El 13 de octubre fue canonizado el primer santo inglés de la época moderna. Ian Ker, su mayor conocedor, nos habla de este intelectual y pastor que fue profeta de la Iglesia contemporánea. «Cuando me surgen dudas de fe, su santidad es la mejor evidencia de la inconsistencia que estas tienen»
Apenas nueve años después de su beatificación, el 13 de octubre el papa Francisco concluyó en Roma el proceso de canonización de John Henry Newman, el gran converso inglés del siglo XIX. Gracias al reconocimiento del segundo y definitivo milagro, Newman (1801-1890) se convierte en el primer santo inglés de la época moderna, después de más de trescientos años. Antes de él, hay que remontarse a John Kemble, martirizado en Hereford en 1679, la última de las muchas víctimas del cisma de Enrique VIII y de siglo y medio de crueles guerras civiles.
Resulta difícil exagerar el alcance que ha tenido la vida y el pensamiento de Newman, y la amplitud de sus influencias, de J.R.R. Tolkien a Graham Greene, de Christopher Dawson a Joseph Ratzinger. Sacerdote, docente, teólogo, polemista, predicador y, por último, cardenal, pero también novelista, poeta, periodista, intelectual comprometido, y sobre todo un carismático punto de referencia para miles de personas, tanto en los formidables años de su juventud en Oxford, cuando dio vida a un movimiento que, de hecho, refundo la Iglesia anglicana; como, tras el terremoto de su conversión en 1845, en una Iglesia católica que no estuvo inmediatamente dispuesta a acoger a una figura tan libre y original.
Hablamos con el padre lan Ker, profesor emérito de Teología en la Universidad de Oxford y una indiscutible autoridad mundial sobre Newman. Autor de un centenar de publicaciones, entre las que destaca su enriquecedora y fascinante biografía de John Henry Newman.
¿Por qué debería interesarle al católico medio la canonización de un académico y teólogo de Oxford?
Newman fue todo excepto un académico engreído o ajeno al mundo. A lo largo de su vida, la dimensión pastoral acompañó siempre al intelectual y apologeta, y ese fue uno de los elementos que personalmente más me fascinaron de él. Por ejemplo, en Littlemore, durante los años de la crisis antes de su conversión, Newman no tenía ningún problema para dar clase como maestro a los niños de las familias pobres de la zona. Después de su conversión, dedicaba mucho tiempo a las actividades parroquiales vinculadas con el oratorio, en los suburbios de Birmingham. Uno de los motivos por los que su producción escrita no fue tan extensa como habría podido ser es que todos los días se pasaba horas atendiendo una intensísima correspondencia epistolar con cientos de personas de toda clase social y cultural.
Los dos milagros tampoco reflejan especialmente su estatura intelectual.
Para nada. Los intelectuales católicos no suelen rezar. Yo siempre he dicho que necesitábamos la fe y la oración de los sencillos para que Newman llegara a ser santo. El diácono Jack Sullivan, beneficiario del primer milagro, conoció a Newman viendo un documental en televisión, y le llamaron la atención los muchos y graves sufrimientos que hirieron a Newman durante su vida y la fe con que él los vivía. Melissa Villalobos, que recibió el segundo y decisivo milagro, es una madre de siete hijos. También ella vio el mismo documental, donde también salía yo, y le fascinó el hecho de que Newman no se pasara la vida en una torre de marfil, así como la actualidad de los desafíos que tuvo que afrontar. Luego, cuando enfermó gravemente, se puso a rezar a Newman.
Pero, al mismo tiempo, la herencia del pensamiento de Newman es in-mensa, especialmente en la teología del siglo XX.
Cierto, y vuestro movimiento es uno de los muchos ejemplos de ello. Hace años, cuando conocí a don Giussani, durante una de vuestras asambleas de responsables, me dijo que había estudiado los textos de Newman en sus años de bachillerato, ¡mucho antes que yo! Verdaderamente, Newman es el profeta del mundo y de la Iglesia contemporáneos. Fue él quien identificó los albores y efectos de la secularización, y quien comprendió que la Iglesia debería afrontar aquello, ante todo, volviendo a poner en el centro el encuentro individual con la persona de Jesucristo, como única respuesta al deseo de plenitud de todo ser humano, como sucede por ejemplo en la conversión de Calixta, heroína de una preciosa novela suya muy olvidada. Por este y otros motivos, estoy seguro de que antes o después Newman será declarado Doctor de la Iglesia.
En sus libros suele asociar la figura de Newman con el Concilio Vaticano II, ¿en qué consiste dicha conexión?
Newman es al Concilio lo que Bellarmino fue al Concilio de Trento. De manera profética, Newman es el gran apologeta de laverdadera hermenéutica del Concilio: un desarrollo de la doctrina en continuidad total.
¿Pero en qué sentido Newman anticipa el Concilio y la Iglesia posconciliar?
Un ejemplo es la idea de la comunión orgánica. Para Newman, la Iglesia no es un binomio de clero y laicado, sino un cuerpo vivo de todos aquellos que han recibido el bautismo, como dicen los cruciales dos primeros capítulos de la Lumen gentium. Además, Newman anticipa la urgencia de volver a estudiar la Iglesia primitiva, y en particular a los Padres de la Iglesia. Luego, esto sería fundamental en el pensamiento de intelectuales como De Lubac, que tuvo una influencia enorme en el Concilio. Pero, en general, muchos de los documentos clave del Concilio, como Dei Verbum, Gaudium et spes y Nostra aetate, encuentran en sus textos una anticipación y muchas veces también una corrección a las distorsiones hermenéuticas que por desgracia se proponían en los años posconciliares.
¿La profecía de Newman solo tiene que ver con la reflexión teológica?
Otro elemento importante es la idea de movimiento, central tanto en la vida como en el pensamiento de Newman. En los años treinta del siglo XIX, junto a algunos amigos y colegas de Oxford, dio vida a un auténtico movimiento (el Oxford Movement). Los inspiradores fueron profesores universitarios y el objetivo, demostrar o recuperar la teología católica dentro de la Iglesia anglicana, pero la forma era de movimiento, similar en muchos aspectos a la de los nuevos movimientos que nacieron en concomitancia con el Concilio Vaticano II. En los primeros tiempos, muchos de sus compañeros hablaban de la necesidad de organizar comisiones y estrategias. Newman se oponía con rotundidad, defendiendo en cambio la importancia de la influencia personal (personal influence) como el verdadero método para propagar la verdad.
¿Qué significa eso exactamente?
Muy sencillamente, es la idea de que el cristianismo, y toda “idea viva" en general, se propagan de persona a persona, mediante la dinámica de una fascinación dentro de una relación individual.
¿Qué puede decirle Newman a la Iglesia del siglo XXI?
Para Newman, el bipolarismo entre tradicionalistas y liberales no funciona. Con su vida y con su pensamiento él demuestra, en cambio, que es posible ser conservadores y reformadores al mismo tiempo, más aún, que es necesario. Newman solía decir que hay que cambiar siempre. Esa es la tarea de la Iglesia, y de todo cristiano.
Profesor Ker, usted ha dedicado a Newman toda su carrera académica, ¿pero cuál ha sido la "influencia personal” que Newman ha tenido concretamente en usted?
Cuando me surgen dudas, sobre la fe y sobre todo aquello a lo que dedico mi vida, pienso en Newman. Porque él no tuvo miedo de afrontar esas dudas y dedicó gran parte de su energía intelectual a la cuestión de cómo tener una certeza razonable, y a la relación entre razón y fe en general. Pero sobre todo porque, cuando me surgen dudas, su santidad es la mejor evidencia de la inconsistencia que estas tienen.
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