Monseñor Lorenzo Albacete, puertorriqueño y profesor del Seminario diocesano de Nueva York, ha participado en el viaje del Papa a Cuba. Ha escrito para Huellas un artículo que proponemos como editorial de este número.
El 25 de enero, dos horas después de que Juan Pablo II abandonase La Habana, me hallaba hablando con Fidel Castro de las enseñanzas de don Giussani. ¿Puede suceder algo más imprevisible? Me habían invitado a una recepción ofrecida por Castro a los cardenales y obispos de los Estados Unidos que habían acudido a Cuba con ocasión de la visita del Pontífice.
El presidente cubano estaba todavía visiblemente conmovido por el evento y se mostraba sinceramente interesado por cuanto sucede hoy en la Iglesia Católica. Entre otras cosas, Castro nos preguntó por qué la evangelización tiene más frutos en Africa que en Asia. El cardenal Bernard Law, de Boston, le respondió que el sentido religioso de los africanos es menos “abstracto” que el de los asiáticos, pidiéndome, a continuación, que le explicara a Fidel el significado de tal repuesta.
Así pues, intenté explicar que el tera y, por tanto, expresa cómo el hombre experimenta la propia identidad -la experiencia del “yo”-, el ser “alguien” y no sólo “algo”. Pero, ¿dónde está el fundamento de esta experiencia en el mundo que nos rodea?
Ciertamente, se podría partir de una posición materialista y negar esa diferencia. El resultado sería una alienación que transforma la vida humana en una lucha continua contra lo real. Otra posibilidad pudiera ser el idealismo o un espiritualismo que trata de eliminar dicha experiencia para refugiarse en un mundo totalmente alejado de la realidad. Esta es la tendencia de las religiones orientales.
La propuesta cristiana emprende un camino completamente distinto. Sitúa el origen de la experiencia de ser persona en la presencia de otro. Inicialmente, este “otro” es un ser humano, comenzando por la madre. Sin embargo, la experiencia misma muestra que ninguna persona, ni grupo de personas, podrán jamás explicar por completo esa presencia. De este modo se experimenta el Misterio, ese Otro trascendente que está en el origen de nuestra identidad y de nuestro destino. Es más, la propuesta cristiana afirma que este Otro ha entrado en la historia, haciéndose hombre, un hombre concreto en el mundo: Jesucristo. La humanidad de este individuo, Jesucristo, constituye, por tanto, el camino para “alcanzar” el Misterio. Por esto el Papa ha repetido en Cuba que el compromiso y la defensa de lo humano es esencial para la evangelización. Ha aclarado que siguiendo a Cristo no renunciamos a nada de nuestra humanidad concreta; al contrario, esto nos permite ser protagonistas de nuestra historia individual y social, haciendo fructificar nuestros talentos y capacidades, y ofreciéndonos la posibilidad de realizarnos.
Fidel Castro parecía sorprendido, ¡probablemente se preguntaba por qué los religiosos que había frecuentado de pequeño no se lo habían explicado de esta manera! Le dije que todo lo que habíamos hablado se podía encontrar en los libros de don Giussani, y que le enviaría una copia de El Sentido Religioso, y él pareció interesado por el asunto.
No es posible precisar hasta qué punto la fascinación del encuentro con el Santo Padre ha provocado en el corazón de Fidel un auténtico interés religioso. En todo caso, él está convencido claramente de la utilidad de la enseñanza ética del Papa en Cuba, donde muchas personas, especialmente los jóvenes, parecen haber perdido el celo revolucionario para recaer en un mundo cerrado en sí mismo, dominado por la búsqueda del placer inmediato.
El mismo Papa lo describió en su homilía a los jóvenes en Camagüey: “Es fácil caer en un relativismo moral y en la falta de identidad que sufren tantos jóvenes, víctimas de esquemas culturales privados de sentido o de ideologías que no ofrecen normas morales elevadas y precisas. Este relativismo moral genera egoísmo, divisiones, marginaciones, discriminaciones, temores y desconfianza en la relación con los demás”.
A Castro le ha llamado la atención que también en Cuba el Papa ha sabido infundir coraje en los jóvenes, exhortándoles a tomar las riendas de su vida y a servir al prójimo. El problema, sin embargo, estriba en que el líder cubano pretende fundar una ética para su gente sin ninguna base ontológica. El Papa, por el contrario, ha recordado continuamente que la ontologia del hombre es la relación personal con Cristo. Tal relación se establece en el Bautismo, se sostiene y alimenta por los sacramentos, se vive en la comunión con Cristo y con los demás hombres que se crea en la Eucaristía -se llama Iglesia-, y se experimenta como participación y amistad con todo lo que es auténticamente humano.
En Camagüey Juan Pablo II lo ha dicho explícitamente: «la fe y el comportamiento moral están unidos. En efecto, el don recibido lleva a una conversión permanente para imitar a Cristo y recibir las promesas divinas... En el Evangelio que hemos escuchado un joven pregunta a Jesús qué debe “hacer”, y el Maestro, lleno de amor, le responde cómo debe “ser”».
Si Fidel lee el libro, tal vez averigüe por qué el encuentro con el Papa le ha fascinado tanto; podrá descubrir la Presencia que vive en el Santo Padre, a la cual se ha incorporado para siempre cuando recibió el Bautismo. Podrá encontrar a Jesucristo.
«La historia me absolverá» dijo Castro en una ocasión. Pero la historia no absuelve ni condena. La salvación viene sólo del ofrecimiento del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, elevados por el Papa en la Plaza de la Revolución, en presencia de Castro.
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