y más tarde contrajo matrimonio con Leonor Izquierdo. Fallecida su esposa al poco tiempo, se suceden los traslados: de Soria a Baeza, de Baeza a Segovia y, por fin, a Madrid.
Siendo poeta reconocido y académico de la Lengua, se mantiene fiel al Gobierno de la República al estallar la Guerra Civil. Tras unos meses de estancia en Valencia y casi un año en Barcelona, se traslada con su madre a Colliure (Francia), donde morirán ambos con tres días de diferencia, en 1939.


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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